EDGAR STRAEHLE / HISTORIADOR Y FILÓSOFO
“Reivindicar una revolución siempre es complicado”
Sebastiaan Faber 19/08/2024
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Cuando la izquierda francesa decidió presentarse a las elecciones en junio como “Nuevo Frente Popular”, demostró no haber olvidado la lección impartida en 1935 por Jorge Dimitrov, secretario general de la Internacional Comunista, ante su VII Congreso. “Los fascistas”, afirmó el legendario líder búlgaro, “hurgan en la historia de cada pueblo para presentarse como herederos y continuadores de todo lo que hay de elevado y heroico en su pasado”. La izquierda antifascista, urgió Dimitrov, debía adoptar la misma táctica. “Los comunistas que (…) no hacen nada (…) para entroncar la lucha actual con las tradiciones revolucionarias de su pasado (…) entregan voluntariamente a los falsificadores fascistas todo lo que hay de valioso en el pasado histórico de la nación, para que engañen a las masas del pueblo”. En otras palabras, para Dimitrov la memoria colectiva era un arma política demasiado poderosa como para dejarla sin aprovechar –o peor, dejar que la aproveche el fascismo–. Eso lo ha entendido la izquierda francesa.
La idea de que podamos hablar, como lo hace Dimitrov, de tradiciones revolucionarias puede parecer paradójica. “Las revoluciones irrumpen, sacuden y transforman el presente [y] apuntan hacia el advenimiento de un nuevo futuro”, escribe Edgar Straehle en Los pasados de la revolución: Los múltiples caminos de la memoria revolucionaria (Akal), “pero también se vinculan y ligan de algún modo con un pasado”. Es más, como demuestra a lo largo de 528 densas páginas, no ha habido revolución que no se haya inspirado en el pasado. Como tampoco hay revolución que, a su vez, no haya dejado memoria y no haya sido recordada, en años posteriores, con fines políticos. Las y los revolucionarios, por más adanistas que puedan parecer, son todo menos amnésicos.
Edgar Straehle (Barcelona, 1982) es difícil de encasillar. Es historiador, filósofo y antropólogo; catalán, español y alemán (por el lado paterno); enseña clases en la universidad, pero se gana la vida como técnico superior en el Museu d’Història de Barcelona; escribe libros y artículos, pero también es muy activo en prensa (incluido en CTXT) y en las redes, donde comparte su erudición desde una postura tan generosa como didáctica. Se doctoró con una tesis sobre Hannah Arendt –que sigue siendo su autora de cabecera– y ha publicado sendos libros sobre la pensadora alemana, Claude Lefort y la memoria de la revolución. Hablamos a comienzos de julio.
En su libro explora cuándo, cómo y por qué se recuerdan las revoluciones del pasado, y cómo esa memoria es puesta al servicio de proyectos políticos presentes. Explica, por ejemplo, cómo la memoria de la Comuna de París informó a la Revolución de Octubre de 1917, aunque después fue postergada. En otras palabras, historiza la memoria de las revoluciones. Ahora bien, ¿cómo historiza usted su propio interés, como investigador nacido en 1982, por la memoria de la revolución?
Muchas de las cuestiones que trato son cosas que me gustaría leer y que no he encontrado. Voy leyendo y de golpe, me digo: hosti, esto no se ha estudiado y merece serlo.
Podemos pretendió recoger el espíritu del 15M y pretendió superar el fracaso de su fórmula no partidista
Ya, pero ¿hasta qué punto su trabajo está marcado por la experiencia del 15M, por ejemplo? Aunque no habla del tema en el libro, al leerlo me pregunté si cabe decir que Podemos, como partido, ha movilizado cierta tradición revolucionaria española.
Ahora que lo mencionas, la relación de Podemos con el propio 15M es bastante interesante. Creo recordar que Errejón, en el libro Construir pueblo que hizo con Chantal Mouffe, dijo que Podemos nace a partir del fracaso del 15M. En realidad, hay un juego de continuidad y discontinuidad: Podemos pretendió recoger el espíritu del 15M al mismo tiempo que pretendió superar el fracaso de su fórmula no partidista. Ese gesto, por cierto, es muy común en la memoria revolucionaria. Muchas veces se trata de apropiaciones parciales, selectivas: cogemos aquello que nos sirve y, al mismo tiempo, intentamos superar aquello que puede incomodar. Porque, claro, la mayoría de las revoluciones no han acabado bien, por lo que siempre es complicado reivindicarlas sin más. Podemos ha podido reivindicar el 15M sin identificarse con él.
Y el propio 15M, a su vez, ¿también movilizó memorias revolucionarias? Estoy pensando, por ejemplo, en la tradición libertaria.
Es difícil decirlo tajantemente por la enorme pluralidad que tuvo. Sí es obvio que hubo una memoria revolucionaria sincrónica, por así decirlo: en el 15M se apelaba a los ejemplos de la plaza Tahrir en Egipto, la Revolución en Islandia, el ejemplo tunecino, etc., aunque la verdad es que eran mal conocidos. Lo digo también por mí, que me encontraba en ese momento en Sol. Visto en retrospectiva, ese desconocimiento era algo que nos ayudaba a movilizarnos, porque era más fácil simpatizar con ellos. A nivel diacrónico veo más complicado hablar de memorias revolucionarias dentro del 15M. Reunía tradiciones políticas muy distintas, algunas de las cuales podrían apelar al mayo del 68, que popularizó un paradigma de una revolución en la que la toma del poder no es lo prioritario e incluso se renuncia a eso. Eso contrasta, por ejemplo, con la Revolución Rusa. Pero en el 15M hubo de todo: algunos podían apelar a la memoria del 36 en España, otros a las tradiciones comuneras, otros a tradiciones anarquistas. También había influencias del neozapatismo, por supuesto. Pero no creo que hubiera una memoria revolucionaria concreta. Lo que sí hizo el 15M fue generar un legado claramente identificable, que hizo que, desde entonces, se convirtiera en punto de referencia para todos los movimientos de izquierdas.
¿Ha habido un legado del 15M en la historiografía española?
Me parece que sí. Pienso, por ejemplo, en un texto como Culpables por la literatura de Germán Labrador, que sintoniza brutalmente con la herencia del 15M, o en el libro De plebe a pueblo de Pablo Sánchez León y el de Miguel Martínez sobre los comuneros. Y seguramente habrá más en los años que vienen, porque el 15M ha ayudado a replantear muchas cuestiones.
Los autores que menciona tienen una relación conflictiva con la generación de historiadores que llegó a dominar el campo desde los años 80. La nueva generación, más abiertamente militante, no solo rechaza la visión “objetivista” de sus mayores, sino que señala que, en realidad, estos se pusieron al servicio del régimen del 78.
Claro. Los historiadores que se presentan como apolíticos, o antipresentistas, muchas veces no lo son para nada.
Su propio trabajo, ¿sería posible sin el 15M?
No lo sé. Estuve allí, por lo que es parte de mi identidad biográfica. Yo en el 2011 estaba en Madrid, haciendo una tesis de máster sobre Jean-Luc Nancy. Es verdad que de golpe hice un viraje hacia el pensamiento político y me interesé mucho más por pensadores como Jacques Rancière, Claude Lefort o Hannah Arendt.
¿Fue casual?
No, claro que la cuestión del 15M estaba detrás. Arendt me ayudó a pensar la acción política. Y eso me condujo a reflexionar más tarde sobre la memoria: la relación entre la acción política del presente con el pasado. Pero suelo creer que es muy difícil ser historiador de uno mismo, pues podemos autoengañarnos fácilmente e intentar reescribir nuestro pasado desde el presente.
Arendt me ayudó a pensar la acción política. Y eso me condujo a reflexionar más tarde sobre la memoria
La generación de la cúpula de Podemos es también la suya. ¿Le ha tentado la política?
Para nada. No es mi espacio. Además, soy una persona tremendamente rayada. Ya tiemblo escribiendo en Twitter, imagínate.
Pues no se le nota.
Pues créeme. La gente que me conoce sabe que soy muy, muy dubitativo.
Una cosa es no tener temperamento para la política, pero tampoco tiene una plaza en la universidad, ¿verdad?
En la universidad soy un mero asociado e imparto solo tres horas de clase. Es mi trabajo en el Museo de Historia de Barcelona el que me ha permitido vivir sin precariedad. Además, no me sé mover bien a nivel práctico en el mundo académico y me falta inteligencia burocrática. En mi situación actual tengo mucha más libertad. Sin ir más lejos, si hubiera estado en la rueda académica, no habría escrito mi último libro ni habría sido tan largo.
¿Por qué no?
Porque su nivel de impacto en la carrera académica, tal y como la ANECA puntúa las cosas, sería muy reducido. No es nada casual que, si miras los libros de historia no colectivos escritos por autores jóvenes, y en especial si no es una versión publicable de la tesis doctoral, verás que muchos no están metidos en la rueda académica. Por ejemplo, muchos son profesores de instituto. En cambio, si quieres medrar en el mundo académico, lo importante son los papers. Es una lástima. Pero es una realidad que también explica la presencia desmedida de divulgadores o pseudodivulgadores en lo que se refiere a los libros de Historia en este país. Ahí hay un problema serio.
Usted ha escrito en esta revista sobre el “populismo historiográfico como problema”. Me llama la atención que, allí tanto como en su libro, siga manteniendo la distinción entre “usos” y “abusos” de la historia. ¿No es una postura un poco anticuada?
(Risas.) Me explico. No creo que podamos escribir un relato de lo que “realmente ocurrió”, como afirmaba Leopold von Ranke. Lo que ocurrió nunca lo sabremos. Toda afirmación histórica se basa en una teoría de la correspondencia entre lo que se dice que ocurrió y lo que ocurrió de verdad. Pero ese segundo elemento ya no está. Por eso lo único que nos queda son las huellas: los documentos, las fuentes, o como lo quieras llamar. No creo en una “verdad” en la historia. Pero, condicionados por las fuentes, sí podemos establecer una distinción entre lo decible y lo no decible. Esa frontera se va moviendo, desde luego, y no solo por la aparición de nuevas fuentes sino también porque va cambiando nuestra mirada sobre ellas. Por ejemplo, la historia feminista y la historia postcolonial nos han ayudado a leer las mismas fuentes desde nuevos ángulos.
Usted mismo tiene una faceta divulgadora importante, sobre todo como tuitero con vocación didáctica.
Me alegro que lo digas, pero si te fijas, verás que en la mayoría de mis tuits no soy yo quien habla. Hago hablar, o a documentos, o a otras y otros historiadores.
¿Por qué?
Porque estoy absolutamente en contra de la imagen del historiador como sabelotodo y defiendo el carácter colectivo y plural de la historia. Si pretendiéramos saber de todo, nos convertiríamos en un tertuliano. Yo de muchísimos temas no sé. Pero sí puedo identificar referentes y compartirlos con los demás, como también puedo compartir pasajes particularmente luminosos. Y si lo que posteo genera un diálogo, mucho mejor, porque lo hago también para aprender yo. Las redes acaban siendo un campo de aprendizaje que también me ayuda a la hora de escribir.
Estoy en contra de la imagen del historiador como sabelotodo y defiendo el carácter colectivo y plural de la historia
¿Hay una vocación ilustrada allí?
Claro. Pero es una vocación ilustrada que está en contra de la Ilustración canónica del siglo XVIII. De la misma manera, mi libro está absolutamente a favor de la tradición ilustrada y la Revolución Francesa, pero desde la óptica de la recepción.
¿Qué quiere decir?
No niego que la Revolución Francesa tuvo importantes límites y errores terribles, y no solo el famoso Terror. Pero, por poner un ejemplo, sirvió también para inspirar un feminismo que la superó. En el XIX, la memoria de la Revolución Francesa sirvió para que la Revolución Haitiana, basándose en los puntos ciegos de la francesa, cogiera sus valores y la superara. Del mismo modo, con respecto al legado ilustrado, es importante que el centro de gravedad no recaiga exclusivamente en los autores, sino en una recepción siempre productiva. Rousseau fue un misógino absolutamente inaceptable. Voltaire tiene frases atroces sobre los judíos y los campesinos, además de otros muchos problemas. Kant dijo tremendas estupideces sobre los pueblos africanos. En muchos casos, además, no se trata de casualidades.
¿Qué hacemos con un legado tan manchado?
Allí, para mí, radica el poder de la memoria revolucionaria. Es un poder productivo que nos permite recoger valores reivindicables y al mismo tiempo superar lo que no lo es. De paso puede ayudar a evitar la idealización del pasado. El momento crítico ya no es uno incómodo, y por eso se intenta eludir o minimizar.
¿Debo entender, entonces, que no defiende la superioridad de la Historia sobre la Memoria?
Para nada. Todo historiador está contaminado por la memoria. Todos somos sujetos de nuestro presente. Y eso no tiene por qué ser malo. Lo importante, pienso, es cómo la ponemos en práctica y cómo establecemos el diálogo entre ambas.
No entiendo por qué, entonces, mantiene la distinción entre Historia y Memoria.
Sé que son tipos ideales. Hay mucha porosidad entre las dos. Pero en muchos casos la memoria tiene funcionalidades prácticas muy concretas que enlazan más con el presente. Pensemos en memorias de colectivos, donde lo que más importa es lo simbólico e incluso estético. No es una memoria únicamente discursiva: es una que muchas veces portamos con insignias, que manifestamos con canciones, que mostramos de muchas maneras. Por ejemplo, hace poco en Francia, con el Nuevo Frente Popular, hemos visto unas apelaciones al pasado que claramente son Memoria, no Historia. En la memoria colectiva lo emotivo, lo que nos une, tiene una gran importancia.
Los afectos.
Exacto. Los afectos están también en la Historia, claro está, pero allí suele ser conveniente camuflarlos. El objetivo de la Historia es no parecer memoria. Para eso sirve el rigor metodológico, que limita lo que se puede decir y el cómo hacerlo.
La Historia y la memoria se contaminan mutuamente, entonces.
Son interdependientes y la frontera entre ellas es porosa, sí. Pero eso no siempre es negativo. Sin ir más lejos, creo que gran parte de los avances historiográficos de las últimas décadas no son hijos de la propia Historia, sino muchas veces de la Memoria. Pienso en el impacto que han tenido el movimiento feminista y el anticolonial o, aquí en España, la aportación del movimiento anarquista a la historiografía social. En todos esos casos, el impulso vino en gran medida de la memoria, o sea, de fuera de la historiografía académica. Para nosotros, hoy, C.L.R. James es un gran historiador. Pero durante muchos años, su libro Los jacobinos negros fue a menudo menospreciado y tachado de libro militante. A veces la Historia pretende ufanarse de avances que en realidad han venido de fuera.
Cuando la izquierda francesa decidió presentarse a las elecciones en junio como “Nuevo Frente Popular”, demostró no haber olvidado la lección impartida en 1935 por Jorge Dimitrov, secretario general de la Internacional Comunista, ante su VII Congreso. “Los fascistas”, afirmó el legendario líder búlgaro, “hurgan...
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Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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