En 1938 Benito Perojo dirige y coproduce en Alemania El barbero de Sevilla, Mariquilla Terremoto y Suspiros de España. Es una contribución más del nazismo benefactor a la España en guerra. En la última de las películas citadas Estrellita Castro, protagonista con Miguel Ligero de la misma, interpreta el pasodoble del maestro Antonio Álvarez Alonso, con letra de su sobrino Juan Antonio Álvarez Cantos, del que extrae título la película.

Con los años, Suspiros de España, con tres letras distintas, se convertirá en el himno de quienes por unas u otras razones –en el trasfondo de todas las del exilio político- se ven obligados a salir de España, rumbo, sobre todo, a Latinoamérica.

Los suspiros son inhalaciones muy profundas seguidas inmediatamente por una exhalación acompañada algunas veces –en los hechos de amor, pongo por caso- por un gemido. También son los suspiros o merengues unos dulces de clara de huevo y azúcar. Y, para no enredarnos más, suspiro se dice, por último, de aquello que dura solo una miajita, visto y no visto.

Frustración, aburrimiento, melancolía, decepción, tristeza, añoranza son, entre otros, los motivos más explícitos, según los investigadores, para que a alguien se le escape de vez en cuando un suspiro. Cuando estos excedentes del alma se acumulan en un sujeto, una comunidad, un tiempo, su vivencia jode. Jode mucho. Y uno procura lógicamente alejarse de las causas de tal mal.

En estos momentos, en España, se amontonan las razones para salir zumbando de su suelo y volver cuando el porvenir que se nos predica oficialmente se haya convertido milagrosamente en realidad. Pero tampoco la huida asegura rutas viables. El mal, el sistema –¿alguien duda todavía de que este bendito sistema es ponzoñoso para la mayoría de la población?- no da oportunidades si no firmas con él tu entrega incondicional hasta la extenuación y sin garantías de que ello te reporte lo suficiente para vivir dignamente.

Cada vez menos personas trabajan en lo que quieren, en aquellos empeños para los que se han preparado, que más les gustan. Conseguir tal cosa se considera un privilegio y, arrumbados en intereses poco apetecibles, tendrán que buscar fuera del ámbito laboral –si es que el malganarse la subsistencia les deja tiempo- para encontrar otras compensaciones que les hagan la vida habitable.

Dependiendo del carácter y las fuerzas de cada uno –mermadas siempre- el españolito de hogaño se vierte en el suspiro o se desespera en el berrido.

Acosados por el ordeno y mando, prohíbo y condeno, se tiende desde hace tiempo al ejercicio de la real gana de cada uno, con desprecio absoluto e invasión impertinente del aire que necesita respirar el otro. El otro, en realidad, ha desaparecido. No consta su existencia. No interesa.

Los suspiros de esta España ya no son, no pueden ser, porque uno se aleje de ella como Estrellita Castro, sino porque ella, esta España, la no deseada ya, no se va de nosotros y deja de aburrirnos, por ejemplo, con matracas preelectorales bochornosas, ofensivas, estúpidas, o con cifras vestidas y atrezzadas como pasos de Semana Santa, exhibidas a la veneración de los fieles. Ítem más: con robos, desfalcos, evasiones tributarias… Ítem más: con exhibiciones ostentosas del fruto de rapiñas pregonadas…

Nos ofrecen sus mandamases, eso sí y continuamente, suspiros amerengados, demasiado dulces, demasiado flácidos, empalagosos. Perfectamente prescindibles. Aconsejablemente evitables.

¿Por qué no adoptan la tercera vía de la acepción y hacen estas lumbreras de su estancia en las cumbres del mando eso tan bueno de "durar un suspiro"?