Debates CTXT / ¿Euroexit?
Una moneda a salvo de las ideologías
Victoria Carvajal 7/05/2015
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Esta crisis ha puesto en evidencia muchas cosas, entre ellas el deficitario diseño del euro, pero también que el apoyo de los ciudadanos a la moneda común es inasequible al desaliento. Ni tan siquiera en los peores momentos de la recesión perdió el apoyo mayoritario de los países deudores más castigados por la austeridad exigida por los acreedores. El euro ha gozado siempre del respaldo mayoritario de los ciudadanos de los 18 países que forman la eurozona. El último Eurobarómetro, fechado en octubre de 2014, refleja que el 74% de los españoles cree que es bueno para la UE, por encima de la media del 69% de la eurozona. Ese porcentaje desciende al 56% en la pregunta de si es bueno para el país, un punto por debajo de la media.
Utilizando la cita de Hayek referida al socialismo elegida por el profesor Sánchez Cuenca en estas mismas páginas y a cuenta del mismo debate, se puede decir que el euro nació diseñado desde arriba, no sé si con arrogancia o con un irresponsable voluntarismo político. Pero parece indiscutible que la moneda única forma parte del “orden espontáneo”, es decir, de la libertad de escoger y decidir de las sociedades que lo comparten.
Es precisamente esa voluntad popular de preservar la moneda única el principal activo con el que cuentan los responsables políticos para avanzar en el proyecto de construcción europea. Y sin embargo, ignorando este mandato popular, instituciones y gobiernos parecen haber hecho en los últimos años todo lo que estaba en su mano para socavar ese entusiasmo.
El euro no parece ser el problema a ojos de los ciudadanos. Desde luego no es el culpable de los insoportables costes sociales provocados por la elección equivocada de la austeridad como única receta para salir de la crisis. Ni del despilfarro de los gobiernos nacionales cómplices de las burbujas inmobiliarias o bancarias en sus respectivos países. Ni tampoco de la lentitud con la que se ha ido subsanando los errores de fábrica de la moneda común, que obligó a los Estados de la periferia, amenazados con salir del euro, a financiar su deuda a unos tipos de interés indeseablemente altos en el peor momento posible de la recesión.
Torpe y lentamente. Así parece estar condenada a construirse Europa. Sólo al borde del desastre se han producido avances que han permitido fortalecer la credibilidad del euro. La prueba más reciente de esa mayor credibilidad es la ausencia de contagio a España, Portugal o Irlanda del castigo propinado por los mercados a Grecia por el miedo a un posible fracaso en las negociaciones del nuevo Gobierno de Syriza con la Unión Europea para evitar su suspensión de pagos. Pese a todo, la sufrida población griega mantiene su fe en el euro: más de un 70% lo sigue apoyando. Más allá de las ideologías, la moneda común se salva del descrédito que aqueja a las instituciones y a los gobiernos nacionales.
La accidentada transformación del Banco Central Europeo tiene mucho que ver con este blindaje. Sin modificar su mandato de vigilar los precios –el objetivo es una inflación del 2%--, Mario Draghi ha conseguido colar políticas nada ortodoxas, salvando la resistencia de Alemania, Finlandia, Austria u Holanda. Desde su advertencia de 2012, cuando dijo que “haría todo lo necesario” para salvar al euro, hasta el actual programa de compra de bonos soberanos para evitar la deflación, el BCE se ha ido pareciendo cada vez más a la Reserva Federal americana, que actúa como prestamista de último recurso avalando la deuda soberana del país, y cada vez menos a su modelo original, el ultraortodoxo Bundesbank.
El BCE se parece cada vez más a la Reserva Federal americana y cada vez menos a su modelo original, el ultraortodoxo Bundesbank.
La arquitectura del euro también se ha visto fortalecida por acuerdos como la creación de una incipiente Unión Bancaria, una primera piedra cuyo objetivo es evitar que los rescates corran a cargo de los contribuyentes en futuras crisis, exigir a los bancos tener más recursos propios y proteger los depósitos; y la creación del Fondo Europeo de Estabilidad, el cortafuegos que debe movilizar hasta 600.000 millones de euros para posibles rescates.
Estos avances han venido acompañados por un cambio en el talante de las instituciones. Tanto la Comisión Europea como el Fondo Monetario Internacional y el BCE -la famosa y denostada Troika-- han reconocido el daño causado por la austeridad, y han aparcado su obsesión con el cumplimiento de los objetivos de déficit y deuda en Europa, alarmados por el peligro de la deflación y la japonización de la economía europea.
El Plan Juncker, que aspira a movilizar 315.000 millones de euros para infraestructuras, es otra herramienta poderosa que, de ejecutarse, puede ayudar a devolver algo de popularidad a Europa y a sus instituciones, bajo mínimos en la actualidad. El estímulo a la demanda es vital, para compensar lo que no pueden hacer las políticas fiscales nacionales y la tardanza de los bancos en trasladar los blandísimos créditos que reciben del BCE a la economía real.
Factores externos como un euro más competitivo y el precio del petróleo están beneficiando a los países de la eurozona. Italia y Francia parecen apuntarse por fin al carro de la recuperación. En Alemania los salarios empiezan a crecer más rápido que la inflación, lo que permitirá un aumento de la demanda que compense la debilidad de algunos países de Europa del Sur y posibilitará un crecimiento más simétrico. No como ocurrió tras la llegada del euro, con la distorsión en los ciclos que supuso para Alemania digerir a la antigua RDA. Esta mayor simetría y convergencia entre las economías puede allanar el camino a la mutualización de la deuda europea, los famosos eurobonos. No fue el punto de partida de la unión monetaria pero tal vez puede ser el de llegada y, sobre todo, marcaría un deseable punto de no retorno en la unión monetaria.
¿Puede la unión monetaria europea salir fortalecida de esta crisis? Todas las medidas tomadas para robustecer su diseño y la mejora de la coyuntura apuntan en esa dirección, pero la recuperación puede tener los pies de barro si no se vigila y ataja la brecha que ha abierto la crisis en la cohesión social, uno de los principios fundacionales de la Unión. La iniciativa aprobada en el Parlamento francés para incluir un informe sobre el efecto de las políticas en la desigualdad, salarios y bienestar social, a propuesta de la diputada verde Eva Sas, podría ser una referencia para el resto de Europa.
El debate no es tanto sobre las ventajas o inconvenientes de la pertenencia de España a la unión monetaria, si no cómo mejorar su funcionamiento y corregir los costes de las decisiones tomadas en su nombre, que en ocasiones le han puesto al borde de la ruptura. El euro partió de una decisión política sin precedentes en la historia de las economías occidentales, pero la ciudadanía lo ha hecho suyo incluso durante la peor crisis desde la última gran guerra. Es hora de hacer un uso responsable, leal y más cohesionado de este enorme activo, no de dar marcha atrás en el camino andado.
Esta crisis ha puesto en evidencia muchas cosas, entre ellas el deficitario diseño del euro, pero también que el apoyo de los ciudadanos a la moneda común es inasequible al desaliento. Ni tan siquiera en los peores momentos de la recesión perdió el apoyo mayoritario de los países deudores más...
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Victoria Carvajal
Es licenciada en Economía por la New York University y Máster en Periodismo por la UAM/El País. Fue redactora en la sección de economía de El País. Actriz vocacional y dj entregada de CTXT, de la que es miembro del consejo editorial.
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