Capitalismo
Mangione, Maserati, Muface, Madrid
Últimamente se abren hospitales como quien abre una franquicia de hamburguesas gourmet y sus servicios inspiran una confianza parecida
Irene Zugasti 28/12/2024
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Mangione es un apellido italiano, como Maserati. Y empieza por M, como Madrid, como Manhattan. En el espacio que media entre esos dos apellidos y esas dos ciudades, mi imaginación ya ha escrito un thriller. Hay un deportivo italiano, un revólver hecho con impresora 3D y una persecución a través de una Gran Vía abarrotada de bombillas de colores. Y eso que, a estas alturas del año, tenemos derrengada hasta la capacidad de imaginar.
Fantasías aparte, un hecho real y mundano es que acaban de abrir un nuevo hospital privado cerca de mi barrio, junto a esos pisos carísimos de la ribera del Manzanares donde antes se erguía el Vicente Calderón y ahora hay áticos con piscina y zonas comunes. Lo inauguró Isabel Díaz Ayuso hace apenas un mes como quien inaugura un pantano: “quiero dar las gracias a la familia Abarca Cidón por su apuesta, que representa muchos sacrificios, desvelos y un riesgo, pero gracias a ello la sanidad de Madrid sigue avanzando y los vecinos de esta zona tienen mucho más cerca un seguro de vida” dijo. Eso es cierto, qué duda cabe. Si tienes para un ático con trastero, jardín, ducha efecto lluvia y lavabo de doble seno con los mejores acabados, digo yo que te mereces que te atiendan los infartos a la puerta de casa y con un portero de Securitas Direct. No como Mariano, que le iban a desahuciar el otro día de su casa en Vallecas y tuvo que irse en autobús al hospital porque igual le estaba dando un infarto. Yo pensaba que los hospitales eran cosa seria, pero últimamente en esta ciudad los abren como las universidades, como quien abre una franquicia de hamburguesas gourmet o un apartamento turístico en un bajo comercial, y sus servicios inspiran una confianza parecida.
La familia Abarca Cidón, de castrense legado salmantino, –que es una forma elegante de decir que ganaron la guerra– es dueña de este y de otros 22 hospitales del grupo HM, y también de la empresa de peritación sanitaria Promede. HM Hospitales es, tras Quirón y Vithas, el tercer mayor grupo hospitalario privado de España, pero no debe parecerles suficiente, porque por lo que leo en las páginas salmón, los hermanos Abarca Cidón andan tirándose de los pelos y de las corbatas por el patrimonio multimillonario que manejan a costa de comprar hospitales y peritar sanidad. El peritaje sanitario y la valoración de “daño corporal” consiste, traducido a anticapitalismo, en decidir cuántos euros le vale a la mutua del jefe tu hernia discal, en sacarte los cuartos si has de litigar por tu enfermedad incapacitante y también en defender a la sacrosanta clase médica en caso de negligencia o iatrogenia. Se parece mucho a una de las ramas de negocio del CEO de UnitedHealthCare al que presuntamente disparó Mangione, cuya aseguradora sanitaria, (también peritaje mediante), era la que más denegaciones de atención médica emitía en Estados Unidos. Delay, deny, defend, como rezaban los casquillos de bala de Luigi. Retrasar (el pago), denegar (el tratamiento) y defender (sus intereses). Así en Manhattan como en Madrid.
Pocas semanas después de que Isabel Díaz Ayuso inaugurase ese hospital (“con 77 camas, cuatro de ellas suite”), yo hacía noche en otro mucho más viejo acompañando el despertar agitado de un posoperatorio. Las luces de la fachada del Clínico se nos metían en la habitación y cada vez que recalaba una ambulancia un destello azul se nos clavaba en el sueño. Vengo de una familia de cuidadoras manchegas, una especie de mujeres-animales de hospital, abnegada carne de vigilias pegadas a la vera de la cama, sentadas en butacas pegajosas y manejando cuñas y pañales. Cuántas veces las habré llamado pesadas, exageradas, cargantes, y ahora, a medida que me hago mayor, me veo convertida en ellas, agarrando a mis amigas fuerte del bracete, esperando turno en los pasillos blancos, siendo bregadora de malas noticias. El caso es que ahí estábamos, bajo los destellos de luz azul, con nuestros vecinos del cuarto, víctimas (usemos las palabras adecuadas) de un diagnóstico tardío en la sanidad pública madrileña gracias al colapso y las listas de espera. El diagnóstico se llamaba, esta vez, sarcoma. Delay. Deny. Defend. Así en Madrid como en Manhattan.
Ahí estábamos, bajo los destellos de luz azul, con nuestros vecinos, víctimas de un diagnóstico tardío en la sanidad pública madrileña
El día que dieron de alta a la víctima y salíamos por la puerta del hospital, daba a luz la hija de Terelu Campos, también en aquella misma clínica, una muy famosa, que tiene una parte privada y otra pública pero cuya gestión está externalizada a la misma empresa que es dueña de la parte privatizada, conformándose así una especie de Titanic de castas y atenciones sanitarias donde a no mucho tardar los pacientes de la Seguridad Social no podrán pisar la cubierta de primera clase ni subirse a los botes salvavidas. Los folletos de anuncios de servicios privados de cirugía contra la obesidad o para eliminar las antiestéticas varices se exhiben en la recepción de la Fundación Jiménez Díaz junto a un árbol de Navidad corporativo y un coro de médicos jubilados que cantan villancicos. De los médicos y médicas que ejercen y cobran de ambos sistemas a la vez, a veces sin ni siquiera salir del mismo hospital, habría mucha tinta que verter, pero no será aquí, aunque me quede con ganas. El caso es que salíamos renqueantes por el portón, entre cámaras y paparazzis listos para cubrir el parto programado de la hija de Terelu –en la parte privada del trasatlántico, claro– y se me pasaban por la cabeza, supongo, las mismas cosas que a Luigi Mangione.
Ahora esperamos con paciencia resultados que pueden llegar a una app móvil, o igual nos llaman por teléfono, o quizá tengamos que arrastrarnos de nuevo a un mostrador a echar la mañana, porque todo es incierto y complejo y has de buscarte la vida, aunque ellos lo llaman autonomía del paciente y libertad de elección. Nuestra app lleva el membrete de Quirón, que por lo visto era un centauro sabio y noble en la mitología griega, un ser dotado para la medicina que consagró su conocimiento a aliviar el sufrimiento ajeno. Otra ironía, como la de Terelu: que le pongan el nombre de un centauro curandero a ese agujero de corrupción que es la empresa Quirón, letal para millones de personas en Madrid. Quirón fue, por cierto, de las primeras compañías de salud privada en rechazar atender a funcionarios públicos mutualistas en este pulso contra el Estado que ha sido la renovación de Muface. El mantenimiento de Muface, esa rémora del buenismo patronal franquista, es la única causa por la que he visto últimamente mover el culo a muchos de mis compañeras y compañeros empleados públicos y con ellos, a sus respectivos comités sindicales, que le han cogido el gusto a ir a la Ruber y a parir como pare la hija de Terelu, no como lo hacen los pobres. Aunque seas un funcionario boomer y a Adeslas le salgas a pagar. Igualdad, mérito, capacidad, dice el Estatuto del Empleado Público. Delay, Deny, Defend, dice Quirón, y Muface, con M de Maserati, obedece, y nosotras pagamos, hasta que, con tanto seguro privado, seamos privadas de todo, aunque tengas una plaza fija en el Ayuntamiento y te paguen las gafas y el dentista, pero no los tumores malignos. Quirón (la empresa, no el centauro sanitario) participó del presunto entramado de empresas pantalla, facturas falsas y fraude fiscal del defraudador confeso Alberto González Amador de Ayuso, que se compró un Maserati diésel, quedando para la historia no solo como un hortera, sino probablemente como el peor en el arte del “naming” de sociedades fantasma. Temo llegar a ese momento vital donde solo queden en el mercado sexual divorciados con deportivos diésel que te metan en líos.
Un 41% de los votantes jóvenes en EEUU considera aceptable la ejecución que perpetró presuntamente Mangione en la Sexta Avenida
Mucho más guapo y joven es, sin duda, Luigi Mangione. Hay quien asegura que la campaña de simpatía y culto pop hacia el personaje (un 41% de los votantes jóvenes en EEUU considera aceptable la presunta ejecución que perpetró en la Sexta Avenida) es fruto de su belleza, de la naturaleza pija y de rebelde con causa del personaje y consecuencia también de que las y los millennials y zetas somos una generación sin brújula política, y que se agarra un clavo viral ardiendo porque somos medio imbéciles y altamente manipulables. Pero con Luigi, la expresión “lucha de clases” se ha convertido en un trend, una tendencia en redes sociales, and I think it’s beautiful, como dicen mis coetáneas. Además, qué narices, nosotras/os/es también merecemos héroes guapos, perdonen la frivolidad. En la batalla por el relato, la sanidad privada nos bombardea con publicidad sobre las bondades de sus servicios: prometen reducir la espera, la angustia y la incertidumbre, como ese anuncio abominable que dice “cuando tu mundo se tambalea, Adeslas está”; a no ser que seas de Muface, ja, ja. Y llega un chico encapuchado con una guerrera verde y una bonita sonrisa a recordarnos, así en Madrid como en Manhattan, que matan mucho más empresas como UnitedHealthCare y la codicia de sus CEOs que sus tres balas marcadas. Las acciones de las aseguradoras caen en bolsa, los nombres y apellidos de directivos con foto se borran de las webs, y algunas aseguradoras comienzan a recoger cable con sus clientes, perdón, pacientes. And I think it’s beautiful. Casi, casi, un cuento de Navidad. In bocca al lupo, Luigi.
Mangione es un apellido italiano, como Maserati. Y empieza por M, como Madrid, como Manhattan. En el espacio que media entre esos dos apellidos y esas dos ciudades, mi imaginación ya ha escrito un thriller. Hay un deportivo italiano, un revólver hecho con impresora 3D y una persecución a través de una Gran Vía...
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Irene Zugasti
Iba para corresponsal de guerra pero acabé en las políticas de género, que también son una buena trinchera. Politóloga, periodista y conspiradora, en general
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