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La purga
No son todos los hombres los que discriminan, agreden o matan, pero todos son hombres, así que sobre el género masculino recae una responsabilidad inexcusable, de aceptación, revisión y educación
Ana Bibang 1/10/2024
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La primera vez que escuché este término fue como “la purga de Benito” y estaba asociado a remedios de botica que causaban efectos de forma inmediata y muy eficiente, ya que, según apunta la sabiduría popular, el tal Benito sintió efectos sanadores antes incluso de tomarse el remedio prescrito por el boticario.
Más adelante, me acostumbré a la generalización del término “purga” en escenarios cotidianos más allá del universo de la botica, como instrumento de purificación y limpieza que permite sanear, atajar situaciones molestas o eliminar aquello que es sobrante o dañino, ya sea desatascar una tubería o despedir al personal innecesario o disidente con la patronal de turno.
Pero con el estreno de la película La Purga: la noche de las bestias (James DeMonaco, 2013) el término dio una vuelta de tuerca para mí; el cine, siempre el cine.
En la cinta se plantea la existencia de una sociedad distópica en el año 2022, en la que las autoridades permiten una noche catártica una vez al año durante la que se puede delinquir y cometer crímenes con total impunidad, argumentando que esta forma de proceder consigue que, una vez que lo peor de cada casa se desfoga y sacude sus demonios, se instaure una calma continuada y ausente de crimen; al resto de ciudadanos no les queda otra que encerrarse en sus casas a cal y canto, a la espera del anuncio de que la jornada de puertas abiertas a la criminalidad finalice para retomar su rutina cotidiana ya sin atisbo de delincuencia.
Tan difícil de creer es la milagrosa recuperación apriorística de Benito, como la calma propiciada por una noche de libertad criminal, pero en este último modelo de purga distópica hay algo que no se aleja mucho de la realidad: la violencia campando a sus anchas. Y en la España de 2024, campa la violencia de género.
Según datos del Ministerio del Interior, las cifras de asesinatos machistas son alarmantes, 36 mujeres y 10 menores asesinados en lo que va de 2024, cometidos en su mayoría durante los meses de verano, y que a su vez dejan 24 menores huérfanos; estos datos ya habrán aumentado cuando se publique este artículo porque la violencia machista es incesante y, desgraciadamente, ya forma parte de nuestra vida cotidiana, cuando nos desayunamos con normalidad, leyendo o escuchando titulares como estos:
“Un hombre ha sido detenido este sábado en Vigo por rociar con gasolina y prender fuego a su expareja cuando ella salía de su domicilio.”
“Maialen, de 32 años, asesinada en Vitoria por su expareja. La mujer tenía una hija y estaba embarazada de gemelos.”
“El juez ha dictado orden de alejamiento para el ertzaina que intentó agredir a su mujer en Donostia y amenazó a sus dos hijas, con un cuchillo de cocina.”
En estos días, también nos estremecemos con lo que sucede más allá de nuestras fronteras con la apertura de juicio por las violaciones múltiples y continuadas sufridas por Gisèle Pelicot, promovidas por su marido mediante sumisión química y en las que participaron decenas de hombres. Durante años.
Nada nuevo. Puede que nos sorprendan las formas cada vez más siniestras y/o crueles, pero el fondo es lo mismo de siempre: el machismo y la violencia ejercida sobre las mujeres.
Y si ya está identificado el problema y aumenta de forma insufrible, hay cosas que a mí ya no me valen; no me valen las condenas y las repulsas institucionales, los minutos de silencio y los compromisos vacuos para luchar contra la violencia de género.
Resulta intolerable la irresponsabilidad política de instrumentalizar el drama de la violencia de género para usarla como arma arrojadiza o atacar al movimiento feminista, el único que consiguió que la violencia de género dejara de considerarse como algo que sucedía y se arreglaba en casa y en silencio; también es indignante que los medios definan en sus titulares como “mujeres muertas” a aquellas que han sido asesinadas a manos de su pareja o cónyuge, porque les han rociado con gasolina y prendido fuego o les han cosido a puñaladas.
Y no puedo por menos que volver a señalar el hartazgo de presenciar la indignación de aquellos hombres que, ante el drama de las dimensiones de la violencia de género, se sienten atacados y señalados porque “ no todos los hombres somos así”, situándose en un centro de atención que no les corresponde; en este escenario, servidora ya no entra a discutir, ni a hacer pedagogía, porque es cierto que NO SON TODOS los hombres los que discriminan, agreden o matan, pero TODOS SON hombres, así que también recae sobre el género masculino una responsabilidad inexcusable, de aceptación, revisión y educación.
Toca que cada cual asuma su parte de responsabilidad, que nosotras ya estamos ocupadas en cuidar que no nos arranquen la vida.
La realidad de la violencia machista en nuestro país pone de manifiesto que hacen falta nuevos sistemas de vigilancia y atención preventiva, medidas educativas, cambios y políticas eficientes que provean dotaciones materiales para solventar un problema tan grave como el que nos ocupa. Quizá hasta sea necesaria una purga, entendida en su mejor acepción y que ojalá pudiera ser como la de Benito.
Por si acaso, descartemos una purga como la imaginada por James DeMonaco, donde se permite la violencia a diestro y siniestro y a las posibles víctimas solo les queda protegerse como puedan y cruzar los dedos para que no les suceda una desgracia. Porque de ser así, efectivamente, nos convertiríamos en bestias.
La primera vez que escuché este término fue como “la purga de Benito” y estaba asociado a remedios de botica que causaban efectos de forma inmediata y muy eficiente, ya que, según apunta la sabiduría popular, el tal Benito sintió efectos sanadores antes incluso de tomarse el remedio prescrito por el...
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Ana Bibang
Es madrileña, afrodescendiente y afrofeminista. Asesora en materia de Inmigración, Extranjería y Movilidad Internacional y miembro de la organización Espacio Afro. Escribe sobre lo que pasa en el mundo desde su visión hipermétrope.
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