1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

CTXT necesita 3.000 suscriptores más para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Memoria

El legado brutal de Alberto Fujimori

El 11 de septiembre, a los 86 años, el mismo día y con la misma edad que falleció en 2021 Abimael Guzmán, dirigente de Sendero Luminoso, murió en la cama el exdictador. Su herencia se sigue sufriendo en el Perú de Boluarte

David Roca Basadre Lima (Perú) , 14/09/2024

<p>Alberto Fujimori, durante una visita a la Comisión Europea, en octubre de 1991. / <strong>Christian Lambiotte (C.E.)</strong></p>

Alberto Fujimori, durante una visita a la Comisión Europea, en octubre de 1991. / Christian Lambiotte (C.E.)

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

“Un rufián muerto sigue siendo un rufián. Y un cobarde muerto no es un valiente. La muerte no beneficia tanto. Aunque yo en una milonga digo: no hay cosa como la muerte para mejorar a la gente.”

Jorge Luis Borges

Entrevista con César Hildebrandt – Revista Caretas, Lima

Hijo de migrantes japoneses llegados al Perú en los años treinta, modestos comerciantes, Fujimori era un hombre que no tenía antecedentes políticos, y su notoriedad era muy menor. Ingeniero agrónomo, matemático, rector de la Universidad Nacional Agraria, presidente de la Asamblea Nacional de Rectores, había sido ocasional conductor de un programa de entrevistas en el canal de televisión del Estado. En aquellas elecciones que tuvieron lugar en abril de 1990, con nueve candidatos registrados, Fujimori figuraba hasta marzo en el pelotón de “otros”.

El Perú vivía una de las peores situaciones de su historia. Ya se llegaba al décimo año de la incursión del grupo terrorista Sendero Luminoso, uno de los movimientos más criminales de la historia, a cuyas acciones el Estado había respondido con represión indiscriminada que terminó colocando a buena parte de la población, literalmente, entre dos fuegos. Había, además, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), de carácter igualmente letal pero más tradicional en su forma de subversión, y que agravaba las cosas.

Los electores se fijaron en el japonés que hacía campaña sentado en un tractor, alegando ser “un peruano como tú”

Además, el Gobierno del presidente Alan García, del partido APRA que era entonces de centroizquierda y formaba parte de la Internacional Socialista (luego viraría a la extrema derecha), había llevado al país a una inflación inacabable. García decidió una política de control de precios, reducir unilateralmente el pago de la deuda externa a un 10%, subsidiar un tipo de dólar para los empresarios –que generó una cadena de corrupción desbocada– y, lo que lanzó a Mario Vargas Llosa a la política, nacionalizar la banca privada.

“Se había llegado a una situación límite con la hiperinflación. Así, en términos de unidad monetaria, hacia 1984, la moneda nacional, el sol de oro, debió mutar a otra nueva, el inti (sol, en quechua), haciendo equivaler mil soles a un inti. Y luego, mientras iba creciendo la inflación, un millón de intis se convirtieron en un nuevo sol, otra moneda. En escasos seis años, la economía estaba destruida”, nos resume el historiador Nelson Manrique.

Con ese trasfondo, las encuestas presidenciales se centraban en cuatro nombres: Mario Vargas Llosa del frente ultraliberal FREDEMO, Luis Alva Castro del partido gobernante, y los dos candidatos de la izquierda que se acababa de dividir: Henry Pease por Izquierda Unida y Alfonso Barrantes por Izquierda Socialista.

Debate presidencial del Perú (1990), entre Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori. / Neptuno Producciones

La campaña de Vargas Llosa anunciaba con claridad las políticas de “shock” conocidas –es decir reducción del gasto público, aumento de los ingresos fiscales, devaluación de la moneda, liberalización de los mercados, privatización de empresas estatales– que llevaría a cabo para frenar la hiperinflación y estimular la economía. La campaña contra su candidatura, que aparecía como la más fuerte, se centró, precisamente, en el miedo al shock.

Esa campaña contra el novelista, que incluía publicidad encubierta del gobierno, en efecto espantó a los votantes de esa propuesta. Pocos querían que volviera a ganar el partido en el poder, y la izquierda, entonces fuerte y que pudo tener finalmente su oportunidad, la desperdició al fragmentarse y generar desconfianza. No había por quién votar.

Por descarte, los electores se fijaron en el japonés que hacía campaña sentado en un tractor, alegando ser “un peruano como tú”, y que ofrecía “Honradez, tecnología y trabajo”.

Fujimori pasó a la segunda vuelta con Vargas Llosa, valiéndose del eslogan del “no shock”, con un programa y el apoyo de técnicos que le ofreció la izquierda. Y fueron el APRA y la izquierda los que se movilizaron para hacerlo triunfar en la segunda vuelta. Y así ganó largamente. Fujimori obtuvo el 62,5% de los votos y Vargas Llosa el 37,19%.

Fujimori no solo hizo lo que prometió no hacer, sino que hizo algo mucho peor que lo que propuso el propio Vargas Llosa. El “fujishock

La careta empieza a caer

Apenas dos semanas después de haber asumido el cargo, el 28 de julio de 1990, el nuevo presidente se quitó la careta. Previamente, y ya antes de asumir, había cerrado la puerta, sin aviso alguno, a sus asesores de la campaña, entre liberales moderados e izquierdistas, e iniciado conversaciones con otros personajes, en particular el economista neoliberal Hernando de Soto, que lo llevó de la mano a reuniones con organismos internacionales, como el FMI. También inició su relación cercana con Vladimiro Montesinos, un abogado que antes había sido dado de baja de la carrera militar por traición, pero que a Fujimori le resolvió de manera oscura un problema que éste arrastraba con la justicia.

Hernando de Soto fue, además y mientras duró su relación con el dictador, el artífice de la batalla cultural fujimorista –tomando la expresión que hoy se usa tanto–, pues inoculó la ideología del individualismo más extremo mediante su influencia en discursos constantes y la promoción de iniciativas gubernamentales que se dedicaban a promover el paso de la propiedad comunal a la individual y privada, con el pretexto del acceso al crédito que, obviamente, nunca llegaba. Además, promovió leyes que debilitaban a los sindicatos, desacreditaban el asociacionismo y hacían desaparecer las cooperativas.

Fue pues, en esos primeros días, cuando el entonces primer ministro Juan Carlos Hurtado Miller apareció, por sorpresa, una noche por televisión y radio y dio un discurso en el que enterró todas las promesas de “no-shock”, y que nadie que lo haya escuchado olvidará jamás: anunció medidas drásticas de retiro inmediato de todos los controles de precios y subsidios, incluyendo al dólar que se decidió que flotara, y detalló uno a uno los precios que tendrían los productos de primera necesidad al día siguiente. La frase final de esa alocución, que dijo con comprensible dramatismo, aún resuena en los oídos de los peruanos: “¡Qué Dios nos ayude!”.

Y, en efecto, a la mañana siguiente los llantos en los mercados eran incontrolables; todo estaba fuera del alcance de la mayoría, en un país ya destrozado por la extrema pobreza. Fujimori no solo hizo lo que había prometido no hacer, un shock brutal, sino que era algo mucho peor que lo que había prometido el propio Vargas Llosa. Era el “fujishock”.

El gobierno de Fujimori comenzó con una suma de traiciones. 

El autogolpe: pocas reacciones

El mensaje a la nación del 5 de abril de 1992 fue contundente. Repitiendo “disolver, disolver” se deshizo del Congreso de la República

“Solo las condiciones de crisis extrema hacen posible imponer un ajuste radical con apoyo social”, nos dice Nelson Manrique. Y eso fue lo que ocurrió en el Perú. El fujishock logró el efecto deseado: aunque a un costo social altísimo, la inflación se frenó. Este resultado, a pesar de todas las dificultades, fue generando cierto sentimiento de alivio.

Sin embargo, el Congreso, donde el partido de Fujimori distaba de tener una mayoría, se había convertido en un fiscalizador muy diligente, y las discusiones entre el ejecutivo y el legislativo eran recurrentes.

Algunos enredos sobre cosas turbias se dejaron ver: la señora Susana Higuchi, esposa de Fujimori, y persona honesta, denunció el mal uso de donaciones venidas desde Japón, donde la elección de un hijo de japoneses a la presidencia del Perú había sido una gran noticia. Las hermanas del presidente negociaban incluso con la ropa usada. Y la ONG que habían creado –APENKAI– hacía uso indebido de las donaciones en efectivo.

Portada del diario español del 7 de abril de 1992, tras el golpe de Fuijmori. / El País

Todo ello, y los primeros cuestionamientos fiscalizadores, llevaron a Fujimori no solo a separarse de su esposa, después de haberla maltratado, sino también a adelantar el autogolpe que ya estaba organizando.

Previamente, Fujimori había iniciado una campaña contra lo que bautizó como “los políticos tradicionales”, en referencia a la oposición del Congreso a sus empeños para, según él, mejorar la economía y enfrentar al terrorismo. Ese manejo del discurso donde planteaba que le era imposible gobernar por causa de aquellos políticos y de la misma política, sembraron el terreno que le permitiría el autogolpe de Estado.

El mensaje a la nación del 5 de abril de 1992 fue contundente. Repitiendo “disolver, disolver”, expresión que quedó grabada, se deshizo del Congreso de la República; del Poder Judicial, del que destituyó a centenares de jueces, el ministerio público donde corrieron la misma suerte centenares de fiscales, el Consejo Nacional de la Magistratura, el Tribunal de Garantías Constitucionales. Más adelante destituiría a 177 integrantes del cuerpo diplomático usando el argumento de una necesaria purga de homosexuales de esa institución.

Con el apoyo de las fuerzas armadas y policiales, del 80% de la población, y el rechazo de la comunidad internacional, Alberto Fujimori inició lo que, en la práctica, fue una política sostenida de saqueo y destrucción de las instituciones.

Luego, por presión internacional, y por intermediaciones de Hernando de Soto, el dictador convocó una asamblea constituyente que redactó la Constitución de 1993, ultraliberal, y que sostiene hasta hoy al legado fujimorista. Vergonzosamente, un sector de la izquierda participó de esa convocatoria para, con pocos constituyentes electos ante una previsible amplia mayoría fujimorista, en la práctica validar ese proceso espurio.

La suerte: captura de terroristas

Pero la suerte favorecía al dictador. Ese mismo año de 1992, un grupo de inteligencia de la policía, a espaldas de Fujimori y su socio Montesinos que más bien obstruían su trabajo, logró capturar al jefe máximo de Sendero Luminoso. El GEIN (Grupo Especial de Inteligencia) contaba con apoyo de agentes de inteligencia norteamericanos. Así, mientras asistían a una cena en la embajada norteamericana, tanto Montesinos como sus ministros de Defensa e Interior, se enteraron de la captura de Abimael Guzmán gracias a un brindis del embajador oferente. Fujimori se encontraba pescando en Iquitos, ciudad de la Amazonía, con su hijo menor. Rápidamente, Fujimori regresó mientras Montesinos le arrebataba la presa al GEIN y lo presentaba como éxito del Gobierno. Con traje a rayas y en una jaula, fue presentado el siniestro personaje.

En septiembre de ese mismo año, la inteligencia policial logra la captura del dirigente principal del MRTA, Víctor Polay Campos. Hecho que también fue capitalizado. La popularidad del dictador era enorme.

Fujimori inició entonces la carrera de privatizaciones. Ese capítulo es de los más oscuros. Poco a poco, empresas del Estado empezaron a pasar a manos privadas. Entre las principales, la Compañía Peruana de Teléfonos (CPT) y la empresa de comunicaciones, Entel Perú; la generadora de electricidad en la capital, Electrolima; Petroperú; Minero Perú; Electroperú; las mineras Centromin y Tintaya; el Banco Continental; Petromar; Sider Perú; Pesca Perú, y varias más. 

Las cooperativas agrarias

Luego llegó el turno de las cooperativas agrarias donde se produjo un verdadero acto de despojo. Estas eran herencia del gobierno reformista del general Velasco Alvarado –de hecho, también lo eran la mayoría de las empresas estatales privatizadas, que fueron generadas durante el gobierno de Velasco– y su administración estaba en manos de gerentes, pero las decisiones eran de los cooperativistas, es decir de los campesinos organizados en las cooperativas. Fujimori dispuso que las cooperativas se convirtieran en sociedades anónimas. Enseguida, mediante artilugios legales, frenó las exportaciones de los productos de estas sociedades, promoviendo su decadencia. Los precios de las acciones cayeron por los suelos y, entonces, ávidos socios del dictador, alertados por este, fueron comprando sigilosamente acciones a los empobrecidos campesinos, hasta que los que quedaban, sin saberlo ni entenderlo, se encontraron con que eran accionistas minoritarios de sus empresas. Así ocurrió.

Quien esto escribe pudo hacer un informe en 2012 –y nada ha cambiado– sobre las tropelías de las empresas azucarera, química, papelera en la localidad de Paramonga, antigua cooperativa, a escasas cuatro horas al norte de Lima, donde la explotación laboral, la contaminación química que ha envenenado el mar, el aire que expulsa bagacillo de la caña de azúcar y mata a sus habitantes por bagazosis, han sido naturalizados por el Estado ante la resignación impotente de la misma población. La empresa azucarera en Paramonga, responsable de la difusión del bagacillo, es hoy propiedad de la familia Wong, la misma que posee el canal de televisión Willax y que es el portavoz del fujimorismo redivivo y de sus socios con Dina Boluarte.

Dina Boluarte acude al velatorio del exdictador Alberto Fujimori, en el Museo de la Nación (Lima). / Presidencia del Perú

Las obras y el control mediático

Si uno recorre el Perú, se encontrará con centenares de obras físicas realizadas durante el gobierno de Fujimori. Bueno es aclarar que las sumas de obras físicas no hacen un proyecto de gobierno, una propuesta de país, que requiere de una dinámica concertada y un objetivo, que Fujimori no tenía para el Perú. Lo que tenía era libre acceso a los recursos del Estado. En vez de plantear el gasto en el presupuesto aprobado por el Congreso, este era una simple formalidad –como todos los gestos aparentemente democráticos de la dictadura– y así Fujimori podía prometer un colegio, una carretera, lo que se le ocurriera, con solo decidirlo y la obra se ejecutaba casi inmediatamente. El dinero lo extraía como del bolsillo.

Estas obras se publicitaban ampliamente. La dictadura tenía la adhesión, literalmente comprada con dinero del Estado, de la totalidad de los medios de comunicación, salvo la honrosa excepción de unos pocos insobornables. Permítaseme honrar la memoria de Gustavo Mohme Llona, fundador del diario La República que, en ese entonces y bajo su dirección, se convirtió en el baluarte de la oposición a la dictadura. 

La dictadura tenía la adhesión, literalmente comprada, de la totalidad de los medios, salvo la honrosa excepción de unos pocos insobornables

Pero además de los medios convencionales, estaban los llamados “diarios chicha”. La expresión “chicha” viene de una bebida fermentada de maíz muy antigua, prehispánica, pero en el argot popular ha venido a significar algo entre corriente y kitsch. Los “diarios chicha” fueron creación de Montesinos, y editados mediante intermediarios. Vistosos, muy coloridos, con desnudos, texto breve, jerga en los titulares, muchas fotos, pero grandes llamadas en primera plana. Y con contenidos generalmente difamatorios de personas de la oposición al gobierno. Los nombres de esas publicaciones solían tomarse del habla popular, y obviamente ni la gramática ni el periodismo informativo eran su prioridad. Pero cumplían su función con solo estar colgados en los puntos de venta. Como la difusión, en momentos críticos, de noticias imaginarias pero que distraían a todos. Desde vírgenes que lloran, hasta escándalos inventados, o rifas, todo valía. Los “diarios chicha” cumplían su función distractiva.

Gracias a esos medios, y a la compra de la (ya poca) conciencia de los medios formales, el descubrimiento de un cargamento de cocaína en el avión presidencial, el negocio de venta de armas a las FARC colombianas, el saqueo del Estado durante las privatizaciones, no tuvieron la difusión debida o se señaló a “culpables” elegidos para salvar la circunstancia.  

La represión y la destrucción del Estado

Las instituciones del Estado se debilitaron al extremo. Los jueces podían ser destituidos en cualquier momento 

En ese ambiente actuaban los agentes represivos. Fujimori continuó la política represiva indiscriminada contra el terrorismo, inaugurada por sus antecesores de la década de los ochenta, pero la usó además para afianzar su control sobre el Estado y para blanquear sus fechorías. Cuando fue juzgado y condenado fue por dos crímenes horrendos contra estudiantes y docente de la Universidad Pedagógica de la Cantuta, y el asesinato con metrallas de un grupo de personas, entre ellas niños, en una actividad social, todo ello por obra de paramilitares del denominado Grupo Colina. Además del robo al Estado de 15 millones de dólares que había entregado como compensación a Vladimiro Montesinos. Faltaba juzgarlo por el asesinato de seis campesinos en la localidad de Pativilca, simples comuneros a los que mataron para favorecer la codicia de un amigo del general Hermoza, jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas, socio de Fujimori y Montesinos, que quería apoderarse de sus tierras. Y faltaba juzgarlo por esterilizaciones forzadas a las que su gobierno sometió a centenares de mujeres campesinas, en un plan supuestamente diseñado para control de la natalidad.

En todo ese proceso, las instituciones del Estado se debilitaron al extremo. Los jueces, casi todos provisionales, podían ser destituidos en cualquier momento, lo que debilitaba su independencia. Y en los institutos armados se liberó la corrupción al extremo de debilitar su profesionalismo y objetivos.

Quedó, en efecto, una macroeconomía estable, pero que favorece la acumulación de riqueza de pocos, la destrucción del territorio destinado a perpetuidad como proveedor de insumos y zona de sacrificio para beneficios de otros. Y la pobreza perenne de una mayoría.

El final

Fujimori cayó porque finalmente el pueblo se hartó. Y porque, de pronto, aparecieron unos vídeos en VHS donde se veía a Vladimiro Montesinos distribuyendo dinero del Estado, en grandes pilas, a distintos personajes a cambio de adhesiones y complicidades. Desde políticos hasta gente de la farándula, pasando por ejecutivos, muchísimos pasaron por allí. Se fugó, como siempre hacía ante cualquier peligro, valiéndose de un viaje oficial, con maletas cargadas de lingotes de oro, y una parte importante de los llamados “vladivideos”.

Se quedó en el Japón, vivió como oligarca, usó su doble nacionalidad (era también japonés) para no ser extraditado y se postuló con mal resultado al Senado japonés por un partido de extrema derecha. Luego, calculó mal y viajó a Chile esperando retornar al Perú, pero fue capturado y extraditado, juzgado, condenado a 25 años de cárcel para solo cumplir 15 por un indulto ilegal, quedar en libertad ante la consternación de sus víctimas, y morir en su cama.

El fujimorismo fue precursor de los movimientos de extrema derecha en América Latina

Pero no se ha ido del todo. El fujimorismo persiste como manera de ser, como visión del Estado para enriquecerse, como individualismo difuso en el que desaparece la posibilidad de cualquier afán colectivo, y como la predominancia del más fuerte. El fujimorismo fue precursor de los movimientos de extrema derecha en América Latina. Todo peruano que observa la experiencia argentina, por ejemplo, tiene claro lo que está ocurriendo y lo que puede ocurrir.

Lo peor del fujimorismo fue, pues, su legado destructor de toda la institucionalidad que había, ni excepcional ni modélica, pero al menos existente y mejorable. Y ese es la herencia de desgracia que ha generado la situación que hoy se vive con Boluarte y la mayoría congresal de ultraderecha que gobiernan, y su desprecio racista por la vida, su visión del Perú como objeto de provecho personal, y su afán destructor de todo orden y democracia.

“Un rufián muerto sigue siendo un rufián. Y un cobarde muerto no es un valiente. La muerte no beneficia tanto. Aunque yo en una milonga digo: no hay cosa como la muerte para mejorar a la gente.”

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

David Roca Basadre

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí