Documental / Historia
Ante el espejo roto
Jesús Armesto 18/03/2015
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Soy un niño de Écija, de unos 10 años, que empieza a descubrir la historia. Me apasiona. Me enseñan la reconquista española, la invasión árabe, el Cid campeador, don Pelayo, los Reyes Católicos. Me hablan de expulsiones y repoblaciones. De gente del norte que repobló las tierras despobladas del sur. De reinos del norte que rescataron las ciudades del sur de unos malvados herejes. ¿Ves? Por eso tu amigo Juan tiene el pelo rubio y los ojos azules. Ellos no eran de aquí: árabes, musulmanes, moros, islámicos, sarracenos. Tengo 17 años y, en un instituto público muy digno de Écija, estudio el Mester de Juglaría, Juan de la Cierva, Carlos V, Felipe II, los Reyes Católicos. Tengo 23 años y acabo de descubrir una estatua misteriosa en el hall de la sede central de la Universidad de Barcelona: ¿quién es Averroes? Tengo 26 años, sigo en Barcelona, y una carambola deja caer sobre mis manos un libro de Bernard Vincent: 1492, el año admirable. Me abre una puerta, y las calles de Barcelona se convierten en un laberinto en el que rastreo la Historia de Andalucía. Sí, de repente a mis 26 años, Andalucía tiene Historia. Todo un hallazgo: árabes, musulmanes, moros, islámicos, sarracenos. Tengo 36 años y estoy realizando un tríptico sobre la memoria oculta de Andalucía. ¿Memoria? ¿OCULTA?
Hace un mes rodamos en un pequeño pueblo de la sierra de Huelva con un agricultor que está recuperando la especie autóctona de “peros” -que no manzanas- perdidos en las últimas generaciones. A José, el agricultor, le encanta la historia. Y leer. Tiene toda una pared de la casa de aperos forrada con libros y revistas. Es un tipo curioso. Me habla de repoblaciones. Junto a una chimenea rememora cómo la población castellana repobló toda la zona. Los moros ya habían sido expulsados. Hace unos días filmamos en un yacimiento arqueológico. Su responsable me dijo lo siguiente: Andalucía es un invento.
Fin de la obertura. Por alguna razón descabellada, hace 10 años comencé esta obra de tres partes, Tríptico elemental de Andalucía, a través de la historia oculta de Andalucía. -¿Pero qué dice este tío?- Cierto, debo hacer una precisión necesaria: ocultada. Es distinto.
Andalucía ha sido tratada por la Historia oficial española como un solar fundamentalmente vacío a lo largo de los siglos, por el que han ido pasando cultura tras cultura, instalándose y marchándose expulsadas por las sucesivas. Para que no quedara ninguna duda, con cierto ingenio y mala leche, los Reyes Católicos ponen en marcha una maquinaria propagandística que se centra fundamentalmente en un aspecto: extranjerizar todo lo andaluz: árabes, musulmanes, moros, islámicos, sarracenos. Y lo triste es que lo hicieron muy bien, y los efectos de esa propaganda llegan hoy hasta el aula de mi hija Magdalena, donde Andalucía será salvada de nuevo por los reinos castellanos de unos árabes, musulmanes, moros, islámicos y sarracenos malvados, y Andalucía de nuevo caerá en el olvido o, en el mejor de los casos, en la invención.
Lo que adoro de todo esto es que muchos andaluces hemos intuido nuestra propia Historia. En mi caso, no imaginaba que el hecho de que aquí las puertas estuviesen siempre abiertas se debiese a un mandato de la memoria, que generación tras generación “recordaba” -incluso ya sin significado- que el alguacil castellano pudiese comprobar que dentro de cada casa conquistada todo siguiese los modos correctos del “cristiano viejo”. Con analogía, hay cientos de huellas de la memoria que, emancipadas del significado, reproducimos los andaluces cotidianamente, atravesando nuestras palabras, nuestra comida, nuestras costumbres, nuestras vidas y esencias. Y a eso lo llamamos Memoria.
Descubrí demasiado tarde un texto escrito por Francisco Núñez Muley en 1566 en Granada. De haberlo conocido antes hubiera comprendido que la sociedad andaluza de la época estaba formada, como no podía ser de otra manera, por andaluces, o como él dice, por “naturales de Andalucía”. ¿Pero no eran moros? Sigue la cantinela… Aunque no por mucho tiempo. Desde hace unos años afloran en distintas partes del mundo historiadores e investigadores que viajan en esta dirección. Las últimas tesis y resultados, procedentes del ámbito de la universidad, sitúan a una Andalucía pluricultural y multirreligiosa que no fue constituida por ninguna “invasión árabe”, ni fue “reconquistada” ni “salvada” ni “repoblada”, en la que su población supo camuflarse, cambiando sus nombres, apellidos, falseando incluso árboles genealógicos, adaptando sus platos y mutando o eliminando sus lenguas, para salvar el pellejo de la persecución inquisitorial castellana. Una sociedad que supo disfrazarse de lo que no era para sobrevivir, hasta tal punto de que, tras los siglos y generaciones, se creyó el disfraz. Pero la memoria, aún -no por mucho tiempo- prevalece. Digo aún, porque se extingue. La feroz unificación que ha traído consigo la globalización ha devastado pilares básicos de esa memoria. Es por ello que no somos pocos los andaluces que estamos trabajando en la alineación necesaria que ha de producirse entre la Historia y la Memoria. Por humanidad, porque toda persona ha de conocerse, porque la empatía comienza en el autoconocimiento.
Dicho esto, como autor de esta obra, no solo persigo este objetivo, sino también subrayar un ejemplo positivo. Vivimos en un tiempo donde la información y la cultura se basan en lo contrario, en ejemplos negativos. Se persigue una sociedad asombrada, enganchada por el opiáceo del drama, de lo extraordinario, donde el ejemplo positivo no encuentra nunca un sentido. Pero, a pesar del suicidio comercial, por antidramático, esta obra como sentido último pretende rescatar la esencia de convivencia interreligiosa e intercultural sucedida en Andalucía, mientras la Edad Media oscurecía Europa. Necesitamos un nuevo paradigma social de convivencia, y en España tenemos un espejo fabuloso en el que mirarnos: al-Ándalus; aunque para ello debamos desnudar a Andalucía de todos los estigmas y tópicos que el nacional-catolicismo, con toda su mala leche, aderezara en un relato literario cada vez más inconsistente que el mismo caminar del tiempo derogará.
Jesús Armesto (Écija, 1978. http://www.jesusarmesto.com/HOLA.html) es cineasta y guionista. Socio de la productora andaluza Almutafilm , es autor de los documentales Cuento de las dos orillas y ¿A dónde miran las estatuas?, además de diversos cortometrajes, obras sonoras y poemas. En la actualidad rueda ‘Las llaves de la memoria’, segunda parte de la trilogía Tríptico elemental de Andalucía.
Soy un niño de Écija, de unos 10 años, que empieza a descubrir la historia. Me apasiona. Me enseñan la reconquista española, la invasión árabe, el Cid campeador, don Pelayo,...
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Jesús Armesto
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