La mentira como supervivencia
Una reflexión en torno a ‘El impostor’, la última obra de Javier Cercas
Antonio Estella 18/03/2015
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¿Es lícito mentir? ¿Y qué queremos decir –qué queremos decirnos a nosotros mismos- cuando hacemos, o nos hacemos, esa pregunta? Finalmente: ¿es lícito destruir a la persona que ha mentido? Javier Cercas examina todas estas cuestiones en su último libro, El impostor, en el que trata del famoso caso de Enric Marco. Todos conocemos la historia de Enric Marco, al menos en sus líneas generales. Los medios de comunicación, sobre todo la prensa escrita, se hicieron eco de ella con toda profusión de detalles cuando estalló el llamado caso Marco, en 2005. Marco, un personaje que parece provenir de una novela de Ernest Hemingway (es decir, tan poco real como la vida misma), ha sido prácticamente de todo en la vida: desde líder anarquista hasta dirigente de una importante asociación catalana de defensa de la educación pública, pasando por mecánico y estudiante de Historia. Pero sin duda alguna lo más sobresaliente de su historial, y de su historia, es que llegó a ser presidente de la asociación Amical de Mauthausen y otros campos, una organización “que agrupa a los exdeportados republicanos de los campos de concentración del nazismo, así como a los familiares y amigos, tanto de los supervivientes como de los deportados asesinados en los campos”, según reza su propia página web. Concretamente, Marco fue presidente de esta importante asociación desde el año 2003 hasta, exactamente, el 9 de mayo de 2005. Ese mismo día, Marco era obligado a dimitir como presidente de la Amical.
La razón de su destitución también es conocida, al menos, de nuevo, en sus líneas generales. Marco había “fabricado” parte de su biografía, concretamente, la parte que le hacía merecedor de honores como la propia presidencia de la Amical de Mauthausen. Es verdad que Marco pasó una época, en su juventud, en la Alemania nazi. Es verdad que Marco fue encarcelado en un presidio de la ciudad de Kiel durante, al menos, unos siete meses. Pero lo que no es verdad, como el propio Marco no tuvo más remedio que reconocer en mayo de 2005, es que fuera deportado al campo de concentración de Flossenbürg. Como el historiador Benito Bermejo describió en un informe remitido a diversas autoridades en abril de 2005, Marco jamás estuvo allí como preso.
Esta es la argamasa, el cemento, que emplea Cercas para construir su relato. Como todas sus obras, El impostor está excelentemente escrita y atrapa al lector desde sus primeras páginas. Lo que hace Cercas, a medida que transcurre su ficción real, o su realidad novelada, o su documento histórico (no queda claro qué es El impostor), es ir desgranando paso a paso la historia de Marco, al mismo tiempo que nos va desvelando, también poco a poco, el verdadero propósito de su novela: “entender” por qué Marco hizo lo que hizo, por qué Marco mintió, por qué Marco fabricó una parte crucial de su biografía.
Cabe preguntarse, sin embargo, si en realidad “entender” es el auténtico propósito de Cercas; si lo es, desde luego la novela resulta de un éxito al menos dudoso. Nadie sabe, al final, después de leer el trabajo de Cercas, por qué Marco hizo lo que hizo; probablemente, ni el propio Marco lo sepa. Hay una literatura relativamente extensa, en el ámbito de la psicología, que nos permite intentar comprender, aproximadamente al menos, a las personas que mienten o que fabrican partes de su propia biografía. Cercas la ignora completamente. Ello es, sin embargo, natural: insisto, el propósito revelado de la novela es entender a Marco, pero su propósito no revelado, el verdadero, es probablemente otro muy diferente: el de eliminar de la faz de la tierra la figura de Marco. El de vengarse de ella. El de machacarla. Como si su conducta no hubiera sido suficientemente penalizada con su “dimisión” forzada de la Amical, y con todo el escándalo público que le sucedió, al que sin duda Marco contribuyó con su patizamba actitud tras quedar revelada su impostura, apareciendo en todos los medios de comunicación, intentando convencer a la gente de que no había mentido, tan solo fabulado. Poco importa: Cercas re-destruye la figura de Marco, como si después de haber sido quemado en la hoguera de las vanidades, las cenizas de Marco tuvieran que ser esparcidas en el mar de la memoria colectiva para asegurarse de que el muerto estaba muerto y bien enterrado.
Cercas aparece en esta novela como una especie de superhéroe de la verdad, como un moralizador de la vida pública y quizá también de la vida privada, quién sabe, porque el autor también sucumbe a la tentación de reprender a Marco no solamente por sus mentiras en relación con el campo de concentración de Flossenbürg, sino además por su conducta privada poco “ortodoxa” (Marco ha tenido varias familias e hijos con varias mujeres). Cercas, el nuevo moralista. Cercas, con licencia para matar si de lo que se trata es de desvelar a un mentiroso más de esos que andan por ahí anegando las virtudes ciudadanas y lo poco que queda ya de moral en la plaza pública. Cercas, el nuevo Kant del siglo XXI.
La parte crucial del relato, ficción real, realidad novelada, documento histórico, o lo que quiera que sea El impostor, es aquella en la que Cercas discute, quizá para darse una pátina de intelectualismo filosófico, la idea de la verdad (o de la mentira) en el pensamiento. Todos conocemos, en particular, la forma en la que Kant expresaba, en su polémica con Constant, su famoso imperativo categórico. La historia (que idea Constant y Kant acepta) arranca con una persona que se vincula al imperativo moral de decir la verdad siempre, en cualquier circunstancia. Cuando está en su hogar tranquilamente, por la noche, después de la cena, calentándose ante la chimenea, alguien llama a la puerta. Nuestro personaje la abre: fuera de la casa hay alguien que le pide socorro y refugio, puesto que una tercera persona le está persiguiendo y si le caza, lo matará. Nuestro querido moralista le abre la puerta, pero no sin antes advertirle de que él no miente: si le preguntan, dirá la verdad. Poco tiempo después el potencial asesino llama a la puerta, pregunta por el refugiado, y nuestro simpático muchachito neokantiano le descubre, naturalmente, con lo que al final lo que ocurre es que el potencial asesino pasa a la categoría de asesino actual, dando muerte a la persona que había pedido refugio.
Yo personalmente decidí que Kant era un sujeto peligrosísimo cuando, de joven, leí por primera vez esta historia. A Cercas le vale, sin embargo, de espina dorsal, de auténtica justificación moral para, a lo largo de más de cuatrocientas páginas, eliminar, machacar, triturar, descuartizar, quebrar, descoyuntar, pulverizar, desmenuzar, desintegrar la figura de Marco. Trabajo resuelto. Kant ha vuelto por sus fueros. En el dilema entre la vida y la verdad, ya sabemos, la verdad va primero, aunque se lleve por delante la vida. No pasa nada: lo importante son las categorías. Lo demás, vida incluida, son simples anécdotas.
Ya que a Cercas le gusta la filosofía, y sin el ánimo de querer competir con él en arrogancia intelectual (o quizá sí), no quiero dejar de señalar en estas páginas que no hubiera estado de más que nuestro flamante autor hubiera echado un vistazo a, por ejemplo, la revisión que autores como Philip Pettit están haciendo del llamado “consecuencialismo” moral o ético. Se puede seguir siendo una persona honesta y al mismo tiempo entender que hay límites al imperativo categórico. Por ejemplo, la integridad. Por ejemplo, el respeto por los demás. Volviendo a nuestro ejemplo kantiano, si nuestro personaje dice la verdad, es posible que cumpla con su imperativo de no mentir; pero tiene que ser consciente de las consecuencias de decir la verdad, que es la muerte de su socorrido. ¿Debe aceptar esa consecuencia? Según Pettit, no, porque al hacerlo, perdería parte de su integridad como persona, de su humanidad. Pasaría a ser, digamos, una no-persona honesta.
Ahora vayamos al empirismo. Según los estudios en psicología y conducta social que he señalado antes, todas las personas mentimos, en mayor o menor medida, pero todas mentimos (véase este excelente post y la bibliografía que se acompaña). Se trata de una cuestión que no tiene nada de filosófica; es, más bien, pragmática, de supervivencia. Mentimos para agarrarnos a la vida. Mentimos para sobrevivir. Mentimos no como en el ensayo de Nietzsche -al que también se refiere Cercas- para escaparnos de la vida, sino todo lo contrario, para atarnos a ella si cabe con más fuerza, porque queremos seguir viviendo, y tenemos que hacerlo al lado de los demás. La mentira es clave en la vida, quizá, no lo sé, es la propia clave de la vida. Y la vida puede ser de muchas maneras, pero si es buena, puede formar parte de esos objetivos que nuestro consecuencialista pragmático debería intentar atender, de esas “luces rojas” que pueden poner en cuestión nuestro compromiso con otros valores: como, por ejemplo, la verdad.
Lo anterior quizá sea más aceptable en nuestra vida privada, pero, ¿y en la pública? ¿Vale mentir cuando, como Marco, nuestras acciones tienen una dimensión que va más allá de la propia esfera privada? Mejor no mentir, claro. Pero la vida pública está llena también de mentiras y de silencios, que se realizan en muchas ocasiones para atender de manera pragmática a otros objetivos, a otras finalidades, al menos tan importantes como la de decir siempre la verdad, la de ser honestos. Marco mintió, sí, pero –como el propio Cercas señala en su libro- nunca se llevó un duro. Marco mintió, sí, pero a cambio, puso a la Amical de Mauthaussen (que era una organización mortecina antes de que el propio Marco cogiera sus riendas) en órbita lunar. Marco mintió, sí, pero sus mentiras hicieron que la memoria histórica de los deportados republicanos en campos de concentración nazis fuera reivindicada y vindicada. Marco mintió, sí, pero a cambio, muchas causas colectivas se vieron recompensadas.
Cercas, por su parte, ha dicho la verdad en su texto. Su obra no es una ficción, ni siquiera un documental, tampoco es un relato: es un verdadero ajuste de cuentas con la verdad. Si en este ejercicio de comunión con la verdad absoluta, Javier Cercas se ha dejado en el camino parte de su humanidad, a cambio de obtener la gloria de enterrar a un impostor, es algo que probablemente sólo lo sabe, o lo siente, el propio autor de El impostor.
El impostor. Javier Cercas. Literatura Random House. 2014.
¿Es lícito mentir? ¿Y qué queremos decir –qué queremos decirnos a nosotros mismos- cuando hacemos, o nos hacemos, esa pregunta? Finalmente: ¿es lícito destruir a la persona que ha mentido? Javier Cercas examina todas estas cuestiones en su último libro, El impostor, en el que trata del famoso...
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Antonio Estella
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