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He vivido durante meses con gente muerta. Les hablaba y ellos respondían algunas veces o guardaban en otras un silencio -nunca mejor dicho- sepulcral. Les invitaba a ir juntos a algún sitio –a tomar una copa en el Dean´s o el Negresco, a merendar en el Gran Café de París, a dar una vuelta por el Cabo Malabata, a ir de compras al Zoco Chico…-, y ellos podían o no acompañarme según su humor del momento. Eran imprevisibles. En ocasiones hasta tomaban la iniciativa y decían o hacían cosas que yo jamás hubiera anticipado.
Estos muertos eran escritores y vecinos de Tánger. Mohamed Chukri, por ejemplo, era muy colega del profesor Sepúlveda. Transcurría la primavera de 2002 y el mundo seguía espantado las peripecias de la guerra entre Bush y Bin Laden, pero a Chukri no le asustaba lo más mínimo que los yihadistas hubieran puesto precio a su cabeza por bebedor, golfo e irreverente. Esos locos no iban a cambiar su forma de vida.
Sepúlveda y Chukri se veían en el Hotel Ritz y allí vaciaban botellas de vino tinto Médaillon mientras planificaban sus pesquisas. Sepúlveda estaba intentando desentrañar una trama policíaca en la que se había visto envuelto accidentalmente, algo para lo que su trabajo en el Instituto Cervantes no le había preparado en absoluto. ¿Quién mejor que el autor de El pan desnudo para guiarle por los bajos fondos de la capital del Estrecho?
En ocasiones Chukri le proponía a Sepúlveda que remataran sus andanzas nocturnas tomando un hervido de caracoles. Es un recurso excelente para asentar el estómago.
Más de cuatro décadas atrás, en el otoño de 1956, Emilio Sanz de Soto había sido el confidente de Olvido, la guapísima madre de Sepúlveda. El diletante Emilio escuchaba sus problemas conyugales, le contaba las novedades cinematográficas de París y Los Ángeles y la tenía al corriente de los cotilleos de la extravagante colonia anglosajona del Tánger internacional. Fue él quien le presentó a Jane Bowles.
Conocer a Olvido fue un fogonazo para Jane Bowles. Su carrera de escritora estaba atascada y su relación con Cherifa se iba complicando. Olvido, por su parte, simpatizó de inmediato con la neoyorquina, a la que, como lo hacían sus amigos, pasó a llamar Yeini.
Sepúlveda y Olvido no existían antes de que yo comenzara a escribir Tangerina, son mis primeras criaturas de ficción. Pero Chukri, Emilio, Yeini y otros personajes de la novela vivieron en carne y hueso en Tánger, aunque ya estuvieran muertos cuando tecleé la primera frase.
Sí, a algunos de ellos los conocí personalmente y de todos, por supuesto, me documenté a través de testigos, lugares y libros, pero ¿qué más da? Seguro que en la novela no son como fueron cuando respiraban, seguro que no hubieran dicho o hecho muchas de las cosas que se les atribuye. Chukri, Emilio y Yeini son en Tangerina personajes tan de ficción como Sepúlveda y Olvido. Aún más, ni tan siquiera son como los había imaginado al principio. Como todos los demás, fueron adquiriendo vida propia, una realidad fantasmal que me iba sorprendiendo.
Existen la verdad histórica, la verdad periodística y la verdad judicial. La mentira de las novelas termina construyendo otra forma de verdad.
Tangerina (Ed. Martínez Roca, 2015) es el noveno libro publicado por el periodista Javier Valenzuela y su primera novela.
La obra, de la que ctxt ofrece este adelanto editorial, transcurre en la capital marroquí del Estrecho en dos periodos diferentes. En la primavera de 2002, Sepúlveda, profesor del Instituto Cervantes de Tánger, se ve involucrado en una oscura trama de guerras empresariales, espionaje y yihadismo. Sepúlveda, que sostiene una relación clandestina con su alumna Leila, se verá ayudado en sus pesquisas por el escritor Mohamed Chukri. En paralelo, la novela cuenta la vida de Olvido, la glamurosa madre de Sepúlveda, en el Tánger pecador e internacional de los años 1950.
He vivido durante meses con gente muerta. Les hablaba y ellos respondían algunas veces o guardaban en otras un silencio -nunca mejor dicho- sepulcral. Les invitaba a ir juntos a algún sitio –a tomar una copa en el Dean´s o el Negresco, a...
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Javier Valenzuela
Hijo y ahijado de periodistas, se crió en un diario granadino sito en la calle Oficios. Empezó a publicar en Ajoblanco y Diario de Valencia. Trabajó en El País durante 30 años, como corresponsal en Beirut, Rabat, París y Washington, director adjunto y otras cosas. Fue director General de Comunicación Internacional entre 2004 y 2006. Fundó la revista tintaLibre. Doce libros publicados: tres novelas negras y nueve obras periodísticas. Su cura de humildad es releer “¡Noticia bomba!”, de Evelyn Waugh.
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