¿Es sostenible la deuda pública española?
12/03/2015
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El Diccionario Herder de Filosofía define paralogismo como un “razonamiento formalmente erróneo que, a diferencia del sofisma o de la falacia, no requiere voluntariedad de engañar”. Seguir razonamientos intuitivos cuya validez aparente esconde un error es algo muy frecuente en el ámbito de la economía. Ocurre esto, por ejemplo, cuando se utiliza la deuda pública per cápita como indicador de sostenibilidad.
En las últimas semanas nos han recordado que la deuda de nuestras administraciones públicas supera ya los 22.000 euros por habitante. Como, obviamente, nadie tiene la intención y pocos la posibilidad de hacer semejante don a la Agencia Tributaria, resulta tentador concluir que la deuda pública española es insostenible. Algunos estiran el paralogismo hasta la frontera del sofisma al afirmar que la no sostenibilidad de la deuda pública es irreversible y que, por lo tanto, la única salida es el impago. No es cierto. Como tampoco es cierto que la sostenibilidad sea irreversible (ya nos gustaría), sino que depende del contexto económico en cada momento.
El uso de la deuda pública por habitante como indicador de sostenibilidad contrasta con el hecho de que los alemanes deban una cantidad similar a nuestros 22.000 euros en paridad de poder de compra, los franceses y los británicos en torno a 29.000, y los italianos más de 36.000 euros per cápita.1 ¿Por qué entonces el problema de la deuda pública es mucho más serio en España que en el resto de grandes economías europeas?
No nos extenderemos aquí sobre cómo y por qué la deuda pública no se amortiza igual que la deuda privada, asunto que ya hemos comentado en ‘Falsas creencias sobre la deuda pública’. Tampoco es el lugar para hacerlo sobre cuestiones metodológicas. Conste en acta que la gráfica que acompaña a estas líneas está construida de manera convencional, a partir de una relación contable básica que vincula la ratio de deuda y el superávit primario, por una parte, con el crecimiento económico, la inflación y el coste de la deuda por otra (el lector interesado encontrará una exposición introductoria en este boletín del BCE).
La línea de color verde en la gráfica representa el límite de sostenibilidad de la deuda pública en cada año. Si el superávit primario (ingresos menos gastos, al margen de los intereses de la deuda), de color azul, se sitúa por encima de este límite entonces la ratio de deuda disminuye; si se sitúa sobre la misma línea, la deuda se mantiene constante; y si el superávit primario es inferior a la línea de color verde entonces la deuda se incrementa. Por otra parte, la línea de color gris representa la senda de convergencia hacia una ratio de deuda en el 60% del PIB, fijado en el Tratado de Maastricht, en un plazo de veinte años (este objetivo se alcanzará en menos tiempo si el superávit primario se sitúa por encima de la línea gris).
La gráfica tiene el interés de ilustrar lo mucho que a la deuda pública española le está costando cerrar la enorme brecha de sostenibilidad abierta al inicio de la crisis. Es obvio que esta brecha depende de cuán “arriba” esté el límite de sostenibilidad y de cuán “abajo” se sitúe el superávit primario. Las políticas de austeridad persiguen el segundo efecto (acercar la línea azul al eje horizontal) contrayendo el déficit primario. Tiene sentido. El problema es que, llevado al extremo, resulta ser un paralogismo, ya que la austeridad contribuye a debilitar el crecimiento y, como consecuencia, aleja del eje horizontal los objetivos de sostenibilidad (el impacto de las recesiones de 2008–2009 y 2011–2013 se aprecia en forma de jorobas de camello). Como resultado final la austeridad empuja todas estas líneas hacia arriba, sin cerrar la brecha de sostenibilidad al ritmo que cabría esperarse de acuerdo con la reducción del déficit primario. Algo así como correr hacia una meta que se aleja a cada paso que damos. ¿Enseñanza de fondo? Que deberíamos habernos preocupado tanto, o más, por el débil crecimiento nominal que por el déficit primario.
La reducción de la ratio de deuda es, teórica y empíricamente, compatible con el déficit público. O, dicho de otra manera, el superávit primario no es condición necesaria para desendeudarse. Aunque resulte contraintuitivo. En la gráfica se observa que en los años 2006 y 2007 habríamos podido mantener constante nuestra ratio de deuda con un déficit primario del 1% y que habríamos respetado la senda de Maastricht con un déficit del 2,5%. Sobre este punto conviene no olvidar que la reducción de la deuda entre 1996 y 2004 se explica por el crecimiento económico de aquellos años (también por la inflación) y no por el saldo primario, que fue negativo.
Actualmente, a pesar de una notable reducción del déficit primario, éste sigue en el 2,2% y la brecha de sostenibilidad ronda todavía los 4,8 puntos de PIB. Es la menor brecha desde el inicio de la crisis, pero sigue siendo enorme.
Las previsiones para los próximos años, de acuerdo con el Plan Presupuestario 2015 (a tomar con precaución, pues data de octubre de 2014), apuntan a una reducción tanto del déficit primario como del límite de sostenibilidad. Esto es consecuencia del proceso de consolidación presupuestaria pero, sobre todo, de la evolución esperada del crecimiento y de la inflación. Si las cosas resultan así la ratio de deuda todavía se incrementará en 2015, pero en 2016 será posible estabilizarla con un esfuerzo presupuestario mínimo. En 2017 podríamos entrar en la senda de convergencia de Maastricht con un superávit primario de poco más del 0,5% (lo que resultaría, descontando el coste de la deuda, en un déficit total de las administraciones públicas en el entorno fetiche del 3%). Como la previsión habla de un superávit primario superior al 2% estaríamos en condiciones de acortar el plazo de convergencia por debajo de los veinte años. En cualquier caso, no parece realista conducir nuestra deuda a la situación anterior a la crisis en menos de una década.
En definitiva, la deuda pública española tiene un serio problema de sostenibilidad pero es un paralogismo concluir que la solución pasa por el crujir y rechinar de insolvencias e impagos. A menos que la deflación haya venido para quedarse. Pero eso es cuento para otro día.
Daniel Fuentes Castro @dfuentescastro, doctor en Economía por la Université Paris – Ouest Nanterre, ha trabajado en la OCDE y en el Banco de Francia. Ha sido profesor en las universidades de Vigo, Zaragoza y Paris III - Sorbonne Nouvelle.
1 Elaboración propia a partir de Eurostat: deuda en el tercer cuatrimestre de 2014 ponderada con el índice PIB per cápita PPC correspondiente a 2013 (último disponible).
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