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En una escena nocturna, un joven se acerca a una casa y saluda con gran afecto a una perra, que no parece reconocerlo. Poco después se reencuentra con su hermana y le sorprende que se haya cambiado el color de pelo desde la última visita. Nadie ha ido a recogerlo a la estación. Así comienza Sandra Romero (Écija, 1983) su primer largometraje, Por donde pasa el silencio, con el que ella también regresa a su pueblo natal para presentar una historia familiar que, quizá como todas, se teje con reencuentros y desencuentros, con cariño y también con reproches. Al igual que en el corto homónimo filmado en 2020 por la directora sevillana, el protagonista aquí es Antonio (el actor Antonio Araque), que ahora vuelve a su pueblo y no solo se topa con su antigua pareja, sino con una compleja realidad familiar. De este modo, Romero, admiradora de Chantal Akerman y Pasolini, pero también de Mar Coll o Carla Simón, amplía el foco y muestra cómo Antonio se enfrenta a los problemas que suscitan los cuidados de su hermano discapacitado en un entorno rural donde la vida no es sencilla. La directora sevillana ha trabajado aquí con actores profesionales y no profesionales, incorporando a la ficción elementos documentales (los tres protagonistas son también hermanos en la realidad, y amigos de ella) desde un realismo centrado en la captación de sentimientos y de realidades sociales, algo cada vez más presente en el cine español.
Después de su presentación en los festivales de San Sebastián y Sevilla, Por donde pasa el silencio, que se estrena en salas el 29 de noviembre, ha obtenido el premio del jurado en el festival de Almería.
En el corto homónimo de 2020 se centraba en la antigua relación sentimental del personaje central, Antonio [Antonio Araque], y aquí amplía el foco a la relación con su hermano y con el conjunto de la familia. ¿Por qué ese cambio?
Al ponernos con el montaje, veo a Javier [hermano discapacitado de Antonio] bajando los perros de un coche antes de irse. Y está María también [su otra hermana], en la cocina. Cuando veía esas imágenes en posproducción quería quedarme más en ellas. Sentía que había algo ahí, que había un misterio en esa relación que tiene Antonio con los hermanos. Y también tenía el impulso de hacer una película familiar. Empecé a escribir en 2020. Era la primera vez que regresaba a mi casa durante tanto tiempo, por la pandemia, y de ahí nace esta película.
La película parte de una realidad que le apela muy directamente, pero la utiliza para hacer ficción. ¿Partir de la experiencia privada para crear una obra de ficción es un rasgo de su generación?
Es natural hablar de cosas que uno tiene cerca. Me parece arriesgado alejarse mucho de eso. Yo tengo unos intereses muy concretos, que probablemente comparta con personas de mi generación. Pero, cuando uno quiere contar algo también hay dos puntos: uno es el conocimiento de algo y otro es el misterio. Y en esa relación entre conocer y no conocer lo que uno tiene delante nace ese impulso. ¿Puede ser un rasgo compartido? Creo que sí que lo es.
¿Cree que es más compartido con cineastas mujeres?
Desde que llegaron Lucrecia Martel o Chantal Akerman empezamos a ver las casas, empezamos a ver las cocinas, a ver a la familia. Las mujeres han sido, no sé si pioneras, pero sí llevaban el peso de este tipo de cine. También es cierto que hay hombres que exploran. Almodóvar tiene otro tono, pero al final también tiene algo de lo íntimo, de lo cotidiano. Siento que quizá las mujeres estemos explorando más este tipo de cine. Mis referentes en gran parte son mujeres.
No me parece anticuado para nada hablar de clase, porque nos atraviesa, porque existe, porque pertenecemos a ella
Acaba de mencionar a Lucrecia Martel y a Chantal Akerman. También hay cierta relación entre lo que hace y las obras de Carla Simón o Pilar Palomero, cineastas españolas que están indagando en su pasado. En otra entrevista usted decía que necesitábamos esa mirada. ¿Cree que se necesitaba porque es femenina o también porque hay un componente, aunque quizá suene antiguo, de clase? Esa mirada de gente que viene de los pueblos y se va a la ciudad sin muchos medios también estaba ausente de nuestro cine.
No me parece anticuado para nada hablar de clase. No nos debería dar vergüenza ni pudor hablar de clase, porque nos atraviesa, porque existe, porque pertenecemos a ella. Creo que lo que está cambiando es que personas de clase obrera están pudiendo acceder a otro tipo de estudios; con mucho esfuerzo podemos vivir en otros lugares e intentar encontrar una profesión que nos guste. El cine no es fácil, las escuelas son privadas. En mi caso personal ha sido una mezcla de ser hija única y tener el apoyo puntual de mi padre. Trabajé para pagarme la escuela. He pedido un préstamo y he tenido becas. Es decir, hay una serie de circunstancias que se dan para que yo pueda terminar la escuela. Creo que, como yo, muchas y muchos más están llegando y están empezando a hacer cine. Y claro que en su cine probablemente se respire un ambiente distinto, que es el ambiente del que venimos.
Teniendo en cuenta que en su película trata un material tan sensible, con amigos suyos, con personas a las que conoce muy bien, ¿cómo ha elegido lo que cuenta y lo que no cuenta, o lo que cuenta ficcionalizándolo?
Lo primero que hago es alejarme completamente de todo y escribir un guion de ficción, en el que incluyo los temas que me interesan, que me conmueven. En mi primera aproximación a ese guion ya tengo la intención de que se parezca a la vida. Ya tengo el tono de la película. Me esfuerzo en que los diálogos sean naturales y en que haya emociones complejas. Intento no banalizarlas, no simplificarlas en pro de ninguna comprensión. En la vida hay cosas que voy a entender y cosas que no, sin embargo, siento que hay una coherencia en estos personajes que tienen tantas aristas, porque nosotros también las tenemos. De alguna manera, al proponer que sean tres hermanos los que interpreten la película, que son mis amigos, yo escribo para mí, pero también escribo de ellos, escribo de otras familias que conozco. Luego viene otro proceso de ensayos, estoy seis meses con ellos, ahondamos en cada escena. Ellos, de una manera muy honesta y muy generosa, ponen emociones en la película y eso es un regalo. Se entregan completamente a este juego de la ficción que toca realmente emociones en los propios actores, no en los personajes que interpretan.
La película me ha parecido un poco desesperanzada. Trata sobre una familia con gente que intenta ayudarse, aunque a veces no sabe muy bien cómo. ¿Ve en la familia un entorno de cuidados o un entorno de conflicto?
Ambos. Es imposible no amar a la familia, es imposible no discutir con ella, es imposible no pelear con ella. Eso es lo que yo conozco. Pero siento que la familia es un lugar en el que hay un amor muy profundo. Y en ese amor profundo hay mucha delicadeza, mucha vulnerabilidad. No sé si es desesperanza, pero sí siento que hay una vulnerabilidad muy grande. Pero que no deja de ser la vida.
Lo masculino y lo femenino no dejan de ser una parte de la educación que se nos da
Habla mucho de los cuidados, un tema poco tratado hasta ahora, que quizá tenga que ver con esa mirada femenina de la que hablábamos. Esos cuidados aquí tienen mucho que ver con un hombre, Antonio, el personaje central. Algo que tampoco es muy habitual.
Me interesaban mucho los cuidados. Siempre se nos ha impuesto a las mujeres el deber de cuidar. Y ahí está ese personaje de María, un personaje muy luminoso a pesar de que también transita por cosas desesperanzadoras. María es un ser luminoso al que se le han puesto por delante responsabilidades solo por ser una mujer. Me interesaba mucho cómo Antonio, como personaje, como hombre, trata de tomar el relevo de lo que está viendo que va a ocurrirle a su hermana. Y cómo esos dos hombres [Antonio y su mellizo Javier] intentan de alguna manera tocarse. Esa relación entre dos hombres que son hermanos, entre uno que tiene que cuidar al otro y otro que no se deja, pero a la vez exige y pide, aunque no se sabe qué es lo que quiere del otro, a mí me parece muy interesante. Es una relación que también está “educada”, porque lo masculino y lo femenino no dejan de ser una parte de la educación que se nos da. Eso nos influye a la hora de relacionarnos, a la hora de tocarnos, de cuidarnos. Todo eso me interesaba claramente desde el principio.
En la película apunta muchos problemas, como la relación conflictiva entre los padres, el posible maltrato del padre hacia los hijos, pero no se lanza a subrayarlos. ¿Por qué ese enfoque tan elíptico?
Porque son problemas que pertenecen al pasado, pero aún resuenan en el presente. A mí me interesaba que la película esté contada desde el aquí y ahora, desde el presente. Me gustan mucho las conversaciones. La película está llena de conversaciones, y en ellas metí el pasado, porque siento que así se termina de comprender a los personajes. Pero no quiero subrayar y, sobre todo, no quiero dictar. Me interesa mucho que el espectador vea y participe en la película. Que entienda y vea ese pasado. Hay frases lapidarias muy claras. No es difícil de entender lo que ha pasado años atrás, pero a la vez es algo que no pertenece al presente. Al final, como en la vida real, uno va abriendo pequeñas grietas y las va cerrando. Y a través de esas grietas podemos ver cómo son ahora los personajes y por qué son así.
Creo que filmar un pueblo también es filmar un gesto en una cocina
¿Cómo fue la conjunción de mezclar en el rodaje a actores naturales y actores profesionales como Mona Martínez o Antonio Araque?
La presencia de actores profesionales fue esencial para poder llevar a cabo esta película. Por ejemplo, Tamara Casellas es un personaje de la película y a la vez es coach. De alguna manera, ellos dentro de las escenas tienen la sensibilidad suficiente como para manejar esa otra sensibilidad del actor no profesional. Pero también hay una parte muy interesante que descubrimos en los ensayos, que es tratar de eliminar las herramientas que nosotros tenemos como profesionales y aprender de los no profesionales. Ha sido un intercambio del que he aprendido mucho.
La película, filmada en muchos interiores, da cierta sensación de encierro. Incluso en los exteriores la sensación es opresiva. ¿Quería dar esa sensación?
Mi primer impulso fue estar cerca de los personajes y que la cámara fuese un hermano más. Me gustaba mucho la idea de que a través de los interiores y de los personajes se dibujase el pueblo. Porque filmar una calle no me parece filmar un pueblo. Creo que filmar un pueblo también es filmar un gesto en una cocina. Muchas veces se cuenta mucho más así que poniendo un plano de situación. Soy poco práctica en ese sentido. Que la película termine siendo opresiva era algo que a mí también me interesaba mucho porque, en cierta forma, contaba algo más de los personajes y, sobre todo, de mi propia sensación. Hay un abrazo, hay una cercanía en esa cámara, cerca de ellos, que los retrata y a la vez los oprime. Visualmente es una película opresiva, y sonoramente también.
Lo que uno se encuentra cuando regresa es casi una línea en la que ya apenas puede meter la mano
En el fondo se retrata el extrañamiento de quienes se van de un ambiente y luego vuelven para intentar comprenderlo. Sería el personaje de Antonio o usted misma, de gente que vuelve a su contexto y hay cosas que le gustan y otras que no.
Bueno, los que se van se suelen ir por varios motivos. Cuando uno se va de casa se va a buscar algo, pero también deja cosas que ama y cosas con las que no termina de encontrarse del todo bien. En ese regreso de Antonio también me parecía bien explorar ese hueco que uno ha dejado, y que a lo largo de los años, por mucho que uno regrese de vez en cuando a ese hueco, cada vez es más estrecho. Y lo que uno se encuentra cuando regresa es casi una línea en la que ya apenas puede meter la mano. Y tienes que situarte en una familia de la que te has ido, pero que a la vez es la tuya, la que te ha educado y a la que amas. Hay un encuentro y un desencuentro en ese personaje que no sabe dónde ubicarse pero que a la vez tiene la necesidad de hacerlo, de posicionarse, de tratar de resolver cosas que ve que no están bien. Pero, a la vez, la familia también tiene su personalidad y tiene su opinión respecto al que llega. Son choques y son encuentros.
El día 29 de noviembre se estrena esta película y el 28 la serie Los años nuevos [Movistar+], en la que dirige tres episodios. ¿Cómo se ha encontrado trabajando en un proyecto como el de Rodrigo Sorogoyen?
Me ha gustado mucho porque se ha trabajado desde una familiaridad absoluta. No me he sentido nada extraña y sobre todo he seguido explorando las cosas que me interesan. Es una suerte enorme que Sorogoyen contase conmigo con un proyecto de una sensibilidad tremenda, también escrito por Paula Fabra y Sara Cano, con el que yo conectaba muchísimo. Ha sido un regalo, la verdad. No es fácil que pase esto, que te llegue algo de fuera, pero que a la vez sea algo que te interesa y que te toca.
En una escena nocturna, un joven se acerca a una casa y saluda con gran afecto a una perra, que no parece reconocerlo. Poco después se reencuentra con su hermana y le sorprende que se haya cambiado el color de pelo desde la última visita. Nadie ha ido a recogerlo a la estación. Así comienza Sandra Romero (Écija,...
Autor >
Jesús Cuellar
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