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Acabo de llegar a Galicia.
El viaje desde Madrid, apenas recorridas unas decenas de kilómetros desde que dejas atrás el fascista arco de triunfo por el que paradójicamente -armis hic victoribus contra inteligencia- se entra en la Ciudad Universitaria, transcurre por lo que de manera genérica llamaríamos campo.
Puñados de casas, polígonos industriales y en mucha menor medida aislados caseríos agrícolas motean el trayecto durante los centenares de kilómetros que separan/unen la inexplicable e injustificable aglomeración madrileña del goteo habitable de Galicia, siempre a medio construir. Unas arterias kilométricas de asfalto de menor grosor que el exigible, y por lo tanto roto y bacheado, nos reparten a los viajeros por las madrigueras, colmenas o campamentos que nos hemos fijado como destinos de viaje.
Pagados algunos peajes y algunos tentempiés, uno llega a Galicia.
Mi primera aproximación a estas benditas tierras fue de la mano de Álvaro Cunqueiro. Manolo Marinero, cuando teníamos veinte años escasos, me regaló un puñado de libros del maestro. Creo que Las crónicas del Sochantre fue el primero que leí de él. Por lo que fuera dedujo Marinero que yo iba para imaginativo y me alimentó de poemas y fábulas del gallego durante un buen quinquenio con la eficacia o inutilidad que aquello diera de sí. Cunqueiro confesó en su momento que se inventó Bretaña a falta de mejor manera de acercarse a ella para escribir sus crónicas. Él a su vez me facilitó mi invención de Galicia y de tantas otras cosas. Con el tiempo, Josep Pla, con su Cataluña, y don Pío Baroja, con su País Vasco, me situaron en mis paisajes geográficos y humanos favoritos y se convirtieron en mi santísima trinidad de las letras a mi alcance. Siempre he estado muy orgulloso de que mis autores preferidos fueran tres periféricos. En su momento, años después, los personajes que más me han atraído han sido los de moral difícil, los que en algún momento de la narración me han obligado a plantearme "¿Qué haría yo en su lugar si estuviera en su pellejo?".
Los seres humanos damos por hecho que, vicios de urbanitas, somos los dueños y señores de las ciudades que habitamos, olvidando que eso, de ser así y en el mejor de los casos, es muy poca cosa. No tengo tiempo ni ganas de consultar Wikipedia, pero la superficie terráquea construida es peccata minuta comparada con la desértica, boscosa, labrada, irrigada, montañosa o imaginada.
Siempre he tenido especial simpatía por la alabanza de aldea y menosprecio de corte.
Ahora, aquí, ya en Galicia, a esta hora del crepúsculo, que no es poco, me basta mirar por la ventana para, digan lo que digan el registro de la propiedad y el catastro, darme cuenta de que nada de lo que se ve a través de sus cristales me pertenece, es de los pájaros, los zorros, la lagartijas y los jabatos, las cepas y los robles, los manzanos y las tomateras…
… Y de comprender que no tenemos más propiedad sobre ellas que la de ocupar en su contemplación, en su recorrido, en la escucha de sus sonidos sinfónicos horas felices de vita beata.
Autor >
José Luis Cuerda
José Luis Cuerda Martínez es director, guionista y productor de cine español. Ha dirigido algunas de las películas más memorables del cine español, entre ellas, 'El bosque animado', 'Amanece, que no es poco', 'Así en el cielo como en la tierra' o 'La lengua de las mariposas'.
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