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Hace ¿15 años?, ¿más? me salió un curro divertido. A una actriz que estaba en la cresta le salió un bolo para una empresa. Concepto bolo para una empresa: una empresa king-size, con un jefe de recursos humanos que se ha leído ‘¿Quién se ha llevado mi queso?’, decide hacer algo ejemplar con el pack de altos ejecutivos de ventas. No les despide, sino que los invita a una isla, los encierra en un resort, les obliga a hablar entre ellos en animados debates y, como colofón, les paga un bolo con actriz en la cresta.
Para hacer un bolo con actriz en la cresta, debes contratar una actriz en la cresta. Sale por un pico. Con esos tipos de bolos en ayuntamientos, festivales del cochinillo segoviano y empresas, es como, de hecho, las actrices en la cresta levantan el grueso de la pasta cuando están en la cresta. Como ven, snif, la cresta de una ola es como un charco, pero más grande. Bueno. La actriz en la cresta propuso mi nombre como guionista cuando algún ejecutivo preguntó de dónde sacar un guionista. Y yo acepté con la boca llena de dientes. Esos trabajos, por otra parte, son un festival. No suponen mucho esfuerzo, se paga(ba) el doble y, por otra parte, en aquel momento estaba pasando, literalmente, hambre. La única pega es que también tenía que irme a la isla. Para controlar mi obra. Algo difícil e incomprensible cuando, como era el caso, no hay obra.
De aquel viaje recuerdo dos cosas. La cosa a) y la cosa b). Que nos conducirán, si sigue el itinerario, a una conclusión c). La b), por cierto y no se líen, es el motivo de que haya empezado a escribir estas líneas que, aunque no se lo crean, explican la corrupción estructural del Régimen a la luz de un nuevo dato: la ausencia de datos. O, lo que es lo mismo, su catarata, el hecho de que ya todo sea un dato que lo confirma. Anyway. Cosa a): la empresa era coreana. Corea es uno de los países más cristianos del mundo. Van a misa, adoran la familia y se divorcian poco. Quizás todo ello explique este otro detalle: un ejecutivo coreano -en la isla había un par- uno de ellos era el jefazo para Europa; era un tipo con mirada tan importante que podía hacer levitar un cenicero; el resto eran ejecutivos rostro-pálidos; todo tíos, salvo una tía; aquello, en efecto, parecía el poblado de los pitufos. Vaya, me he liado. Les decía que un ejecutivo coreano, si quiere triunfar debe de estar casado, tener hijos suficientes como para fundar una tercera Corea y, por encima de todo, ser un killer con hambre de gol. Para asegurarse de que el ejecutivo contratado tiene y mantiene ese perfil psicópata, capaz de cumplir con su familia y con su horario propio de imperio hidráulico y de, aún así, pedir más guerra, el ejecutivo coreano medio cobra un pastón, aparte de su sueldo y libre de impuestos, para gastarlo en putas. Cada mes debe de justificar esos gastos con recibos. En caso de que no lo haga, o de que gaste menos de lo especulado, es un tipo cuya tetosterona deja mucho que desear, por lo que jamás será contemplado en la ESADE y la Academia de Zaragoza coreanas como un igual. Retrocederá varias casillas, hasta el mar de Corea, que es el morir.
El caso es que el Gran Jefe Coreano se interesó por la actriz. Como la cosa más normal del mundo –los shocks culturales nacen de las aberraciones de dos tipos que intentan hacer, cada uno desde su cultura, la cosa más normal del mundo-, le pidió sus servicios -y el consiguiente recibo- a la actriz en la cresta. Varias veces y, si bien con acopio de reverencias y educación, cada vez con más insistencia. En la mañana del domingo, la oferta ya superaba los 3.000.000 de las futuras pesetas. El trío que formábamos la actriz en la cresta, su representante y yo, llegamos a elaborar un sistema de contraseñas visuales, para acudir al rescate de la actriz en la cresta cuando ella lo necesitaba. Esto intensificó mi relación con el representante, un tipo divertidísimo.
Con él, este texto entra, tal y como les aseguraba que pasaría más arriba, en la cosa b): el representante. Era feo y simpático. Un tipo luminoso vestido con americanas divertidas, de colores estrambóticos y, aún así, elegantes. Su manera de vestir y su magnetismo le conferían cierto aire shandy, que diría Vila-Matas. Cuando mediábamos con el coreano para que dejara tranquila a la actriz en la cresta, me hacía traducir al inglés cosas intraducibles, que me hacían llorar de la risa. El grueso del tiempo, mientras la actriz ensayaba, o mientras al coreano le hacían la ITV, lo que le retiraba de sus labores de acoso, nos lo pasábamos en la(s) barra(s) de complejo hotelero con playa privada. Nuestro proyecto -la idea fue de él; era un genio-, era probar todos los maltas del mercado. Y, aquí viene la genialidad, creo recordar que por la patilla. Lo conseguimos. Es más, también consiguió, con el mismo sistema, un par de Lanceros Cohíbas. Me recuerdo a mí mismo, en un sillón inglés, frente al Atlántico, con una copa de Jura Island –hay dos marcas; la de siempre y una rarísima; sólo la he tomado un par de veces; una fue mi primera copa de whisky; me la había ofrecido, unos años antes, MVM; su etiqueta estaba decorada con unos versos de Blake, en los que explicaba al mundo que el whisky de Jura se parece a un arroyo de leche; eso es radicalmente cierto; a partir de la decimonona copa-, paladeando esa leche extraña y el humo denso, que también se recolecta en arroyos de tabaco de Vuelta Abajo, Cuba. Sólo dejábamos de hablar para reír.
Se llamaba Álvaro, y desde el primer instante me hizo recordar ‘Demonio de Álvaro’ un poema en prosa de Neruda a un amigo gamberro de juventud. Álvaro no paraba de explicar historias. Había sido representante de Pajares, del que explicaba aventuras inauditas. Su actual esposa, o la anterior, me parece recordar, era una Mamma Ciccio. Se reía hasta de su sombra. Una de sus anécdotas que más recuerdo consistía en una historia hilarante que, en realidad, explicaba el día en el que le rompieron el corazón. Sabías que era un momento dramático de su biografía, pero lo adornaba con unos giros de humor impresionantes, y con un modo de estar de vuelta, de reconocer que la vida es una broma que, en verdad, turbaba y reconfortaba. Aquel pollo sabía estar y, a la vez, era un rebelde. Políticamente, además era un tipo fascinante. Era un exvotante del PSOE -no había tantos en aquella época, capaces de reírse de aquella época-, partido del que me explicaba historias de corrupción I+D que había vivido como representante de la farándula. Veía en el PP la caverna, el fin. No veía ningún futuro en esta aldea de cabreros. Lo único que le interesaba eran esas pequeñas explosiones que ahora compartíamos. Una garantía de cierta felicidad periódica. No le pedía más a la vida. No hay que pedirle mucho más. Aquel tipo era el espíritu de las fiestas. A su lado sólo sucedían cosas fantásticas.
Cuando acabó el bolo nos despedimos. No nos volvimos a ver. No, creo que sí. Una vez, por azar, en Madrid, nos topamos. Y construimos otra juerga. No supe nada de él durante años. Hasta que le volví a ver. En la prensa. En portada. Cuando empezó a salir a la superficie el caso Gürtel. Aquel tipo al que la actriz en la cresta y yo llamábamos Alvarito, ahora se llamaba El Bigotes.
Y c). La corrupción en España es estructural. Lo sabes cuando ves que los representantes dan un 30% a su partidos –sólo paga por trabajar alguien que sabe que no debería estar ahí, que trabajar es un premio por otra cosa-, lo sabes cuando los partidos tienen asesorías que hacen informes, vía pago, para cualquier tramo municipal, lo sabes cuando ves que el IBEX, formado por 35 empresas, hay 26 empresas reguladas, lo sabes cuando ves que algunas de esas empresas se han rescatado, condenando con ello a la selva a una parte llamativa de la sociedad. Lo sabes en cuanto ves que el político se jubila en una empresa regulada. Lo sabes cuando, como en el Caso Gürtel, se apunta que las empresas pagan a cambio de políticas. Y lo sabes, lo ves claramente, cuando ves que la ejercen tipos -doy fe- también divertidos, rebeldes, de formación lenta y laboriosa, capaces de darle crujidos inauditos a la vida.
Si este tipo humano, que siempre está afuera, riendo, está dentro, es que dentro están todos los tipos humanos anteriores, menos sofisticados. Por otra parte debe de ser fácil acceder a esa realidad paralela y cotidiana en la que nace la corrupción. No hay frontera, no hay ninguna puerta para entrar. La puerta, la frontera, la alambrada, tal vez consiste en una copa balón de Jura, historias divertidas, risas. Lo contrario de una barrera. Sólo lo no cotidiano, en fin, tiene los accesos difíciles.
Hace ¿15 años?, ¿más? me salió un curro divertido. A una actriz que estaba en la cresta le salió un bolo para una empresa. Concepto bolo para una empresa: una empresa king-size, con un jefe de recursos humanos que se ha leído ‘¿Quién se ha llevado mi queso?’, decide hacer algo ejemplar con el pack de...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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