Cartas desde Meryton
‘Made in Hollywood’
Resulta extraño que el asesinato a sangre fría de una persona sea recibido con chanzas y alegría, pero es lo que pasa cuando el derecho a la salud se convierte en un negocio
Silvia Cosio 10/12/2024
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Exterior día. Plano cenital de una céntrica calle de Manhattan. La cámara se acerca a un hombre maduro y elegantemente vestido con un traje a medida y zapatos italianos que camina despreocupado en dirección a un hotel de cinco estrellas. Tras él se puede ver la figura de otro hombre más joven, que viste chaqueta verde y mochila, y cuyo rostro se oculta gracias a una capucha y una mascarilla negra. Está siguiendo los pasos del hombre maduro y elegante. Sin mediar palabra, el hombre joven saca un arma del bolsillo derecho de su chaqueta y dispara al hombre del traje elegante que se tambalea antes de desplomarse en el suelo. El desconocido dispara de nuevo sin vacilaciones contra el hombre elegante. La cámara se aleja. Comienzan los títulos de crédito.
Ahora la acción se sitúa en un abarrotado y desordenado despacho de la Escuela de Derecho de la Universidad de Columbia. Plano medio. La cámara enfoca el rostro del ocupante del despacho, un profesor de Ética del Derecho a punto de jubilarse. Sabemos que es un hombre desencantado porque viste un traje ligeramente desaliñado y ha sustituido la camisa y la corbata por un jersey de lana. Sabemos que es un liberal porque junto a los diplomas y las distinciones que cuelgan en las paredes de su despacho podemos ver fotos de él junto a Obama y Bernie Sanders. En la mesa de su despacho, enmarcada, una fotografía de unos adolescentes tomada hace unos diez años. Está divorciado y no tiene contacto con sus hijos. Suena el teléfono, al otro lado oímos la voz temblorosa de una mujer con acento del Medio Oeste, se nota la angustia en su voz. Le pide ayuda, está desesperada. El FBI ha detenido a su hijo y lo acusa del asesinato en primer grado de un CEO de la aseguradora de salud más importante del país. Un caso que ha conmocionado a la opinión pública. Piden cadena perpetua sin posibilidad de condicional. Su hijo es lo único que le queda. Llora.
Plano general de una sala de justicia. La ayudante de la fiscal es una mujer joven. Sabemos que es ambiciosa porque es rubia y es guapa. El profesor de Derecho progresista y desencantado intenta consolar a una mujer menuda y humilde con la que acaba de entrar en la sala. Sabemos que es humilde y buena porque lleva un corte de pelo austero, no se tiñe las canas y viste un traje de chaqueta y falda pasado de moda. El juez que preside la sala es un hombre alto e imponente. Sabemos que es justo e imparcial porque es afroamericano. Entra el acusado, un joven de unos veinte años guapo y atractivo que intenta tranquilizar a su madre con una sonrisa encantadora. La mujer llora. Fundido a negro.
La cámara enfoca el estrado de los testigos. La mujer humilde y buena está declarando. Su esposo fue diagnosticado de cáncer de pulmón. Un hombre trabajador y honesto que llevaba años pagando el seguro de salud. No sirvió de nada porque la aseguradora se negó a cubrir el tratamiento. Vendieron la granja, su hijo dejó la universidad. Se arruinaron para apenas poder cubrir el coste de un par de sesiones de quimioterapia. La mujer llora. El abogado progresista y desencantado llama a declarar a la siguiente testigo, una antigua empleada de la aseguradora, una mujer de mediana edad hermosa que mira desafiante a la ayudante de la fiscal. Declara bajo juramento que los ejecutivos de la aseguradora han dado la orden de denegar todas las peticiones que hagan sus asegurados, que ya ni siquiera son atendidas por los empleados de la compañía sino por una inteligencia artificial entrenada para ponderar los beneficios de la empresa por encima de los derechos de los asegurados. Los asistentes al juicio murmuran escandalizados. El juez justo e imparcial ordena silencio.
La cámara se pasea por la sala hasta enfocar de nuevo el estrado de los testigos. El abogado progresista y desencantado está interrogando a un alto ejecutivo de la compañía de seguros, sabemos que es malvado porque viste un traje hecho a medida en Londres y porque su dicción es perfecta. Tras declarar bajo juramento que la inteligencia artificial empleada para atender las reclamaciones era defectuosa, que todo fue un error y que lo sucedido con el padre del acusado fue solo un trágico malentendido, el abogado progresista y desencantado logra poner contra las cuerdas al testigo, que pierde los nervios y acaba confesando la verdad: que no tienen intención de aprobar ningún tratamiento y que los deniegan de oficio. La sala estalla en un grito unánime de censura e ira.
Primer plano del juez, que trata en vano de acallar con su martillo los aplausos y vítores en la sala tras oírse el veredicto: “Inocente”. La mujer se abraza al joven y a su abogado, que apenas puede contener las lágrimas. La joven y ambiciosa ayudante de la fiscal inclina su cabeza en señal de respeto. El juez grita “orden, orden” pero la alegría desborda al público. Travelling de la cámara que se aleja de la sala de justicia mientras el joven baja las escaleras rodeado de prensa y público. “Hemos hecho justicia, papá”, dice mirando al cielo. Suena la música y llegan los títulos de crédito finales.
No creo que tardemos mucho en ver en Netflix una película no muy distinta a esta que les acabo de contar a cuenta del asesinato de Brian Thompson, el CEO de United Healthcare, que fue tiroteado en Manhattan el pasado 4 de diciembre y cuyo joven asesino se ha convertido ya en una leyenda y un héroe para miles de norteamericanos. Resulta extraño que la muerte a sangre fría de una persona sea recibida con chanzas y alegrías, pero es lo que pasa cuando los derechos, en este caso el derecho a la salud, se convierten en un negocio y los beneficios se ponen por delante de las vidas. Los norteamericanos no son ni pacientes ni usuarios de la sanidad, son meros clientes. Su salud, un negocio millonario; su vida, un inconveniente. La deshumanización y la cosificación son el resultado natural de este sistema y las IA que utilizan para analizar las reclamaciones de los clientes no son menos humanas e insensibles que los ejecutivos que dirigen las grandes aseguradoras. Mientras asistimos desde fuera entre entretenidos y asombrados a la reacción en redes al asesinato de Thompson, contemplamos indiferentes cómo se va desmantelando poco a poco nuestro sistema de salud pública al tiempo que se abre paso la propaganda idiota de que los impuestos no sirven para nada. Y así dejaremos de ser ciudadanos para convertirnos en clientes. Pero durante la pandemia ya vimos lo que les ocurre a aquellos que no pueden pagarse un seguro privado: que se los deja morir sin contemplaciones ni consecuencias ahogados en sus camas sin asistencia ni piedad. Si seguimos jugando con fuego el próximo guión ya no se escribirá desde Hollywood, lo podremos firmar cualquiera de nosotros... si tenemos la suerte de que la aseguradora apruebe nuestra reclamación.
Exterior día. Plano cenital de una céntrica calle de Manhattan. La cámara se acerca a un hombre maduro y elegantemente vestido con un traje a medida y zapatos italianos que camina despreocupado en dirección a un hotel de cinco estrellas. Tras él se puede ver la figura de otro hombre más joven, que viste chaqueta...
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Silvia Cosio
Fundadora de Suburbia Ediciones. Creadora del podcast Punto Ciego. Todas las verdades de esta vida se encuentran en Parque Jurásico.
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