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Al anunciarlo, Jimi Hendrix fue escueto y preciso. “Are you experience?”, clamó mientras pudo. Suena a cosas de cuando los pantalones campana, pero se entiende casi sin saber inglés. Suena a psicodelia, y lo es. La buena música, sea la que sea, puede llegar a tener efectos psicodélicos por el sencillo acto de escuchar con atención. Psicodelia: excitación sensorial que se manifiesta con euforia y alucinaciones y que está producida por el consumo de música de calidad. De calidad 00. Esa música te hace flotar, recibir inauditas descargas eléctricas. Esa música grande te arrastra a bailar como sin querer, a fondo perdido, con el cuerpo y con la mente en un tremendo vacilón. A ese momento mágico le llamamos: melocotón. Pero esto no va de raptos místicos ni de árboles frutales. Esto va de Salif Keita y Rubén Blades, hacedores en concierto de dos melocotonazos de época. Sucedió en las madrileñas Noches del Botánico.
Salif Keita, septuagenario astro de Mali, rutilante estrella del afropop con denominación de origen. La voz de Oro de África hasta tiene pedigrí. Un pedigrí que se remonta a Sundiata Keita, rey fundador del Imperio de Mali, que nació en la misma década en que murió el Cid, cuando agonizaba el siglo XII. Esos apellidos compuestos tan españoles, hijos todos de una pata del Cid, no pueden competir con eso: Salif desciende de un emperador. Gobierna su descomunal orquesta Keita dejando hacer, animando a sus vocalistas e instrumentistas con una amable elegancia. Por contraste, me hace recordar la mirada de Don Cicuta con la que el dios Miles Davis gobernaba a sus músicos.
Nuestro majestuoso albino, promotor de la Salif Keita Global Foundation, es activista por los derechos de las personas albinas, que en la costa occidental de África y otras partes de mundo padecen una discriminación especialmente disparatada. Vino a España por primera vez en 1989, cabalgando en la exitosa estela de Soro, su primer disco en solitario. De entonces a aquí, sigo pensando lo mismo: Salif Keita es el Camarón africano. Esa voz conmovedora en extremo, que te rompe, nadando en una apoteósica modernidad africana con raíces subacuáticas, remada para y por sus sensacionales músicos. No se puede cantar mejor, con efectos más conmovedores. Ni se puede hacer una música de baile más ilustrada.
Unos días después, como era de esperar, Rubén Blades volvió a montarla con la big band de su compatriota panameño Roberto Delgado
Desde los primeros discos Soro (1987) y Amen (1991) hasta el último Un autre blanc (2018), el estilo de Salif permanece fértil, vitalísisimo: un faro personalísimo del afropop. El canto y la danza de las dos coristas que lleva la banda te dejan muerto y resucitado. Iguales milagros hacen los dos virtuosos de la kora y el ngoni, que se revuelcan en suelo y tocan su instrumento por la espalda como Hendrix y Emilio el Moro. La guitarra y el bajo, fieras transculturales. Y el amigo de la batería dominaba la juerga con la madre de todos los tambores. Piezas extensas que multiplican una tromba rítmica irresistible. En un par de compases ya estás en un trance risueño. Es música de la felicidad, que tiene sus puntos de reivindicación, queja y dolor, pero la felicidad lo gobierna todo. Enfundado en un elegante kaftan amarillo, con gafas negras para protegerse de la luz y con un glamuroso sombrero blanco, Salif Keita bailó la guaracha africana con un solo pie. El resto de los mortales necesitamos las dos patitas.
Unos días después, como era de esperar, Rubén Blades volvió a montarla con la big band de su compatriota panameño Roberto Delgado. Fue una explosión dentro de otra explosión. Rubén cumplió 75 años el pasado 16 de julio. Y lo viene celebrando con una selección de las composiciones –algunas míticas– que han jalonado su larga, fascinante y humanísima carrera. Presentó los temas, según dijo, para ofrecer contexto. Muy bien. Empezó con Plástico: una declaración de principios sobre la banalidad de la sociedad de consumo y la ideología que la sustenta. Tiene este estribillo:
“No te dejes confundir
Busca el fondo y su razón
Recuerda, se ven las caras
Pero nunca el corazón”
Me tengo que cortar en lo de poner trocitos de letras escogidas porque la impresionante lírica de Rubén da para una caravana de viñetas, historiones, costumbrismos, meditaciones y metáforas que es toda una literatura. Sin esa gran literatura de Blades, la salsa se quedaría sin la sal de la tierra y el tumbao de los guapos. Sonaron temazos que ya son himnos. De discos que son honor y gloria de la canción latina con fundamento: Metiendo mano (1977), Siembra (1978), Buscando América (1984), Escenas (1985), Amor y control (1992), Swing! (2001)… Y como el orquestón de Roberto Delgado le pega fuego a la salsa-swing, Rubén se calzó el traje de crooner para cantar (mirando con un ojo a Tony Bennett) “Watch What Happens” y (mirando con el otro a Frank Sinatra) “The Way You Look Tonight”. Un fenómeno.
Muy al principio sonó “El padre Antonio y el monaguillo Andrés”, que es una especie de gran manifiesto de la canción política latina con nombre propio. Basada en hechos reales, es un réquiem que se baila, un homenaje al sacerdote católico Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador hasta 1980, fecha en la fue brutalmente asesinado –mientras celebraba misa– por su compromiso con la Iglesia de los pobres. La mirada del autor de “Pablo Pueblo” ha definido el marco de la liberación en América latina con incisiva emoción.
“Los boleros se escriben cuando el amor comienza y cuando en el amor termina. En lo que hay en medio no se escriben boleros”
Las experiencias tiernas también le ponen. Cantó el bolero “Ya no me duele”, y lo presentó con unas palabras que le dijo el llorado Tite Curet Alonso: “Los boleros se escriben cuando el amor comienza y cuando en el amor termina. En lo que hay en medio no se escriben boleros”. La fibra sentimental estuvo presente en muchos momentos del catártico concierto. Como muchos de los compañeros, inspiradores y amigos músicos del panameño ya han fallecido, la gran pantalla del escenario rindió homenaje, entre otros, a Johnny Pacheco, Tito Puente, Celia Cruz, Héctor Lavoe… Y por la parte española: Camarón, Paco de Lucía, Lola Flores, Niño Bravo, Camilo Sexto… También hay humor en las cosas de Rubén. Al presentar esa gran composición suya “El Cantante”, que Héctor Lavoe asumió como suya hasta las últimas consecuencias, Blades soltó esta filosofía: “Lo único que detiene la caída del cabello es el piso”. Fistro total.
Más de medio siglo lleva Rubén en la música. Además de gran cantante y compositor, abogado y activista, actor de carácter en el cine y la tele estadounidenses, ha sido ministro de Turismo de Panamá (2004-2009). Tiene don de gentes. En el público del Botánico dominaban banderas de Venezuela y su nutrida parroquia de portadores. Tal vez por eso, o porque le vino a Rubén el pronto de su controversia con Maduro, como quien dice “¡azúcar!”, dijo: “Hay que sacar a Maduro”. Me resulta raro que a Rubén se le haya enquistado Maduro hasta este punto, más teniendo en cuenta la cantidad de camuñas que hubo y hay repartidos por toda América latina. Supongo que tira mucho en esta fijación las escasas luces de Maduro al retar al autor de “Tiburón”, también la amistad con significativos venezolanos, como el comunicador y estudioso de la salsa César Miguel Rondón y el salsero mayor Óscar d´León. Esta diatriba en escena me sorprendió.
Dijo Rubén que una de sus fijaciones más persistentes es la de ser agradecido. Soy testigo de que en los muchos conciertos que le he visto a lo largo de las décadas siempre ha cantado su tema tótem “Pedro Navaja”. Y en todas esas ocasiones siempre he escuchado de los labios de Rubén palabras de reconocimiento para los catalanes mundiales de la Orquesta Platería, que en los años 70 del siglo pasado versionaron ese tema y pusieron en la mejor esquina del solar al cantante y su canción. Esta noche volvió a suceder. “Gracias, Platería”, dijo Rubén. Y el concierto acabó con un melocotón gigante arriba de la bola de espejitos.
Más sorpresas te da el Botánico. Niña Pastori también hizo “El cantante”, pero en versión aflamencada. Su concierto estaba hasta arriba de un público volcadísimo con la del “Échame una mano prima”. Tanto era así, que ya había corros de mujeres gitanas cantándolo antes de que la gaditana saliera a escena. Triunfó en buena ley, como minutos antes también lo hizo a pleno sol la mexicana Lila Downs, cantando a puro valor y chupando mezcal a morro de la botella para celebrarlo. Hubo una jornada con el barbado género americana en las manos del trío The White Buffalo, liderado por un tipo potente que modestamente se llama Jack Smith. Cerró esa noche Father John Misty, que tampoco se queda corto en denominación artística y que hace un sofisticado power pop con empaque de crooner y resabios folkies. Me gustó mucho el delicado show de la mexicana Natalia Lafourcade, presentando su disco De todas las flores. Música sutil y con mucha poesía. Fue precedida por un exponente máximo de la guitarra flamenca: Niño Josele. El almeriense tocó a pleno sol poniente. Su último disco se llama “Galaxias” y en este trabajo flamenco encontramos un tema compuesto a medias con Rubén Blades: “No pasa Nada”. Música de la mejor en las Noches del Botánico. Microclima y frescor. Alegría y hasta limones del Caribe. Continuará.
Al anunciarlo, Jimi Hendrix fue escueto y preciso. “Are you experience?”, clamó mientras pudo. Suena a cosas de cuando los pantalones campana, pero se entiende casi sin saber inglés. Suena a psicodelia, y lo es. La buena música, sea la que sea, puede llegar a tener efectos psicodélicos...
Autor >
Pedro Calvo
Periodista chusquero. Nací en Cuatro Caminos (Madrid), en 1954. Vengo de los felices tiempos del estajanovismo plumilla. Me dio por escribir de músicas y de la tele. Tengo el humor ahí. Una manía. En RNE me dejan ponerme fino delante del micro.
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