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En Cuarteto de Alejandría Lawrence Durrell utiliza los nombres que dan título a sus libros para hablarnos no solo de amor, de pasiones imposibles, de místicas sensuales y emociones que no parecen propias de nuestra época. Los títulos de la tetralogía aprisionan el retrato de una ciudad fascinante que quizá solo existió en la cabeza del escritor británico, allá por la década de los sesenta del pasado siglo, cuando llegó a Egipto tras haber caminado por las aguas del Mediterráneo, como Jesús había hecho sobre las olas del Tiberíades. Más veces de las que creemos un nombre encierra un paisaje, y Justine, Balthazar, Mountolive y Clea, además de ellos mismos, son los rostros diferentes que la ciudad esconde, la Alejandría que nos acoge, que nos modela, nos traiciona, nos besa y nos adormece. Durrell lo explica muy bien a las pocas líneas de comenzado el primero de los cuatro libros: ‘La ciudad que se sirvió de nosotros como si fuéramos su flora, que nos envolvió en conflictos que eran suyos y creíamos equivocadamente nuestra’.
A veces, también, los hechos son como las ciudades, que nos abocamos a ellos aun sabiendo que no saldremos indemnes, que habrá algo que nos cambie para siempre, que nada a partir de ese momento será lo mismo. Y así y con todo los hacemos nuestros como esos amores sobre los que guardamos certeza de que terminarán haciéndonos llorar. ¿Qué hay en ellos que nos incite a abrazarlos? ¿Qué nos empuja a volver a Alejandría? ¿Cómo es posible que después de tanto tiempo aún recordemos su nombre, su mirada y su forma de besar?
En la mística actual, en las reglas de educación de toda sociedad líquida, el anuncio del nacimiento de un nuevo medio de comunicación es saludado con cierta simpatía. Un grupo de periodistas y de personas vinculadas a las artes y las letras se reúne en torno a un hecho, creen que es necesario llenar un vacío, decir lo que otros no dicen, escribir lo que otros no se atreven, buscar un hueco en primera línea ahora que los dioses cayeron y los ‘nuestros’ presentaron su dimisión irrevocable. Hay algo heroico y estúpido en todo esto, como el empeño de seguir fiel a tus colores a pesar de que tu equipo jamás tendrá opción alguna de ganar una liga.
En estos tiempos el viento sopla en contra y los coches circulan por dirección prohibida. Nadie escribirá de ti una Ilíada. Tu avión llevaba retraso y no hay cena esta noche que llegaste hambriento a la ciudad de tus sueños. Y aun así persistes, nada te amilana, no cabe en tu cabeza el desánimo, no hay desmayo cuando se trata de creer en los hechos y en la ciudad en la que pusiste tus esperanzas por querer ser feliz. No son tiempos fáciles y hay noches donde no conviene andar solo por determinadas calles. Y a pesar de que hay una parte de ti que te retrata como un imbécil, un espejo que te devuelve tu cara de iluso, aún crees que es momento de cambiar las cosas, de deshacer las maletas nada más abrir la habitación del hotel, de colocar la ropa limpia en el armario vacío, de asearte y salir a la ciudad convencido de que recorrerás Alejandría por primera vez, aun sabiendo en el fondo de tu corazón que las calles ya te conocen de tanto andarlas.
En Cuarteto de Alejandría Lawrence Durrell utiliza los nombres que dan título a sus libros para hablarnos no solo de amor, de pasiones imposibles, de místicas sensuales y emociones que no parecen propias de nuestra época. Los títulos...
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Manuel Mateo Pérez
Escritor y editor, especializado en literatura de viajes, historia del arte y ensayo. Ha trabajado como periodista y guionista de radio y televisión en los principales medios de comunicación españoles. En la actualidad es el director de El Caminante, suplemento de Viajes y Cultura de El Mundo de Andalucía.
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