77º Festival de Cannes
El musical de Audiard eclipsa a la ópera de Coppola
La producción franco-mexicana ‘Emilia Pérez’ cierra la primera semana como uno de los filmes más aplaudidos, mientras ‘Megalópolis’ polariza a la crítica
Enric Bonet Cannes , 20/05/2024
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La primera semana de la 77ª edición del Festival de Cannes ha estado marcada por un musical y una película inspirada por el mundo de la ópera. Ha sido una extraña coincidencia de dos géneros poco habituales en el cine independiente. Eso se debe a dos de los filmes del certamen que más arriesgan en su propuesta: la esperadísima Megalópolis, de Francis Ford Coppola, y la producción franco-mexicana Emilia Pérez, de Jacques Audiard.
Ante el hype desmesurado, el retorno a las grandes pantallas desde 2011 del director de El padrino solo podía decepcionar. Así sucedió con una parte significativa de la crítica, que la ha destrozado, mientras que otros la adoran. Se trata, en realidad, de una película irregular con secuencias geniales y otras en que cae en lo ridículo. A pesar de que había generado menos expectativas, Emilia Pérez ha eclipsado a Megalópolis en la primera semana del festival. Tiene madera para desatar pasiones.
La obra del francés Audiard, de 72 años, comparte con Megalópolis su originalidad, pero es más redonda. Y eso que parte de una premisa bizarra: un musical sobre un narcotraficante mexicano que decide cambiar de sexo y convertirse en mujer para redimirse. El talento del director de Un profeta (2009) y Dheepan –Palma de Oro en 2015– se suma al de la cantante y compositora francesa Camille. Ella es la principal responsable de una banda sonora variada (reggaetón, pop, ritmos tradicionales mexicanos…) y excelente. Todo ello, acompañado por un reparto resultón, que catapulta a la fama a la actriz trans española Karla Sofía Gascón, de 52 años, muy poco conocida en España.
Un aspecto en que roza la excelencia Emilia Pérez es su capacidad para combinar la cultura pop con reflexiones profundas sobre la difícil redención del narcotraficante
Audiard: lo popular y lo intelectual
Gascón interpreta al narco Manitas, personaje inspirado en El Chapo Guzmán. Audiard tomó el personaje de un narcotraficante del cuento Écoute de Boris Razon –un experiodista de Le Monde– para concebir la historia del mafioso que cambia de sexo, según contó en la conferencia de prensa. ¿Podemos ser otra persona? Es el dilema existencial que mueve al protagonista de esta obra que crea lirismo a partir de un mundo tan sórdido como el de la mafia. “Intento dar encanto a una realidad muy prosaica”, dijo a la revista Telerama Audiard.
Manitas encarga a una abogada –interpretada por la magnífica actriz hispano-estadounidense Zoe Saldaña– que le ayude en su transición de hombre a mujer. Harta de un trabajo precario en un bufete al servicio de gente rica y poderosa, la letrada se dedica con diligencia a esa tarea, que consiste en simular la muerte del narcotraficante, además de llevar a su mujer (una sorprendente Selena Gómez) y sus hijos a Suiza. Una vez el capo ha cambiado de sexo, los hace volver a México. Allí se van a vivir con la nueva Manitas. Ella se hace pasar por una tía lejana del narco, cuyo carácter maternal y algo empalagoso evoca a la señora Doubtfire, protagonista de uno de los clásicos de principios de los noventa.
La trama de Emilia Pérez resulta más que peculiar. No pretende ser un retrato realista del México contemporáneo. Pero un aspecto en que roza la excelencia es su encarnación de la posmodernidad en el mejor de los sentidos de ese concepto. Es decir, su capacidad para combinar elementos de la cultura popular –la señora Doubtfire, canciones tradicionales, elementos de melodrama…– con reflexiones más profundas sobre la culpa y la difícil (¿o imposible?) redención del narcotraficante, así como de un país traumatizado por la violencia de la droga y los miles de desaparecidos.
Estos temas, habituales en el cine de Audiard, están en el centro de la historia de una obra que tiene sus puntos flacos. Sofía Gascón no es una actriz consagrada y a veces se le ven las costuras en su interpretación. Pero gracias al carisma de esta intérprete, ahora puede convertirse en una figura de la causa trans, amenazada por los discursos tránsfobos de parte de la derecha y de algunos sectores del feminismo. Pese a sus altos y bajos, Emilia Pérez resulta bastante menos irregular que Megalópolis.
‘Megalópolis’ descoloca y polariza a la crítica
Cuarenta años después de que empezara a idearlo, Francis Ford Coppola ha logrado culminar su proyecto maldito. Como sucede con las producciones que se eternizan, los claroscuros abundan en Megalópolis. Por ejemplo, sus personajes femeninos son demasiado planos y parecen pensados desde tópicos añejos, como la periodista seductora o la mujer que cura al héroe perturbado por su pasado. También hay secuencias ridículas en las que parecería que uno de los genios del Nuevo Hollywood quiera lanzar por la borda una reputación ganada a pulso con Apocalypse Now o la trilogía de El padrino.
Sin embargo, las críticas que han despedazado a Megalópolis invisibilizan algunos momentos memorables de esta película que transcurre en una Nueva York apocalíptica, rebautizada como Nueva Roma. En ella se enfrentan, en una surrealista campaña electoral, el arquitecto utopista César Catalina (Adam Driver) –una especie de Le Corbusier ecologista del siglo XXI– y el alcalde Franklyn Cicero (Giancarlo Esposito), un dirigente ultraconservador adicto al hormigón. Se trata de un eje narrativo inspirado en la famosa conjura de Catilina, año 63 a.C.
Que Coppola haya puesto en juego su reputación e hipotecado su patrimonio para financiar los 120 millones que ha costado le dan el mérito de existir
Entre otras ideas sugerentes y alocadas, Coppola sobrepone el universo de la decadencia de la República romana con unos Estados Unidos ficticios, pero genuinamente contemporáneos. En una de las secuencias más brillantes, combina una carrera en un circo romano con un show televisivo yanqui, con su dosis ineludible de escándalo sexual. Los tribunos de Roma aparecen reencarnados en demagogos populistas, al más puro estilo Donald Trump.
“Lo que pasa hoy en la política americana es exactamente lo mismo que pasó cuando los romanos perdieron su República”, declaró el director, de 85 años, en la conferencia de prensa posterior al estreno en Cannes. Coppola relacionó la decadencia del Imperio estadounidense con el auge de la ultraderecha. Megalópolis se presenta como un filme político, pero no profundiza en su mensaje. Toda una lástima. El filme reivindica la necesidad de pensar en las utopías desde el presente, una reivindicación a tener en cuenta por las izquierdas, a menudo demasiado centradas en la inmediatez.
Superficial en lo político, extravagante en lo formal
“Necesitamos un debate sobre el futuro”; “no dejemos que el tiempo reine sobre nuestro pensamiento”… Frases reivindicativas de ese estilo se repiten a lo largo de un largometraje en que el tiempo –una de las obsesiones del cine coppoliano– es un elemento esencial. Catalina, el protagonista, tiene el poder de pararlo. El director de Drácula (1993) o La conversación (1974) juega con ello para llevar a la pantalla múltiples efectos cinematográficos, como retrocesos, giros en los planos, montajes paralelos… Todos estos recursos recuerdan la omnipresencia de lo temporal en el cine de Christopher Nolan. Mientras el creador de Interstellar u Oppenheimer lo disecciona con la precisión de un ingeniero, Coppola lo hace como un artesano juguetón y algo pasado de vueltas.
De hecho, lo lúdico está muy presente en Megalópolis. En las sesiones en Cannes se ha visto una secuencia hilarante que se convertía en una obra en cuatro dimensiones. Era un momento en que un actor real fuera de la pantalla mantenía un breve diálogo con el protagonista interpretado por Adam Driver. De momento, se desconoce si los distribuidores contratarán a actores en cada cine para que repitan esa secuencia cuando se distribuya en las salas comerciales. O bien se verá de manera distinta.
Megalópolis es un ejercicio de estilo, una producción diferente y arriesgada en un cine estadounidense en el que la creatividad no cotiza al alza
Además del tiempo, Megalópolis incorpora numerosas referencias a la ópera, otra de las constantes artísticas de Coppola. La pronunciación enfática de los personajes, la combinación de lo trágico con lo cómico, su condición de gran espectáculo… Es larga la lista de elementos del mundo operístico. Hasta el punto de que no resulta exagerado hablar de esta obra como una ópera onírica. Tanto la atmósfera –una Nueva York con reminiscencias de Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick– como un montaje anárquico y en las antípodas del canon sugieren el mundo de los sueños.
Es un ejercicio de estilo, una producción diferente y arriesgada en un cine estadounidense en el que la creatividad no cotiza al alza. Que su veterano director haya puesto en juego su reputación e hipotecado una parte de su patrimonio para financiar los 120 millones de dólares que ha costado le dan el mérito de existir. Es, sin duda, una película disfrutable para aquellos que no se dejen carcomer por el hype. Ni por las ganas que tenían algunos críticos de despedazar al maestro Coppola.
La primera semana de la 77ª edición del Festival de Cannes ha estado marcada por un musical y una película inspirada por el mundo de la ópera. Ha sido una extraña coincidencia de dos géneros poco habituales en el cine independiente. Eso se debe a dos de los filmes del certamen que más arriesgan en su propuesta:...
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