ARIELLE ANGEL / DIRECTORA DE ‘JEWISH CURRENTS’
“En Israel apenas queda izquierda”
Sebastiaan Faber 6/07/2024
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Si la esfera pública estadounidense fuera un barrio urbano, habría que alejarse unas manzanas de las ruidosas avenidas principales –con la pretenciosa mansión del New York Times y los ominosos rascacielos de Rupert Murdoch– para acabar en un oscuro callejón y dar con un bar cuyo letrero despintado reza “La izquierda judía”. A pesar de su aspecto modesto, es un lugar popular entre ciertos intelectuales, que se pasan las horas discutiendo –sobre literatura, comida, religión y política– en una mezcla de inglés, ladino, árabe e yiddish. En las paredes hay retratos de Carlos Marx y Sasha Berkman, dos carteles de la Guerra Civil española, y un antiguo anuncio de la oficina de turismo israelí. En la mesa de lectura común, junto a un ejemplar de la revista de la Brigada Lincoln, yace el último número de Jewish Currents, aunque a algunos de los clientes mayores les cuesta reconocerlo.
Hace seis años, la revista experimentó su mayor cambio en seis décadas. Fundada en 1946 como Jewish Life, en estrecha asociación con el Partido Comunista de USA, la publicación trimestral cambió de nombre después de una ruptura con el Partido, provocada por la invasión soviética de Hungría en 1956. De 1959 a 2018, JC sólo tuvo dos editores, Morris Shappes y Lawrence Bush. Cuando Bush dejó el cargo, estaba claro que la revista necesitaba sangre nueva. Pero cuando llamaron a la escritora Arielle Angel (de 33 años) para ofrecerle formar parte de un nuevo equipo compuesto exclusivamente por millennials, no sabía en qué se metía. Poco después, fue nombrada directora de la revista.
Arielle Angel (1984) se mudó de su Miami natal a Nueva York para ir a la universidad. Después, escribió una novela sobre un chico judío de Florida, traficante de drogas, que encuentra un propósito en la vida al entrar a una secta judía evangelizadora. Angel dedicó seis años al manuscrito, que ninguna editorial quiso publicar. Al final, confesó en un largo ensayo autobiográfico, se dio cuenta de que tenía más en común con su protagonista de lo que pensaba: “Ambos habíamos recorrido un largo camino en la dirección equivocada para emerger años después sin mucho más que unas pocas lecciones sobre devoción”.
El relanzamiento de JC a dos años de la elección de Trump volvió a poner a la revista en el mapa. Bajo la dirección de Angel, el equipo realizó un rediseño radical, se metió en polémicas y aprovechó al máximo tanto el espacio que proporciona el ritmo trimestral del número impreso, que llega a unos 9.000 suscriptores, como la inmediatez de las piezas diarias en la web de la revista, que atrae a más de tres millones de visitantes al año.
Esta intrepidez y proyección le vino de perlas tras el 7 de octubre de 2023, cuyas consecuencias enfrentaron a la izquierda judía norteamericana con un enorme desafío existencial. Desde entonces, la web de JC ha estado dedicada al debate, el análisis y las llamadas a la acción, pero también a la reflexión (incluido un intercambio entre Angel y Lexie Botzum, estudiosa del Torá, sobre cómo la tradición del pensamiento religioso y jurídico judío puede ayudar a dar sentido a la autoinmolación del soldado Aaron Bushnell). El último número impreso presenta una selección de artículos del archivo de la revista, con nuevas introducciones, para “poner en primer plano el contexto a menudo oculto del atentado del 7 de octubre y sus consecuencias”, junto con una selección de artículos recientes publicados en línea. Hablé con Angel a mediados de junio.
Va a cumplir seis años como directora. ¿Ha sido un aprendizaje complicado?
Sí. De los cuatro que nos hicimos cargo de la revista, sólo uno tenía experiencia en medios de comunicación. Los otros tres teníamos algunas competencias en áreas relacionadas, pero en realidad no teníamos ni idea de lo que estábamos haciendo. Cuando yo llegué, Noah Kulwin y Jacob Plitman llevaban varios meses trabajando y ya había algunos contenidos listos para nuestro primer número, así como un diseño provisional. Pero todo necesitaba mucho trabajo.
“De los cuatro que nos hicimos cargo de la revista, sólo uno tenía experiencia en medios de comunicación”
¿Se le dio el espacio necesario para aprender?
Sin duda. La verdad es que nadie nos vigilaba. No formábamos parte de un ecosistema mediático dominante. Lo que la revista había estado haciendo antes era bastante idiosincrásico. No estábamos demasiado centrados en profesionalizarnos, aunque queríamos que nos tomaran en serio. Aun así, tardamos un tiempo en ponernos de acuerdo, no solo sobre cuál era nuestra visión, sino también sobre cuáles eran nuestras normas para la revista. Nos costó acostumbrarnos los unos a los otros. Noah intentó dirigir nuestra primera reunión como si fuera una pitch meeting de una redacción de diario, que era a lo que estaba acostumbrado en trabajos anteriores. Los demás no teníamos ni idea de lo que estaba pasando.
¿Ahora tienen pitch meetings?
Sí, pero creo que hemos conservado un espíritu diferente. No somos una newsroom al uso. Como revista trimestral, nos permitimos ir despacio. Cuando llegué, no sentí ninguna presión. Nadie se preocupaba por los clics de lectores, no sólo porque no sabíamos nada de los distintos modelos de ingresos de otras publicaciones, lo cual era cierto, sino también porque estaba claro que ese no iba a ser nuestro modelo. Ese espíritu creo que lo hemos conservado.
¿Tenían algún modelo en mente?
Hubo un momento en que nos dijimos que seríamos la n+1 judía. Pero enseguida quedó claro que nuestro proyecto es muy diferente, porque tenemos una responsabilidad con una comunidad y con este momento concreto de la vida comunitaria judía. A diferencia de una revista como n+1, para nuestros lectores este proyecto no es nada opcional. Hay una crisis en el judaísmo estadounidense. Para muchos de nuestros lectores, Jewish Currents es un símbolo del mundo judío que quieren que exista, sobre todo en este momento.
“Algunas personas han abandonado lugares en los que participaban, como las sinagogas”
A esa comunidad, ¿le pone caras y nombres concretos?
Sí. De hecho, estamos trabajando en un artículo basado en una encuesta que hicimos en la que preguntábamos a la gente si desde el 7 de octubre quisieron abandonar sus instituciones comunitarias judías por motivos políticos. En pocos días recibimos cientos de respuestas. Eran de dos tipos. Algunas personas han abandonado lugares en los que participaban, como las sinagogas. Están sacando a sus hijos de la escuela judía diurna o del campamento de verano; están abandonando centros comunitarios como los centros de comunidad judíos (JCC) o los Hillels. Pero hay otros que constituyen una auténtica fuga de cerebros: personas que dejan sus puestos de trabajo en museos, centros históricos, etcétera. Las organizaciones comunitarias judías están perdiendo a sus dirigentes.
Me imagino que no son decisiones fáciles.
“Algunos oyen a su rabino decir cosas esencialmente genocidas, pero no tienen donde ir. Para ellos, nuestra revista es un salvavidas”
La soledad en estas encuestas es muy palpable, especialmente para las personas que no están en Nueva York o Chicago, sino en ciudades pequeñas. Sus sinagogas, por ejemplo, son a menudo la única conexión real que tienen en términos de vida comunitaria o espiritual. Oyen a su rabino decir cosas esencialmente genocidas desde la bimá –el púlpito, digamos–, pero no tienen donde ir. Para ellos, nuestra revista es un salvavidas.
¿Qué edad tienen sus lectores?
Solía pensar que eran más bien jóvenes. Pero me ha quedado claro que en realidad tenemos un público muy intergeneracional, que incluye a miembros de la Generación X y a los boomers. Aunque el proceso de ruptura con el sionismo que estoy describiendo es en gran medida generacional, no siempre es así. También en la encuesta que he mencionado hay personas de todas las edades.
¿Qué puede hacer la revista por ellos?
Puede tratar de apoyarlos y darles una forma de seguir pensando en lo que significa ser judío en este momento tan tenso, y lo que significa, como judío, estar en la izquierda. Esto lo intentamos hacer de una manera que no excluya a las personas que están en camino que no saben necesariamente adónde las lleva. Personas, por ejemplo, que no se sienten cómodas con las acciones del gobierno israelí en este momento, pero que siguen muy comprometidas con alguna forma de vida judía.
¿Me equivoco al ver un paralelismo entre el momento actual y la crisis que sufrió la revista tras la invasión soviética de Hungría en 1956, cuando finalmente rompió con el Partido Comunista?
“Veo lo intensas que son las fracturas y, al mismo tiempo, lo intensa que es la presión para aferrarse a la comunidad que se tiene”
La verdad es que no he parado de pensar en aquel momento. Es irónico, porque en las entrevistas que me hacían en mis primeros años, hablaba mucho de aquel evento crucial en la historia de la revista. La lección, pensaba, era sencilla: no queremos ser doctrinarios. Creí que, en los cincuenta, la revista comprometió su integridad por su relación con el Partido. Pero para ser sincera, nunca entendí por qué mis antecesores, gente al fin y al cabo muy inteligente, permitieron que las cosas llegaran tan lejos. Había leído sobre el tema, por supuesto, pero no lo entendía visceralmente. Ahora lo entiendo mejor. Veo lo intensas que son las fracturas y, al mismo tiempo, lo intensa que es la presión para aferrarse a la comunidad que se tiene. Hoy estamos asistiendo a un genocidio. Sí, algunas de las cosas que salen de izquierda en este momento de intensidad pueden resultar muy incómodas para los judíos. Y, sin embargo, da la sensación de que no es el momento de ahondar en esos sentimientos, para empezar porque la estructura de poder a la que nos enfrentamos es mucho más fuerte que la izquierda y el sufrimiento palestino es tan enorme. Esto lo procuro tener presente cuando pienso en lo que significa la crítica en este momento. Para volver a tu pregunta, me parece claro que hay paralelismos con 1956, pero también diferencias. Después del 56, la comunidad de la revista realmente colapsó, mientras que creo que hoy nuestra comunidad se está consolidando de una forma completamente distinta.
Entiendo que ve un papel central para la revista en esta consolidación o reconstrucción de la comunidad. ¿Cree que las herramientas que tiene a su disposición –la revista, la web, el periodismo escrito– sirven o bastan para esa tarea?
“El futuro del judaísmo dependerá de que haya una comunidad sólida que no esté vinculada al sionismo”
No, la verdad es que no. Es un reto al que nos enfrentamos. Mira, no es que yo quiera que Jewish Currents se convierta en todas las cosas. No hay que perder de vista que la nuestra es una misión claramente más estrecha. Pero aun así soy muy consciente del hecho de que ahora mismo somos la mayor institución en el mundo en dar acogida a la diáspora antisionista –o no sionista– que no se centra en la acción. Esta es una gran responsabilidad y da mucho que pensar, sobre todo porque creo que el futuro del judaísmo dependerá de que haya una comunidad sólida que no esté vinculada al sionismo. Acabo de estar en Europa, donde me he reunido con gente de allí pero también de Sudáfrica. Aunque Jewish Currents no habla necesariamente del contexto judío en Sudáfrica o Francia, para algunas de esas comunidades, nuestra revista es todo lo que hay para mantener unida a su comunidad e identificar alguna forma de avanzar. Y aunque podemos hacer más en la revista para conectar con ellos, me sigue pareciendo muy insuficiente.
¿Cuál es su visión?
Creo que lo que realmente necesitamos ahora son nuevas instituciones. La gente no para de preguntarnos: “¿Van a tener una escuela diurna? ¿Qué tal una sinagoga?”. No creo que sea ideal que la revista se involucre en esas cosas, y no creo que lo hagamos. Pero sí creo que la revista va a tener que empezar a entablar conversaciones sobre cómo se pueden poner en marcha estas nuevas instituciones. No creo que una comunidad judía sin salidas para la vida comunitaria judía pueda sobrevivir. Eso es algo que realmente me obsesiona últimamente.
No parece una coincidencia que sea precisamente Jewish Currents la que ha asumido un papel central en la crisis actual. En retrospectiva, no sólo está claro que la crisis llevaba tiempo gestándose, sino que también parece que la revista estaba preparada para este momento.
Hay muchos judíos que nos están encontrando en este momento. Pero también creo que tenemos muchos más lectores no judíos, en realidad, desde el 7 de octubre, que buscan alguna forma de entrar en esta conversación. Estoy muy orgullosa del trabajo que estamos haciendo. Al mismo tiempo, nos empuja una ola de necesidad. Cuando relanzamos la revista en 2018, la respuesta fue desproporcionada. Antes de que nadie supiera quiénes éramos, unas 500 personas se presentaron en nuestra fiesta de lanzamiento, incluidas personas que normalmente no vendrían a un evento “judío”. Había judíos y no judíos, gente de los Demócratas Socialistas de América (DSA), del mundo literario, del mundo activista. En ese momento vimos materializarse una comunidad delante de nuestros ojos. Esto es a lo que me refiero cuando hablo de necesidad. En 2018, cuando comunicamos qué pensábamos ser y hacer, el hogar que pensábamos crear, la gente nos dijo: “Sí, necesitamos esto”. En ese sentido, la revista tiene una función comunitaria –es decir, una función organizadora– que nos cuesta mantener contenida entre los límites de un proyecto intelectual. No es casualidad que Jacob Plitman, que fue la primera persona que inició la transición, fuera un organizador sindical.
La revista ha sido un refugio para los judíos críticos con el sionismo. Pero, ¿cómo acabar con el sionismo incuestionable de tantas organizaciones poderosas de este país, desde los grupos de presión y los medios de comunicación hasta la sociedad civil y las instituciones gubernamentales?
Mi objetivo desde el principio era ser muy convencional en términos formales, para poder introducir de contrabando un sentido común diferente. Quería que la revista fuera algo que la gente del establishment político pudiera leer y reconocer que era rigurosa y objetiva a la vez que partía de supuestos diferentes a los del New York Times, por ejemplo. Nuestra estrategia es cubrir cosas que ellos no van a cubrir, o hacerlo desde un ángulo diferente. Obviamente, no tenemos el alcance o la potencia de fuego del Times, pero sabemos que si nuestra opinión llega a la gente, puede cambiar algo.
¿Puede poner un ejemplo?
Bueno, podemos atribuirnos el mérito de algunas de las formas en que la Liga Contra la Difamación (Anti-Defamation League, ADL) ha sufrido daños reputacionales. Hemos hecho un buen trabajo investigando los aspectos chungos de sus cifras sobre el antisemitismo, consiguiendo filtraciones internas sobre las formas en que el mandato de la organización se ha desplazado con el tiempo. Y es que la labor de la ADL en materia de derechos civiles e investigación del antisemitismo está ahora casi totalmente supeditada a la exigencia política de defender la agenda de Israel. En la revista hemos intentado no perder de vista dónde está el poder e hincar los dientes allí. Eso no siempre es posible, porque somos una revista pequeña sin un gran presupuesto de investigación. Con la ADL ha sido relativamente fácil, porque hay mucha gente en la organización que entró allí para hacer una cosa pero ahora están volviéndose locos, y con frecuencia nos filtran cosas. Pero hay otras organizaciones profundamente sionistas que no tienen ninguna fachada progresista y son muy poco transparentes, por lo que muchas cosas pasan desapercibidas. Aun así, tratamos de proporcionar la base analítica para examinar lo que hacen esas instituciones, para que la gente no piense que ésa es la realidad que debemos aceptar.
“Nuestro número de lectores en Israel es bastante insignificante”
¿Tiene la revista muchos lectores en Israel?
Es un número bastante insignificante.
¿Ah sí?
Mira, la gente se enfada cuando digo esto, pero es verdad: en Israel apenas queda izquierda. Según las encuestas, solo un 4% de los judíos israelíes creen que la forma en que se ha llevado esta guerra ha sido excesivamente violenta. Realmente no hay partidos de izquierda en el gobierno, y quedan muy pocas organizaciones de base con muy pocos miembros. A veces tengo la sensación de que estoy llegando al punto de conocer personalmente a toda la izquierda israelí.
La presión allí debe ser inmensa.
La gente es despedida de sus trabajos por expresar la más mínima simpatía o empatía por los palestinos. Especialmente desde el 7 de octubre, con mucha gente en la izquierda que ha “entrado en razón”, estamos ante un panorama muy sombrío.
La cobertura que ha hecho Jewish Currents de los campus universitarios de Estados Unidos indica que la disidencia también es cada vez más punible allí. La gente se ve obligada a hacer constantemente cálculos de riesgo.
La situación me asusta. Parece que proteger a los judíos se ha convertido en la excusa, no sólo en Estados Unidos, sino también en Europa, para que el Estado reprima las libertades civiles y destruya el sistema de educación superior. De este modo, los judíos se están convirtiendo en la cara del Estado. Lo que temo es lo que ocurrió en situaciones coloniales con las llamadas comunidades tampón: que en un momento dado el Estado retroceda o se haga invisible, y entonces los judíos van a estar en primera línea, aislados, expuestos al contragolpe.
Si la esfera pública estadounidense fuera un barrio urbano, habría que alejarse unas manzanas de las ruidosas avenidas principales –con la pretenciosa mansión del New York Times y los ominosos rascacielos de Rupert Murdoch– para acabar en un oscuro callejón y dar con un bar cuyo letrero despintado reza...
Autor >
Sebastiaan Faber
Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'
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