VIOLENCIA MACHISTA
Un voyeur en la filmoteca
Si no se puede hablar sobre nuestra participación en la cultura de la violación por vergüenza o cobardía, tal vez algunas películas arrojen luz sobre los terrenos más recónditos de nuestra psique
Pablo Sánchez Lucientes 2/10/2024
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Hace unos días se proyectaba en el Cine Doré de Madrid el thriller erótico de Brian de Palma Doble cuerpo. Un ejercicio cinematográfico de retorcido voyeurismo en el que el cuerpo de la mujer quedaba al alcance de la mirada de algunos personajes más o menos retorcidos, incluidos los espectadores de la sala, a quienes la carcajada nos invadía inesperadamente en momentos aparentemente trágicos. Es el poder del cine convertir el asesinato de una mujer en algo cómico, sobre todo si el arma homicida es un exagerado taladro, lo menos de medio metro. El fálico instrumento no solo atraviesa el cuerpo de la víctima sino también el suelo del segundo piso de la casa, dejando al voyeur protagonista (que intentaba socorrerla) horrorizado en la planta de abajo. Atacado por un perro, Jake Scully (así también los espectadores) solo alcanza a ver impotente cómo la sangre cae en cascada por el enorme boquete formado en el techo. De Palma entra en el terreno mamarracho del slasher con una ocurrencia hiperbólica que, ya hemos visto, produce risa, probablemente debido a la catarsis provocada por el intento de rescate fallido. La tensión se disipa.
La filmoteca española ha decidido programar las películas del director estadounidense como parte del ciclo “Pulsión escópica”, que se solapa con otro llamado “Juego de espejos” en el que su obra viene a confrontarse con sus influencias, y en especial (cómo no) con Hitchcock. Como comenta el director de programación de la filmoteca, Carlos Reviriego, De Palma es sobre todo un hombre de imágenes (“escópico”) obsesionado por el lenguaje cinematográfico, con el que experimenta continuamente, lo que no significa que sus personajes carezcan de complejidad. Comparte con Hitchcock, a quien homenajea (o expropia) a diestro y siniestro, la indagación psicológica de la identidad masculina, y para ello muchas veces se convierte en “el enemigo de las rubias”. Es aquí (y precisamente ahora) donde y cuando Doble cuerpo puede cobrar nuevo significado más allá de reflejos referenciales y obsesiones varias acerca de la imagen-movimiento.
A raíz de que las violaciones sufridas durante años por Gisèle Pelicot salieran a la luz, sumado a otros casos de violencia machista recientes, han surgido en el debate público un par de cuestiones sobre las que merece la pena pararse a pensar. De un lado, el silencio cómplice de los hombres, que encubrimos a nuestros semejantes o evitamos tomar partido en la denuncia pública de los casos que cubre la prensa. De otro, la idea de que cualquier hombre forma parte de lo que se conoce como la “cultura de la violación”, por lo que tanto tu vecino como tu padre, amigo o compañero de trabajo podemos ser violadores. Temas sobre los que, considero, la película de 1984 puede arrojar luz. O al menos dar pinceladas que inviten a comprendernos y cuestionarnos mejor.
Doble Cuerpo es a nivel general una mezcla entre La ventana indiscreta y Vértigo. Las tres son protagonizadas por hombres aparentemente normales, si obviamos (¿debemos hacerlo?) su tendencia a espiar a sus vecinas creyéndose detectives privados. Jake Scully, el protagonista de Doble Cuerpo, comparte estas inclinaciones con los personajes de James Stewart. ¿De dónde proceden estos comportamientos? Sin revelar el conjunto de la trama para no arruinar del todo la experiencia de un primer visionado, diremos que Scully no es un hombre especialmente temible, ni desagradable; en defintiva, no supone una amenaza de violencia sexual a primera vista. Actor con trabajo, profundamente enamorado de su novia, con la que vive, tan banal como todos los agresores que hoy aparecen en las noticias, solo sufre de claustrofobia, su talón de Aquiles. Esta idílica existencia no dura mucho porque De Palma (era de esperar) se encarga de arrebatarle a los diez minutos de metraje su casa, su trabajo y a su novia. Y aquí comienza el thriller sexual.
Homeless, jobless y marcado por la infidelidad reciente… si Jake ya era un personaje pasivo, aquí se convierte, desorientado, en un ente a la deriva. Interpretado por Craig Wasson, Scully, que no tiene dónde dormir, termina cuidando el lujoso piso de un “amigo”, quien convenientemente lo invitará a que todas las noches mire a través de un telescopio, contemplando el baile erótico-masturbatorio diario de una atractiva vecina. Aunque con pudor, Jake termina por darse a este acto de voyeurismo hasta que, una noche, descubre a través de su fálico instrumento que no es el único que la observa. Un indio de aspecto desagradable también es testigo del espectáculo. A la mañana siguiente, Jake se topa casualmente con él, quien vigila y acecha a la vecina. Preocupado por la seguridad de la mujer, decide seguirla hasta un supermercado, y más tarde, hasta una playa. De Palma construye la secuencia entera como un retorcido “juego de espejos”.
Tanto en el supermercado como en la playa es Jake y no el indio el que acecha a la mujer. Vino por la seguridad de la chica y se quedó por su deseo de poseerla, derecho que se arroga por el poder que otorga mirar sin ser visto. Para nuestra sorpresa, es el protagonista y no el villano el que la espía en una tienda de ropa interior, el que la vigila desde un balcón en la playa, ¡el que recoge sus bragas de la basura! A ratos horrorizado por la presencia del indio, a ratos embelesado por la belleza de la chica, Scully es protector, sí, pero al mismo tiempo se erige como una amenaza. Esta identidad doble atraviesa toda la cinta con simbolismos, paralelismos e incluso líneas de diálogo, y retrata bastante bien al sujeto masculino como parte de la cultura de la violación.
Gloria (así se llama la mujer) termina asesinada como describimos al comienzo del texto. Scully no llega a tiempo para salvarla porque duda, como señala Douglas Keesey en Brian De Palma’s Split Screen, A life in film, si sus intenciones, en el fondo, son tan sucias como las del indio. Su conflicto interno (la claustrofobia es una alegoría del mismo) atraviesa el resto de la cinta, que se parte en dos mediante un plot-twist, como las mejores películas de Hitchcock. La diferencia con estas es que De Palma sí retrata a su protagonista como un cerdo cuando la acción lo requiere y, también, le da la oportunidad de enfrentarse a sus miedos. La inconsciencia o negación de su carácter violador produce muerte (en ningún momento llamó a la policía) y lo convierte en un colaborador, como todos los hombres, de los crímenes que si no comete él, cometeremos otros.
Doble Cuerpo fue catalogada tras su estreno como una película profundamente misógina. Tal vez lo sea, tal vez no. Independientemente de ello, considero que muestra de manera muy clara el carácter amenazante del hombre dentro de la cultura en la que vivimos. No solo obliga al espectador a enfrentarse a su propia naturaleza, a la educación recibida e interiorizada, a las pulsiones aprendidas, sino que explora la forma de contrarrestarlas. Mientras que en Vértigo el personaje de James Stewart cura su miedo a las alturas (o frustración amorosa) moldeando en Kim Novak a la mujer de sus sueños, haciéndola sentir culpable por haberle engañado hasta llevarla a la muerte, Doble Cuerpo opta por lo contrario: en el desenlace, Jake se enfrenta al indio y salva (ahora sí) al personaje de Melanie Griffith, Holly. Qué sorpresa cuando, en vez de recibir agradecimientos, la hija de Tippi Hedren se niega a agarrar su mano y lo trata de necrofílico. Para Holly, Jake es, en el fondo, tan pervertido como el indio. Salvarla no lo convierte automáticamente en algo diferente a aquello que es: un hombre.
Es complicado tener conversaciones con nosotros sobre la cultura de la violación porque nos incomoda sabernos culpables. No es una posición agradable. Si no se puede hablar por vergüenza o cobardía tal vez algunas de nuestras películas favoritas arrojen luz sobre los terrenos más recónditos de nuestra psique; nos ayuden a identificar mejor los pequeños gestos que sirven de seña a nuestro inconsciente machista; tal vez nuestras visitas a la filmoteca puedan servir para algo más que para partirnos la caja con un estrambótico feminicidio. Volvamos a Taxi Driver o Joker, atendamos a ese complejo de salvadores, esa frustración y rabia de los incomprendidos, retazos de una psicología “incel” que no acepta un no por respuesta y a la que ninguno somos impermeables. Entendamos por qué las mujeres preferirían encontrarse con un oso.
Jake termina por recuperar su trabajo: el papel protagonista en una película de vampiros. En vez de paralizarse, como encerrado dentro de su miedo a convertirse en el indio, a ser un agresor como los que violaron a Pelicot, decidió actuar y recuperó su vida. Pero, eh, ahí está Melanie Griffith, negando su mano, evitando recompensarlo por algo que debería ser lo normal. Quizá ahí reside la diferencia entre creernos good boys esperando una caricia por autoflagelarnos o de verdad hacer un esfuerzo consciente por entender hasta qué punto hemos sido en el pasado (y podemos ser en el futuro) abusadores.
En el rodaje, maquillado y con aspecto afeminado, desprovisto de sus rasgos más masculinos, Jake espera en el interior de una ducha a que comience la toma. Junto a él, una actriz. Luces, cámara y… ¡Acción!
El vampiro hinca el diente.
La sangre se desliza entre los pechos de la muchacha.
Créditos finales.
Hace unos días se proyectaba en el Cine Doré de Madrid el thriller erótico de Brian de Palma Doble cuerpo. Un ejercicio cinematográfico de retorcido voyeurismo en el que el cuerpo de la mujer quedaba al alcance de la mirada de algunos personajes más o menos retorcidos, incluidos los espectadores...
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Pablo Sánchez Lucientes
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