MICHAEL KRÜGER / EDITOR, POETA Y ENSAYISTA
“En toda literatura existen cien poemas que debería leer todo el mundo”
Esther Peñas 19/09/2024
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Michael Krüger (Wittgendorf, 1943) reside en Múnich. Durante muchos años, fue director editorial de Hanser Verlag y editor de Akente y Edition Akzente. Es miembro de distintas academias (la de Mainz o las de la Lengua y Poesía alemanas), y fue presidente de la Bávara de Bellas Artes. Autor de relatos, novelas y traducciones es, en esencia, poeta. Uno de los más populares en Alemania. En España acaba de publicarse Una parte del día (Tresmolins), una antología de su producción poética de las últimas cinco décadas. Sus poemas hablan con delicadeza de lo cotidiano, reparan en la sencilla belleza de la naturaleza y abren cauce a un sutil humor que hocica la mirada.
¿Cómo se consigue que un público de todas las edades abarrote los lugares donde usted recita?
Tal vez se deba a que intenté expresar en el libro mi gratitud por haber disfrutado toda mi vida con la literatura; por vivir, digamos, con ella. Es algo que, desde luego, no me venía de nacimiento. Nací durante la Segunda Guerra Mundial, pasé los primeros años de mi vida con mis abuelos en una minúscula aldea de Alemania Oriental, en condiciones muy duras: vivíamos todos en una habitación, no había juguetes ni libros para niños. A los tres meses de terminar la guerra, a mi abuelo le expropiaron cuanto tenía las fuerzas de ocupación rusas, algo que naturalmente supuso un gran dolor para él. A pesar de todo, fue una bonita infancia, con el gran libro de la naturaleza por un lado y la Biblia y un libro de identificación de plantas, por otro. En realidad, dados estos precedentes, yo debería haber sido párroco o guardabosques. Pero cuando luego fui a la escuela en Berlín, me enganché con la literatura y ya nunca más me pude desenganchar. Algo de esta atmósfera quizás haya impregnado el libro.
Que “la ira de Dios ya no nos sobreviene”, ¿es deseable, terrible, indiferente…?
Esta es una buena pregunta que no es fácil de responder. Diez veces al día deseo que la ira de Dios caiga sobre Putin y sus clérigos, que la ira de Dios haga caer al presidente Maduro de la bici, o a otros, pues sin una ayuda providencial parece claro que ellos no entrarán en razón. Pero la ira de Dios ya no está presente, Dios nos ha dado la espalda, espantado y ofendido por lo que venimos haciendo aquí abajo. Eso no significa que nos dé igual, porque parece que necesitamos una instancia superior para ubicarnos en el mundo. No sé por qué no conseguimos, en los últimos doscientos cincuenta años, establecer una base de comprensión mínimamente estable y compartida por todos. Sólo veo que los compromisos se diluyen o se rompen, algo que resulta especialmente llamativo a dos niveles: en la relación del individuo con el Estado y en la solidaridad entre las personas.
¿Cómo o dónde encontrar esos libros “que decidieron leerse / solo a ellos mismos” para hallar palabras de consuelo?
Cada lector apasionado tiene su propia biblioteca, sería terrible si las lecturas se parecieran siquiera
Cada lector apasionado tiene su propia biblioteca, sería terrible si las lecturas se parecieran siquiera. Uno lee escritos teológicos, otro de ciencias de la naturaleza, y otro más, filosofía. Incluso hay personas que no leen libro alguno. Si alguien les obligara a leer El Quijote, se volverían locos. Sin embargo, en cada literatura existen cien poemas que DEBERÍAN (escriba esto con mayúsculas) leer todos, porque serían una buena base para el entendimiento mutuo. Para leer un poema bastan tres minutos; en total, habría que dedicar alrededor de cinco horas para alcanzar esa base. ¡Cinco horas! Después uno decide si quiere seguir con la literatura o no.
“Hay que tener paciencia, es fácil decirlo”. ¿Para qué la paciencia? ¿Qué límite ha de tener?
Todo el mundo sabe que Dios cometió un gran error al crear el mundo en siete días. Si hubiese tenido más paciencia, se habría dado cuenta de las cosas que se le escaparon. Hay que tener paciencia para, o bien soportar los errores (es lo que hace la mayoría), o bien corregirlos (esto lo saben hacer solo unos pocos). Y cuidado: si los reformadores del mundo se impacientan, entonces el caos está servido.
Habla usted de “todo tipo de / comienzos / de novelas destinadas alguna vez a cambiar el mundo”. ¿De qué manera cambia el mundo la poesía?
Esta es la pregunta de las preguntas: quien sepa la respuesta que se la guarde para sí, así servirá a la paz … y mejorará el mundo.
¿Cómo “aprender a ser bueno”, como usted propone?
Hay muchas trayectorias vitales que no son equivocadas solo por el hecho de no haber mejorado al hombre
Hay muchas trayectorias vitales en la historia de la humanidad que no son equivocadas solo por el hecho de no haber mejorado al hombre. Nos acercamos más al problema cuando tratamos de identificar el mal. En mi generación lo hicieron los filósofos verdes, que intentaron esbozar una antropología que funcionase sin el mal. Hasta ahora, siempre se ha partido de la idea de que también el mal tiene su sitio en el mundo, o, para ser más precisos, que sin la existencia del mal no existiría el bien. Preguntado por el sentido de la filosofía, Wittgenstein encontró esta hermosa imagen: enseñar a una mosca la salida de la botella. Pero eso no deja de ser filosofía y, desgraciadamente, todavía no es una práctica.
Pienso en el poema “Düsseldorf”. ¿Se puede resignificar el lenguaje, ciertas palabras, como hicieron los miembros del Grupo 47 alemán?
Creo que sí. En cualquier caso, lo intenta cada nueva generación que ha de aprender cómo manejar las palabras. Después de los jueguecitos neoestructuralistas, cuando ya nadie sabía lo que iba en serio y lo que era absurdo, vuelve a observarse el empeño por preguntar acerca del significado de los conceptos. Aunque, en realidad, la literatura debería saber defenderse sin concepto alguno; es más, debería evitarlos. Entonces, enseguida se vería qué palabras siguen siendo válidas para describir nuestro mundo. Si uno escucha hoy en día los discursos rusos, piensa con añoranza en la poesía desde Alexander Blok y Marina Tsvetáyeva hasta Joseph Brodsky, que no usarían ninguna de las contaminadas palabras criminales de Putin, Medvedev y compañía. Nadie en Europa entenderá a nadie si la corrupción del lenguaje sigue evolucionando como hasta ahora.
“Nos juzgarán por las veces / que no dijimos la verdad”. El poema, aunque mienta, ¿siempre dice la verdad?
La verdad no existe, desgraciada y afortunadamente. Desgraciadamente, porque uno no puede remitirse a ella; afortunadamente, porque así sigue viva la esperanza de toparse con ella alguna vez.
¿Qué cosas son “las que desaparecen con los muertos” y cuáles se quedan con los vivos?
Creo que esto es algo que cada generación tiene que negociar cada vez. Cuando pregunté en una ocasión a Zbigniev Herbert, el poeta polaco, qué salvaría él del siglo XX para llevarse al XXI, dijo, tras larga reflexión: la cortesía. ¡Ay, querido Zbigniev, este fue un deseo piadoso! Al menos en Alemania, la cortesía se ha empequeñecido cada vez más y amenaza con desaparecer del todo.
“…te vienen a la mente / todas las palabras que retienes / en el catastro de tu corazón”. Dígame alguna de las de Michel Krüger.
Creo que usted misma podría escogerlas de entre los poemas del libro.
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Traducción de Cecilia Dreymüller
Michael Krüger (Wittgendorf, 1943) reside en Múnich. Durante muchos años, fue director editorial de Hanser Verlag y editor de Akente y Edition Akzente. Es miembro de distintas academias (la de Mainz o las de la Lengua y Poesía alemanas), y fue presidente de la Bávara de Bellas Artes. Autor de relatos, novelas...
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