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Aparte de con seres humanos de irregular calidad, pelaje, procedencia y cuantía, siempre variables, me he encontrado a lo largo de mi vida con un puñado de ciudadanos belgas. Desde los "meteorólogos belgas católicos", que traje yo al mundo para Amanece, que no es poco, hasta una joven pareja belga que transporté en autostop desde Biarritz hasta Donosti con la convicción por su parte de que, cruzada la frontera, ya estaban en Portugal.
Los "meteorólogos belgas católicos" resultaron ser, porque así lo dispuse en el guión, gente muy formal que, cuando el alcalde necesario de la película ordena al pueblo hacer flashback desde el balcón del ayuntamiento, fueron los primeros en desaparecer para irse al pasado y no molestar a nadie. Los jóvenes autoestopistas, que no habían cenado, se llevaron por lo menos entre pecho y espalda dos bocadillos de jamón ibérico, manjar al que los invité como premio a su inocencia geográfica y a que así podían celebrar su imaginaria llegada a un Portugal nunca visto ni visible hasta que construyamos la federación.
Uno de los "meteorólogos belgas católicos", el cabecilla, era y es mi amigo Marc Monfort, excelente logopeda, cinéfilo excelente y marido de la excelente logopeda a su vez Adoración Juárez, que también tuvo papelito en Mala racha y que, por más que haya vivido años y años en Bélgica, no ha sabido ni querido olvidar su deje entre dulce y de fingida desgana procedente de la Cantoria almeriense. Sus amigos Nicole y Bruno, amigos míos por contagio, proceden él de la reputadísima y secular Compañía Belga de Maderas establecida en Rascafría y ella del Liceo Francés en el que dio clases hasta su jubilación. Bruno, que sabe de cine más que yo, podría representar hoy mismo a un capitán Nemo pasado de fecha y con una voz ejemplar, y Nicole ha sido y será siempre el tipo de parisina recibida con honores y alharacas por su ser y su saber en cualquier reino o república civilizada. Mejor república.
Bart Vandewege, el director del coro donde mi hija Irene calma sus ímpetus artísticos a falta de trabajo en el campo de la arquitectura, su profesión, también es belga, magnífico músico y, a mayor abundamiento, amante confeso y practicante de Sanclodio, el blanco del Ribeiro que manufacturo yo. Gusto por gusto, aprovecho para saludar calva en mano al chocolate belga tan matizado y apetecible.
Coinciden en Madrid en estos días dos exposiciones de pintura belga muy dignas de alabanza: La de Paul Delvaux en el Thyssen y la de Alechinsky en el Círculo de Bellas Artes.
Este Paul Delvaux (1897-1994) no tuvo parentesco alguno (precisión cinéfila y excurso caprichoso) con el cineasta André Delvaux (1926-2002), autor de un puñado de muy buenas películas. Wikipedia, para demostrar que todo lo sabe, y que puede evitar confusiones, afirma literalmente al referirse a él "Trayectoria: Este André Delvaux no era hijo del pintor surrealista Paul Delvaux…". Curioso método identificativo por exclusión, solo mejorable al reseñar su muerte: "Murió ocasionalmente en Valencia, tras un ataque". No sé quien lo atacó, no lo dice Wikipedia; pero fue una villanía, en cualquier caso.
Hay imaginaciones que tienden a desvelar, construir o intentar plasmar una idea. Suelen actuar con limpieza, con altura de miras y para general conocimiento de universales. Hay otras imaginaciones más cenagosas, menos arquitectónicas, que incluso se permiten aceptar entre sus logros los errores, los desechos y lo inverificable. Ninguna de las dos imaginaciones está claustrofóbicamente cerrada hasta el extremo de impedir a toda costa el paso de un rayo de luz o de una sombra que proceda de la otra. Y sobre cualquiera de ellas se han edificado los grandes movimientos artísticos que han jalonado el pasado y el presente de la música, las artes plásticas, la literatura… El ojo humano y los demás sentidos parece que cambian de gafas cada cierto tiempo y la inteligencia que procesa sus datos compra -hoy con todo se comercia- los envoltorios más idóneos para empaquetar los contenidos apreciados. Es un ajetreo de fecunda confusión que ha llevado, me imagino que por prisas más que por ignorancia, a absurdos como el de hablar de pintura abstracta, cuando se ve que claramente es pintura concreta, o arte conceptual, como si cupiera otro sin concepto que pudiese sostenerlo o derribarlo.
Delvaux desarrolla su talento desde la imaginación más arquitectónica (lo grecolatino, De Chirico, Magritte…) contaminada, eso sí, cuando quiso y en abundancia, de expresionismo o de surrealismo, de postrimerías esqueléticas y de sexo abierto, frío, falsamente inocente.
Alechinsky campea, a su vez, en una ciénaga de cuerpos estropeados, rotos y en la convivencia de imposibles individualidades desdibujadas, apenas antropomórficas y envueltas en una flora y fauna complementarias o encarceladoras. En definitiva, una irresponsable y gozosa zoología siempre en las fronteras.
(Continuará)
Autor >
José Luis Cuerda
José Luis Cuerda Martínez es director, guionista y productor de cine español. Ha dirigido algunas de las películas más memorables del cine español, entre ellas, 'El bosque animado', 'Amanece, que no es poco', 'Así en el cielo como en la tierra' o 'La lengua de las mariposas'.
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