cine
Todo es sexo, menos el sexo, que es tenis
Crítica de ‘Challengers’ de Luca Guadagnino
Deborah Sánchez 27/05/2024
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Quizá lo que más me ha gustado de Challengers es ese regusto que tiene toda la película a cine de los años setenta. Hay una potencia en las imágenes que se recrea en lo decadente, y una cámara tan obsesionada con los cuerpos de sus protagonistas que condena a sus imágenes a acabar hablando de muerte y colapso. Tampoco es de extrañar que las atmósferas, los colores e incluso el vestuario se perciban tan unidos a los años sesenta o setenta, porque la explosión del cuerpo masculino en la pantalla también vivió su apogeo en esta época. Al ver el cuerpo de Art (Mike Faist) y Patrick (Josh O’Connor) siendo el epicentro de la imagen, es difícil no pensar en Robert Mapplethorpe o incluso en Andy Warhol. Reconozco que Blow Job se me vino a la cabeza en varias ocasiones. ¿Por qué nunca vimos la mamada? ¿Realmente la hubo? Guadagnino inmortaliza los cuerpos de los tres protagonistas antes de su cenit.
La primera en pasar por la trituradora es Tashi (Zendaya). Antes del colapso, su cuerpo domina toda la pantalla: un cuerpo en fuga, que salta, se retuerce y vive en escorzo, hasta que acaba siendo el contenedor de una ambición sin medida. Su belleza física queda consagrada a través de la lente y de los diversos anuncios falsos que llenan la película. El cuerpo se presenta, por un lado, casi como un plástico perfecto y, por otro, desde la fragilidad y la falibilidad. Ambas vertientes se convierten en una corriente subyacente de estrés, ansiedad y frustración. La carrera dentro del mundo del tenis acaba equiparada a una especie de caníbal: a los 30 eres un abuelo y a los 40 un muerto viviente que se pasea por las pistas. Guadagnino lo sabe instintivamente, y así nos lo transmite. Una película sobre la belleza y la juventud habla de manera indefectible de todo lo que se pierde cuando ambas cosas se esfuman.
Challengers es una película que habla de sexo casi todo el tiempo; todas las interacciones de los protagonistas están hipersexualizadas por un deseo que desborda. El personaje de Zendaya se erige desde el principio como el objeto de deseo del triángulo, pero quizá lo más interesante es cómo Guadagnino desplaza el interés hacia el retrato del cuerpo masculino y su deseo. El equilibrio entre los tres es perfecto: el estoicismo de Tashi pone límites a la energía desbordante de Patrick y activa la languidez siempre complaciente de Art. Cuando estas energías fluctúan y los personajes salen de los límites que se han autoimpuesto es cuando la película deja las mejores escenas. Pienso en la escena de Patrick y Tashi hablando fuera del hotel, o cuando posteriormente vuelven a encontrarse en el coche de él y acaban teniendo sexo. Ella dejando a un lado su obsesión por el control, Patrick siendo sarcástico e incluso cruel, pero también Art cuando deja de moverse para complacer y simplemente permanece quieto como sucede durante la escena final.
La cámara está más obsesionada por mostrarnos la anatomía de ellos: sus cuerpos sudorosos, las venas de sus brazos o los muslos abultados, que con el cuerpo de Tashi. Guadagnino, y en esto me recuerda una y otra vez al Warhol de Blow Job, esconde e insinúa. Parte del relato se va desvelando a medida que avanza el metraje. Las diferentes líneas temporales nos dan algunas claves, pero en realidad, ¿quién las necesita? Challengers podría haber sido una película lineal o una película llena de agujeros en el relato; realmente nada hubiese cambiado, ni siquiera ese último gesto de Patrick cuando va a sacar durante el tie break y lleva la pelota exactamente al punto al que lo lleva Art antes de servir. Es un gesto, pero también un idioma, es un lenguaje de amantes, un glíglico: “Me he acostado con tu mujer”. Yo llevaba esperando el gesto toda la película, pero es un gesto para la galería, innecesario en realidad, porque sabemos que Art ha visto a Tashi y a Patrick juntos. Guadagnino solo subraya lo que ya sabemos una y otra vez, subraya lo que no es importante.
Challengers exuda planos perfectos que ya están inundando el viejo Tumblr y el casi olvidado Pinterest. Challengers es carne de gifs que repiten en bucle el beso entre ambos protagonistas masculinos ante la mirada expectante de Zendaya. Esto me ha hecho pensar en dos cosas que definen la película a la perfección: ese gusto por la estética de anuncio prolongado, sobre todo en la línea temporal adulta de Tashi y Art, ya juntos como marido y mujer; y por otro lado, Patrick, con esa estética desarrapada de niño grande que nunca acaba de crecer, de personaje con tremenda big dick energy atrapado en una coming of age. Esas son las dos virtudes de Challengers: ser una película veraniega, fresca y desenfadada, al mismo tiempo que se entrega a la elegancia, al placer y al melodrama, y nos invita a todos los niveles de hipérbole y grandiosidad. Es una película que pivota entre el deseo y la misma muerte, aunque casi nunca se hable de ella. Y lo sabemos, nada de esto es importante, pero quizá sí sea necesario remarcar que Challengers es mejor cuando se entrega por completo a sus instintos más básicos, cuando no pierde de vista su sentido del juego, su capacidad para ser frívola, cuando celebra la idea del sexo, incluso el más caótico, como impulsor del placer en nuestras vidas.
Quizá lo que más me ha gustado de Challengers es ese regusto que tiene toda la película a cine de los años setenta. Hay una potencia en las imágenes que se recrea en lo decadente, y una cámara tan obsesionada con los cuerpos de sus protagonistas que condena a sus imágenes a acabar hablando de muerte y...
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Deborah Sánchez
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