Juan Eslava Galán (1948) nació en Arjona, en tierras de la Campiña de Jaén, en la pequeña ciudad en la que nació el rey Alhamar, el fundador de la dinastía nazarí y creador de la Alhambra de Granada. Ese espíritu elevado, culto y refinado que achacamos a una parte de al-Andalus, Eslava Galán lo posee. Aunque si lo observamos con detenimiento su aspecto ahora es el de un patricio romano al que acudimos a pedir consejo y sabiduría. Pocas cabezas de este país acaudalan tanta cultura. Es autor de decenas de libros que se han convertido en long-sellers. Promociona ahora La Segunda Guerra Mundial contada para escépticos (Planeta) y hace unos días supo que había ganado el Premio Primavera de Novela con Misterioso asesinato en casa de Cervantes.

¿Qué espera de las elecciones autonómicas en Andalucía?

Es una temeridad pedirle algo a un político. Y más en estos tiempos que corren. El descrédito que se han ganado a pulso ha hecho al ciudadano un ser escéptico, descreído y receloso. Habría, al menos, que exigirles un acuerdo de mínimos: una política de transparencia que sea inflexible contra la corrupción a la que por desgracia nos han sometido con tanto descaro e impertinencia, un pacto para una sanidad y una educación públicas cada vez de mayor calidad y extensibles a todos los ciudadanos, y una proximidad, una empatía incluso, con los problemas reales del ciudadano, cada vez más acongojado y maltrecho en esta sociedad desigual y cruel. Pero incluso en estos asuntos, en apariencia tan lógicos, permítame que me muestre escéptico sobre su cumplimiento… 

¿Qué tiene Andalucía de distinto con respecto al resto de España?

He vivido muchos años de mi vida fuera de Andalucía. En Barcelona y ahora en Madrid. Pero tengo una necesidad real, física, de volver a mi tierra de vez en cuando. No soy un chovinista, créame. Las necesidades y las querencias por una tierra tienen que ver con las pieles del sentimiento, con los recuerdos y un pasado relativamente feliz. Me gustaba vivir en Sevilla y allí escribí muchas de las novelas que más satisfacciones me han dado. Si Andalucía tiene algo de distinto con respecto a otras regiones de España es esa capacidad por hacer que uno se sienta incluido y no excluido. El nacionalismo, como usted sabe, es la religión de los idiotas. Jamás en mi vida he conocido a alguien inteligente que sea nacionalista. Solo a los gilipollas ese traje les sienta bien. Y ¡ojo! Que idiotas hay en todos sitios. Blas Infante, al que muchos pontifican como padre del nacionalismo andaluz, dijo una cantidad de sandeces que hoy nos sonrojarían. Pero más allá de eso Andalucía es una tierra donde el nacionalismo, la exclusión, el otro, el de enfrente, el contrario tiende a mirarse de lado. Y eso es positivo.

Jaén es una presencia constante en sus libros. ¿Qué tiene su tierra de territorio literario?

Es una respuesta bien sencilla. El territorio literario de todo escritor tiene que ver con los lugares donde nació, creció y fue feliz. Y Jaén reúne esas circunstancias. Añoro Jaén, pero mis compromisos no me permiten, desgraciadamente, vivir en esa ciudad que quiero y a la que vuelvo con mucha frecuencia.

¿Qué le falta y qué le sobra a Andalucía?

Le sobra ese éxtasis, ese sentimiento tan pagada de sí misma, esos tópicos que a mí me laceran, eso que muchos de la Andalucía baja dicen ‘qué arte más grande’. Le sobra eso y le faltan horizontes, mayor esfuerzo, su talento puesto al servicio real de la ciudadanía y de la creación de cultura y riqueza.

Usted ahora vive en Madrid, en el centro de la capital. ¿Qué se otea desde su casa?

Una ciudad afable, viva, sonriente. Con sus problemas, sí, pero donde a nadie le piden explicaciones de su procedencia, de dónde viene y adónde va. Vivimos momentos complicados, por eso es bueno guarecerse en ciudades donde al menos seas tratado con amabilidad.  

¿En Barcelona no lo fue?

Mi mujer y yo decidimos mudarnos de Barcelona hartos de un nacionalismo cada día más lacerante y sin sentido.

Estos días promociona su libro La Segunda Guerra Mundial contada para escépticos, un sustancioso y documentado ensayo donde uno acaba con la sensación de que hay heridas que parece que no se cierran. ¿Hemos entendido algo de aquel conflicto?

Quiero creer que sí. Pero, en efecto, muchas heridas aún continúan abiertas. Hoy las guerras poseen campos de batalla diferentes. Muchas veces me causa temor la omnipresencia germana en el tablero europeo, el hecho de que todo lo decidan ellos. ¿Vivimos una guerra económica encubierta desatada una vez más por los alemanes? No sabría responder a esa pregunta. Pero me niego a creer que conflictos como los que hoy padece Grecia tengan que ser dirigidos tan solo por los alemanes. Esa no es la Europa que una parte muy grande de Europa queremos. No. Esa no quiero que sea mi Europa.

Dígame qué papel debería de jugar España en esa Europa de los ciudadanos con la que muchos soñamos.

España es un país debilitado en el escenario europeo. Lo había sido y lo fue más cuando la crisis se desató. No sé qué papel jugamos en un continente donde todo lo decide Berlín con la complacencia de París y esa postura ambigua que tan buenos resultados les dio siempre a los ingleses. ¿Deberíamos jugar un papel en esa Europa? Desde luego. Lo que no sé es qué papel sería ese. Yo comenzaría por una de las cosas más valiosas que tenemos: nuestra historia. Enseñemos nuestra historia en Europa para que no caigamos jamás en sus tropiezos.