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En 1937, Delmer Berg trabajaba de lavaplatos en Hollywood cuando vio un cartel de las Brigadas Internacionales. Hoy es ya el único superviviente de los 2.800 estadounidenses que lucharon por la República

Diego E. Barros 26/03/2015

Delmer Berg, segundo por la derecha.
Delmer Berg, segundo por la derecha. ABRAHAM LINCOLN BRIGADES ARCHIVES

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Quizá no fuera la mejor de las épocas. Pero es en los peores momentos donde florecen los héroes. Es el caso de los 40.000 hombres y mujeres que, llegados de hasta 54 países, defendieron una causa justa en la Guerra Civil española. Aquella no era su guerra, pero hicieron suyos sus motivos, convertidos en universales, y dejaron todo en sus países de origen para engrosar las filas de las Brigadas Internacionales, en realidad la XV Brigada, en defensa de la República frente al fascismo. Hoy, décadas después, pocos son los que dudan de que la contienda española era en realidad la primera batalla de una guerra que estaba por llegar. Fueron precisamente aquellos brigadistas los primeros en verlo.

Parte de esa memoria del pasado español se custodia hoy en el número 799 de la calle Broadway en Nueva York, sede de los Archivos de la Brigada Abraham Lincoln. Unas oficinas decoradas con carteles y fotografías de la contienda española y sus protagonistas, anónimos en la mayoría de los casos. Un pequeño pedazo de la memoria histórica de España en la Gran Manzana. La de los casi 2.800 estadounidenses que se presentaron voluntarios para luchar a favor de la República y por la derrota de un fascismo que, cuando el Ejército de Franco se levantó el 18 de julio de 1936 contra el Gobierno democrático, ya era un fantasma que recorría Europa y cuyos ecos llegaban hasta EE.UU.

Brigada Lincoln. / ABRAHAM LINCOLN BRIGADE ARCHIVES

De aquellos 2.800 hombres y mujeres (unas 60, según el cómputo de los investigadores de ALBA), alrededor de 800 murieron en España. Los que volvieron, como Delmer Berg, se dejaron el corazón en suelo español. A punto de cumplir 99 años, Berg es ya el último superviviente del Batallón Lincoln, la unidad compuesta por combatientes estadounidenses que formó parte de la XV Brigada Internacional, conocida popularmente desde entonces como Brigada Lincoln.

Berg vive con su esposa en California, tiene problemas de audición y a causa de su avanzada edad ya no concede entrevistas. Sus recuerdos permanecen en la Abraham Lincoln Brigade Archives (ALBA), la organización creada por los veteranos estadounidenses de la Guerra Civil en 1979. Junto con multitud de recuerdos, documentos  y testimonios de otros brigadistas, ALBA guarda una entrevista realizada en 2013 que se puede ver aquí, y otra última fechada en octubre del pasado año y que todavía no se ha hecho pública. Pedazos de Historia Oral con mayúsculas. Es ALBA quien se encarga de filtrar todo el material que le llega a Berg, cartas y propuestas de diversa naturaleza. Su historia es semejante a la de muchos de los compatriotas que engrosaron las filas del Batallón. Nombres como los de Bill Bailey, Abe Osheroff, Dave Thompson, Ed Balchowsky, Bill MacCarthy, Milton Wolff y muchos otros. También los de los afroamericanos Tom Page y la enfermera Salaria Kea O’Reilly. Años más tarde, en un documental producido por ALBA, Tom Page recordaría: “Fue la primera vez en mi vida que me sentí tratado con dignidad, como un ser humano y por eso lamenté siempre haber dejado aquel país”. Algo semejante diría Kea O’Reilly: “Durante el tiempo que estuve en España nadie miró mi color de piel. Cuando regresé a EE.UU. pensé que las cosas habrían cambiado, no fue así”. Daría fe Oliver Law, el primer afroamericano en comandar una unidad militar en la historia de EE.UU. y que moriría el 7 de abril de 1937 en Brunete. Durante la Segunda Guerra Mundial, las tropas estadounidenses combatirían segregadas.  

Todos ellos sintieron la llamada de un país, y sobre todo un pueblo, al que las democracias internacionales habían dejado solo. Apenas un mes después del estallido de la guerra en España, los gobiernos de Francia y Gran Bretaña, comandados por el socialista Léon Blum y el conservador Neville Chamberlain, firmaron un tratado de no intervención al que se adherirían 27 países. Con él se pretendía evitar el suministro de equipamiento (armamento fundamentalmente) u hombres a los bandos en contienda. El tratado establecía la creación de un Comité de No Intervención que, con sede en Londres, debía velar por su cumplimiento y en el que estaban representadas las principales potencias europeas, incluidas Alemania, Italia y la Unión Soviética. Ninguno de los tres países respetó el acuerdo y mientras Alemania, Italia y Portugal apoyaron abiertamente a las tropas franquistas con el envío de hombres y armas (España serviría de campo de pruebas para buena parte del armamento que luego sería usado en la II Guerra Mundial), la URSS fue la única nación que ayudó a la República. EE.UU., con Franklin D. Roosevelt a la cabeza, optó también por mantenerse al margen y en enero de 1937 el Congreso firmó un embargo contra España. Por supuesto, solo fue respetado a nivel gubernamental ya que grandes compañías estadounidenses como Ford, GM o Texaco prestaron suministros y, sobre todo, combustible a las tropas franquistas.

La República solo pudo apelar a la solidaridad internacional. Aunque no es cierto que la formación de las Brigadas Internacionales fuera espontánea (hoy se sabe que fue un encargo de la URSS de Stalin a sus partidos comunistas satélites alrededor del mundo), sí lo es el hecho de que la inmensa mayoría de los hombres que engrosaron sus filas no lo hicieron por una motivación estrictamente política, y sí más bien humanitaria. Esa es la opinión de Marina Garde, una madrileña que tras haber trabajado en la ONU a las órdenes de su ex secretario general Kofi Annan, es desde hace cuatro años la directora ejecutiva de ALBA. “Eran simples personas, la mayoría de ellos de orígenes humildes que voluntariamente decidieron viajar a otro continente y poner sus vidas en riesgo por unos ideales de libertad y justicia, y sobre todo porque, adelantados a su tiempo, fueron capaces de ver el peligro que se avecinaba”. 

Delmer Berg ratifica la opinión de Garde con su propia vida. Procedente de una familia de granjeros pobres a los que, como a millones de sus compatriotas, la Gran Depresión había golpeado con fuerza, Berg entendió pronto lo que llegaba de España: “Era un sentimiento humano. Tenía la idea de que en España, con la República, por primera vez  se estaba quitando tierra a los grandes propietarios para dársela a pequeños granjeros y me dije: ¡Yo quiero ayudar a hacer eso!”.

Esta solidaridad de una parte del pueblo estadounidense hacia la República española no surgió de la nada. El advenimiento del nazismo en Alemania y del fascismo en Italia tenía un amplio eco en un país con millones de ciudadanos procedentes de ambas naciones. Algunos de ellos lucharían años más tarde en Europa y, por circunstancias de la más diversa índole, incluso en bandos opuestos. En julio de 1935 un barco alemán de nombre Bremen pretendía partir del puerto de Nueva York enarbolando por primera vez en territorio estadounidense la bandera nazi. Inmediatamente, activistas englobados en organizaciones sindicales de corte comunista y socialista organizaron una protesta que acabaría en disturbios que dieron la vuelta a EE.UU. A finales de 1936 y con la guerra en España ya comenzada, Steve Nelson, dirigente comunista en Pensilvania, empezó a organizar los comités de ayuda a la República. Le siguieron Nueva York y otras tantas divisiones estatales del partido. También sindicatos y organizaciones de diversa índole. Todo coordinado desde el Partido Comunista francés, uno de los más leales a Moscú. En los meses siguientes cientos de voluntarios corrieron a alistarse procedentes de todos los Estados de la Unión, con la excepción de Wyoming y Delaware. Así lo relata el propio Berg: “Acababa de licenciarme de las Fuerzas Armadas, no tenía un conocimiento político de la situación pero ya sabíamos lo bastante de lo que significaba el fascismo, lo que Hitler estaba haciendo en Alemania ya estaba en el aire, simplemente no me gustaba la idea de que los fascistas siguieran acaparando más poder”

Wolff, al que Hemingway describió en una de sus crónicas como “alto como Lincoln, flaco como Lincoln, tan valiente y buen soldado como cualquiera que hubiese mandado batallones en Gettysburg”, le dijo a su madre que iba a España para trabajar en una fábrica y que por tanto “estaría lejos del frente”. Durante un año, su madre pensó que Wolff vivía entre herramientas hasta que en el verano de 1938 abrió el único periódico en yiddish que había en Manhattan y vio la fotografía de portada. Allí estaba Hemingway junto al “comandante de la Brigada Lincoln, Milton Wolff”, inmortalizados por la cámara de Robert Capa.

El levantamiento de Franco en España fue rápidamente entendido como una primera señal de alarma.

Pocas contiendas ajenas han causado tanta impresión en la opinión pública estadounidense como la Guerra Civil española. Es algo que hoy parece olvidado. Como también, el pasado radical de un país que como pocos acogió (y también combatió) en su seno las luchas del movimiento obrero internacional. Para muestra, un botón: la celebración del Primero de Mayo no tiene nada que ver con los sóviets o el comunismo y sí con algo tan genuinamente americano como Chicago, escenario entre el 1 y el 4 de mayo de 1886 de una violenta protesta de trabajadores reclamando la jornada de ocho horas. Toda acción conlleva una reacción y esta se produjo al instante. Décadas después el todopoderoso director del FBI J. E. Hoover estaría más preocupado de aplastar cualquier conato anarquista, socialista o comunista en suelo norteamericano que de la propia mafia. El momento álgido de la persecución se viviría, en los años cincuenta, con el advenimiento del macartismo y su caza de brujas, de la cual los veteranos de la Brigada Lincoln, si bien no fueron sus objetivos más privilegiados, sí fueron los primeros.

A medida que las bombas caían en España sobre poblaciones civiles, las imágenes se proyectaban en los cines a los que cada fin de semana acudían los estadounidenses. Porque serían las producciones norteamericanas las que gozarían de mayor predicamento internacional y las que al final acabarían por definir la imagen simbólica del conflicto español. En el otoño de 1936 se creó en Nueva York la History Today, conocida poco después por el nombre de Contemporary Historians. Bajo su amparo, escritores, actores y realizadores de ideología progresista entre los que sobresalían Ernest Hemingway, John Dos Passos o Lillian Hellman se pusieron a trabajar rápidamente en favor de la República. El primer objetivo fue la realización de una película sobre la situación a la que estaba sometida la República española tras la sublevación militar. El trabajo, de carácter documental, llevó por título Spain in Flames (1936) y fue dirigido por Helen van Dongen y Joris Ivens.

Poco tiempo después, la Contemporary Historians propuso a Joris Ivens que rodara otra película sobre la guerra en España pero esta vez sobre el terreno. El resultado fue The Spanish Earth (Tierra española). Ivens y Hemingway trabajaron juntos en su rodaje, entre marzo y mayo de 1937. También John Dos Passos que, tras la desaparición de su amigo y traductor de su obra José Robles Pazos a manos de los servicios secretos soviéticos, suceso que recoge a la perfección en la fantástica novela de Ignacio Martínez de Pisón Enterrar a los muertos (2005), rompería con el Nobel. Este suceso llevaría a Dos Passos a abandonar definitivamente el comunismo y a repudiarlo de manera categórica, lo que acabaría por condenarlo a un cierto aislamiento y al ostracismo por parte de muchos de sus antiguos camaradas. El camino emprendido por Dos Passos fue seguido en diversas etapas por muchos de los veteranos de la Brigada Lincoln, como el propio Nelson que, de haber sido comisario político durante la contienda española, rompería con el PC estadounidense en 1957, una vez que Nikita Jrushchov revelara las atrocidades cometidas durante el estalinismo.

En Tierra española se mezclaban elementos de ficción con otros reales. A partir de la historia de un joven campesino se construye una narración sobre la defensa de la capital española y la España republicana. La primera proyección de The Spanish Earth fue en la Casa Blanca, a petición del presidente de los EE.UU, el 8 de julio de 1937. Cuando se estrenó en España, los carteles publicitarios señalaban: “El filme que ha conmovido al mundo. Proyectado ante el presidente Roosevelt y los delegados de la Sociedad de Naciones. Un testimonio de nuestra lucha”. En Hollywood se produjeron tres largometrajes de ficción sobre la Guerra Civil: The Last Train from Madrid (James Hogan, 1937), Love under fire (George Marshall, 1937) y Blockade (William Dieterle, 1938), protagonizado por Henry Fonda. Si bien en los dos primeros la guerra solo era el telón de fondo, el último sí contaba con una intencionada carga ideológica y denunciaba el bloqueo militar que sufría la República. Ese año, el 75% de la opinión pública estadounidense estaba a favor del levantamiento del embargo y las campañas bajo el lema de “Lift the embargo on Spain” se sucedían por todo el país. De nada sirvió.

Para entonces, Delmer Berg ya estaba en España. Había llegado en enero de 1938, con 22 años, atravesando los Pirineos de forma ilegal ya que la frontera francesa estaba cerrada y la gendarmería tenía orden de detener a todos los brigadistas que intentasen pasar. Su aventura había comenzado un año antes, una mañana en la que se dirigía a su trabajo como lavaplatos en el Rosebell Hotel de Hollywood y vio un cartel que pedía voluntarios para ir a España. Cogió un autobús a Nueva York, un barco a Francia y cruzó la frontera a pie para unirse al frente republicano en la Guerra Civil española.

Recuerda que la formación militar de la mayor parte de los voluntarios era escasa por no decir inexistente. Los brigadistas estadounidenses eran los más jóvenes y los peores preparados, ratifica Milton Wolff, último comandante de la Brigada Lincoln, en su novela autobiográfica Otra colina (Barataria, 1994). Ello no impidió que pronto entraran en combate, al menos los hombres, ya que las mujeres fueron asignadas a labores de enfermería como la citada Kea O’Reilly o Evelyn Hutchins, que se labró una poderosa leyenda como intrépida conductora de ambulancias. Los brigadistas fueron incorporados rápidamente a la defensa de Madrid. En el Jarama, entre el 6 y el 27 de febrero de 1937, perdieron la vida unos 2.500 combatientes extranjeros en el bando republicano, de los que casi 400 eran norteamericanos. Y del Jarama a Brunete, a Belchite y, por supuesto, al frente del Ebro, entre otros lugares.

“Una vez en España nos llevaron a una fortaleza cerca de Barcelona, en Figueras. Como tenía cierta experiencia militar, me asignaron a un batallón de comunicaciones y nos encargábamos de tender líneas entre una batería y otra”, relata Berg en los testimonios recogidos por ALBA. Participó en la voladura de un puente sobre el Ebro, un episodio narrado en la novela de Hemingway Por quién doblan las campanas (1940), que tres años después sería llevada a la gran pantalla por Sam Wood en una película protagonizada por Gary Cooper e Ingrid Bergman. Berg la recuerda perfectamente e incluso se permite bromear sobre el conocimiento del Nobel acerca de la voladura de estructuras: “¡Qué sabía Hemingway de volar puentes, fuimos nosotros los que lo hicimos!”. Tras su experiencia en el Ebro, Berg fue enviado junto con otros camaradas a las afueras de Valencia. Los hospedaron en un convento donde recuerda que “los frailes estaban con el pueblo, no como la jerarquía de la Iglesia”. Allí, durante un bombardeo franquista, resultó herido de gravedad. El 4 de febrero de 1939, dos meses antes de la derrota republicana y el final de la guerra, regresó a Estados Unidos. Para entonces, como hoy mismo dice, “ya era un español más”.

Desde 1938 el número de brigadistas internacionales en España se había reducido ostensiblemente, entre otras razones, a causa de las tensiones entre el PCE y el POUM. El 21 de septiembre de ese año el presidente del Gobierno republicano, Juan Negrín, anunció en Ginebra, ante la Asamblea de la Sociedad de Naciones, la retirada inmediata de todos los combatientes extranjeros que luchaban en el bando republicano. Esperaba que el bando sublevado hiciera lo mismo. Sin embargo, unos 30.000 soldados italianos siguieron combatiendo con Franco hasta el final de la guerra.

El 28 de octubre de 1938, desfilaban por última vez por las calles de Barcelona las Brigadas Internacionales en un acto al que asistieron unas 250.000 personas. Bajo el lema “Caballeros de la libertad del mundo: ¡buen camino!”, los brigadistas recorrieron la Avenida 14 de abril (hoy Avenida Diagonal). La histórica dirigente comunista Dolores Ibárruri La Pasionaria les dirigió las últimas palabras antes de abandonar España y, con ella, una victoria que ya era imposible:

«Podéis marcharos orgullosos. Sois la historia, sois la leyenda, sois el ejemplo heroico de la solidaridad y de la universalidad de la democracia, frente al espíritu vil y acomodaticio de los que interpretan los principios democráticos mirando hacia las cajas de caudales o hacia las acciones industriales que quieren salvar de todo riesgo. No os olvidaremos, y, cuando el olivo de la paz florezca, entrelazado con los laureles de la victoria de la República española, ¡volved!... Volved a nuestro lado, que aquí encontraréis patria los que no tenéis patria, amigos, los que tenéis que vivir privados de amistad, y todos, todos, el cariño y el agradecimiento de todo el pueblo español, que hoy y mañana gritará con entusiasmo: ¡Vivan los héroes de las Brigadas Internacionales!”.

Muchos años después, el último comandante de la Brigada Lincoln, Milton Wolff, se preguntaría si era posible ganar una “buena guerra”. “Para nosotros, aquella era una buena guerra y la perdimos aunque, al final, la victoria llegó en 1945. Pero tardamos años y millones de muertos que se podrían haber evitado si se hubiera detenido al fascismo en Austria, en Checoslovaquia, pero sobre todo en España”.

Brigadistas. / ABRAHAM LINCOLN BRIGADE ARCHIVES

Seis meses después de la victoria de Franco en España estallaba la Segunda Guerra Mundial. Muchos de los brigadistas de la Lincoln también combatirían en ella, como el propio Wolff. No fue el caso de Berg, a quien su herida en España lo había imposibilitado para el servicio activo. Para los que se quedaron en EE.UU. comenzaría una nueva vida en la que el activismo por las causas justas siguió estando presente. Berg volvió a trabajar en el campo, fue miembro de la Unión de Campesinos creada por Dolores Huerta y César Chávez en los años sesenta y que luchó para restringir la presencia de trabajadores ilegales en el campo y la consecución de mejores salarios y más derechos para los campesinos estadounidenses sindicalizados. Por supuesto, participó en las protestas contra la Guerra de Vietnam y se convirtió en el único miembro blanco de la delegación local de la asociación para la defensa de los derechos civiles de los afroamericanos, la NAACP.

Como muchos de sus compañeros, sería tachado de “antifascista prematuro” en los expedientes que de ellos recabaron las autoridades estadounidenses. Este aspecto los colocó, en los cincuenta, en el foco del macartismo y del FBI. “Para ellos éramos una panda de bastardos”, relata Berg. “Fueron por todos lados hablando con todo el mundo a quien conocía y con quien trabajaba: buscaban a ese ‘hijo de puta’, esa ‘rata’, ese ‘traidor’... y toda esa mierda, el macartismo”. Berg relata cómo un día unos agentes del FBI se dirigieron a su hijastro y le preguntaron por sus amistades, por el círculo en el que se movía y el joven les contestó que su padre “no tenía amigos”. Entre carcajadas, Berg apostilla: “Era mentira, yo tenía muchos amigos”.

Marina Garde, que realizó la última entrevista a Berg el pasado octubre, señala que a pesar de su avanzada edad este sigue atentamente la actualidad. “Hasta hoy ―añade Garde―, sigue creyendo en los valores humanitarios del comunismo, de hecho, todavía contribuye económicamente con lo que puede a lo que queda de esa organización en EE.UU.”.

La directora de ALBA contiene la emoción cuando habla de Berg, el voluntario con el que más relación ha tenido en el tiempo que lleva al frente de ALBA. Cuando entró a dirigir el archivo de la Brigada quedaban ocho de sus miembros vivos, pero en cuestión de un mes fallecieron la mitad. Para ella, cada desaparición es “un goteo doloroso”. El legado de los miembros de la Brigada Lincoln permanece en la biblioteca de la Universidad de Nueva York, una institución especializada en el estudio y la investigación de todo lo que tiene que ver con “la historia roja de EE.UU.” y donde la guerra civil española ocupa un lugar muy destacado. Pese al tiempo transcurrido, las Brigadas Internacionales y la Lincoln en particular permanecen en el recuerdo de muchos. Garde relata una anécdota reciente: “Hace poco llevé a reparar uno de los ordenadores de ALBA a una tienda y cuando la persona que me atendió supo que era de la organización se emocionó muchísimo y acabó haciéndome un descuento del 50%”.

“Se trata de que el recuerdo de estos hombres y mujeres no se pierda”, explica Garde, quien señala que una de las principales actividades de la fundación es la organización de cursos para educadores e instituciones dedicados a la enseñanza y la investigación sobre la guerra civil española desde sus múltiples perspectivas. Entre sus socios y colaboradores, además de descendientes de brigadistas, se encuentran instituciones, profesores y artistas de todo el mundo empeñados en que el legado de los miembros de la Lincoln no caiga en el olvido. El trabajo de ALBA ha servido de inspiración a muchos y también ha proporcionado reconciliaciones y descubrimientos con pasados olvidados. En la web de ALBA hay una base de datos donde se puede rastrear la biografía de los brigadistas que fueron a luchar a España. Eso da pie a historias de naturaleza diversa. “En una ocasión una persona se puso en contacto con nosotros porque quería saber de un familiar directo. Alguien que en su familia siempre había sido considerado una especie de ‘oveja negra’, tachado de ‘mercenario que había ido a España por dinero’, donde finalmente había muerto. Por supuesto, nada más lejos de la realidad. Y esta persona que se acercó preguntando por alguien descubrió toda una narrativa familiar para él desconocida, fue como una especie de revelación”, explica la responsable de ALBA, para quien casos de este tipo justifican la existencia del archivo.

Reunión de brigadistas. / ABRAHAM LINCOLN ARCHIVES

Desde hace años, ALBA cuenta con el apoyo de la Fundación Puffin, que financia la entrega cada año de un Premio a los Derechos Humanos que coincide con la celebración anual en recuerdo de la Brigada Lincoln. Este año se celebrará el 79º aniversario de la Brigada y en el acto de conmemoración, que tendrá lugar el próximo 9 de mayo, la galardonada será precisamente la española Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH). El premio está dotado con 100.000 dólares y aquí, Marina Garde deja entrever un cierto sentimiento de frustración y enfado: “Es vergonzoso que tenga que ser una organización estadounidense la que deba financiar, de alguna forma, a la ARMH una vez que las autoridades españolas han decidido dejar de lado no solo la recuperación de la memoria, sino la dignidad de nuestro propio país”.

En la celebración ya no habrá brigadistas. Estarán sus descendientes, amigos, estudiosos o simples simpatizantes que se darán cita para honrar su memoria. La memoria de unos hombres y mujeres, quizás los últimos románticos, que, movidos por un sentimiento de solidaridad como pocos, acudieron a defender en suelo español causas universales como la justicia y la libertad. Ese día habrá un momento para el recuerdo y también para que canciones (algunas en español) vuelvan a sonar en el corazón de la Gran Manzana. Porque como dice el viejo chiste que circulaba en boca de los veteranos de la Lincoln, “perdimos una guerra, pero tenemos las mejores canciones”.    

Quizá no fuera la mejor de las épocas. Pero es en los peores momentos donde florecen los héroes. Es el caso de los 40.000 hombres y mujeres que, llegados de hasta 54 países, defendieron una causa justa en la Guerra Civil española. Aquella no era su guerra, pero hicieron suyos sus motivos, convertidos...

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Autor >

Diego E. Barros

Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.

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