Tierra de Campos
Urueña, edén literario
Esperanza Moreno 5/03/2015
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Nada hace presagiar que después de sumar kilómetros y kilómetros por ese horizonte plano que es la Tierra de Campos vallisoletana en dirección a tierras gallegas, dejando atrás la noble Tordesillas y antes de llegar a ese reino de vida animal que son las lagunas de Villafáfila, surja, como una aparición, una pequeña villa que ejerce de atalaya insólita en Castilla. Pero así es. Urueña es una sorpresa se mire por donde se mire. Tan impresionante resulta mirar este pueblo amurallado desde el campo que mirar el campo desde el pueblo. El mismo Jorge Guillén da fe: “El castillo divisa la llanura, Tierra de Campos infinitamente. Todo en su desnudez así perdura: elemental planeta frente a frente”.
La segunda sorpresa espera a los pies del cerro sobre el que se acurruca Urueña, la Anunciada la llaman. Mirando y remirando sus arquillos ciegos y sus decorativas bandas lombardas resulta difícil de entender qué hace un templo del románico catalán en medio del páramo castellano. Lo curioso es que nadie haya logrado desentrañar tal misterio.
Desde la lejanía Urueña da muestras de su poderío, tan distinto al de hoy, porque su identidad mucho ha cambiado. De aquella que llegó a ser cabeza de la merindad del Infantado de Valladolid, en la frontera entre los reinos de Castilla y León, queda, para empezar, su estampa. Imponente, protegida por un cerco amurallado y un castillo en su extremo sobre el que despunta el torreón de Doña Urraca, cuyo nombre se lo ‘regaló’ uno de esos influyentes personajes que lo habitaron. No fue la única, María de Padilla, amante Pedro I el Cruel, y hasta la mismísima infanta Beatriz de Portugal tuvieron peor recuerdo, ya que prisioneros en él, padecieron en sus huesos el frío de sus muros.
Hoy a Urueña se llega a empaparse de cultura, que por algo lleva con orgullo su título de Villa del Libro. Hasta ocho librerías y un buen puñado de museos jalonan este pequeño pueblo de algo menos de doscientas almas que, replegado en el silencio cuando azotan las heladas, vive en una constante efervescencia cultural. Atravesando alguna de las dos puertas de la muralla, la del Azogue y de la Villa, unidas por la calle principal, surgen en este laberinto medieval de piedras desgastadas múltiples distracciones a las que a cada paso prestar atención. Aquí un museo del cuento, un poco más allá, un taller de encuadernación artesanal, girando un poco, la tienda de un librero especializado en caligrafía, otra en libros antiguos y curiosos, un museo de campanas, uno más con mil instrumentos de los rincones más extraños del mundo, el etnográfico de Joaquín Díaz y hasta una librería que a la vez es enoteca y museo del vino. Por sus calles se camina y se lee, porque amenizando el paseo, las fachadas de las tradicionales casas castellanas y otras nobiliarias con escudos muestran frases de escritores célebres, como la que Delibes llevó a esas Viejas historias de Castilla la Vieja:
“Y empecé a darme cuenta entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro”.
Al más ilustre de los escritores vallisoletanos, Urueña ha dedicado un lugar especial, el centro e-Lea, volcado en acercar el libro y la escritura a través de múltiples actividades culturales y educativas para todos los públicos. Es la forma de hacer propio el alentador mensaje que dejó escrito el autor de El Hereje y que recibe al visitante en el umbral: “Formar a los niños debe ser un sucesivo despertar de curiosidades que luego, a lo largo de la vida, se irán saciando con la lectura y la experiencia”.
Conviene para despedirse ir ganando altura y trepar a ese bastión levantado sobre una antigua cerca romana que ciñe la villa. Desde lo alto las vistas de la llanura cerealista con los montes Torozos de fondo, y hasta adivinando en la lejanía la sierra de la Culebra, resultan tan extensas como inenarrables. Y tan cambiantes…, porque pasar del verde intenso de la primavera al amarillo deslumbrante del verano es lo más parecido a un cuadro vivo que varía al ritmo de las estaciones. Un paisaje al que uno no se cansa de buscar nuevas perspectivas y en el que inspirarse para poner voz y música a ese libro que, página a página, sigue escribiendo Urueña. Es el mismo lugar al que el poeta Antonio Colinas dice van a morir las arias de Häendel , “un espacio en que la nada es todo y el todo es la nada”.
Nada hace presagiar que después de sumar kilómetros y kilómetros por ese horizonte plano que es la Tierra de Campos vallisoletana en dirección a tierras gallegas, dejando atrás la noble Tordesillas y antes de llegar a ese reino de vida animal que son las lagunas de Villafáfila, surja, como una...
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Esperanza Moreno
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