FABIAN SCHEIDLER / HISTORIADOR Y ESCRITOR
“La clave está en si Occidente aceptará perder su dominio sin llevarnos a un conflicto catastrófico”
Carmela Negrete Berlín , 23/02/2025
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Fabian Scheidler. / Cedida por el entrevistado
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Fabian Scheidler transmite serenidad en este mundo acelerado. Su gesto tranquilo puede confundir, ya que su obra tiene un poder explosivo. Este director de teatro, historiador y periodista se ha abierto un hueco destacado en el mundo del pensamiento crítico en Alemania. Realizó docenas de entrevistas para su canal de televisión online Kontext TV en las que, junto al periodista David Goeßmann, conversó con lo más granado del pensamiento internacional. Scheidler ha sabido exprimir y condensar ese poso crítico en un libro que figura entre los más vendidos en Alemania y otros países y que ahora se ha traducido al castellano.
En El fin de la megamáquina, el autor nos hace repensar las bases en las que se asienta nuestra civilización moderna, tanto a nivel material como simbólico. En sus páginas, Scheidler analiza la cuestión del origen de la dominación de unas personas sobre otras y cómo hemos llegado al sistema global en que nos encontramos a través de los siglos. El origen de la serie de crisis interconectadas: la destrucción ecológica, la desigualdad social, el agotamiento de los recursos naturales, la esclavitud y las guerras.
Pero este no es un libro sombrío que nos deje atrapados en la desesperanza. Al contrario, en sus palabras hay una invitación a imaginar nuevas formas de vivir, de organizarnos, de desmantelar lo que nos oprime para reconstruir lo que realmente importa. Es un texto esclarecedor y un llamado a la acción, a la reflexión. Una revisión de los valores y las bases materiales en que se sustenta el sistema capitalista desde una perspectiva global. En esta entrevista hablamos con Scheidler (Bochum, Alemania. 1968) sobre cómo hemos llegado a este punto de no retorno, cómo las raíces del poder global se entrelazan con nuestras vidas cotidianas y qué podemos hacer para ser parte del cambio.
Me gustaría preguntarle acerca de algo que no menciona en su libro: las nuevas tecnologías que, tal vez, desde la publicación de la obra en 2015, han tomado mayor protagonismo en las guerras. Me refiero a los drones. Si escribiera hoy de nuevo su libro, ¿incluiría todo esto?
Sí, sin duda. Todos esos nuevos sistemas de armas forman parte de un proceso que lleva desarrollándose desde hace más de quinientos años. Lo que yo llamo la ‘megamáquina’ es un sistema social que surgió en la Baja Edad Media y la temprana Edad Moderna. El ejército y, en particular, la tecnología bélica, han jugado un papel crucial en el surgimiento del capitalismo. Las armas de fuego, que no se inventaron en Europa, sino en China, comenzaron a utilizarse de forma masiva por primera vez durante la Guerra de los Cien Años, en el siglo XIV. Este desarrollo condujo a una carrera armamentística explosiva, valga la redundancia, que continúa hasta nuestros días.
El ejército y, en particular, la tecnología bélica, han jugado un papel crucial en el surgimiento del capitalismo
¿Por qué cree que las armas fueron tan importantes para el triunfo del capitalismo?
Porque para adquirirlas se necesitaban grandes sumas de dinero, y los soberanos no disponían de esos recursos. Tuvieron que pedir préstamos a banqueros y comerciantes, especialmente en lugares como Génova y otras ciudades europeas. Esto significa que los Estados, desde sus inicios, estuvieron endeudados con el gran capital para poder financiar la compra de armas. Con dichos instrumentos de guerra y los mercenarios, porque en esa época solo existían ejércitos profesionales compuestos por soldados de alquiler, se invadían otros territorios. Los saqueos y los botines de estas campañas se utilizaban para pagar a los banqueros y comerciantes, generando lo que hoy llamaríamos un “retorno sobre la inversión”. Desde sus comienzos, la guerra fue un negocio rentable para el capital. Los Estados eran las entidades que llevaban a cabo las guerras, pero al final quienes realmente se beneficiaban eran los comerciantes y banqueros.
¿Cómo evolucionó la conexión entre capital y Estado a lo largo de los siglos?
El concepto del complejo militar-industrial, que popularizó Eisenhower en su discurso de despedida a principios de los años sesenta, tiene raíces muy profundas en la historia. De hecho, podemos rastrear esta relación incluso hasta la Antigüedad. En mi libro, hablo de lo que llamo el “complejo metalúrgico”: la conexión entre la minería, la producción de metales, la fabricación de armas y los sistemas financieros. Los primeros sistemas financieros, como las monedas basadas en oro y plata, estaban íntimamente ligados a estos procesos. Todo esto ha estado estrechamente entrelazado desde entonces.
¿En este sentido, qué papel juegan las tecnologías modernas de la guerra, como los drones?
Estas cambian la forma en que se libran las guerras. Pero, en términos generales, todo sigue siendo parte de un gran negocio. Muchos de los conflictos actuales se llevan a cabo por razones geopolíticas y económicas, pero algunos de ellos simplemente sirven para enriquecer al complejo militar-industrial. Un claro ejemplo es la guerra en Afganistán, que Occidente mantuvo durante veinte años. En el Pentágono, muchos sabían que esta guerra no tenía sentido estratégico, pero generaba beneficios extraordinarios para la industria armamentística. La prolongación de conflictos como este demuestra cómo la guerra, en muchos casos, se convierte en un medio para enriquecer a ciertos sectores del capital.
Su libro ha tenido mucho éxito. Se ha traducido, e incluso se utiliza en las escuelas como material educativo, quizás porque no solo narra esa historia, sino también la de la ideología social y sus mitos. ¿Podría explicarlo para quien no lo ha leído aún?
Claro. Vivimos en una sociedad llena de mitos ideológicos sobre la llamada civilización occidental. Esto es algo inherente a cualquier sistema de poder: cada sistema necesita legitimación y una mitología que lo respalde. Nuestra mitología, a la que llamo ‘el mito de Occidente’, consiste en la narrativa de que la civilización occidental es superior en todos los aspectos. Esta idea se escucha constantemente en los discursos de los políticos occidentales, reforzando la percepción de una supuesta superioridad cultural, política y moral. En sus inicios, esta narrativa estaba revestida de religión. Se promovía la idea de que el cristianismo era la única religión verdadera, y que esto no solo daba derecho, sino también el deber, de invadir otros países e imponer nuestras verdades. Este discurso fue la justificación del colonialismo durante siglos.
En los siglos XVIII y XIX, surgieron nuevos conceptos, como el de ‘civilización’. Se decía que nosotros éramos los civilizados, mientras que los otros eran ‘salvajes’. Nosotros representábamos el progreso; los demás estaban atrasados o estancados. Después de la Segunda Guerra Mundial, esta narrativa se transformó en la idea del ‘desarrollo’. Según esta nueva perspectiva, nosotros estábamos desarrollados y los demás estaban subdesarrollados. Estas etiquetas, aunque cambien de nombre, perpetúan la misma lógica de justificar la dominación y la intervención. Hoy en día se habla sobre los ‘valores occidentales’, como si Occidente representara lo civilizado y el resto del mundo fuera, esencialmente, bárbaro. Sin embargo, esa narrativa contrasta profundamente con la realidad de 500 años de expansión capitalista, que ha sido, en gran medida, una cadena ininterrumpida de genocidios y destrucción masiva. Hemos asistido a una sucesión de genocidios en América del Sur, América del Norte, África, Asia, y en muchos otros lugares. Como ya mencioné, ninguna otra sociedad ha generado guerras con un poder destructivo comparable al de la civilización occidental, impulsada por el capitalismo.
Ninguna sociedad ha generado guerras con un poder destructivo comparable al de la occidental
En este momento contamos con medios que podrían aniquilar a la humanidad y a la naturaleza, como las armas nucleares. Ninguna otra civilización ha desarrollado tantas formas de destruir la vida en la Tierra, incluyendo el cambio climático, la extinción masiva de especies y otros desastres. Y, sin embargo, seguimos manteniendo el mito de que hemos creado la única civilización verdadera y superior. Ese mito está comenzando a desmoronarse, tal vez incluso a colapsar.
En su libro conecta esa evolución con el pensamiento apocalíptico, ¿por qué?
La historia del pensamiento apocalíptico se remonta a la época anterior al cristianismo. Surgió en respuesta a los grandes imperios, como el griego y el romano, cuyas instituciones de dominación se basaban en ejércitos financiados con monedas de plata. Estos ejércitos posibilitaron la represión a una escala nunca antes vista. La respuesta de las personas oprimidas fue, en muchos casos, el pensamiento apocalíptico. Es un tipo de idea que nacía de la impotencia: cuando no se tiene posibilidad de derrotar a los poderes terrenales, que concentran toda la dominación económica, militar e ideológica, la única esperanza recae en la intervención divina.
En la Antigüedad, esto se radicalizó hasta llegar al punto en el que, en el Apocalipsis de San Juan, se plantea que el mundo entero debe ser destruido para dar paso a una nueva creación: la Jerusalén celestial. Este pensamiento surge, en un principio, desde la perspectiva de los oprimidos, quienes imaginaban un mundo nuevo que reemplazaría al viejo. Más tarde, en la modernidad, el pensamiento apocalíptico adopta nuevas formas. Se combina con la lógica capitalista, donde la destrucción de la naturaleza se justifica en nombre de crear un mundo nuevo hecho por el hombre. Vemos cómo se destruye la naturaleza y se sustituye por artefactos humanos, un reflejo de esta versión pervertida del pensamiento apocalíptico. Es interesante cómo, junto al mito de que la civilización occidental representa un progreso eterno, coexiste una narrativa apocalíptica que incluye la idea del colapso.
Sobre la Unión Soviética no adopta una postura anticomunista, pero sí se muestra crítico con aquel sistema.
Es importante distinguir entre los ideales que impulsaron la Revolución de Octubre de 1917 y lo que realmente resultó de ella. En mi libro, trato de presentar una visión matizada, aunque sea de manera breve. La Revolución de Octubre trajo inicialmente muchos avances, especialmente para un país que estaba bajo el régimen autoritario del zar. Hubo progresos económicos y sociales significativos en sus primeras etapas. Sin embargo, el sistema también desarrolló fallos y contradicciones profundas, que no podemos ignorar. Los revolucionarios también fueron atacados desde el extranjero. Hubo, por lo tanto, cuatro años de guerra civil, y en ese contexto, por supuesto, fue muy difícil construir una democracia socialista. Creo que uno de los problemas en Rusia fue que, poco a poco, la idea de los soviets, es decir, una organización basada en la democracia de base, fue relegada. De hecho, el nombre Unión Soviética significa ‘unión de los Soviets’, pero esta idea fue gradualmente marginada y, finalmente, eliminada. Stalin, en esencia, enterró la idea socialista y comunista, estableciendo un régimen autoritario. Sin embargo, no debemos confundir esto con las ideas originales que dieron inicio al movimiento.
También repasa la dinámica que se desarrolló en China después de la Revolución Maoísta…
La Revolución Maoísta y su victoria a finales de los años cuarenta representaron un punto de inflexión en la historia de China. Fue un evento trascendental porque, hasta entonces, las potencias coloniales habían devastado China, convirtiéndola en un Estado fallido. En China se habla del ”Siglo de la Humillación”, un período en el que las potencias coloniales utilizaron medios militares y económicos para desestabilizar y explotar al país. La Revolución Maoísta puso fin a esa etapa: expulsó a las potencias coloniales y también a las mafias que habían colaborado con ellas. Además, comenzó la construcción de un sistema social. En los primeros años bajo Mao, hubo avances significativos. Se implementaron políticas para mejorar la vida de la población y se realizaron grandes esfuerzos en áreas como la alfabetización, la salud y la redistribución de tierras. Sin embargo, las etapas posteriores, como el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, fueron mucho más problemáticas. Estas iniciativas causaron enormes sufrimientos y, en muchos casos, revirtieron los logros iniciales.
Hoy en día, China presenta un panorama complejo. Por un lado, es claramente parte de lo que llamo la ‘megamáquina’, es decir, el sistema global capitalista. Tiene elementos capitalistas en su economía, pero al mismo tiempo mantiene un fuerte control estatal sobre el sistema financiero y la economía en general. Además, algo crucial es su tradición política exterior. Aunque China ha librado guerras en diferentes épocas de su historia, especialmente durante las dinastías imperiales, la mayoría de estos conflictos se centraron en asegurar y defender sus fronteras. China no tiene un historial colonial en el sentido clásico, como el de las potencias occidentales, que conquistaron y explotaron otros países militarmente. La influencia de China históricamente se ha basado en el comercio, y esa tradición sigue vigente hoy. Creo que esto ofrece una oportunidad en el contexto de la confrontación entre Estados Unidos y China, una rivalidad que es extremadamente peligrosa. Si bien las tensiones actuales son preocupantes, la tradición china de priorizar el comercio sobre la conquista militar podría abrir caminos para un enfoque más equilibrado en esta rivalidad global. Sin embargo, todo dependerá de la deriva de las dinámicas geopolíticas en los próximos años.
Los industriales jugaron un papel crucial en el ascenso del fascismo y el nazismo
Los nazis alemanes y los fascistas italianos o el mismo Franco fueron financiados en gran medida por los industriales de la época. ¿No hemos aprendido nada?
Los industriales jugaron un papel crucial en el ascenso del fascismo y el nazismo. Financiar a estas fuerzas políticas era parte de un esfuerzo por desviar la atención de los conflictos inherentes al sistema capitalista, especialmente el enfrentamiento entre capital y trabajo, y lo hicieron utilizando chivos expiatorios. En Alemania, por ejemplo, los judíos se convirtieron en el principal blanco de proyecciones, culpándolos de todos los males. También se utilizó a los comunistas como objetivo. Además, el régimen desvió la atención hacia enemigos externos, como Francia o Rusia. Esta estrategia cumplió con una función clave: canalizar la ira social para evitar que se cuestionara el sistema capitalista.
Los mecanismos que observamos en la primera mitad del siglo XX están de vuelta. Hoy en día, las contradicciones del capitalismo generan sufrimiento y descontento, y las fuerzas de derecha canalizan esta ira hacia nuevos chivos expiatorios, como los migrantes. Esto lo vemos en toda la esfera occidental. Las fuerzas liberales, sin embargo, también desempeñan un papel en esta dinámica. Por ejemplo, concentran la culpa en potencias extranjeras como Rusia, proyectando sobre ellas todo lo negativo. Esta narrativa simplista contribuye a distraer la atención de la crisis profunda que atraviesa el sistema capitalista, un sistema que ya no puede garantizar un futuro sostenible para el planeta.
Junto a esas fuerzas liberales se han alineado los verdes alemanes. ¿Cómo impacta esto en el contexto actual, como la guerra en Ucrania o el genocidio en Gaza?
Los Verdes son un caso emblemático. En sus inicios, eran una fuerza anticapitalista, comprometida con la paz, el desarme y una agenda ecológica transformadora. Hoy, sin embargo, se han convertido en una de las principales fuerzas que promueven la militarización. Su apoyo a la carrera armamentista y su alineamiento con políticas que podrían arriesgar un conflicto global son profundamente alarmantes. Estas dos guerras son síntomas claros de la transición que vivimos. En la edición en español menciono cómo el conflicto en Ucrania forma parte de una reconfiguración geopolítica. La hegemonía occidental, liderada por Estados Unidos, está llegando a su fin. Estamos entrando en una era multipolar, algo inevitable. La pregunta es si Occidente aceptará esta pérdida de poder sin arrastrarnos a un conflicto catastrófico, como un tercer conflicto mundial. Los Verdes se comportan en esta situación de una forma muy hipócrita en su apoyo a un gobierno de extrema derecha en Israel, que ha sido acusado de llevar a cabo un genocidio ante un tribunal internacional. Junto con los otros partidos que dicen defender la democracia, han demostrado que su comportamiento está marcado por una doble moral.
¿Podríamos decir que El fin de la megamáquina es una historia de la dominación del hombre sobre el hombre?
Sí. La razón principal por la que comencé este libro fue intentar descubrir cuáles son las raíces más profundas de las grandes crisis que enfrentamos hoy en día. Me refiero a la destrucción de la naturaleza, el riesgo de una guerra nuclear y la extrema desigualdad que vivimos. No basta con observar únicamente los últimos 40 años de neoliberalismo, aunque, por supuesto, este juega un papel importante y es algo que debemos superar. Pero las raíces de estos problemas son mucho más profundas. Eso nos lleva a la creación del sistema capitalista mundial hace unos 500 años. Pero incluso eso tampoco surgió de la nada. Si seguimos investigando, llegamos a los orígenes de los sistemas de dominación. Por supuesto, siempre ha habido intentos de poder y dominación, incluso en comunidades nómadas. Pero en esos tiempos, no era posible acumular suficiente riqueza y poder de manera permanente para oprimir a otros.
El enigma histórico es, en esencia, cómo fue posible que una mayoría aceptara que una minoría los gobernara. En el libro describo cómo surgieron los primeros sistemas de dominación en Mesopotamia. Estas fueron las primeras formaciones permanentes de poder militar, económico, estructural e ideológico. Lo que vemos hoy, la megamáquina capitalista, es una nueva forma de acumulación de poder, propiedad y privilegios en manos de unos pocos. Pero no es la única forma posible. Superar las crisis en las que estamos implica limitar y, en una perspectiva a largo plazo, superar esta dominación del hombre sobre el hombre. Serán necesarios cambios internos en los países occidentales. Un ejemplo es el movimiento en Berlín para expropiar grandes grupos inmobiliarios y convertirlas en bienes comunes. Cambiar las relaciones de propiedad es clave, como Marx ya señaló en el Manifiesto Comunista. Solo así podremos avanzar hacia un futuro más justo.
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Fabian Scheidler es autor de El fin de la megamáquina (Icaria Editorial y Abya-Yala Editorial. Ecuador). Presentará el libro los días 18 y 19 de marzo en Barcelona, el 20 de marzo en Madrid y el 12 de mayo en Palma de Mallorca.
Fabian Scheidler transmite serenidad en este mundo acelerado. Su gesto tranquilo puede confundir, ya que su obra tiene un poder explosivo. Este director de teatro, historiador y periodista se ha abierto un hueco destacado en el mundo del pensamiento crítico en Alemania. Realizó docenas de entrevistas para su...
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