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Què fem? On anem? D'on venim?
Però aquí hi ha una caixa de llapis de colors.
Joan Brossa
Para distraer a los empleados, a muchas empresas se les ocurre la idea de proponer actividades después del trabajo. A esta delirante sandez se la conoce como afterwork o, peor, team building. También podemos ser un poco más precisos, si queremos, y decir que los afterwork son, de hecho, team building. Ya el léxico nos ayuda a entender hacia qué grado de absurdo y ridículo vamos a llegar en los siguientes párrafos, porque, aparte de reputados anglicismos, hay varios aspectos preocupantes en todo esto.
La empresa nos ha invitado a montarnos en autos de choque este fin de semana. Gracias –suena realmente muy divertido– pero tenemos una vida fuera del trabajo, una que queremos vivir y sabemos cómo, y no necesitamos que la empresa planifique (también) nuestro ocio. Suficiente invade nuestra vida con las largas cuarenta horas semanales como para que, además, añada actividades supuestamente vinculantes para que la queramos más y nos sintamos agradecidos a la jefatura. Queremos ese tiempo para nosotros y para nadie más y no hay nada de malo ni desleal –esta es la palabra que buscan– en ello.
El mensaje es que la horizontalidad en el trato la reservaremos sólo para la salida de fin de semana y en el trabajo seguiremos con el abuso y la coerción
Pero, ¿qué es, realmente, un afterwork? La empresa propone una actividad fuera de horas de trabajo para que la gente se apunte, si quiere, aunque siempre se oyen las voces de los que se apuntan por miedo a no apuntarse. Suelen ser actividades como lanzar hachas (?) o jugar a bolos o, si hace bueno y vivís cerca de la playa, hacer paddle surf. Bien. Nos explican que el motivo de esto es crear un vínculo entre compañeros y compañeras. Que estas actividades se hacen (o realizan, como suelen decir) para que nos veamos en otros contextos sin presiones ni jerarquías y nos podamos relacionar de otra manera. En una palabra: para crear equipo. Lo cual ya es grave, porque el mensaje implícito es que la naturalidad y la horizontalidad en el trato la reservaremos sólo para la excepcional salida de fin de semana y en el trabajo seguiremos con el abuso verbal, la jerarquía, la coerción. Y además el evento en sí es falso, porque poner fecha y lugar a la diversión es tan forzado, tan artificial, que es como decir: venga, chicos, atención, que el sábado nos divertiremos de 10 a 12, ¿de acuerdo? ¡Sed puntuales! Pero, sobre todo, el motivo real e inconfeso de estas peregrinaciones a festilandia es crear una imagen.
Porque se hacen fotos de estos eventos, de estas emocionantes salidas de fin de semana, para poder publicitarlas en la página corporativa y así crear una imagen de compañerismo y complicidad. ¡Mirad qué felices somos jugando a dardos (sin que ninguno de nosotros tenga la más mínima idea de jugar a dardos)! Y la responsabilidad de esa felicidad cohesionadora se la atribuimos a la empresa, a poco que nos distraigamos, y esto no se da así por casualidad, porque la imagen, aunque totalmente falsa, da rédito moral a la empresa, la recubre de una pátina de humanidad a la vez que oculta la nervadura de injusticias que la define. A todos nos gusta eso.
La empresa tiene que proclamar su existencia, necesita extenderse a todos los ámbitos de la vida del trabajador para garantizar su inmortalidad
Pero ¿es esa la manera de ganarse a la gente? El dinero invertido en todas estas salidas de fin de semana, ¿no se podría reservar para un aumento salarial? El caso es que la empresa tiene que proclamar su existencia, confirmar que es, y, totalitaria, necesita extenderse a todos los ámbitos de la vida del trabajador para garantizar su inmortalidad, para que domine también la mente libre del empleado, no sólo la que domina por contrato. Y la empresa tiene que hacer fotos de los eventos para dejar constancia y dar ejemplo de generosidad e inclusión.
No celebres si no se va a saber que celebras. Que sirva.
Fomentar esa imagen es un ejercicio de blanqueamiento, una maniobra de distracción. Así se van multiplicando las ocasiones en que la empresa te invita a un vermutillo y tú crees que qué bien y qué majetes cuando en realidad son ellos los que controlan la palabra ‘majete’ con la misma autoridad con que la usaba Celtas Cortos: tranquilo, majete, en tu sillón. No vayas a creer que podrás cambiar algo.
El control que ejercen sobre nuestro ocio es el control de nuestro tiempo libre y por tanto la dominación final de nuestra vida
Por eso se hacen fotos de estos eventos celebrados para unir –fuera del trabajo y por tanto donde no cuenta– lo que por definición está separado (esas jerarquías sofocantes y absurdas). Hay que proyectar una imagen para que esa imagen arraigue y distraiga de las prácticas represoras, antidemocráticas, que definen el impulso empresarial. Y es tanto el poder de la imagen, tanta su capacidad de convicción, que arraiga y nos la creemos y, en ese sentido, somos cómplices. Y nos la creemos porque todos queremos creer que formamos parte de un conjunto amable que nos paga bien y vela por nuestros intereses, por nuestro ocio. Pero eso no es cierto: nuestra palabra no vale lo mismo que la de quienes deciden o sugieren estos eventos, no nos pagan tanto como podrían, se nos condena a un espacio mental tan reducido que no podemos proponer nada si no es a través de una larga cadena de intermediarios con el ego hinchado como un sapo. El control que ejercen sobre nuestro ocio es el control de nuestro tiempo libre y por tanto la dominación final de nuestra vida, la rendición total a la empresa. Y para que eso entre bien, tienes que aprender a amar a la empresa.
Por eso, aparte de las divertidas actividades de fin de semana, vas a la oficina y ves cartelitos colgando del techo con el nombre de la empresa o logotipos o el lema mismo de la empresa serigrafiado en las paredes blancas de los pasillos y no, por el contrario –lo que tendría su gracia– el guarismo de tu pobre nómina con la que tiras, como puedes, todos los meses del año. Es la continua repetición de la imagen, del sello de la entidad, para que adquiera, por machaconería, consistencia de realidad en las mentes trabajadoras. Para que esa imagen, corporeizada, perdure en el recuerdo. Y esa imagen es a la empresa lo que el himno y la bandera son al Estado.
Todo se subordina al nombre de la empresa, a la empresa hecha carne, y nosotros somos los sacrificados y las sacrificadas a la inmortalidad de esa carne. En su artículo ‘Ixen paraules’, Rafael Sánchez Ferlosio advierte de lo invasivo que es el trabajo, de hasta qué punto invade la vida libre: “El merecido descanso remite y encadena el ocio al trabajo, en la medida en que el descanso no puede –o no debe– concebirse más que como restauración y aun recompensa del cansancio y el sacrificio del trabajo manual”. Así nuestras empresas orquestan estas salidas de ocio para que lo asociemos a su generosidad y candidez. Para que nuestro duro trabajo diario tenga como objetivo una salida que, también, como el resto de nuestras vidas, esté ligada a la empresa. Como compensación a las cuarenta horas de trabajo para la empresa, más empresa. Todo es empresa. Así tú ya no eres tú, sino lo que aportas a la empresa y lo que esta te da a cambio.
Salir un fin de semana con los gastos pagados por la empresa nos dará un buen recuerdo, pero no desaparecerán las fracturas internas del día a día laboral
Por eso van tan bien esas salidas de fin de semana, esas grasientas tapitas después de trabajar. Contribuyen a martillear la imagen en las mentes, a distraerlas de la realidad. Distraerlas de lo mucho mejor invertido que estaría ese presupuesto si se repartiera equitativamente entre los sueldos de la plantilla. Distraerlas de lo invasivo que es que se impongan estos eventos (que generalmente son infantiloides y ridículos) en tu tiempo libre. Distraerlas de lo falso que es ese gesto estratégico de la empresa. De lo falso que es que te paguen una ronda de fritangueo para que te parezcan filantrópicos y desinteresados cuando en realidad no se trata de un gesto libre ni espontáneo sino del cálculo que han hecho para ganarse la buena consideración de la plantilla. Distraerlas de la evidencia de que estos eventos jamás pagarán tu alquiler ni la compra de la semana. De la doble moral del gesto que hacen pasar por altruista cuando es pura construcción del ego corporativo y puras ansias de inmovilizar la iniciativa crítica o reformadora de las bases.
La empresa quiere prevenir el pensamiento crítico o la disensión real. ¿Tú quieres crear equipo? Créalo en horas de trabajo, no fuera. Fuera, repito, tenemos vidas y las queremos vivir y las sabemos vivir mejor que vosotros. Salir un fin de semana a la montaña con los gastos pagados por la empresa nos dará un buen recuerdo (si cerramos los ojos a las intenciones reales), y, siendo optimistas, una o dos anecdotillas que podremos contar al volver, pero no desaparecerán las fracturas internas del día a día laboral.
Nuestra tarea de cariño es darnos cuenta de lo que se esconde detrás de estas simpáticas propuestas y ver lo perversas que son en realidad.
Además: qué hay que celebrar. A los grandes cargos internacionales de la empresa multinacional de turno se les invita a pasar una semana en un hotel, se pagan rondas de cervezas y hors d’oeuvres en el comedor, cuando la mayoría de empleados tiene problemas para pagar el alquiler, y todo para festejar que la empresa existe y va bien. ¿Se celebra el sufrimiento de la plantilla? ¿La ineficiencia de los procesos que seguimos? ¿La insuficiencia de los salarios? ¿Cómo se llama cuando se celebra algo para ocultar otras cosas? Se me ocurren varias palabras. Pero da igual. Hay que estar agradecidos porque, al menos, nos permiten asistir a un espectáculo de falsedad en todo su esplendor. Y la sonrisa y la palmadita en la espalda que nos da la jefatura, sus palabras de agradecimiento y las promesas de futuros mejores caerán al suelo como ingrávidos, como lentos pañuelos de seda, dejando al descubierto lo que todos sabemos: que nada de lo que vemos es cierto.
Hemos encontrado una caja de lápices de colores. Nuestra afasia sólo es ilusoria: hemos sabido ver la falsedad de este teatro del ocio, lo que realmente esconde, que son ansias de poder y dominación y de conseguir que todo sea empresa y, lo que no lo es, quiera serlo o vaya a serlo. Vale, pero aquí hay una caja de lápices de colores.
Què fem? On anem? D'on venim?
Però aquí hi ha una caixa de llapis de colors.
Joan Brossa
Para distraer a los empleados, a muchas empresas se les ocurre la idea de proponer actividades...
Autor >
Mario Amadas
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