Goytisolo en la mesa del Príncipe
"Que dejen en paz los huesos de Cervantes", declara el escritor, que recibirá el máximo galardón de la literatura en español la próxima semana en Alcalá de Henares
Javier Valenzuela 16/04/2015
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Juan Goytisolo contempla con cierta aprensión las jornadas que le esperan en Madrid con motivo de la recepción del Premio Cervantes. Estamos a mediados de abril, hablamos por teléfono -él en Marrakech, yo en Tánger- y me recita de carrerilla, cual si fuera la penosa lista de los Reyes Godos del bachillerato, los actos que ya tiene programados en la capital y en la vecina Alcalá de Henares: rueda de prensa, encuentro con lectores, almuerzo con los Reyes, solemne entrega del premio, encuentro con estudiantes... "Una paliza espantosa", suspira.
Goytisolo se refiere básicamente a la paliza física, la que estos actos pueden suponer para un hombre que ha superado los ochenta años de vida y arrastra unos cuantos achaques, esos que se hacen evidentes en la lentitud y cautela con las que ahora camina. "También voy a tener que hablar mucho", añade, "y tengo un caudal de voz muy escaso. No me dura más de media hora".
Pero con la expresión "paliza", alude asimismo a la necesidad de tener que pasar tres o cuatro días en un ambiente oficialista que, a diferencia de otros escritores, jamás ha buscado. Un ambiente de majestades, presidentes, ministros, alcaldes y otras autoridades civiles, militares y religiosas que constituye el negativo de la humanidad que a él le interesa. El amigo de los pobres de Almería, los inmigrantes de París y las gentes del común de Marrakech, no se siente cómodo en el mundo de las formalidades hipócritas y los eufemismos obscenos.
Que nadie se asuste: Goytisolo es un hombre educado, no montará el menor escándalo, participará en los ritos programados con toda la energía y toda la santa paciencia que pueda reunir. Siempre y cuando, por supuesto, no se le pida que haga el ridículo. Por ejemplo, no piensa vestirse con ropa absurda para acudir a ningún acto, por muy de gala que sea, por mucho que se celebre en un palacio real. "Les he dicho que, puestos a disfrazarme, iría con chilaba", me dice con malicia desde Marrakech. Le río sinceramente la broma -Goytisolo siempre ha aderezado la seriedad de su obra y su personaje con la sal y pimienta de un humor socarrón-, y concluye: "Pero no vamos a tener que llegar a eso. Iré con pantalón, camisa y chaqueta, y ya veremos si me pongo la corbata, la única que tengo desde hace treinta o cuarenta años".
Charlamos sobre el reciente espectáculo del intento de identificación de los restos de Miguel de Cervantes. Lo ha encontrado "grotesco". "Que dejen en paz los huesos de Cervantes", dice. Intento completar su pensamiento: "Y que estimulen más su lectura". "Eso", asiente.
Juan Goytisolo es el más cervantino de los escritores españoles vivientes y ya era hora de que el premio que lleva el nombre del autor del Quijote le inscribiera en su palmarés. Conoce la obra de Cervantes al dedillo. En febrero, cuando Ricardo Martín y yo le visitamos en Marrakech para entrevistarle para la revista Mercurio, dijo que, amén del primer contacto infantil y juvenil, había releído la obra cervantina cuatro veces: a los veinticinco años, a los cuarenta, a los sesenta y a los ochenta. Goytisolo tiene achaques físicos, pero su inteligencia y su memoria están en plena forma: puede recitar párrafos de Cervantes -y de muchos otros autores- con la naturalidad con la que la mayoría teclea hoy en sus teléfonos móviles.
Goytisolo no podía rechazar un premio que lleva el nombre de Cervantes. No cree en las patrias, pero si acepta alguna, ésta es la lengua del Quijote, la lengua en la que trabaja desde hace más de medio siglo, siempre a mano, estableciendo una relación trascendente entre el acto físico y el acto intelectual. No cree en dioses, profetas y sacerdotes, pero si venera a alguien, éste es Cervantes. "Cervantes es el territorio de la duda", dijo en la entrevista para Mercurio. Y la duda, claro, es lo que diferencia al ilustrado del fanático.
Resulta coherente -y entrañable- que Goytisolo se pregunte si el hecho de que ahora le hayan concedido el Premio Cervantes puede significar que su obra ha perdido carácter heterodoxo y subversivo. Ésta es la duda que le asaltó de inmediato cuando le comunicaron la decisión del jurado. Él ha vivido y escrito en permanente rebeldía contra el canon nacional-católico, el que niega el origen mestizo del genio español, el que intenta uniformar su fascinante pluralidad, el que siempre intenta prohibirle la expresión del erotismo.
No creo que la figura y la obra de este Juan Sin Tierra haya perdido un ápice de su fuerza libertaria. Intuyo que si han terminado concediéndole el Cervantes es porque no hacerlo resultaba demasiado escandaloso. Pero miren a los que nos gobiernan -cómo acuden con mantilla a las procesiones, cómo le regalan el dinero público a los obispos, cómo les facilitan los negocios a sus amigos pícaros, cómo reivindican lo más castizo y casposo de la piel de toro- y viajarán en el tiempo hacia el franquismo, la Restauración, los reinados de Carlos IV y Fernando VII y aún más atrás, hacia esa España negra y eterna empecinada en ahogar a las demás Españas.
Goytisolo ha escrito mucho sobre Cervantes, pero esto casi es lo de menos. Lo importante es que ha intentado construir su propia obra sobre el modelo cervantino. Considera que Las mil y una noches y el Quijote son las madres de todos los relatos, las obras maestras de la conversión del narrador en un loco poseído por la pasión de narrar. Un loco benigno, como los de Tánger y Marrakech o como los contadores de historias de la plaza Jemaa el Fna. Un loco incluso bendito, como los padres que calman a sus hijos con un cuento en una noche de viento aterrador.
Quizá sea Goytisolo el último o el penúltimo gran autor español viviente al que también se le puede calificar de intelectual. Como Voltaire, Zola y Camus, como Blanco White, Larra y Azaña, cree que los escritores deben comprometerse con las causas que hacen progresar a la humanidad por la senda de una mayor libertad y justicia. Él le plantó cara a Franco en su juventud, pero también fue de los primeros de su generación en denunciar a la Unión Soviética y la Cuba castrista. Jamás ha sido un hombre de partido, faltaría más, pero tiene ideas políticas. En febrero, me dijo en Marrakech que él se considera republicano y federalista, y que tiene a Alfonso X El Sabio, Pi i Margall y Azaña como los mejores jefes de Estado ibéricos.
Nunca ha querido sentarse en la mesa de un príncipe. Ni español ni marroquí... ni libio. Hace unos años, rechazó un premio que llevaba el nombre de Gadafi y tenía una cuantiosa dotación económica. Ha aceptado el Cervantes por el nombre verdaderamente ilustre al que este galardón rinde un homenaje anual, y en memoria de esos grandes cervantinos que fueron Américo Castro y Márquez Villanueva. Dentro de unos días, se sentará con majestades, excelencias, ilustrísimas y señorías. Habrá que estar atento a sus palabras.
Juan Goytisolo contempla con cierta aprensión las jornadas que le esperan en Madrid con motivo de la recepción del Premio Cervantes. Estamos a mediados de abril, hablamos por teléfono -él en Marrakech, yo en Tánger- y me recita de carrerilla, cual si fuera la penosa lista de los Reyes Godos del bachillerato, los...
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Javier Valenzuela
Hijo y ahijado de periodistas, se crió en un diario granadino sito en la calle Oficios. Empezó a publicar en Ajoblanco y Diario de Valencia. Trabajó en El País durante 30 años, como corresponsal en Beirut, Rabat, París y Washington, director adjunto y otras cosas. Fue director General de Comunicación Internacional entre 2004 y 2006. Fundó la revista tintaLibre. Doce libros publicados: tres novelas negras y nueve obras periodísticas. Su cura de humildad es releer “¡Noticia bomba!”, de Evelyn Waugh.
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