redes reaccionarias
La internacional antigénero (I): soberanistas en un mundo global
En esta serie proponemos una investigación sobre los agentes transnacionales que se articulan a partir de las cuestiones de género y sus formas de funcionamiento
Nuria Alabao 23/12/2024
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Las guerras de género se han globalizado y son impulsadas por un poderoso movimiento social, político y religioso de carácter transnacional. Con “guerras de género” hacemos referencia aquí a los conflictos políticos y culturales que están centrados en cuestiones de género y sexualidad –temas como los derechos sexuales y reproductivos, los derechos de las disidencias sexuales, la educación sexual o la violencia de género, entre otros–. Por supuesto, estas batallas no son meras cortinas de humo, sino que son inherentes a la lucha por el poder y a los intereses de los proyectos políticos que los impulsan que, en definitiva, son funcionales a una relegitimación de las jerarquías de clase, género y raza.
Una nueva ola de activismo ultraconservador global ha establecido el “género” como un frente de batalla definitivo. El movimiento “antigénero” es lo suficientemente flexible como para incorporar una variedad de objetivos, pero lo suficientemente coherente como para ser un movimiento y no solo una serie de campañas sin relación. Aunque en muchos lugares puede vestirse con los ropajes de la oposición al neoliberalismo y en otros, abrazarlo plenamente.
¿Quiénes son los actores que se coordinan?
El universalismo que propugna la identificación colectiva cristiana se ha demostrado un recurso útil para la transnacionalización
Los agentes internacionales que impulsan estas guerras de género son muy diversos. Por un lado, tienen un papel destacado las instituciones religiosas. La derecha cristiana internacional es en realidad la más productiva respecto de la movilización de recursos, sus redes organizativas, la construcción de identidad y la producción cultural del movimiento. En este sentido, los actores religiosos funcionan plenamente como cualquier otra organización política. Aquí podemos incluir a iglesias y clérigos, comunidades laicas de activistas, así como centros de investigación, universidades y ONG transnacionales que dicen basarse en la fe.
El universalismo que propugna la identificación colectiva cristiana se ha demostrado un recurso útil para la transnacionalización. La Iglesia católica, por ejemplo, tiene gran influencia en varias zonas del globo gracias a su estructura centralizada, aunque también dispone de sus propias organizaciones que superan lo nacional –y que son religiosas y seglares–: Opus Dei, Kikos, Legionarios de Cristo, organizaciones antiabortistas, redes universitarias propias, etc. Las iglesias ortodoxas en Europa del Este por su parte basan su incidencia política y social básicamente en su estrecha relación con los Estados –donde gobiernan opciones ultras–, algo muy evidente en el patriarcado de Moscú.
En las últimas décadas, también hemos asistido al crecimiento del poder del evangelismo, sobre todo del estadounidense –con fuertes vínculos políticos con la derecha republicana e importantes recursos económicos–, como ha ocurrido recientemente en las elecciones estadounidenses con su apoyo a Trump. De hecho, este candidato mostró reiteradamente ser un maestro en echar balones fuera al ser preguntado por su posición sobre el aborto, temeroso de que pudiese restarle votos en un país que, a pesar de todo, se muestra mayoritariamente favorable a este derecho –sobre todo en el caso de las mujeres–. Sin embargo, tuvo que dejar de gambetear y asumir sus compromisos con sus financiadores evangélicos, que también mueven muchos votos, así que acabó aclarando que se opone a las leyes más permisivas con el aborto, con argumentos como el de que en algunos estados demócratas incluso “se puede ejecutar al bebé después de nacer”.
La derecha cristiana estadounidense tiene, además, una poderosa capacidad de acción en Europa, como recogimos en un artículo anterior. Estas bien financiadas organizaciones estadounidenses –como ADF Internacional o ACLJ– realizan campañas legales y de lobby en la UE con el objetivo de influir en las legislaciones sobre derechos de las mujeres y las disidencias sexuales.
Los evangélicos, sobre todo una parte significativa del neopentecostalismo, tienen una creciente influencia en América Latina, donde intervienen activamente en política institucional, tratan de quitar y poner presidentes o apoyan directamente a determinados candidatos como sucedió con Jair Bolsonaro en Brasil.
Tenemos que recordar que son nacionalistas que no siempre se encuentran en el mismo bando en los frentes internacionales en disputa
Otros actores relevantes son los políticos ultraconservadores y de extrema derecha, muy disímiles entre sí, pero que en ocasiones cooperan internacionalmente para apuntalar determinados bloques de poder. Muchas veces sus intereses no confluyen, agudizadas sus diferencias por el nacionalismo del que hacen bandera, pero son capaces de agruparse con más facilidad cuando hablan de cuestiones de género, que parece el pegamento definitivo. Las cuestiones de género son, de hecho, el principal espacio de coordinación discursiva y material de esta pluralidad de agentes. En los textos que producen o en declaraciones de políticos y miembros de las diferentes iglesias se percibe una similitud radical en términos de lenguaje, símbolos y narrativas. Hay autoras que utilizan el concepto de “coalición discursiva” para analizar estas formas de articulación política, donde actores con puntos de vista ideológicos, filosóficos y religiosos dispares pueden comunicarse y producir intervenciones significativas si comparten ciertas narrativas. Esa es la función principal de conceptos como “ideología de género”, la “defensa de la familia natural” o de los “valores tradicionales”.
Tenemos que recordar que son nacionalistas que no siempre se encuentran en el mismo bando en los frentes internacionales en disputa. Por ejemplo, en el Parlamento europeo hay dos grupos diferentes que reúnen a las extremas derechas, y que a veces se enfrentan entre ellos. Otro caso: el conflicto bélico en Ucrania. Después de la invasión rusa EEUU y Europa se sitúan en el frente de batalla opuesto a Rusia cuando, hasta esa guerra, se había producido una fuerte alianza de intereses entre evangélicos estadounidenses y empresarios rusos ortodoxos. Algo similar sucede con la religión: la internacional reaccionaria ha producido alianzas inesperadas entre religiones, no solo dentro del propio cristianismo –católico, ortodoxo o neopentecostal– sino incluso estableciendo acuerdos contingentes con el Islam, pasando de puntillas por la contradicción de que muchos de los partidos europeos de extrema derecha tengan propuestas claramente islamófobas.
Cronología de una intervención global
Las guerras de género no son un fenómeno nuevo. Aunque hay precedentes anteriores, es a partir de la década de 1970 en Estados Unidos cuando empiezan a utilizarse de forma similar a la actual con el ascenso de lo que se llamó la Nueva Derecha, que aupó a Ronald Reagan. Sin embargo, hasta mediados de la década de 1990 no se produjo el despegue de su dimensión transnacional.
Las primeras guerras de género internacionales giraron en torno al matrimonio homosexual y la igualdad de derechos de las disidencias sexuales en Europa
El cambio de milenio vio crecer progresivamente la articulación de una vasta red internacional de actores que se originó como una forma de reacción contra el movimiento por los derechos de las mujeres. Esto sucedió a partir de la década de 1990, cuando los organismos internacionales, como la ONU, asumieron la promoción de los derechos sexuales y reproductivos. A partir de entonces, se produce un progresivo impulso de las organizaciones antiderechos en estas sedes internacionales de derechos humanos que priorizarán acreditarse como fuentes consultivas oficiales para aumentar sus posibilidades de intervención.
Si bien cada movimiento nacional fue desencadenado por debates propios de cada contexto, las primeras guerras de género con resonancias internacionales giraron en torno al matrimonio homosexual y la igualdad de derechos de las disidencias sexuales en Europa –entre 2010 y 2015–. El precedente fueron las marchas religiosas y políticas contra el matrimonio homosexual en España, en 2005, seguidas por el éxito de la Manif pour Tous en Francia –en 2012–. A partir de ahí, se produjeron movimientos “ciudadanos” parecidos en países como Alemania, Italia, Polonia, Rusia o Eslovaquia. De 2010 en adelante, también se desarrolló el movimiento antigénero en América Latina –Argentina arrancó en 2010, Brasil en 2013 y otros países latinoamericanos a partir de 2016, como Colombia, México, Chile o Bolivia–. Además, estos actores han ido impulsando los mismos discursos en África y Asia a partir del concepto comodín de la “ideología de género”.
En esa misma década del 2010 se aceleró la dimensión transnacional junto con la propia intensidad de las guerras de género cuando opciones de ultraderecha, o con posiciones de género muy reaccionarias, ganaron elecciones o asumieron posiciones institucionales de relevancia. Así, Viktor Orbán se convirtió en primer ministro en 2010, Donald Trump en 2017 y Bolsonaro en 2019. Putin comprende su importancia política en 2013 y empieza a hablar de valores tradicionales y ese mismo año aprueba la ley contra “la propaganda” homosexual.
Necesitan encontrar un ecosistema cultural favorable y se crecen allí donde los movimientos sociales son débiles
Además de la influencia rusa y estadounidense, podríamos hablar de conexiones europeas, por ejemplo la que vincula a los grupos antiderechos de España y América Latina. Vox trata de convertirse en un puente entre las ultraderechas de ambos lados del Atlántico, así como lo hacen una miríada de asociaciones entre las que destaca CitizenGo –la rama internacional de Hazte Oír–. Por tanto, no se pueden separar las cuestiones de género del impulso a determinados candidatos de derecha o ultraderecha y la lucha “contra el comunismo” en la región –muchos de estas opciones políticas son centrales para sostener proyectos extractivistas o neoliberales. Como ejemplo, la Fundación Valores y Sociedad, fundada en 2011 por Jaime Mayor Oreja, exministro del PP, que trata de influir en América Latina apoyándose en la Red Política por los Valores –Political Network for Values–, responsable de la cumbre ultra que tuvo lugar recientemente en el Senado español.
Esta organización está presidida por el candidato presidencial chileno en 2023, José Antonio Kast, un ultraconservador que ha hecho declaraciones como: “La píldora que privilegia el placer sobre todo, es la píldora del egoísmo; es la píldora que hace vivir la sexualidad con miedo a un ser indefenso que está por nacer…” o “La familia jamás le ha hecho daño a ninguna sociedad en el mundo; no podemos decir lo mismo del divorcio”. Esta red se presenta como una versión europea del Congreso Mundial de la Familia, probablemente la principal organización global de grupos conservadores, del que recibe financiación.
A pesar del importante despliegue de medios y conexiones globales, no hay que perder de vista que, pese a su propaganda –que normalmente sobredimensiona su propia capacidad–, estas redes internacionales no son omnipotentes. La existencia de recursos materiales y sus redes sirven para impulsar sus ideas, sin embargo, necesitan encontrar un ecosistema cultural favorable y se crecen allí donde los movimientos sociales son más débiles. Hay pues una batalla en curso.
Las guerras de género se han globalizado y son impulsadas por un poderoso movimiento social, político y religioso de carácter transnacional. Con “guerras...
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Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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