Turquía, un puente entre dos mundos
Grettel Reinoso 23/04/2015
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Llamémosle Djelika, aunque no es su verdadero nombre. Esta joven de Costa de Marfil llegó a Turquía en busca de una vida mejor, huyendo de los conflictos políticos que azotaban su país. Por su estatus de refugiada de Naciones Unidas, Djelika tendría que haberse quedado en el pueblo turco que le fue asignado, pero allí no tenía cómo ganarse la vida y se vino a Estambul a trabajar ilegalmente de empleada doméstica. No imaginaba que en una de las casas que tendría que limpiar habría un hombre que la encerraría en una habitación y la violaría de forma violenta y terrible.
Con la ayuda de la Asociación de Solidaridad con los Emigrantes y solicitantes de Asilo de Turquía (ASAM), Djelika se dispuso a denunciarle. El caso fue llevado tres veces a los tribunales y tres veces rechazado. Había pruebas físicas, pero los jueces argumentaron que en primer lugar, la marfileña se encontraba en Estambul de forma ilegal, lo cual la desproveía de autoridad como demandante ante la justicia. La última esperanza era la corte suprema, que al menos aceptó el caso. Pero a Djelika no le quedaban fuerzas. Reunió sus pocos ahorros y se pagó una plaza en una patera rumbo a Grecia.
"Muchas de éstas personas llegan a Turquía con importantes daños psicológicos por experiencias traumáticas, como conflictos familiares, económicos, étnicos y políticos, que incluso han puesto su vida en peligro", explica el psicólogo catalán Juan Carlos Serra, de Médicos del mundo, a CTXT.
El tratamiento que les dan las autoridades turcas viene condicionado por la excepcional situación geográfica de Turquía, que tiene fronteras con Siria, Irak, Irán y el Cáucaso. Consciente de ello, Ankara, en el momento de firmar la Convención Internacional sobre los Refugiados en 1951, exigió una excepción: solo aceptaría a aquellos provenientes de países europeos. El resto sólo serían aceptados temporalmente hasta encontrar a un tercer país que los acogiese.
Daños psicológicos por experiencias traumáticas
Así, cientos de miles de iraníes, afganos, iraquíes y de otras muchas nacionalidades han sido enviados a diversas ciudades de Anatolia, como Konya o Kayseri, donde esperan durante años un destino final que, a menudo, nunca llega. "Una vez aquí se les relega a pueblos del interior en donde por lo general son tratados con violencia y carecen de oportunidades para mejorar su situación; como si estuviesen en una cárcel gigante. Por eso algunos optan por irse a Grecia, a Europa, sin saber que allí la situación puede ser aún peor", dice Serra, en una visita a los emigrantes de Konya. Hasta hace no mucho, los inmigrantes podían cruzar fácilmente de Turquía a Grecia a través del río Evros, o a pie hasta Bulgaria. Pero en ambas fronteras, los respectivos gobiernos han erigido vallas de más de tres metros, lo que ha llevado a las mafias de la inmigración a establecer nuevas rutas por mar, especialmente el Egeo.
En 2014, la Guardia Costera turca interceptó a un total de 12.872 personas en estas aguas camino de Europa, y a más de 1.400 en lo que va de año. El pasado 19 de abril, el mismo día que se hundía en aguas libias un barco con más de 700 emigrantes camino a Lampedusa, las autoridades turcas rescataron a otras 25 personas que trataban de llegar a la isla de Samos, entre ellas a una camerunesa de 33 años que había dado a luz a mellizos en plena travesía. El puerto de Mersin, muy cercano a la costa de Siria, se ha convertido en uno de los principales puntos de salida de las pateras con destino a las islas griegas, cargadas de refugiados sirios y ciudadanos de otros muchos países africanos y asiáticos. Pero ante los crecientes éxitos de los guardacostas a la hora de interceptar estas embarcaciones, algunos grupos se están desplazando hacia el norte, a través del Mar Negro, para tratar de alcanzar las costas de Rumanía. Un nuevo itinerario que fue descubierto de forma trágica el pasado noviembre, después de que 27 inmigrantes afganos se ahogasen al volcarse su barca en el Estrecho del Bósforo.
De acuerdo con Meriç Çaglar, del Centro de Investigaciones sobre Emigración de la Universidad Koç (MIREKOÇ), llegar a Turquía es la parte más fácil, gracias a la flexibilidad en el régimen de visados para países africanos y del Oriente Medio. "Muchos africanos, por ejemplo, llegan con visado de turista, y la novedad es que hoy muchos se quedan. Saben que es muy difícil llegar a Europa y con la crisis económica que afecta justamente a los países del Mediterráneo que suelen recibir más emigrantes (España, Italia y Grecia), a la vez que aumenta el crecimiento económico de Turquía y la posibilidad de encontrar aquí un trabajo en el mercado informal".
Sin embargo, para aquellos que más tarde o temprano insisten en llegar a Europa, la última parte del viaje, a pesar de la cercanía, es sin dudas la más complicada. Y de eso se benefician las redes de tráfico ilegal.
A través de las declaraciones de emigrantes de diferentes nacionalidades se ha sabido que las redes sociales, como Facebook y Twitter, son empleadas para dar instrucciones tipo "¿Cómo entrar a la Unión Europea ilegalmente?". Emigrantes potenciales comparten en ellas información sobre las posibles rutas, leyes de asilo y el contacto de los traficantes más confiables. La agencia Associated Press ha revelado la existencia de páginas de Facebook con cientos de miles de "Me gusta", en donde los miembros se pueden conectar a aplicaciones como Viber y Whatsapp para contactar con una oficina en Estambul y recibir información en cuánto a tarifas de viaje y rutas de pateras y contenedores de Turquía a Grecia. También los traficantes se benefician de internet para adquirir embarcaciones a bajo coste, que a veces utilizan para un único y fructífero viaje sin tripulación, en el que abandonan a su suerte a los pasajeros.
También los traficantes se benefician de internet
Pero mientras crece el número de emigrantes ilegales que atraviesan Turquía, aumenta también la cifra de los que se han creado su propio sueño turco y vienen con planes de instalarse y hacer sus vidas en este país. En los barrios de Aksaray y Beyoglu, en Estambul, los vecinos ya no se sorprenden con la piel negra, la nariz ancha y el pelo rizo. Hace cinco años los niños turcos y kurdos se paraban a admirar aquellas fisonomías, como si se tratase de extraños muñecos de ébano. Hoy los africanos son parte del barrio.
Tal es el caso de Mike y Mark, quienes vinieron alentados por amigos y parientes que llegaron a este país hace varios años, probablemente con la idea de cruzar a Europa, pero que por un motivo u otro terminaron estableciéndose en Turquía. "Uno debe ser de donde vive", reflexiona Mike, nigeriano de 30 años, mientras bebe un vaso de té y pronuncia con dificultad alguna que otra palabra en turco. Llegó hace seis meses a Estambul y aquí pretende quedarse y si es posible, echar raíces. Su amigo Mark, de Sudáfrica, lo mira y sonríe. "No es fácil comunicarse con las chicas turcas", le dice por experiencia propia Mark, que ya lleva un año y medio en Estambul y se desenvuelve bien con el idioma.
De vez en cuando salen juntos a divertirse por el centro de la ciudad, en especial a algunos de esos clubes "afro" que ya empiezan a abundar por los alrededores de la plaza de Taksim. Sin embargo, ninguno de los dos es partidario de tener muchos amigos, "no podemos permitirnos distracciones", aseguran ambos. "Vinimos aquí a trabajar, estamos enfocados en lo nuestro, en trabajar y ganar dinero; en mejorar nuestro estatus". Aunque su permiso de residencia como turistas no lo permite, ambos trabajan largas horas diarias, Mike en un taller textil y Mark en una agencia de paquetería que hace envíos especiales a países africanos y de lo cual el joven parece beneficiarse.
Tienen suerte y lo saben. "No somos como esos senegaleses que llevan años y años en Turquía y sólo venden relojes de contrabando por las esquinas. Y mucho menos como otros africanos que ni siquiera tienen papeles. Tampoco queremos irnos a Europa. Aquí estamos bien", dice Mark. "Lo que es cura para unos puede ser veneno para otros", reflexiona Mike, mientras se imagina feliz junto a una futura esposa turca y un bebé, todos juntos en un viaje de visita a conocer a la familia de África.
Llamémosle Djelika, aunque no es su verdadero nombre. Esta joven de Costa de Marfil llegó a Turquía en busca de una vida mejor, huyendo de los conflictos políticos que azotaban su país. Por su estatus de refugiada de Naciones Unidas, Djelika tendría que haberse quedado en el pueblo turco que le fue asignado, pero...
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