Hablando con el dinosaurio
El exilio cubano está dividido, los republicanos se oponen y la opinión pública respalda el deshielo de las relaciones con Cuba iniciado por Obama
Diego E. Barros 2/02/2015
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Cuba es para cualquier Administración estadounidense el dinosaurio del cuento de Monterroso: al despertar, todavía estaba allí. Un vecino incómodo, apenas a 150 kilómetros, los que separan Key West de la costa cubana. Tras décadas de enfrentamiento que han pasado por diversas etapas desde que, en 1964, Lyndon Johnson terminase de un plumazo las operaciones subversivas contra Fidel Castro y pusiera en marcha una estrategia de contención, los diversos gobiernos estadounidenses han mantenido un ojo puesto en la isla sin mucha más intención que la que marcaba la doctrina del laissez faire.
En las últimas décadas, ni Clinton, primero, ni después George W. Bush plantearon ningún acercamiento hacia el régimen de La Habana que no pasase por el entendimiento directo entre éste y su oposición interna, siempre con un pie puesto en el exilio cubano de Miami. Es ésta la comunidad hispana con mayor predicamento en los pasillos del Congreso, donde cuenta ahora mismo con hasta ocho representantes ―cinco congresistas y tres senadores cubanoamericanos, republicanos y demócratas―, incluyendo al demócrata Bob Menéndez, senador por Nueva Jersey y presidente saliente del Comité de Relaciones Internacionales del Senado.
Ha sido precisamente Menéndez, junto a sus compañeros en la bancada bipartidista, uno de los primeros en alzar la voz contra la decisión del presidente Barack Obama, el pasado 17 de diciembre, de iniciar conversaciones con el Gobierno cubano comandado por Raúl Castro. Menéndez fue muy gráfico al catalogar la etapa abierta a mediados de enero con la visita a la isla de una delegación de congresistas demócratas de EE.UU., antesala de la llegada, el 21 de enero, de la secretaria de Estado adjunta Roberta Jacobson, para reunirse con altos funcionarios cubanos. “Creo sinceramente que apesta. Es una decisión equivocada y estoy muy decepcionado con el presidente”, señaló Menéndez.
Sus apreciaciones coincidieron con la opinión vertida por su compañero en el Senado, el republicano por Florida (y eternamente presidenciable) Marco Rubio, quien en declaraciones a la cadena de noticias Fox se mostró tajante: “Es absurdo y sigue el largo historial que esta Administración ha establecido a la hora de mimar a dictadores y tiranos”. Rubio criticó especialmente lo que él considera “concesiones unilaterales a cambio de nada” por parte de Washington. Más conciliador se ha mostrado Rand Paul, senador republicano por Kentucky quien, haciendo gala de su condición de verso suelto dentro de las filas del partido del elefante, ha saludado la nueva etapa de “paz a través del comercio”.
La opinión pública se muestra favorable a este inicio de deshielo con la isla. El 63% de los estadounidenses apoya el restablecimiento de relaciones con Cuba mientras que el 66% vería con buenos ojos el final del embargo económico, según un sondeo del Pew Research Center; una mayoría que, aunque menor, se mantiene en el seno de la comunidad cubanoamericana. Obama pidió el martes, en el Discurso del Estado de la Unión, que el Congreso ponga fin al embargo este año. Lo que más irrita a buena parte del exilio cubano y del espectro político estadounidense es el apartado de “concesiones unilaterales”. Obama se enfrenta ahora a un Senado y a una Cámara de Representantes en manos de los republicanos, que ya han dicho que harán todo lo posible para frenar cualquier tipo de acuerdo con el régimen de La Habana.
Pese a que el deshielo se abrió con el canje de dos presos de EE.UU. en Cuba ―uno de ellos Alan P. Gross, que el martes asistió como invitado al discurso sobre el Estado de la Unión― por tres cubanos en EE. UU., los críticos con la nueva situación insisten en que “nada cambiará, la llegada de la libertad sigue siendo un asunto relegado”. Eso es lo que afirma, en conversación telefónica desde Miami, Jaime Suchlicki, director del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos, un think tank de la Universidad de Miami. En su opinión, el restablecimiento de relaciones, así como la suavización de las restricciones para viajar y comerciar con la isla, en vigor desde el pasado viernes, “afectarán poco o nada al día a día de los cubanos”. “El régimen de Castro no va a ofrecer concesiones reales a Estados Unidos. Cuba es aliada de países como Irán, Rusia, Corea del Norte o Venezuela, países frente a los que esta Administración poco o nada ha podido hacer, por lo que ahora se empeña en entablar diálogo con Cuba, la rama más débil para una Administración débil”, sostiene Suchlicki.
Mientras que las cuestiones políticas están todavía en el aire (más allá de la liberación de 53 presos políticos a petición de Washington), el centro de las conversaciones se mantiene en el plano económico: los presumibles beneficios que tendrían la llegada de capital e inversores estadounidenses para la población. Por eso, desde el Cuba Study Group, un grupo de presión de empresarios cubanoamericanos con sede en Washington y Miami, se ve con buenos ojos esta nueva etapa. Su director ejecutivo, Tomás Bilbao, considera que se trata de “un cambio histórico que rompe con una política destructiva llevada a cabo durante décadas y que ha resultado contraproducente”.
Según Bilbao, el camino será “largo y difícil”, pero “acabará por imponerse, ya que se enfoca en ayudar al pueblo cubano más que en combatir al régimen”. Bilbao destaca las “nuevas oportunidades que se abren para la población”. “En cuatro semanas se ha logrado más que en 50 años”, dice. No lo ve así Suchlicki que recuerda que “Cuba ya recibe dos millones de turistas extranjeros cada año y la prosperidad no ha llegado al pueblo porque no puede haber prosperidad sin libertad”.
El director del Instituto de Estudios Cubanos y Cubano-Americanos cree que Obama ha cometido dos errores fundamentales: “El presidente no tiene capacidad para acabar con el embargo ―aprobado en 1960 por Dwight D. Eisenhower y apuntalado en 1996 por la Ley Helms-Burton, y sobre el que solo puede decidir el Congreso―, y, en segundo lugar, ha dejado de lado a la oposición democrática cubana y a los propios expertos en el asunto dentro de su propio partido como el senador Menéndez”.
Ante la fase inicial de la nueva etapa, el exilio cubano está marcado por el escepticismo y la división de opiniones. Los más beligerantes son los que abandonaron la isla hace décadas; los más moderados, fundamentalmente jóvenes que han nacido y crecido en EE. UU. y que quieren pasar página. Es es caso de Bilbao, que asegura que “el exilio cubano nunca ha sido monolítico" y cree que todavía es pronto para empezar a hacer las maletas. Suchlicki contempla con frialdad la posibilidad de volver a una tierra que, 56 años después de la Revolución, le resulta más extraña que nunca.
Cuba es para cualquier Administración estadounidense el dinosaurio del cuento de Monterroso: al despertar, todavía estaba allí. Un vecino incómodo, apenas a 150 kilómetros, los que separan Key West de la costa cubana. Tras décadas de enfrentamiento que han pasado por diversas etapas desde que, en 1964, Lyndon...
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Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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