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Cuando el árbitro señaló el final del partido y el Atlético se proclamó campeón de Liga la temporada pasada en el Camp Nou, me llegó un salvaje y desazonado mensaje al teléfono. “¿Por qué demonios somos campeones? Necesito saber por qué, por qué. ¡¿Qué pasó?!”. Era mi amigo Ramón llorando de alegría, aturdido. Nunca se fiaba de la felicidad, pues dejaba resaca, y la sucesión de títulos lo había sumido en el desconcierto total. En el fondo, poseía un afilado sentido de la lógica: ¿cómo podía el Atlético ser campeón de nada, en un torneo largo y empinado, exclusivo para millonarios? Ramón estaba tan acostumbrado a la miseria, que ésta ya tenía su forma, igual que un colchón muy usado. Ni siquiera conseguía recordar cuántos títulos había ganado el equipo con Simeone. De pronto, desconocía cómo contar con los dedos. La vida no tenía sentido. Era absurda y bella. Normal que preguntase qué demonios había pasado en el Camp Nou.
Una plantilla abandonada en el desierto, tras el tétrico capítulo de Gregorio Manzano, se transformó en un equipo nuevo el 29 de diciembre de 2011. ¿Cómo? ¿Por qué? Ese día el Cholo Simeone dirigió su primer entrenamiento. Sólo unas horas antes se había plantado en Madrid desde Buenos Aires con su mujer, sus tres hijos y alguna ropa limpia en la maleta, para ir tirando durante unas semanas. Hacía un invierno que pelaba y asistieron a la sesión preparatoria cinco mil aficionados, que dejaron lo que tenían que hacer y acudieron al Calderón.
En la oscura teoría de Ramón, la Liga se había resuelto precisamente la mañana que Simeone, todavía con jet lag, se reúne con los jugadores en el vestuario por primera vez. Es decir, dos años antes del letal partido en Barcelona. Ahí, en esa reunión, pasó algo fatídico pero sutil, una especie de crimen perfecto que apartaba a Barça y Real Madrid del título con cierta antelación, para que pareciese un accidente, como si el fútbol sólo fuese fútbol, y no una novela de Faulkner. En cierto modo, el equipo erigió una conspiración, la codificó para que sólo el vestuario tuviese acceso a ella, y cuando llegó el minuto, ganaron el título.
Mi teoría para explicar el campeonato resultaba aún más extravagante que la de Ramón, pero plausible. Yo también creía que todo se había resuelto a cita única, en la primera reunión, pero de modo poético, y sin esquivar los sortilegios. El Atlético estaba tan desquiciado, que si se reconducía, la maniobra debía implicar la misma facilidad que se requiere para apretar con una llave inglesa una tuerca vagamente floja. Es más, la reparación debía ser tan aparentemente sencilla como propiciar un milagro. Lo bueno de los milagros es su funcionamiento casi infantil. No hay que mover un dedo. Nada más simple –aunque infrecuente– que un hecho prodigioso.
Bajo un silencio ártico, quizá astillado solo por un pie que golpea nervioso el suelo, en mi mente Simeone decretaba la revolución sin sacar las manos de los bolsillos, apenas sugiriendo a los chavales que en adelante habrá que vivir en el filo de la muerte, corriendo sin parar como si estuviesen haciéndolo en una azotea altísima, abrazados al vacío. Naturalmente no decía yo que, después de una primera cita pródiga, no hubiese que entrenar muy duro, desde luego. Pero la avería gruesa se solventaba con un chasquido, al estilo ya puesto en práctica por los dioses en La Ilíada, que para no oxidarse de vez en cuando se inmiscuyen en los asuntos humanos.
Dos días antes, en la sala Vip del Calderón, durante su presentación oficial, Simeone declaró que deseaba “un equipo agresivo, fuerte, contragolpeador y veloz”. Nada mencionó sobre ganar la Liga, preservando la conspiración de las corrientes de aire. Es posible que repitiese el mismo mensaje en el vestuario, ya en chándal, y cómodo, aunque añadiendo una coletilla: “Y en dos años ganaremos la Liga con el pitirrín”. No descartemos que algún jugador, desorientado por la mala racha de resultados, como si hubiese olvidado todo lo que un día supo de fútbol, preguntase: “¿Y eso cómo se hace, míster?”. Justo ahí, según mi teoría, tras la respuesta del Cholo se oye un “clic” estruendoso; las paredes tiemblan; aúllan los lobos a lo lejos; estornuda Cleopatra; Luis Aragonés asiente. En fin, cambia el paradigma del equipo, y nadie sabe cómo, empieza a ganar la Liga y alcanza la final de la Champions a dos años vista, en secreto. “Leyendo a los rusos, joder”, responde el entrenador, y a continuación atrae una mochila, saca Guerra y paz de Tolstói y lee algunos fragmentos al azar, aleccionadores.
Cuando el árbitro señaló el final del partido y el Atlético se proclamó campeón de Liga la temporada pasada en el Camp Nou, me llegó un salvaje y desazonado mensaje al teléfono. “¿Por qué demonios somos campeones? Necesito saber por qué, por...
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Juan Tallón
Juan Tallón (Ourense, 1975) es periodista y escritor. En la actualidad colabora en El País, El Progreso, la Cadena Ser, Ctxt y Jot Down. Licenciado en filosofía por la Universidad de Santigo, es autor de las novela 'El váter de Onetti' (2013) y 'La pregunta perfecta' (2011). En el ámbito del ensayo, ha publicado 'Libros peligrosos' (2014) y 'Manual de fútbol' (2014).
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