
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Cuando yo tenía unos 13 años, a veces nos quedábamos en casa de mi abuela cuando no había colegio, o pasábamos allí el fin de semana. Mi abuela vivía en la calle Honduras, en Huelva, y aquel era un barrio muy humilde donde convivíamos gitanos y gachés sin ningún tipo de discriminación étnica, ni se nos pasó por la cabeza, allí cada uno y cada familia era cada cual, y había una convivencia muy hermosa a pesar de la pobreza. Los niños no teníamos apenas juguetes, no había vídeo consolas, algunos ni siquiera tenían televisor y tenían que irse invitados a casa de otros para ver los dibujos animados por la tarde, tampoco había internet, ni móviles. Pero os aseguro de corazón que no cambiaba aquellos años de mi infancia por una vida más cómoda y con más bienes materiales. Aquello era tan hermoso, no teníamos nada, pero disfrutábamos de la vida de forma intensa desde que nos levantábamos hasta que nos acostábamos. Y a mi me encantaba aquel barrio de Huelva, sentía una enorme tristeza cuando mis padres me traían de nuevo a Sevilla pasado el fin de semana.
Una vez, recuerdo para siempre ese día, era sábado, un día soleado de invierno. A mi primo Enrique, a su hermano el Guille, a otro primo segundo mío, el Peré, y a mí, se nos ocurrió hacer una cabaña allá en el campo que había enfrente de la calle Honduras. Así que nos fuimos a una obra y robamos unas cuantas maderas, también un saco de cemento, y empezamos a construir nuestra cabaña, aquella mañana de invierno en esa, ya, vieja España de principios de los ochenta.
¡Que buena cabaña construimos! Nos pegamos todo el día, hasta que anocheció y no podíamos ver bien. La hicimos tipo tejado o tienda de campaña, con muy buenas maderas, le echamos cemento en el suelo y luego le pusimos varios toldos gruesos que cubrían toda la casilla, y así nos librábamos del frío de aquellas noches una vez refugiados en ella.
En el medio poníamos un brasero que llenábamos de rescoldos de la candela que hacíamos previamente fuera de nuestra chozuela. Luego por las noches refugiados allí, contábamos historias o hablábamos de cualquier cosa.
Lo malo para mí es que una vez acabado el fin de semana, tenía que volver a Sevilla y empezar una dura semana de colegio, el cual odiaba completamente. Hasta el viernes que volvíamos a Huelva el fin de semana.
Allí en la calle Honduras, como he dicho, no había apenas recursos económicos para tener juguetes, pero estábamos todo el día jugando, de la mañana a la noche, todo el día en la calle, apenas íbamos a casa solo a comer, dormir y poco más. Y luego estaban las niñas del barrio, de una me enamoré y nunca se lo dije, por timidez, pero también fue muy hermoso. Alguna noche los niños y las niñas nos refugiábamos en la cabaña, encendíamos unas velas y jugábamos a eso de que se enciende un cerillo, se va pasando de mano en mano y al que se le apague tiene que elegir a una niña o a un niño (según corresponda) para besarlo. Imaginaos qué hermoso, con aquella edad, descubriendo la pasión y el misterio del enamoramiento, sintiendo cosquilleos en el estómago, descubriendo la vida.
Luego los niños mayores, de unos 15 o 16 años empezaron a parar allí con niñas también de su edad y como es lógico aquello empezó a mosquear a los vecinos adultos del barrio, así que un día tiraron nuestra choza, pero eso sí, les costó un trabajo enorme porque estaba muy bien construida. Quizás esa destrucción de nuestra cabaña fuese el símbolo y el prolegómeno de todo lo que en años posteriores nos iba a ocurrir a todos. Porque, aunque a algunos no nos ocurriese directamente, a todos nos tocó a través de un hermano, de primos, de amigos.
Lo que pasó fue una gran hecatombe que asoló a toda aquella juventud de los barrios humildes españoles. La droga empezó a entrar en nuestras vidas justo en aquel tiempo posterior al de nuestra cabaña. Primero el hachís, y luego la heroína empezaron a convertirse en una especie de sinónimo de rebeldía contra el sistema. Subconscientemente. Y todos aquellos niños, o muchos de ellos, al menos la mitad, empezaron a ver el mundo de la droga como un juego, sobre todo porque empezaron a surgir películas que fomentaron enormemente y de forma sutil esa idea de que sumirse en el mundo de la droga (por ser prohibida) era una especie de heroísmo rebelde contra el sistema de aquel entonces.
Éramos muy pobres, y estábamos condenados a ese genocidio que a posteriori iba a acontecer con toda aquella juventud. Muchos, muchísimos se quedaron en el camino, por eso, por ser pobres, por ser marginales, por ser diferentes, por estar indefensos ante un sistema piramidal completamente injusto y desigual. Y sobre todo por ignorancia, porque si simplemente hubiésemos sido conscientes de lo que hoy sabemos, evidentemente la hecatombe podría haber sido evitada.
Los políticos y estudiados si lo sabían y en aquella época gobernaba el PSOE. Pero a ellos no les afectó aquel genocidio que el mundo de la droga causó en la juventud de los barrios humildes. Hicieron una ley horrible: prohibieron la venta pero no el consumo de drogas, y esto creó una moda en estos barrios, la de la nueva cultura de la droga, la de que si consumías drogas eras alguien y empezabas a ser considerado importante dentro del barrio. Así de absurdo era aquello, pero en aquel entonces esos eran los “valores” de la mentalidad general de los jóvenes de los barrios deprimidos.
Muchos quedaron en el camino, y ya nadie se acuerda de aquella catástrofe que aún no ha acabado del todo. A partir de mediados de los ochenta todo en nuestras vidas empezó a cambiar drásticamente, vimos morir a hermanos, a primos, a amigos, a mucha gente, a gente joven. Tuvieron la desgracia de vivir en el lugar equivocado en el momento equivocado, porque la cultura de la droga que se propició fue muy sutil y engañosa, nos hacía sentirnos rebeldes, pero en realidad éramos gilipollas, pobres ignorantes que desconocíamos el trasfondo de todo aquello, pues nuestra supuesta rebeldía en realidad consistía en una autodestrucción en vez de lo que realmente consiste ser rebelde que es en tomar consciencia para salir de la opresión.
Ramón Ravazsa es autor, junto a Agustín Vega Cortés, del vídeo Gitanos: los otros europeos.
Cuando yo tenía unos 13 años, a veces nos quedábamos en casa de mi abuela cuando no había colegio, o pasábamos allí el fin de semana. Mi abuela vivía en la calle Honduras, en Huelva, y aquel era un barrio muy humilde donde convivíamos gitanos y gachés sin ningún tipo de discriminación étnica, ni se nos...
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Ramón Ravazsa
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