merecer un hueco
Los impostores no hacen milagros
El 13 de julio de 2022, lloré mientras en la redacción de CTXT editábamos una entrevista mía. Lo que me desbordó fue una sensación de validación que desde que trabajo aquí he sentido constantemente
Diego Delgado 2/01/2025
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Esta pieza forma parte del libro CTXT, una utopía en marcha, en el que sesenta y siete firmas hablan sobre los primeros diez años de funcionamiento de la revista y su contexto político. Se puede comprar aquí.
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El 13 de julio de 2022, cerca de las seis de la tarde, lloré de emoción delante del ordenador mientras en la redacción de CTXT editábamos una entrevista mía. Fue un llanto bajito, con muchas lágrimas y prácticamente ningún ruido, lo opuesto a lo que hacen las niñas y los niños cuando quieren atención. Y tiene sentido, claro, yo estaba llorando por lo contrario: me habían prestado atención. Concretamente, lo que me desbordó fue una sensación de validación que nunca había creído merecer y que desde que trabajo aquí he sentido constantemente. Veréis.
Cuando era pequeño, en casa no había muebles repletos de libros. Sí podía toparme con algunas novelas de éxito, y también recuerdo una voz en la puerta mencionando tres palabras que aún guardan cierta mística en mi memoria: círculo de lectores; pero, en el día a día, los libros no eran protagonistas. Mi padre y mi madre no tenían hábito lector, sino mucho amor para sus hijos y una imposición que agotaba toda su energía. Trabajaban, trabajaban, trabajaban.
Esa ausencia de tiempo para cultivar las inquietudes más reflexivas no era elección suya. A mi alrededor, el patrón se repetía: ni rastro de nada parecido a profesiones intelectuales. Allá donde mirase, la certeza de que el conocimiento lo crean los otros, los de arriba. Nosotras, las de abajo, radicalmente alejadas, no podemos siquiera intervenir con nuestra interpretación. Estamos para otras cosas.
Llegado el periodo universitario, la brecha que me separaba de la mayoría de compañeras y compañeros se abrió ante mis pies. Con ella, el vértigo. Durante la carrera se materializaba en forma de precariedad económica. Al menos ahí era donde yo la veía. Los viajes diarios Guadalajara-Madrid, y vuelta, me confinaban en una categoría diferente a la del resto de la clase, de familia madrileña o con la posibilidad de pagar un alojamiento en la capital. Después, en el máster, me topé con el capital cultural, simultáneamente a nivel teórico y como huella imborrable de mi extracción social. Baja, bastante baja. Que no parezca que me cuesta decirlo. Es una bandera que intento llevar con orgullo.
La combinación entre lo teórico y lo experiencial hizo que, durante ese año, no hubiese un solo día en el que no me asomase a la brecha. Aparecía en un compañero que había estudiado en el liceo francés y hablaba perfectamente tanto ese idioma como el inglés, en otra que había hecho una estancia en Latinoamérica o, simplemente, en la familiaridad con ciertas autoras y autores cuyos nombres yo no había escuchado nunca.
Esta posición de subalternidad constante tiene un impacto directo en la subjetividad propia, en cómo uno se ve y se valora a sí mismo. Poco y mal; siempre por debajo, incapaz, fuera de lugar, un impostor. Con esa carga llegué a CTXT.
Desde que lo descubrí allá por 2016, CTXT fue una referencia absoluta para mí. Es el trabajo con el que fantaseaba desde la facultad. Viendo lo que enseñaban allí, además, su existencia me parecía verdaderamente un milagro. ¿Cómo voy yo, el que se marchaba con prisas de clase para no perder el bus a Guadalajara y pasa los veranos en un pueblo de 19 habitantes, a formar parte del núcleo que mantiene en marcha un milagro?
Camino ya de tres años aquí, los minutos posteriores a la presentación de alguna propuesta ante mis compañeras son aún una explosión de ansiedad. En cada ocasión estoy seguro de que esa va a ser la definitiva, ahí se va a ver con rotunda claridad: me he colado en un lugar en el que no debería estar. Siempre ocurre todo lo contrario.
En CTXT he empezado a convencerme de que no somos menos válidas que los de arriba para crear conocimiento, y que lo que me han enseñado en casa me hace entender el mundo mejor que quienes pueden recitar una ristra de autores ilustres.
Antes mencioné mi pueblo como elemento definitorio de mi pertenencia a las de abajo. Así lo siento. Alcohujate –qué nombre tan raro, lo sé– es, también, un lugar que forma parte de mí. Me late dentro. Y mi abuela es el máximo exponente de ese lugar. Si lo que puede contar ella de su vida en el pueblo merece un hueco en lugares como CTXT, quizá yo también lo merezca. Eso sí que es un milagro.
13 de julio de 2022, 17:47. Mensaje de Vanesa Jiménez CTXT en el chat de la redacción de la revista: “Estoy acabando [la entrevista] a tu abuela que me he enamorao”.
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Diego Delgado es redactor de plantilla de CTXT desde 2021.
Esta pieza forma parte del libro CTXT, una utopía en marcha, en el que sesenta y siete firmas hablan sobre los primeros diez años de funcionamiento de la revista y su contexto político. Se puede comprar aquí.
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Diego Delgado
Entre Guadalajara y un pueblito de la Cuenca vaciada. Estudió Periodismo y Antropología, forma parte de la redacción de CTXT y lee fantasía y ciencia ficción para entender mejor la realidad.
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