Caso Pelicot
La sumisión química como castigo para las mujeres rebeldes
La dominación ya no consiste solo en el poder absoluto; es el deseo político de venganza contra las demandas de emancipación
Éric Fassin (Le Nouvel Obs) 4/11/2024
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No hemos acabado con el patriarcado. Esta es la principal lección del caso Mazan. Durante una década, un marido drogó a su esposa de toda la vida para grabarse violándola y haciendo que la violaran desconocidos, cincuenta de los cuales están siendo juzgados con él. “Es su mujer, hace lo que quiere con su mujer”, declaró uno de los acusados durante la investigación. El patriarcado no es solo la violencia simbólica y física que sufren las mujeres; es también la complicidad entre los hombres que las comparten, las recetas de cócteles de medicamentos que intercambian, su connivencia en los insultos sexistas, los tocamientos homoeróticos que les hacen sentir bien y las imágenes que hacen circular a modo de invitación o recuerdo.
Lo único que tienen en común es que son hombres. Sin embargo, el hombre eterno no existe, como tampoco existe la mujer eterna. La dominación masculina tiene una historia que hoy en día está siendo atravesada por el feminismo. En 2003, la primera encuesta nacional que llevó a cabo el Instituto Nacional de Encuestas Demográficas sobre la violencia contra las mujeres en Francia (Enveff) reveló que, en algunas parejas, en caso de desempleo, menor cualificación o ingresos, “el hombre intentaba asegurarse una posición dominante en su vida privada, recurriendo si era necesario a actos violentos”. Pero el problema no es solo la reversión de la desigualdad habitual. Es también la reivindicación de la autonomía: una mujer que está a punto de dejar a su marido está más expuesta a la violencia de éste.
Una dominación “reaccionaria”
“En efecto, de la encuesta se desprende una concepción histórica de la dominación”, expliqué en su momento en Liberté, égalité, sexualité (Belfond), un libro de entrevistas con Clarisse Fabre. “Junto a la dominación ‘tradicional’, aparece una forma de dominación ‘moderna’, que ya no se basa en la perpetuación de un orden patriarcal inmemorial, jamás cuestionado, sino, por el contrario, como una reacción al cuestionamiento de este orden, frente a las reivindicaciones de libertad e igualdad. En otras palabras, podríamos hablar de dominación ‘reaccionaria’, en lugar de dominación conservadora”.
Afecta al propio deseo. Esto se ve reflejado en el desarrollo de una nueva forma de prostitución, con la afluencia de trabajadoras del sexo del Este y del Sur. Lo que las hace deseables “¿no es precisamente su condición de dominadas, su sumisión casi absoluta?”. Es “porque tienen pocos o ningún derecho –ni siquiera el derecho a hablar, algunas de ellas no saben ni tres palabras de francés– por lo que son codiciadas. Este deseo puede explicarse como la contrapartida a la creciente igualdad sexual en el seno de las parejas”. La nueva prostitución sería así “un refugio para las frustraciones modernas de la dominación masculina”.
Este marco histórico y teórico arroja luz sobre el uso cada vez más frecuente de la sumisión química. El 9 de octubre de 2024, un hombre fue condenado en un tribunal de apelación por agresiones sexuales filmadas cometidas entre 2019 y 2022 contra su mujer, a la que había drogado. El marido trató de explicar sus actos así: “No controlaba nada en casa; en ese momento, sentí que controlaba algo”. Dominique Pelicot, por su parte, dijo de su mujer: “Era lo contrario de mi madre; era totalmente insubordinada”. Él la castigaba por ello.
En un relato escalofriante, Et j’ai cessé de t’appeler papa (Y te dejé de llamar papá) (JC Lattès, 2022), Caroline Darian, la hija de ambos, subraya la desigualdad en esta pareja: “Mi madre tenía un trabajo estable como directiva. Eso es lo que le permitió conseguir una vivienda de empresa en una zona de lujo de las afueras de París”. Su marido, en cambio, con su diploma de electricista “lamentaba no haber estudiado” y se embarcó en negocios desastrosos. Sin embargo, “el colmo de la perversidad: mi padre, siempre enredado en problemas de dinero, no hacía negocio con mamá. Así que actuaba por su propio placer”. Disfrutaba menospreciándola, como para compensar la realidad social: “Puta burguesa”…
Convertir a una mujer rebelde en una muñeca sumisa
Pero en cuanto se jubiló, lejos de París y de sus hijos, Gisèle Pelicot estaba a su merced. Debilitada por las drogas y las violaciones, dependía totalmente de él. Además, fue cuando detuvieron a su marido cuando se reveló la magnitud de su pasivo financiero: ya no tenía ningún control sobre nada. Todo es cuestión de dominio. En 2016 pintó a una mujer desnuda. Cuatro años después, cuando su hija rompió furiosa el cuadro, descubrió su título: L'Emprise (El dominio). Recuerda a La carta robadade Edgar Allan Poe, expuesta en el pasillo del domicilio conyugal.
El hecho es que el dominio puede ser una expresión de debilidad, no de fuerza. Cuando fue detenido en 2020 por filmar bajo las faldas de unas mujeres, “se hacía el pobre desgraciado, diciendo que no había hecho nada”, dice una denunciante: “Una actitud de víctima”. Su hija le retaba: “Eres Calimero, el que siempre se está quejando”. “Es muy injusto”: este podría ser también el lema de los incels, “solteros involuntarios” llenos de resentimiento contra las mujeres que les evitan. En realidad, los supremacistas masculinos quieren “mujeres de Stepford”. En 1972, Ira Levin imaginó esta mordaz fábula sobre la reacción antifeminista: en Estados Unidos, en un barrio acomodado, los hombres han encontrado la solución de convertir a sus esposas rebeldes en muñecas sumisas.
Es cierto que no hay que confundir el sexo con la violación: para la víctima, no es sexo, porque es violación. En cambio, el violador sí disfruta. Las imágenes del juicio muestran que es la mujer reducida a una cosa lo que excita a estos hombres. Así que ya no se trata de “violación al azar”, sino de “miseria sexual”. Muchos de ellos también tienen fantasías pedófilas. Se puede ver la diferencia entre la violación “arcaica” y su versión “reaccionaria” o “antimoderna”. En ambos casos, la ausencia de consentimiento es sin duda el motor del deseo. Pero la sumisión química añade la inconsciencia: el sexo “sin que ella lo sepa” es lo que los violadores encuentran deseable. ¿No es ese el nombre del foro de la web Coco donde el marido reclutaba a sus cómplices?
En el modelo antiguo, una mujer que tiembla, grita o lucha es una fuente de excitación; en el nuevo modelo, la fuente de excitación es su inercia. Por supuesto, la violación “arcaica” no ha desaparecido, al igual que la dominación “tradicional”. Coexisten dos figuras: la omnipotencia y la impotencia.
Por una parte, están los “hombres de la rue du Bac”, un club de poderosos personajes del mundo mediático y cultural; estos potentados acusados de abusar sádicamente de niños pudieron vivir con total impunidad. El terrible expediente publicado en junio por Libération fue acogido con un silencio inquietante: ¿tendría algo que ver el hecho de que, junto al escritor Gabriel Matzneff, estuvieran implicadas personalidades tan eminentes como un jefe de prensa, Claude Imbert, y una figura intelectual de la derecha, Jean-François Revel?
Por otra parte, están los hombres corrientes de Mazan, personas anónimas cuya edad y profesión se conocen mejor, atrapados por la justicia. Porque, hoy en día, la dominación ya no consiste solo en el poder absoluto; es el deseo político de venganza contra las demandas de emancipación. Querer humillar a tu mujer es, de hecho, un gesto antifeminista de impotencia. Hay un Dr. Jekyll diurno, que aparentemente cumple con las normas igualitarias (en casa él se ocupa de todo), y un Mr. Hyde nocturno, que disfruta con los actos impuestos a la mujer por la que sigue afirmando no haber “sentido más que amor”. Los psiquiatras han hablado de la doble personalidad. En cualquier caso, se trata de un desdoblamiento político que atraviesa nuestra sociedad: detrás de los buenos sentimientos, el resentimiento.
Es cierto que estamos muy lejos del juicio de Aix que tuvo lugar en 1978: “Haces el amor y acabas en el tribunal, ¿te lo puedes creer?”, exclamó un policía. “Es difícil imaginar hoy la violencia del juicio de Aix”, recuerda Agnès Fichot, que en aquella época era una joven colaboradora de Gisèle Halimi, “y todo el arcaísmo falocrático y patriarcal que contenía”. Pero eso no significa que la dominación masculina haya desaparecido; se ha reconstruido frente a un ideal de democracia sexual. En lugar de desesperarnos, vamos a invertir la perspectiva: ¿no es este deseo de someter a toda costa el reverso siniestro del auge de un deseo femenino, y también masculino, de igualdad así como de libertad?
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Este texto se publicó originalmente en francés en Le Nouvel Obs.
Traducción de Paloma Farré.
No hemos acabado con el patriarcado. Esta es la principal lección del caso Mazan. Durante una década, un marido drogó a su esposa de toda la vida para grabarse violándola y haciendo que...
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Éric Fassin (Le Nouvel Obs)
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