Análisis
Obama juega y gana en Irán
El presidente norteamaricano no grita, no insulta, no figura pero, de golpe y porrazo, ha socavado los cimientos del enfrentamiento con Cuba y con Irán.
El infiltrado en Bruselas Bruselas , 9/04/2015
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Finalmente, tras dieciséis meses de negociaciones desde el acuerdo interino al que se llegó en 2013, la semana pasada los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (EEUU, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia) y Alemania concluyeron un acuerdo marco con Irán gracias al cual si este último decidiera construir una bomba nuclear, la comunidad internacional tendría al menos un año para tomar las medidas oportunas antes de que pudiera construirla y seguramente dos o más años antes de que estuviera en condiciones de utilizarla.
Las negociaciones estuvieron a punto de fracasar y de hecho rebasaron el plazo pre acordado del 31 de marzo. Antes de abandonar, como estuvieron a punto de hacer en varias ocasiones, o darse un plazo de varias semanas o meses adicionales, EE.UU. y sus comparsas - admitámoslo, pese a su liderazgo formal a través de la Alta Representante para la Política Exterior, la UE y los demás jugaban un papel secundario – optaron por cerrar ahora lo que no había razón para posponer, dada la cercanía de las posiciones e intereses respectivos y, también, para prevenir el riesgo de que los halcones enemigos del acuerdo – en ambos lados – pudieran sabotear de nuevo la oportunidad histórica. De una parte, el Congreso estadounidense había amenazado con imponer nuevas sanciones a principios de abril si no había acuerdo. Del lado iraní, la presión sobre el Presidente Ruhani era cada vez mayor dada la falta de resultados de su política de apertura, que debería haber propiciado ya un mayor levantamiento de las sanciones internacionales – principalmente petrolíferas y bancarias. Era también conveniente concluir el acuerdo antes de que se constituya el nuevo gobierno israelí, que Netanyahu conformará con los líderes de todos los partidos derechistas, para mitigar el previsible aluvión de advertencias apocalípticas.
Todos tenían – teníamos – demasiado que ganar. La bajada del petróleo hace todavía más necesario para Irán que se levanten las sanciones sobre sus exportaciones y poder así reactivar las inversiones necesarias para empezar a exportar gas en grandes cantidades lo antes posible. Irán nunca ha dicho que quisiera fabricar la bomba atómica. Antes al contrario, el Guía Supremo, Jamenei, ha repetido en muchas ocasiones que la bomba atómica es contraria al Islám y por tanto Irán no la fabricaría. Son múltiples las razones para no fiarse: ¿para qué los experimentos nucleares militares? ¿Por qué tanto interés en la energía nuclear civil teniendo tantas reservas de gas y petróleo? ¿Por qué tanta resistencia a las inspecciones internacionales?... Pero lo cierto es que un par de décadas después de iniciar su programa nuclear, Irán no ha fabricado la bomba. No por falta de ganas sino porque, principalmente no le hacía falta: le bastaba con amagar con hacerlo para dejar de ser tratado como un paria y pasar a ser tenido en cuenta, que es lo que verdaderamente buscaba.
Durante todo este tiempo, la teocracia iraní ha desafiado a la comunidad internacional y sus sanciones dotándose de la maquinaria, el combustible y el conocimiento necesario para dominar el “ciclo nuclear completo”: la estimación actual es que, si se decidiera hacerlo, tardaría unos pocos meses – quizás tres, como se dice, seguramente bastantes más – en poder fabricar una bomba atómica. Lo cual es todavía más preocupante dado que, en paralelo, Irán ha desarrollado un potente programa balístico – misiles de largo alcance – que le permitirían lanzar su bomba al menos a varios cientos de kilómetros a la redonda, incluido Israel (pero no sólo).
Muchos otros países podrían fabricar una bomba atómica en un plazo breve de tiempo – España incluida – pero además de no contar con un programa balístico tan sofisticado, ninguno de entre ellos tiene un régimen tan bizarro – teocracia militarizada - como el iraní. Irán no es Brunei o Nepal, ni tampoco Venezuela. Irán es Persia, una civilización de pasado imperial que se siente y que de hecho está rodeada por otras naciones con las que ha venido compitiendo desde tiempos ancestrales: la árabe, la turca, la rusa, la judía... todo lo cual explica su coyuntura pero al tiempo la hace más preocupante.
Los persas son también los reyes del bazar, de la negociación hasta el último segundo, orgullosos y sagaces, buenos calibradores de lo que el adversario tiene que ganar y perder pero también conscientes de su potencial ganancia o pérdida. Durante los muchos años de negociaciones, “Occidente” ha tratado de imponer, exigir y demandar condiciones inaceptables para Irán. Cuando a principios de los noventa Irán aceptó suspender el enriquecimiento de uranio, “Occidente” no cumplió con lo acordado. De ahí que ahora la suspensión ni se plantee. El programa nuclear iraní era un mero embrión: Irán estaba a varios años de poder fabricar una bomba nuclear. Sabían que el tiempo jugaba a su favor. Tomaron sus precauciones para que un ataque aéreo no pudiera destrozar sus instalaciones – subterráneas las más importantes – y también para no tensar la cuerda en demasía, aceptando algunas inspecciones del OIEA y absteniéndose de ensayos nucleares como los de Corea del Norte.
Los persas son mucho más serios, tanto por historia como por sus recursos y situación geoestratégica. Tienen petróleo a espuertas y todavía más gas. Son la llave del estrecho de Ormuz y también el paso más lógico para el gas de Turkmenistán. Tienen un largo y brillante pasado y no tienen prisa por volver a tener un futuro igualmente poderoso. Saben que nadie en su sano juicio está dispuesto a encabezar una invasión (muchos más millones de habitantes que Irak). Dado que EE.UU. no estaba dispuesto a aceptar su reintegración como miembro de pleno derecho de la comunidad internacional, redoblaron el envite. Fueron varias las veces en las que, en efecto, “Occidente” volvió como el cartero que llama dos y más veces, pero la oferta seguía siendo “insultante”. Irán se ve como una potencia regional y quiere ser partícipe del entramado de seguridad regional, es decir, un actor con el que se cuente a la hora de diseñar el futuro de Irak, Siria, Líbano, la nación kurda y hasta Yemen o el futuro de los palestinos. Están hartos de ser considerados y tratados como parias por occidentales, suníes y “judíos” al alimón y decididos a dejar de serlo.
Y en gran medida lo han conseguido. “Occidente” ha renunciado a la suspensión del enriquecimiento y también al llamado “cambio de régimen” preconizado por Bush y cía. Jamenei, avejentado y con cáncer de próstata, se ha garantizado morir en la cama y que su sucesor no sea depuesto por un golpe de la CIA, como el de los 50. A cambio de limitar el enriquecimiento de uranio a una sola instalación, renunciar al plutonio, reducir las centrifugadoras en varios miles y aceptar inspecciones sin previo aviso del OIEA, cuando el acuerdo marco se convierta en definitivo antes de finales de junio, Jamenei conseguirá que se levante la mayoría de las sanciones internacionales que tanto daño han hecho a la economía y al orgullo iraní - primero las de la UE, luego las de la ONU y después, la mayoría de las de EE.UU.
¿Pero qué tiene que ganar “Occidente”? Bastante. Para empezar, no es desdeñable que gracias al proceso negociador, Irán se haya abstenido de fabricar la bomba. Si a finales de junio – agárrense que seguramente vendrán curvas – el acuerdo marco se concreta, Irán tendrá muchísimas dificultades para poder fabricarla, al menos sin que nos enteremos. Además, cuando el petróleo iraní vuelva al mercado, el petróleo bajará de precio todavía más, lo que conviene a nuestras economías.
Por otro lado, el acuerdo con Irán servirá para empezar a sentar las bases de una solución para la guerra civil en Siria y evitar el colapso del Líbano, o de Afganistán, por poner sólo un par de ejemplos. Porque como se está demostrando en Irak, la contribución de Irán a la lucha contra Da´esh (ISIL) permite a EE.UU. ahorrarse un montón de cientos de millones de dólares y muchos muertos. Por otro lado, la rehabilitación internacional de Irán contribuirá a debilitar a Arabia Saudí. Oímos mucho sobre la locura de los mullahs iraníes y casi nada es falso pero lo cierto es que en Irán las mujeres conducen, los jóvenes ligan y el alcohol corre a espuertas, eso sí, de puertas para dentro. Asimismo, la exportación de terrorismo iraní (por ejemplo, el AMIA en Argentina) palidece en comparación con las vidas cercenadas por la exportación del salafismo wahabita que Arabia Saudí viene consintiendo desde hace décadas: contrapongamos la condena a muerte no ejecutada contra Salman Rushdie con el atentado yihadista sunita contra Charlie Hebdo.
¿Dónde queda Israel en todo esto? Netanyahu ya ha empezado a desgañitarse, pero en el desierto. Con la misma vehemencia con la que se opone al acuerdo marco se opuso a las negociaciones y al acuerdo interino de 2013 que, en la práctica, congeló el programa nuclear iraní. Sin duda, declaraciones de los halcones iraníes afirmando que la destrucción de Israel sigue siendo un objetivo no ayudan, pero ¿por qué habríamos de confiar en el pésimo criterio de Netanyahu sobre la seguridad de Israel? ¿Qué credibilidad tiene el halcón que al segundo después de ganar las elecciones abraza de nuevo la solución de los dos Estados de la que renegó un par de días antes? ¿No será más bien que teme que sin la coartada de la amenaza iraní se vea forzado a realizar concesiones sin precedentes en aras de una solución definitiva a la cuestión palestina?
La seguridad mundial ha mejorado indudablemente con el acuerdo marco y mejorará todavía más cuando se concrete en un acuerdo definitivo a finales de junio. El Presidente Obama ha jugado sus cartas con tanta maestría como el Guía Supremo. Quizás tengan razón los halcones israelíes y estadounidenses que descalifican a Obama en los mismos términos con los que en nuestros lares se asaeteaba a Zapatero. No grita, no insulta, no figura pero, de golpe y porrazo, ha socavado los cimientos del enfrentamiento soterrado con Cuba y con Irán. No es moco de pavo, y menos aún si en el año y medio que le queda, se decide por arreglar de una vez por todas el tema del Estado palestino. Netanyahu debería ir preparándose, no vaya a ser que las principales potencias mundiales consideren a finales de junio que se dan las condiciones para concretar el acuerdo definitivo con Irán.
Finalmente, tras dieciséis meses de negociaciones desde el acuerdo interino al que se llegó en 2013, la semana pasada los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (EEUU, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia) y Alemania concluyeron un acuerdo marco con Irán gracias al...
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