FRAUDE ACADÉMICO
El imperio de la cita
Las métricas falsificadas del catedrático salmantino Juan Manuel Corchado responden a los valores del sistema académico español
Bécquer Seguín 28/05/2024
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Juan Manuel Corchado es un imperialista, un imperialista de la cita académica. El catedrático salmantino, que tomará posesión como rector de la Universidad de Salamanca este viernes 31 de mayo, es de los científicos más citados de España. Le han citado y citado y requetecitado. De los más de 123.000 investigadores que registra el CSIC en el ranking de científicos españoles en Google Académico, Corchado ocupa el puesto 157. Hace un par de años había alcanzado el puesto 145. Tanto le han citado a Corchado –unas 45.000 veces, al parecer– que el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades dirigido por Diana Morant ha pedido que el Comité Español de Ética de la Investigación lo investigue por fraude académico.
Al parecer, las citas de Corchado se parecen más a un dibujo de M. C. Escher que a la densa red referencial de la que dependen los científicos para desarrollar conocimiento nuevo. A principios de marzo, poco después de anunciar su candidatura a la rectoría, el periodista Manuel Ansede de El País publicó pruebas de que Corchado –un especialista, nada menos, en inteligencia artificial– había hinchado artificialmente durante años la cantidad de citas a su investigación. La combinación de autocitas irrelevantes, perfiles científicos falsos e instrucciones impropias a sus trabajadores resultó en que el catedrático de 52 años se convirtiese en uno de los investigadores del país con más “impacto científico”.
Lo curioso de este fraude académico es que no es de los típicos. No tiene que ver con el tipo de plagio del que se acusó a la rectora de Harvard, Claudine Gay, y que sirvió, entre otros factores, para que terminara dimitiendo en enero. Ni tampoco con irregularidades científicas en la recolección de datos, acusaciones que dieron pie a la dimisión, en julio, del rector de Stanford, Marc Tessier-Lavigne. Lo de Corchado enlaza con algo mucho más banal, anónimo e inusual como es la cita. Y aunque este fraude no es de película, empieza a desvelar el rostro de una crisis científica por venir: la del imperio de la cita.
El catedrático de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial hinchó sus números porque percibió bien la lógica del imperio. Esa lógica hace una equivalencia entre la cantidad de citas y el “impacto científico” de un investigador. Cuanto más tengas de una, más se asume que tienes de la otra. Pero el imperio no siempre fue bélico. El uso de los índices, como Google Académico, para evaluar una carrera científica en base a la cantidad de citas cosechadas es un invento contemporáneo. Cuando el lingüista Eugene Garfield, padre de la bibliometría científica, creó el primer índice de citas moderno en los años cincuenta, lo hizo para ayudar a los científicos a catalogar la creciente cantidad de artículos académicos. Ya no se podía contar a mano todas las citas relevantes de un campo. Ese índice hoy se conoce como Web of Science, uno de los más importantes del mundo.
Pero hoy el índice científico se ha convertido en instrumento de guerra. Y esa guerra se está llevando a cabo contra la evaluación científica. Aunque hoy día prima la idea de que una cita equivale a “impacto científico” y que el “impacto científico” es una métrica positiva, esta lógica tiene notables lagunas. Como explica la filósofa Chiara Lisciandra de la Universidad de Utrecht, “las métricas de citas interpretan las citas como si fuesen indicios de distinción, a pesar de que los científicos pueden citar por otras razones, incluso para criticar un trabajo”. Y aun reconociendo que la crítica es parte del avance científico, las citas dependen de muchos otros factores. “No siempre un trabajo muy citado merece reconocimiento”, explica Lisciandra. “Un trabajo puede recibir atención porque es un ejemplo de fraude o conducta científica impropia y sería erróneo premiar ese tipo de trabajo –y a sus autores– por el mero hecho de que ocupa una posición alta en los índices de citas”.
Corchado se ha beneficiado mucho de la primacía de la cita. Las citas excesivas a su trabajo le han permitido proclamarse uno de los máximos expertos en inteligencia artificial de España y del mundo. Le han colocado en un buen lugar para poder pedir millones de euros a entes como los Emiratos Árabes para su equipo de investigación. Y, cómo no, han respaldado su candidatura a la rectoría. Pero el ascenso de Corchado a la rectoría no se debe puramente a estas métricas falsas. Esa sería una narrativa demasiado fácil, una explicación sencilla equivalente a aislar una variable simple cuando falta lidiar con muchas variables de confusión de por medio. Su elección seguramente se debe al politiqueo, ejercido durante muchos años no sólo por los pasillos de la universidad sino también por los del ayuntamiento. ¿Hasta qué punto habrá llegado este politiqueo para que casi la mitad de los catedráticos y titulares votaran en blanco como forma de protesta contra él?
Pero las métricas falsificadas de Corchado también van más allá del politiqueo académico. Responden a los valores del sistema académico español. Mientras que algunos investigadores manipulan la materia prima de los datos y el análisis, otros, como Corchado, tuercen la percepción de una carrera científica. De ahí, una diferencia cualitativa. La trampa de manipular o falsificar datos tiene que ver principalmente con el contenido de la investigación. Los datos se inventaron porque el autor quería, más que nada, probar su tesis. En el ámbito académico, la tesis y su impacto real en el campo científico es lo que rige la carrera de un investigador. Una tesis innovadora es de un valor incalculable.
Pero lo de Corchado no pretendía ser un terremoto intelectual. Su manipulación de la ciencia ha tenido fines marcadamente políticos. Sus trampas intentaban manipular una lógica de equivalencia que dicta que las citas necesariamente conllevan un impacto científico y que ese impacto científico es necesariamente positivo. Por decirlo de otra manera, la falsificación de Corchado no tiene nada que ver con el contenido de la investigación. Tiene que ver con su forma. Todo esto responde directamente a los incentivos de la ANECA. Como le explicó Ignacio Sánchez-Cuenca a Sebastiaan Faber hace unos años en esta misma revista, en la ANECA, “la evaluación de la producción académica se realiza mediante indicadores ‘objetivos’ sin que los evaluadores lean una sola línea del trabajo evaluado”. Muchos de esos indicadores supuestamente objetivos se basan en las métricas de citas. Entonces, cabe preguntarse: ¿qué es peor: manipular los datos para que parezca que apoyan tu tesis revolucionaria o manipular los datos para que parezca que tu trabajo tiene más impacto en la comunidad científica? No lo sé. Pero sé qué es más barato.
No se sabe todavía si el escándalo en pie sobre las citas de Corchado engendrará aún más citas a su trabajo. Eso sí que sería poético: que la caída del imperio de la cita fuera de la mano del aumento de citas a Corchado mismo. Pero los desenlaces de estas tramas académicas suelen ser más trágicos. La tragedia, tal y como anticipó el investigador Nicolás Robinson-García en el 2022, cuando se publicaron las primeras pruebas de fraude contra Corchado, es económica. “Si este comportamiento no es único de este individuo, entonces refleja serios problemas con la atención excesiva dada a indicadores bibliométricos a nivel individual en España”, dijo el investigador de la Universidad de Granada. “El sistema español es anómalo en Europa (tal vez junto con el italiano) por el hecho de que tiene un sistema evaluativo centralizado a nivel nacional que valora la investigación individual. Esto pone tanta carga en la administración que tiene que depender de indicadores bibliométricos para ser eficiente, lo cual perjudica la calidad de tal evaluación”.
Cuanto menos se invierta en la evaluación cualitativa, conjugándolo con los índices de citas y otros métodos, más Corchados habrá. Por ahora, su caso es excepcional. Sus niveles de autocita son caricaturescos: en un resumen de dos páginas de una ponencia que dio en La India se citó a sí mismo unas 200 veces. Pero mini Corchados, que no son tan descarados a la hora de saltarse las normas académicas, no faltan. Y con el apoyo de la España de la cita imperial seguirán colonizando nuevas fronteras.
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Bécquer Seguín es profesor ayudante doctor de estudios ibéricos en la Universidad de Johns Hopkins y autor del libro The Op-Ed Novel: A Literary History of Post-Franco Spain.
Juan Manuel Corchado es un imperialista, un imperialista de la cita académica. El catedrático salmantino, que tomará posesión como rector de la Universidad de Salamanca este viernes 31 de mayo, es de los científicos más citados de España. Le han citado y citado y requetecitado. De los más de 123.000...
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