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José Luis Ortiz Nuevo / Escritor y poeta

“Morente descubrió un mundo musical del que todavía no sabemos el alcance de su grandeza”

Pedro Calvo 14/06/2024

<p>José Luis Ortiz Nuevo, en Madrid, durante la Suma Flamenca, 2020, dando una conferencia sobre Morente. / <strong>De Flamenco TV</strong></p>

José Luis Ortiz Nuevo, en Madrid, durante la Suma Flamenca, 2020, dando una conferencia sobre Morente. / De Flamenco TV

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José Luis Ortiz Nuevo (Archidona, 1948) ha escrito en 357 páginas un gran abrazo a Enrique Morente. Es el primer volumen de una futura trilogía y se llama Libro de Morente. 1. El impulso del riesgo 1969-1976. La obra toma forma como conversación imaginaria entre escritor y cantaor. Ortiz Nuevo ha construido esa conversación con los materiales de su memoria personal compartida con Morente. Pero además del fundamento que deja haber sido por décadas compañeros de viaje en el flamenco, este libro recupera materiales diversos de lo que Ortiz Nuevo y otros dejaron escrito en la prensa del momento. 

En la solapa del libro se dice que menos cantar, tocar y bailar, Ortiz Nuevo ha hecho y hace casi de todo en el flamenco. Añadiría que José Luis es actor, poeta, periodista, investigador, creador de espectáculos y activista flamenco. Son indispensables sus libros con la memoria oral de tres grandes del cante flamenco como fueron Pepe el de la Matrona, Pericón de Cádiz y Anica la Periñaca: tres tratados esenciales para saber de qué va el flamenco y de qué va la vida en general. La obra de Ortiz Nuevo desentrañando el flamenco le ha convertido en okupa pertinaz de hemerotecas desde Madrid a La Habana. Ensayos básicos suyos son ¿Se sabe algo? Viaje al conocimiento del Arte Flamenco en la prensa sevillana del siglo XIX (1990) y Alegato contra la pureza (2010). 

Ortiz Nuevo se ha subido a las tablas con enjundia en sus emocionantes espectáculos sobre Pericón de Cádiz, “Por dos letras”, y con Carrete de Málaga, “Yo no sé la edá que tengo”. Ortiz Nuevo fue creador y director de la Bienal Flamenca de Sevilla durante quince años. Si no estuviera tan devaluada la palabra sabio, esa distinción encajaría a la perfección con las hechuras y talentos polifacéticos del escritor. En este volumen se aprieta con el gran cantaor y amigo. Mi experiencia es que el lector puede vivir en este libro el abrazo con lo imposible: sentir la presencia inmediata de Enrique Morente.

¿Con qué intención te pones a escribir Libro de Morente?

Empecé a escribirlo en 2016, cambiando de rumbo en la vida. Este libro era una asignatura pendiente. Al principio de todo pensamos hacerlo juntos Enrique y yo. No pudo ser. De Archidona me fui a Granada: lo que pretendía era coger los textos que yo había escrito con Enrique, y trufar eso con la actualidad del momento. Pero cuando veo el aluvión de noticias que hay, me obliga a reestructurar todo. Por medio del periodista y amigo Alejandro V. García me enteré de que la colección entera del diario granadino El Idealestá digitalizada con buscador. Pun, ahí voy. Eso supone la entrada de otro gran fardo de información, además aparecen otras fuentes. Es un libro muy intenso de esos siete años, de 1969 al 1976. Una conversación con una persona viva.

Conversamos a veces con Morente como otros hablan con los santos.

La conversación con Enrique en este libro sucede de la manera más natural. Ha habido momentos de gozo tremendo cuando me he puesto a escribir y las cosas han salido de una manera fluida y sencilla. Tiene ese ropaje que, en mí, no es más que la búsqueda de un ritmo. Si pienso que he encontrado ese ritmo de expresión, lo disfruto y me explayo. También ha habido momentos chungos, de jartura, pensando que esto no se acababa nunca.

La palabra riesgo aparece ya en una entrevista que le hacen a Enrique en el verano del 76

Subtitulas este libro con el rótulo El impulso del riesgo 1969–1976. ¿Qué significa aquí la palabra ‘riesgo’?

El riesgo es atreverse a mirar lo que no se conoce. Ver si en esos rincones de la vida, del tiempo y del silencio hay algo que pueda deslumbrar, que sea motivo de singularidad, belleza y juego. La palabra riesgo aparece ya en una entrevista que le hacen a Enrique en el verano del 76. Acabábamos de estar los dos trabajando juntos en dos aventuras ibéricas. Primero en Mallorca, en “La Nit de la Cançó per al Poble”, y luego en Rute, en un homenaje a Rafael Alberti. En Rute estábamos en un campo de fútbol, rodeados por la Guardia Civil, pero en Mallorca se respiraba libertad, tranquilidad y no problem. 

En Madrid se te enciende la luz del flamenco.

Sí. Yo venía de Archidona, un pueblo de la sierra norte de Málaga donde no hay particular afición a lo flamenco. Pero yo tenía la curiosidad intelectual de conocer este fenómeno tan andaluz, tan hermoso y tan auténtico. Entro en el mundo del flamenco en Madrid en 1969, gracias a Enrique Morente, que es mi tutor, y gracias a mis maestros Pepe de la Matrona y Pericón de Cádiz. Era un estudiante que había abandonado la lucha política y me metí de novillero, o de maletilla, en lo flamenco. Entro en este mundo con Enrique, y entramos juntos en el pensamiento, en voluntad, en deseo. Nos conocimos en la puerta del tablao Zambra, saliendo a fumar, a lo mejor porque no era solo tabaco. Ahí tengo el flechazo con él.

Enrique es de los pocos que entonces defiende el tablao como un lugar de aprendizaje, de espectadores

¿Cómo era Morente en esa época?

Todos los días que su madre –una mujer maravillosa– hacía cocido, yo me apuntaba a comer en su casa. Enrique es un tipo muy despierto, muy inteligente; es una esponja que todo lo capta, que se entera de todo. Era un flamenco que no parecía un flamenco. Parecía un hombre de la calle, en el mejor sentido de la palabra. Un hombre moderno, un moderno fino, inteligente, en una España completamente caduca. No era el arquetipo del flamenco con el traje oscuro y con el chato de vino en la mano. Se movía con naturalidad pasmosa entre pintores, escritores, poetas, músicos… En eso era único, no había otro flamenco como él, que estuviera al día en otros ámbitos de conocimiento. Había aprendido mucho en el mundo de la fiesta, al lado de Pepe el de la Matrona y Pericón de Cádiz. Enrique echó los dientes en un restaurante madrileño en el que uno de los comensales de continuo era don Carlos Arias Navarro, Carnicerito de Málaga. Sabía estar en esos ambientes. Tenía los colmillos retorcidos y sabía cómo tratar a las criaturas de la aristocracia con ese ingenio y esa picardía.

¿Cómo se vivía el miedo en ese momento?

Enrique no tenía miedo. Era prudente: su valentía la demostraba de otra manera. No era un provocador, ni quería darse a entender por esa seña. Como éramos jóvenes, teníamos energía suficiente para soslayar ese miedo que estaba alrededor, y tirar para adelante.

A tope en los tablaos del tardofranquismo.

Enrique era ya el Príncipe de la NocheLos tablaos de entonces eran sitios deslumbrantes. Eran, para mí, un sitio misterioso y desconocido: Zambra, Las Brujas, El Café de Chinitas… Era estar en la gloria. Allí estaban los grandes artistas del momento. Pero la corriente más academicista, el jondismo que venía de los años concuenta, despreciaba los tablaos como cosa para turistas. Un desprecio que viene sucediendo desde los principios del flamenco. Enrique es de los pocos que entonces defiende el tablao como un lugar de aprendizaje, de espectadores. Porque un arte que no tiene público es arte muerto. 

¿Aprendías de Enrique?

Aprendía viendo cómo Enrique resolvía las cosas de la vida. Siempre andaba a su juicio y parecer. Tenía un gran defecto: la impuntualidad. Nunca se disculpaba por llegar tarde, tanto que yo quedaba para comer con él en su casa y así no se me perdía. Aprendía de su madurez siendo tan joven, de su soltura, de su forma de comportarse, de su generosidad. Aprendía de su talento a la hora de responder. Me animaba su forma de reír, de sentir la vida con espíritu de risa. 

No conozco a nadie que ni de lejos tenga su conocimiento. Enrique tenía de Matrona el concepto en el cante de grandeza y profundidad

¿Qué destacas de Morente como intérprete y creador?

Enrique Morente descubrió un mundo musical del que todavía no sabemos el alcance de su grandeza. Era un hombre que buceaba de esa manera en la música flamenca, conociéndola tan a fondo como la conocía. No conozco a nadie que ni de lejos tenga su conocimiento. Enrique tenía de Matrona el concepto en el cante de grandeza y profundidad, de trascendencia. Eso es lo que él hereda y ahonda. Una de las grandes historias de Morente es que nunca se repite. Siempre está el riesgo. Enrique se vaciaba. Tenía la seguridad del conocimiento. Tanta era la garantía que le daba su conocer que le permitía bichear alrededor de la regla. 

¿La poesía le cambió la forma de ver el flamenco?

Enrique, como decía Pepe de la Matrona, se había educado frente a un colegio de pago. Cuando él se encuentra con la poesía de Miguel Hernández, se enamora de una manera brutal. Comulga totalmente con Miguel. En esa época apenas conoce nada de Lorca, que le parece un poeta muy fino. Y para cantar a Miguel Hernández, Enrique tiene la sensación de que no le vale el código que tiene, que tiene que inventar. La chispa de ponerse a componer la enciende Miguel Hernández. Y eso lo traslada desde Gil de Biedma hasta Al-Mutámid, San Juan de la Cruz o Lope de Vega. Ya tienes ahí un torrente de música que levanta este ateo maravilloso que es el gran cantaor de los místicos españoles. 

José Luis Ortiz Nuevo. / Fotografía de El Dorado Sociedad Flamenca de Barcelona

Morente huye de las etiquetas con ironía y paradoja.

Una de las preocupaciones de Enrique es que no lo etiqueten. Protesta y se rebela contra su encasillamiento. Por eso cuando le preguntan si está haciendo la revolución, Enrique dice: “Yo lo que hago es cantar según el sentimiento mío, respetando…” Morente abre la espita de la libertad según el sentimiento. Se siente una persona, no esclavo, que canta con el principio sagrado de cantar de acuerdo consigo mismo. Pero ocurre que cuando hace eso, está haciendo una revolución: crea un camino nuevo, una expresión nueva, una forma nueva de comportarse y entender la vida e interpretar. Siempre tuvo la precaución de que no lo consideran como hereje convicto y confeso. 

¿Qué fueron para Morente los territorios de Granada, Madrid y México?

Granada es la madre. Madrid es el aprendizaje profesional y el trabajo. Y México es un mundo, la cultura y la pasión. Enrique empieza su carrera profesional en los años sesenta por ahí afuera. Primero en Nueva York con el ballet de Mariemma. En 1965 se tira varios meses en Japón y media Europa haciendo “La Celestina”, con Susana, José y la Talegona. Cuando Enrique va a México ya ha visto mundo. Esa actitud cosmopolita lo define muy particularmente. En México conoce a los viejos poetas del exilio republicano que quedaban: el poeta Luis Rius y su mujer, la bailaora Pilar Rioja, son muy importantes. En México, con Manzanita –casi un niño– al toque, Morente es ya un cantaor del mundo. 

¿Cómo es esa primera obra discográfica de Morente?

El segundo disco “Cantes Antiguos del Flamenco” (1969), con el Niño Ricardo, es un monumento. Lo mismo que el siguiente “Homenaje Flamenco a Miguel Hernández” (1971). Son discos clásicos que no han envejecido ni diez minutos. 

La maldición del flamenco como algo plebeyo es lo que prevalece en la conciencia cultural del país

¿Morente ha sido un artista comprendido?

Sí. Morente está absolutamente reconocido. Pero también hay críticas malas porque en este país la envidia es el vicio nacional prevalente. La envidia, la desconsideración y la ceguera. En la prensa de los años sesenta, el primer Manuel Ríos Ruiz es uno de los apoyos entusiastas de Enrique, que es reconocido como representante del nuevo cante flamenco puro. Pero también hay un exabrupto al final de los años sesenta de Manuel Barrios en ABC, que es verdaderamente penoso que tuviera que echar mano de esa guasa para referirse a Enrique. 

La crítica flamenca a veces no sabe reconocer lo que ve y escucha.

En la crítica flamenca vemos luchas de poder. Hay declaraciones de cuando entonces del presidente de una peña de Jaén que dice que más de cincuenta personas en el público ya no es pureza. En esos años por cantar un fandango en los festivales te pueden llevar al Campo de los Mártires. La pugna por lo jondo, lo puro y lo auténtico frente a lo populachero y lo turístico es muy viva entonces, con unos ribetes de irresponsabilidad muy grandes. A Porrina de Badajoz lo ponen a parir por cantar de pie en Granada. La maldición del flamenco como algo plebeyo es lo que prevalece en la conciencia cultural del país. Pero el que va a escuchar a Morente lo que quiere es descubrir algo nuevo. Para quien sigue a Enrique con las ventanas abiertas, el disco “Omega” (1996) es una ópera, un océano. No hay cosa más doliente, más terrible y más brillante que la seguiriya de “Omega”.

¿Qué le dirías a la gente para que se acerque al Libro de Morente?

Que se va encontrar con un libro de amor, de nostalgia y reivindicación de uno de los grandes artistas de la cultura española de todos los tiempos, como Picasso, Goya, Manuel de Falla, Pastora Pavón… Enrique es un imprescindible.

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Así se hizo el poeta José Luis Ortiz Nuevo

“A mí me pusieron El Poeta en el Colegio Mayor San Juan Evangelista porque en los descansillos de las escaleras había unas sesiones en las que algunos leíamos versos o algunas palabras escritas. Escribí dos poesías. Una estaba dedicada a una chica en el metro con unos ojos que me sedujeron y se fueron. La otra estaba dedicada a los grises y empezaba: ‘Hoy te he llamado hijo de puta y sé que para ti también lo soy’. Un compañero de pasillo en el San Juan me puso por eso de El Poeta. Cuando caí preso escribí alguna copla. Luego escribí más y ahora saldrá un librillo con cantes feministas, que se llama En mi cuerpo mando yo. Es muy gozoso escuchar que esas letras que has escrito están en la voz de Carmen Linares y Miguel Poveda”.

De vez en cuando la vida
Parece una fantasía
Y cuando menos lo esperas
Te da lo que más querías
Aunque luego se lo lleva.
 

Pero no te desesperes
Mira que ella es así
Mira qué cosa es la vida
La vida tal como es
Un ramito de ambrosía
En el huerto de la hiel.

La vida que conocemos
La vida que tanto amamos
Con sus horitas de dulce
Y sus finales amargos.

“Canto de la resignación” J. L. Ortiz Nuevo

 

La luz que a mí me alumbraba
un mal viento la apagó
y el calor que me daba
en nieve se convirtió
la luz que a mí me alumbraba
vino el viento y la apagó. 

No cabe en mí el desengaño
que el desengaño soy yo
sembré la flor del romero
y el romero se secó. 

Me fie de una ilusión
pero fue cosita vana
en seguida se me murió
de la noche a la mañana. 

La luz que a mí me alumbraba
solo alumbra mi dolor
ella perdió la llama
yo perdí mi corazón. 

Yo creía que la vida
era amable y complaciente
y es un rosario de espinas
con las cuentas de la muerte. 

“La luz que a mí me alumbraba” J.L. Ortiz Nuevo

José Luis Ortiz Nuevo (Archidona, 1948) ha escrito en 357 páginas un gran abrazo a Enrique Morente. Es el primer volumen de una futura trilogía y se llama Libro de Morente. 1. El impulso del riesgo 1969-1976. La obra toma forma como conversación imaginaria entre escritor y cantaor. Ortiz Nuevo ha...

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Autor >

Pedro Calvo

Periodista chusquero. Nací en Cuatro Caminos (Madrid), en 1954. Vengo de los felices tiempos del estajanovismo plumilla. Me dio por escribir de músicas y de la tele. Tengo el humor ahí. Una manía. En RNE me dejan ponerme fino delante del micro.

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