La tarjeta personal proponía, a continuación del nombre, un oficio casi tan estrafalario como vender humo: Avant-gardist. Con esa broma, cuya eficacia consiste en prometer el futuro hoy, se presentaba en la Buenos Aires de mediados de los años 90 un joven poeta. La sonrisa era inevitable. También la sorpresa, cuando descubrías que el bromista era ciego. No recuerdo cómo se llamaba. Pero la imagen me acompaña desde entonces como una extraña metáfora: acaso haya que confiar en otros sentidos para percibir lo nuevo.

En la misma ciudad, casi 20 años después, el libro Escrituras objeto. Antología de la literatura experimental, compilado por Tomás Vera Barros y publicado por Interzona recientemente, reúne algunas de las búsquedas formales y temáticas más atractivas que cuece la Pampa en materia de vanguardia literaria. La tecnología cruza y define estos escritos, que no son balbuceos sino textos con sentido e intencionalidad.

Las estrategias son múltiples. Subrayar y escanear páginas de un libro ajeno, como Ezequiel Alemian en El tratado contra el método de Paul Feyerabend. Componer poemas con las frases que arroja un motor de búsqueda en Internet al que se alimenta con expresiones como "cae la tarde" o "voy buscando" (Spam, de Charly.GR). Usar la sintaxis, la estética de pantalla y el lenguaje Messenger para ficcionalizar la dinámica y coloquialidad de los encuentros entre travestis (como Alejandro López en Keres cojer=Guan tu fak?). Proponer una novela escrita en fuente Times New Roman 2.1, inaccesible si una lupa no franquea la lectura (Mucho trabajo, de Pablo Katchadjian). O posicionarse ante el miedo de que los artefactos nos suplanten, como Belén Gaché en sus Manifiestos robot, que asumen las estructuras verbales fijas de los discursos políticos y se arman con palabras buscadas por máquinas para ser leídas por otras máquinas.

Cabe también hacer poesía de la hiperselectividad: tomar un libro digitalizado y borrar de derecha a izquierda -según la órbita y el ritmo que impone la tecla Supr -hasta que algo- una resonancia de superviviente, quizá- invite a conservar una palabra por sobre las demás (Supr Tzara, de Luis Espinosa). O ir más atrás y rescatar los antecedentes de Arturo Carrera (Escrito con nictógrafo) y Leónidas Lamborghini (Carroña última forma) para dar testimonio de que en cultura todo es palimpsesto y que estas nuevas formas tienen ecos de otras búsquedas (dadá, la poesía concreta, Apollinaire, Lewis Carroll, Girondo y Burroughs, entre otros).

¿Es propuesta o denuncia lo que leemos? Anticipa el compilador en las palabras iniciales: estamos ante "poéticas de la post-experiencia", los textos que agrupa el libro "son una reflexión ilustrada, un concepto-imagen sobre la crisis de la literatura como la conocemos, como la leemos y como nos la enseñaron".

En una de las tres intervenciones críticas finales, Juan J. Mendoza invita, incluso, a ir más allá, a leer estas páginas contemporáneas como si fueran voces remotas, algo que nos llega desde una época perimida, para habilitar sin la ansiedad de relevar lo urgente, un diálogo posible con la tradición y el modo de reaparecer de algunos textos en otros,  a través de nociones como las de revival, reedición y remixado.

Porque eso tiene la vanguardia: nos hace sentir póstumos muy pronto. O como escribe Alemian: inevitablemente anacrónicos, vencidos y en fuga. Para pelearle a esa desazón, nada como un clásico.