El mundo al revés
Las culpables son las víctimas
En Francia se está imponiendo tanto en la derecha como en la izquierda una retórica reaccionaria que acusa al antirracismo político de ser racista
Éric Fassin 19/04/2021
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En el pasado, en lo que respecta al racismo, las cosas parecían sencillas: había en Francia, digamos desde la década de 1960, con la descolonización y el descenso de la extrema derecha, un aparente consenso para rechazar el racismo. Efectivamente, en 1983, se celebraba por una parte la Marcha por la Igualdad y Contra el Racismo y por otra, se daban los primeros éxitos del Frente Nacional. Sin embargo, también fue el momento en el que la figura de la República universalista volvió con fuerza al debate público. Por lo tanto, la excepción racista todavía parecía confirmar la norma antirracista.
En esa época, tanto el racismo como el antirracismo se definieron como ideologías. Por consiguiente, bastaba repudiar el racismo para quedar exento; pero, para ser acusado de racista, era necesario reivindicarlo. Baste decir que el racismo era cosa del otro. Además, para mantenerlo bien alejado, se atribuyó gustosamente a las clases populares: las élites ilustradas se creían exentas. Creían que el racismo tan solo era un residuo ideológico de la ignorancia. Las luces de la razón deberían poder disipar esta oscuridad.
Racismo sistémico
Desde la década de 1990, cada vez se ha hecho más difícil conformarse con esta concepción. De hecho, no hay nada residual en el racismo. Al contrario, pesa cada vez más sobre las minorías. No es solo el insulto o la agresión; son también, y quizás sobre todo, los insidiosos mecanismos de la discriminación racial, particularmente en el acceso al empleo o la vivienda, así como en las relaciones con la policía. Esta toma de conciencia ha llevado a un nuevo enfoque del racismo, menos ideológico que sociológico. No se trata únicamente de individuos racistas, sino de mecanismos sociales estructurales: de ahí que se hable de “racismo sistémico”.
La cuestión no es tanto juzgar las intenciones como los resultados, lo que es racismo efectivo. Hay que señalar, por ejemplo, que los sectores profesionales que reclaman alto y claro el antirracismo (académicos, periodistas, políticos, etc.) apenas dan cabida a las minorías raciales. Así, esta redefinición coincide con un cambio real de paradigma. No cabe preguntarse más: ¿quién es racista?, sino: ¿quién sufre el racismo? Se trata, por tanto, de revertir el punto de vista, abandonar la ideología para centrarse en la experiencia de discriminación que acumulan estas personas que ahora se denominan racializadas.
Las ideas de la extrema derecha han ganado terreno incluso en la izquierda: la continuidad de las políticas migratorias y la creciente obsesión por el islam son los signos más visibles de esto
Sin embargo, al mismo tiempo, el voto de la extrema derecha no ha dejado de crecer, hasta el punto de que hoy la victoria de la Agrupación Nacional en las elecciones presidenciales ya no parece impensable. Sin duda se dirá que la estrategia de desdemonización de Marine Le Pen tiene mucho que ver con eso. Cabe señalar también, por otro lado, que las ideas de la extrema derecha han ganado terreno en la derecha, e incluso en la izquierda: la continuidad de las políticas migratorias, de un presidente a otro, y la creciente obsesión por el islam, de derecha a izquierda, son los signos más visibles de esto. Hoy por hoy, el racismo se expresa abiertamente. Lejos de cerrar la puerta de los medios, la condena por incitación al odio racial la abre de par en par. Por tanto, es como si el predominio de la discriminación racial acabara autorizando el discurso racista. A fuerza de tolerar el racismo sistémico, hemos visto el retorno, abiertamente, de la ideología racista: así es como el “Gran Reemplazo”, el discurso de odio, se presenta como una “teoría”. De este modo, la banalización de los efectos discriminatorios ha legitimado el regreso del racismo intencional.
Racismo y antirracismo políticos
Ya no son simplemente discursos ideológicos, ni únicamente mecanismos estructurales; el racismo está cada vez más arraigado en la política. Se ha visto contra los gitanos, convertidos en objetivo desde la cúpula del Estado, de Nicolas Sarkozy a Manuel Valls; contra los musulmanes, y especialmente las mujeres musulmanas, como lo demuestran las reiteradas leyes contra el velo; y contra las minorías visibles, con los controles faciales que, pese a estar condenado por ello, el Estado justificó ante los tribunales en 2016 ya solo se dirigen a “la población que podía parecer extranjera".
La progresión de este racismo político explica a su vez el aumento del antirracismo político, defendido en particular por los principales afectados. Por tanto, no es casualidad que el tema de la violencia policial juegue un papel central: articula la experiencia compartida del racismo sistémico con el cuestionamiento de la responsabilidad política del Estado.
El ministro de Educación nacional no se equivocó: el 21 de noviembre de 2017 anunció que iba a presentar una denuncia contra el sindicato Sud-Éducation 93, acusado de organizar talleres no mixtos y sobre todo culpable de atreverse a hablar de “racismo de Estado”. Al reclamar “la unanimidad de la representación nacional”, Jean-Michel Blanquer fue recibido ese día en la Asamblea nacional con una ovación general, comenzando por la de Marine Le Pen. En oposición al antirracismo político, se formó entonces un nuevo frente republicano no contra la Agrupación Nacional, sino junto a esta; no contra el racismo, sino contra un nuevo antirracismo redefinido desde el punto de vista de los directamente afectados. Además, los ataques recientes a las reuniones no mixtas de otro sindicato, la UNEF, permiten a la líder de extrema derecha volver a dar lecciones sobre antirracismo. Y entre aquellos y aquellas que están indignadas por una esta reapropiación, muchos todavía culpan al antirracismo político...
Una ofensiva política
No es casualidad que en junio de 2020 el presidente de la República, al denunciar a los académicos a los que juzga “culpables” de “partir la República en dos”, lanzara una ofensiva contra el “separatismo”. Lo hizo justo cuando el comité de Adama Traoré lograba movilizar en gran medida a la juventud; en ese momento también el defensor del pueblo, Jacques Toubon, destacó al dejar el cargo que “las instituciones participan de la producción de discriminaciones sistémicas en Francia”. Esta institución de la República ya había demostrado a principios de 2017, en una encuesta sobre las relaciones con la policía, que los jóvenes árabes o negros están veinte veces más controlados que el resto de la población. Y era de nuevo esta quien denunciaba en mayo de 2020, “la existencia de una dimensión sistémica de discriminación por motivos de origen racial contra todo un grupo” en la policía.
Sin embargo, sin siquiera hablar de luchar contra ella, Emmanuel Macron se negó a nombrar la “violencia policial”: para él, “estas palabras son inaceptables en un Estado de derecho”. Y su ministro del Interior, Gérald Darmanin, llega a declarar con cruel ironía: “Cuando escucho las palabras 'violencia policial', personalmente me asfixio”. ¡A quién le importa el defensor del pueblo! El presidente ataca a las palabras más que a las cosas: en efecto, ¿no será más bien que en un Estado policial está prohibido hablar de violencia policial? La contradicción es obvia: la retórica republicana ya no logra enmascarar prácticas contrarias a los principios de la República. Además, ¿por qué habría que repetir esta palabra en cada frase, si no hubiera perdido gran parte de su sustancia a fuerza de ser instrumentalizada para justificar derivas antidemocráticas?
La retórica reaccionaria está originando un segundo giro que anula el primero: el antirracismo político es el que es acusado de racismo. ¿No habla de la raza?
Lo que está en juego en la negativa del presidente de la República lo explicitaría él mismo en una entrevista en Brut el 4 de diciembre de 2020. “Hay policías violentos”. ¿Por qué rechazar ahora la expresión que sin embargo utilizó en 2017 durante su campaña? “Puedo decirle ‘hay violencia policial’ si desea que lo diga”. Pero ahora se habría convertido en un término “politizado” para aquellos que quieren “la disolución del Estado”. Por este motivo “no me gusta darle crédito a un concepto”; así pues “lo deconstruyó diciendo: hay violencia de policías”. Si prefiere reconocer los errores de meros individuos es para desestimar su carácter sistémico. Efectivamente, la “violencia policial”, para Emmanuel Macron, “se ha convertido en un eslogan”, lo que equivale a afirmar “que hay una violencia consustancial a la policía, del mismo modo que otros dicen: ‘hay un racismo consustancial a la policía’”. Sin duda es una negación del racismo institucional. Así lo demuestran las acusaciones contra Assa Traoré por haber mencionado a los gendarmes en cuyas manos murió su hermano, mientras que estos llevan sin ser imputados desde 2016. Por eso era y sigue siendo legítimo hablar de una cuestión de Estado.
Del “nuevo antisemitismo” al “racismo anti-blanco”
Sin embargo, esta negación es cada vez menos defendible. Además, actualmente, la retórica reaccionaria está originando un segundo giro que anula el primero: el antirracismo político es el que es acusado de racismo. ¿No habla de la raza? La ofensiva contra el “islamo-izquierdismo”, que para nuestros gobernantes incluye el postcolonialismo y la interseccionalidad, es la última muestra de esto: “En biología, hace mucho tiempo que sabemos que la raza no existe”, protestaba en febrero de 2021 la ministra de Educación Superior e Investigación, Frédérique Vidal, que anunció una investigación a los académicos. Y nuestras políticas de condenar todo un campo léxico: “Se habla de ‘no mestizaje’, ‘blanquitud’, ‘racializado'’”, se indignaba Jean-Michel Blanquer ya en 2017: “Las palabras más espantosas del vocabulario político se utilizan en nombre de un supuesto antirracismo cuando, obviamente, transmiten racismo”.
No hace falta entender este vocabulario para denunciarlo: el ministro de Educación nacional no dudó, además, al hablar de “estos talleres calificados, abro comillas, de ‘no racializados’... y de ‘racializados’ también, cierro comillas” (sic). En cuanto al presidente de la República, mencionó “discursos racializados” (sic). ¿Y qué más da si la raza (en singular), un concepto antirracista, no tiene nada que ver con las razas (en plural), categorías empíricas para los racistas? Rechazar este vocablo sería condición necesaria, pero también suficiente, para evitar la acusación de racismo. El antirracismo dominante en la década de 1980 estaba dirigido a una ideología racista; en la década de 2010, se detiene en la palabra raza. Desde esta perspectiva, el nuevo antirracismo sería un nuevo racismo.
Sin embargo, esta inversión se redobla en sí misma: los verdaderos racistas serían (sobre todo) las personas racializadas. En Francia, los árabes y los negros serían menos víctimas que culpables del racismo. Un cambio como este no ocurrió de repente. Podemos identificar tres etapas. La primera es la invención del “nuevo antisemitismo”, que Pierre-André Taguieff califica más precisamente como “nueva judeofobia”: a diferencia de la antigua, de la que tomaría el relevo, estaría anclada en la izquierda; además, es en los “barrios periféricos”, es decir, en las clases populares de origen inmigrante, donde lo encontraríamos principalmente. En estos dos puntos es el precursor del islamo-izquierdismo, noción que también le debemos a Pierre-André Taguieff. Sin embargo, las encuestas empíricas de la Comission Nationale Consultative des Droits de l’Homme “matizan” al menos esta hipótesis: según el informe anual de 2016, hoy como ayer, “el rechazo hacia los judíos va de la mano del rechazo hacia los musulmanes, los extranjeros, los inmigrantes”. El antiguo antisemitismo no ha sido reemplazado por el nuevo.
Segunda etapa, la legitimación de la noción de “racismo anti-blanco”. Si bien la extrema derecha ha tenido durante mucho tiempo el monopolio, en este tema como en otros, la derecha se ha acabado sumando, y con ella una parte de la izquierda. En 2005, a raíz de un artículo en Le Monde que mencionaba la “violencia ‘contra los blancos’” (entre comillas), se hizo un llamamiento contra las “batidas contra los blancos” (sin comillas). Este manifiesto fue denunciado entonces por organizaciones antirracistas como SOS-Racisme, el Mouvement contre le racisme et pour l'amitié entre les peuples y la Ligue française de défense des droits de l’Homme. Pero en 2014, otra asociación, la Ligue internationale contre le racisme et l’antisémitisme (LICRA), intervendrá como parte civil en una demanda y ganará el caso: por primera vez, la justicia tiene en cuenta el “racismo contra los blancos” como agravante de una agresión.
Y eso no es todo. Las personas racializadas ya no están simplemente expuestas a las acusaciones de antisemitismo y racismo contra los blancos. La tercera etapa, que se está desarrollando en estos momentos, es considerar que una persona negra (o árabe) que insulta a uno de los suyos por serlo demuestra un racismo intracomunitario. El ensayista Raphaël Enthoven describe este programa político-judicial en un tuit del 8 de junio de 2020: “¿Por qué los despectivos ‘el árabe de turno’, “moro colaborador”, ‘negro doméstico’ o ‘bounty’ no son considerados insultos racistas por ley, ni castigados como tales? ¿Cuál es la diferencia entre “negro de mierda” y “negro doméstico”? ¿Por qué solo es reprobable el primer insulto?”.
“El árabe de turno”
No debemos dejarnos engañar por este falso sentido común: no es lo mismo. La expresión “negro de mierda” pretende ser redundante: se refiere a todas las personas negras. En cambio, “negro doméstico” apunta solo a ciertos negros acusados de hacerle el juego a la dominación racial. La primera formulación se refiere a una naturaleza esencial; entonces es un insulto racista. El segundo significa, por el contrario, una propiedad accidental (para emplear una distinción filosófica clásica), ya sea un rasgo particular o una posición singular. Por tanto, es un insulto; sin embargo, es político y no racial.
Ahora esta batalla pasa de las redes sociales a los tribunales: la sindicalista policial Linda Kebbab acababa de presentar una denuncia contra el periodista Taha Bouhafs por insulto público de carácter racista. El 3 de junio de 2020, esta representante de la Unité SGP FO juzgó que, al relacionar la muerte de George Floyd con la de su hermano, Assa Traoré “tomó un caso estadounidense que no tenía absolutamente nada que ver”. Fue el día siguiente de la primera de las dos protestas organizadas por el Comité Adama Traoré, la que provocó una reacción de Emmanuel Macron unos días después. El periodista respondió con un tuit: “A.D.S. : el árabe de turno”.
Evidentemente, no se refería a todos los árabes, sino todo lo contrario. Pero la batalla se centra en la forma de definir el racismo. En contra de las movilizaciones antirracistas, Linda Kebbab declaró: “En Francia, hay una cosa importante que lamentablemente estamos ignorando, es la no racialización de los debates que algunos quieren importar”. Además, la LICRA vuelve a emprender acciones civiles. Y el asunto atañe, una vez más, a la policía. En otras palabras, lo que está en juego es político: con la definición de racismo lo relevante es el papel del Estado.
Invertir el significado del racismo
Desde la década de los noventa y especialmente en el 2000, en Francia, a la vez que las ciencias sociales, las movilizaciones antirracistas han redefinido el racismo partiendo de la experiencia de las personas racializadas, es decir, de quienes lo sufren, más que desde el punto de vista de quienes son acusados de ello. Es en este sentido en el que lo entienden las nuevas generaciones. Y de esta manera, pasar de la ideología al resultado, o incluso de la intención a los efectos, ha revelado, más allá de los casos individuales, una lógica estructural.
Si bien la extrema derecha ha tenido durante mucho tiempo el monopolio de la noción de 'racismo anti-blanco', la derecha se ha sumado, y con ella parte de la izquierda
Al negarse a nombrar este racismo sistémico, y por tanto denunciarlo como tal, los políticos, paradójicamente, han confirmado que su responsabilidad estaba comprometida: no combatirlo es ser cómplice de él. Sin duda, se puede confiar en el Estado para luchar contra el racismo: su condena por los controles faciales es prueba de ello. Sin embargo, ha señalado el defensor del pueblo las instituciones, al mismo tiempo, desempeñan un papel en la generación de discriminación sistémica.
Como reacción, se lanzó una contraofensiva cuya retórica invierte el significado del racismo. En lugar de aceptar que el racismo estructural requiere nuestra responsabilidad colectiva, postula que los verdaderos racistas son las personas racializadas. Es el mundo al revés. Desde 2016, el escándalo repetido provocado por las reuniones no mixtas se inscribe en esta historia; incluso se podría decir que la recapitula. Presentar estas reuniones como “prohibidas a los blancos”, porque se dirigen a quienes experimentan el racismo, es levantar sospechas de racismo contra los blancos. Y justo compartir estas experiencias es el motivo de este tipo de reuniones.
Contra lo que se apunta no es únicamente contra el léxico racial; es contra el cambio de paradigma, el definir el racismo desde el punto de vista de las personas llamadas racializadas. “Sin justicia, nunca tendréis paz”, coreó el comité Adama Traoré en la Place de la République. “El antirracismo es racismo”, le replica hoy, en el espacio político-mediático e incluso ante los tribunales, una sonora retórica orwelliana, antes de concluir: “las culpables son las víctimas”.
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Traducción de Paloma Farré.
Este artículo se publicó originalmente en Le Nouvel Observateur.
En el pasado, en lo que respecta al racismo, las cosas parecían sencillas: había en Francia, digamos desde la década de 1960, con la descolonización y el descenso de la extrema derecha, un aparente consenso para rechazar el racismo. Efectivamente, en 1983, se celebraba por una parte la Marcha por la Igualdad y...
Autor >
Éric Fassin
Sociólogo y profesor en la Universidad de Paris-8. Ha publicado recientemente 'Populismo de izquierdas y neoliberalismo' (Herder, 2018) y Misère de l'anti-intellectualisme. Du procès en wokisme au chantage à l'antisémitisme (Textuel, 2024).
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