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En Madrid hay un sitio donde los poemas hay que leerlos desde la cima de una montaña, frente a un horizonte que parece no terminar nunca, con el silbido del viento a lo lejos y el trinar de los pájaros distraídos a nuestro alrededor. No es lo mismo leer a Machado, a Aleixandre o a Rosales en la casa de uno que en los miradores y los berruecos de granito que llevan escritos sus versos, a más de mil seiscientos metros de altura, en el corazón de la Sierra de Guadarrama, en uno de los hombros que le salen al Valle de la Fuenfría, allí desde donde se divisan los Siete Picos y las cumbres blancas de Navacerrada. Subir hasta aquí es lo que Constantino Kavafis trataba de explicarnos en aquel poema suyo dedicado a Ítaca. De ser cierto que el viaje es el camino, estas horas andando hasta coronar la montaña son, en palabras de cualquiera de ellos, el modo más sencillo de explicar las metáforas y las hipérboles que encierra la vida.
La Senda de los Poetas es una solana despejada frente a Madrid y sus pueblos, una atalaya desde donde se domina buena parte de la región, y aún más las tierras del norte de Castilla-La Mancha allá a lo lejos, cuando los días son claros y el paisaje inabarcable. Lo más hermoso del viaje es llegar hasta aquí.
Cercedilla es un pueblo encantador, uno de los más altos a este lado de la Sierra de Guadarrama. Sus casas están construidas con granito, las calles son estrechas y serpenteantes, y a sus plazas asoman galerías acristaladas que preservan el calor del hogar, donde en invierno hay un chimenea siempre encendida. Hay un tren de cercanías que llega hasta Cercedilla desde el centro de Madrid y que aún sube hasta el puerto de Navacerrada y la estación de Cotos para acercar a los senderistas y los esquiadores a deslizarse por la nieve estos días de frío.
A las afueras del pueblo hay una carretera que conduce hasta el paraje de Las Dehesas. Está encajonada entre montañas y a primera hora de la mañana, aún si el día es soleado, los pinos silvestres que la flanquean oscurecen con sus copas su trazado recto y ascendente. Hay varias maneras de subir hasta la Senda de los Poetas. Pasado el Centro de Educación Ambiental del Valle de la Fuenfría, donde es posible obtener información de esta y otras rutas, hay más arriba una zona de aparcamientos donde comienza la Calzada Romana y el Camino de la República. La primera fue trazada en el siglo I después de Cristo y salvaba la Sierra de Guadarrama hasta llegar a lo que hoy es Segovia, cuyo conocido acueducto comenzó a levantarse poco después. Aún es visible en muchos de sus tramos el empedrado original del camino, así como algunas viejas y desdibujadas construcciones en granito de época temprana. El Camino de la República, por el contrario, es en sus primeros kilómetros una carretera asfaltada. Su trazado encierra una historia curiosa. A finales de 1931, siendo ministro de Obras Públicas Indalecio Prieto, se proyectaron una serie de carreteras en los alrededores de Madrid. Una de ellas cicatrizaba la Sierra de Guadarrama entre Cercedilla y el puerto de la Fuenfría para dejarse caer en su lado septentrional por el valle segoviano de Valsaín. Hoy sería inconcebible trazar una carretera por un paraje natural de tanto valor, pero entonces la propaganda republicana lo consideraba un modo de acercar la naturaleza al pueblo, de modo que esos lugares no fueran solo ‘un privilegio de las clases pudientes ni aún de las acomodadas, sino de todos, porque todos tienen derecho a respirar y a vivir’.
No es posible, claro está, circular en vehículos a motor por la Carretera de la República. Hoy aquel trazado, que no llegó a concluirse debido al estallido de la guerra civil del 36, es dominio de caminantes y ciclistas.
El ascenso es cómodo y está lleno de sugerencias por poco que el caminante preste atención a su alrededor. Los pinos maduros de los primeros tramos superan los doce metros de altura y por sus ramas corretean las ardillas y picotean los pájaros carpinteros. A los pies de estos viejos y venerables árboles crecen los helechos, los piornos y las retamas, y de vez en cuando afloran los berruecos de granito y gneis que en invierno están tapizados de un musgo que nos incita a acariciarlo como haríamos con el cuerpo de la persona deseada. En esas divagaciones se entretiene el caminante hasta que, pasados un par de arroyos de aguas muy frías, alcanza la pradera de los Corralitos, un despejado punto intermedio de la ascensión donde confluyen cuatro de los cinco caminos históricos del Valle de la Fuenfría. Además de la Calzada Romana y de la Carretera de la República aquí cruzan el Camino Borbónico que Felipe V hizo trazar para unir su palacio de La Granja de San Ildefonso con Madrid y el denominado Camino Schmind, que toma el nombre de un montañero austríaco que señalizó estos desiertos en 1926 y que fue tan conocido que hasta Cela lo retrata en uno de sus bosquejos viajeros.
A partir de aquí la Carretera de la República deja de ser un camino asfaltado para convertirse en una pista de tierra. Casi se prefiere porque la arena, la piedra y la grava mimetizan más con estos paisajes. Unos kilómetros más arriba el caminante se topa con la Ducha de los Alemanes, una sucesión de cascadas por donde se despeñan las aguas limpias de uno de los muchos arroyos que cicatrizan los suelos del valle.
A estos parajes se los conoce como el Arrulaque que es el nombre que se da a los montes comunales de Cercedilla. Su nombre, al parecer, se lo dieron los canteros vascos que vinieron a labrar las piedras con que se construyó el monasterio de El Escorial.
Salvado el último trecho el caminante llega hasta una calva despejada donde se hallan los miradores de Vicente Aleixandre y Luis Rosales. Los dos están comunicados por un sendero de apenas un centenar de metros, abierto entre roquedales de granito. Las vistas desde este lugar son inerrables. Al viajero le entran las ganas de entender, y encaramado al mirador del premio Nobel, lee en una enorme piedra que hay frente a él: “Desde esta cima solitaria os miro, / campos que nunca volveréis por mis ojos, / piedra de sol inmensa, entero mundo, / y el ruiseñor tan débil que en su borde lo hechiza”.
Madrid queda a los pies. Hacia el oeste se divisa la cruz del Valle de los Caídos, un arañazo excéntrico en mitad del paisaje. Al sur se extienden las llanuras que llevan a La Mancha y al este las cumbres de Navacerrada.
Frente al mirador de Vicente Aleixandre, apenas a una veintena de metros, hay otra roca de granito donde Antonio Machado recuerda a Francisco Giner de los Ríos, padre de la Institución Libre de Enseñanza, andaluz como él, al que a su muerte le escribió: “¡Oh, sí! Llevad, amigos, / su cuerpo a la montaña, / a los azules montes / del ancho Guadarrama”. Hay un paseo delicioso hasta el mirador posada de Luis Rosales, que llegó a Cercedilla en 1961 y se quedó aquí hasta su muerte. El poeta granadino, amigo de Federico, inauguró el mirador que lleva su nombre, leyó un manifiesto y en la roca le esculpieron los versos que dicen: “Las noches de Cercedilla / las llevo en mi soledad / y son la última linde / que yo quisiera mirar”.
Al viajero le da pena dejar estas soledades, el silencio de las alturas, la panorámica y el hambre por verlo todo. Pero continúa por la Carretera de la República hasta el denominado Reloj de Cela, un artilugio solar que le montaron al escritor gallego que en 1952 escribió Cuaderno de Guadarrama donde detalló sus sentimiento paseando estos lugares. Luego el camino prosigue hasta el puerto de la Fuenfría, que se eleva por encima de los mil seiscientos metros y que se deja caer por tierras sobrias de Segovia. Pero ese ya es otro viaje y el alma del caminante anda deseosa de poesía e igual vuelve a los miradores donde le esperan sus poetas y las palabras.
En Madrid hay un sitio donde los poemas hay que leerlos desde la cima de una montaña, frente a un horizonte que parece no terminar nunca, con el silbido del viento a lo lejos y el trinar de los pájaros distraídos a nuestro alrededor. No es lo...
Autor >
Manuel Mateo Pérez
Escritor y editor, especializado en literatura de viajes, historia del arte y ensayo. Ha trabajado como periodista y guionista de radio y televisión en los principales medios de comunicación españoles. En la actualidad es el director de El Caminante, suplemento de Viajes y Cultura de El Mundo de Andalucía.
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