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Albert Maysles, inventor de la empatía cinematográfica, el hombre que nos enseñó que un documental podía ser, simplemente, capturar el fluir la vida frente a la cámara, como hizo en su ya mítica Grey Gardens, falleció el pasado 5 de marzo dejando tras de sí más de cincuenta títulos en su mayoría esenciales para los enamorados del cine documental. Son películas como Gimme Shelter, sobre el tour de los Rolling Stones que acabó en el trágico concierto de Altamont, donde un fan fue apuñalado frente a la cámara, o Salesman, un retrato tan triste como realista de la vida de los vendedores de biblias a domicilio, pasando por la dolorosa y tierna instantánea de Big Edie y Little Edie, las primas de Jacqueline Onassis, inmortalizadas por su cámara existiendo al margen del mundo en una mansión en decadencia en los Hamptons en Grey Gardens.
Leslee Udwin, directora de Indias’ Daughter, no es Albert Maysles y no tiene su talento ni su sutileza. Pero en el universo del documental, no sólo pesa la voz del autor sino el material que ha sido capaz de conseguir y a veces eso basta para entregarnos un documento excepcional. Su documental sobre el asesinato de Jyoti Singh, la estudiante de 23 años que murió tras ser violada y prácticamente despedazada por cinco hombres en un autobús en Delhi en diciembre de 2012, ha abierto una guerra entre la BBC y el Gobierno indio, que ha censurado la emisión del filme. La batalla desatada ha sido de tal proporción que la BBC decidió adelantar del día 8 al día 4 de marzo la emisión de la película en el Reino Unido por miedo a las presiones que el Gobierno indio estaba ejerciendo sobre el británico. No obstante, censurar imágenes en el siglo XXI siempre es contraproducente, como bien sabe TV3, que cortó unos minutos del documental Ciutat Morta para encontrárselos íntegros a las pocas horas en YouTube.
India’s Daughter también se ha podido ver durante unos días online, aunque el Gobierno indio le ha pedido a YouTube que lo retire de la web. En el epicentro del conflicto yace la desasosegante y detallada entrevista con el conductor del autobús en el que se violó a la joven y en la que este hombre hoy condenado a muerte junto a los otros tres asesinos (el quinto se ha suicidado) relata desde la cárcel y con absoluta tranquilidad todos los pormenores de una violación salvaje que justifica con frases como esta: “Mientras la violaban no debería haberse opuesto. Debería haberse quedado callada y dejarse hacer. Después de violarla la habrían dejado ir”, o aún peor: “No se puede aplaudir con una mano, se necesitan las dos. Una joven decente no puede estar por ahí a las 9 de la noche. Una mujer es más responsable de su violación que un hombre”. Según el Gobierno indio, la entrevista se consiguió sin permiso y además lo que dice el violador “es una afrenta para las mujeres indias”, clama, aunque tras el intento de censura subyace el miedo a la mala imagen que palabras así le dan a su país y el temor a que si se escuchan en India haya un nuevo estallido social como el que se produjo tras aquella agresión.
Mientras veía el documental, además de sentir cómo se me erizaba el pelo, me preguntaba cómo lo habría filmado Maysles. Sin duda, formalmente hubiera sido diferente puesto que Leslee Udwin utiliza muchos de los trucos de los que el neoyorquino renegaba, desde la reconstrucción dramatizada de los hechos a las entrevistas en formato cabeza parlante, aunque ha sabido editar muy bien las palabras que nos muestra y no hay narrador omnisciente, las declaraciones van construyendo la historia, algo que es puro Maysles. La directora también tiende a manipular al espectador con los viejos trucos del documental televisivo: las lágrimas de los padres de víctimas y verdugos y la música que apunta directa al corazón en los momentos más emotivos. Y pese a todo, consigue su objetivo: tan esencial es Grey Gardens para entender la fragilidad del ser humano como India’s Daughter para comprender por qué en India se viola a una mujer cada veinte minutos.
La confesión serena del violador entrevistado es tan sincera como desgarradora porque refleja la ignorancia en la que se ahogan no sólo él sino millones de indios criados en la pobreza más extrema y para los que una mujer no tiene más peso que unas alpargatas viejas. Es lo que aprendieron desde niños, cuando sus madres les daban más comida que a sus hermanas por ser los varones de la familia. Pero después uno asiste a la entrevista con sus abogados y la indignación se dispara porque ellos sí son hombres intelectualmente preparados, que tuvieron acceso a la educación y, sin embargo, justifican la violación con frases como “En la India tenemos la mejor cultura. En nuestra cultura no hay espacio para las mujeres” o “Si mi hija o mi hermana tuvieran relaciones prematrimoniales yo mismo las rociaría con petróleo y les prendería fuego delante de mi familia”. Estas entrevistas, más allá de la polémica que han generado –ahora el colegio de abogados de Delhi se plantea si retirarles la licencia por esas declaraciones-, son lo que convierte esta película en un documento único.
Tanto Maysles como Udwin buscaban lo mismo, lo que buscamos todos los que en algún momento hacemos un documental: hacer partícipe al espectador de una realidad que nos era ajena, que desconocíamos, en la que quizás nunca habíamos pensado o que por alguna razón nos atraía. Maysles se movía en un terreno más poético y trataba simplemente de ser testigo silencioso. Udwin no puede evitar tomar partido (¿cómo no hacerlo ante un crimen tan atroz?) pero más allá de darle voz a las defensoras de la igualdad sólo le ha hecho falta preguntar a quienes perpetraron o defendieron el crimen para mostrar el tortuoso camino que aún tienen por delante las mujeres indias no ya para conseguir la igualdad, sino simplemente para conseguir que el 50% de la población, los hombres de su país, las miren como a seres humanos.
Leslee Udwin, británica, también fue víctima de una violación. Pero lo que la movió a pasar dos años de su vida filmando este documental no fue el horror ante el crimen perpetrado contra Jyoti, que sin duda resonó en sus propias carnes. “El motivo fue la protesta extraordinaria que tomó las calles. El grito de ‘Ya basta’. Una cantidad sin precedentes de hombres y mujeres, día tras día, se enfrentó a una feroz represión gubernamental que incluía bastonazos, cañones de agua y gases lacrimógenos. Protestaban por mis derechos y por los derechos de todas las mujeres. Eso me dio optimismo. No puedo recordar haber visto algo así en ningún otro país a lo largo de mi vida”, ha declarado en una entrevista la cineasta.
Suscribo sus palabras. Yo nunca he visto enfrentamientos en la calle por los derechos de la mujer como los que se vivieron en la India tras el asesinato de Jyoti Singh. Y es preocupante porque sí los he visto en la puerta de mi casa por todo tipo de causas. La falta de respeto por las mujeres sigue siendo una asignatura pendiente en los países occidentales pero aparentemente es una asignatura de segunda categoría, como demuestra que sólo se hable de ello cuando llega el día de la mujer. Es cierto que en Occidente existe una igualdad jurídica que en la India no se había planteado hasta que el crimen de Jyoti obligó a elaborar un informe en el que se subrayaba la necesidad de transformar un lenguaje jurídico anclado en el pasado y modernizar las leyes sobre violencia sexual. Pero eso no significa que en la práctica la hayamos alcanzado, ni que aquí el trabajo este terminado. Sin ir más lejos, hay siete países de la Unión Europea que no tipifican como delito la violación conyugal. ¿Podría ser ‘Discriminación Silenciosa’ el título de una película de Albert Maysles? Podría, pero para él ya es tarde. Para nosotros no y parece que ése es nuestro documental pendiente.
Albert Maysles, inventor de la empatía cinematográfica, el hombre que nos enseñó que un documental podía ser, simplemente, capturar el fluir la vida frente a la cámara, como hizo en su ya mítica
Autor >
Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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