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En El hombre de los dados, George Cockcrift escribía, bajo el nombre de Luke Rhinehart, una autobiografía imaginada sobre su experiencia como psiquiatra que decide empezar a tomar decisiones vitales según lo que le salga al tirar los dados. Una determinación que parece original y simpática al principio pero que acaba siendo un pifostio de campeonato y le conduce a tomar rumbos mucho más allá de la equivocación. Por alguna razón, llevo meses acordándome de esa lectura al ver cómo se maneja el personal, principalmente político, con las encuestas.
Seguramente, un sociólogo me diría que no tiene nada que ver una cosa con la otra, que las encuestas son una ciencia y que los dados son pura chiripa. Pero qué demonios me importa a mí lo que me diga un sociólogo si José Ignacio Wert es uno de ellos. Dardos gratuitos aparte, España se desayuna cada mañana con un nuevo estudio, ya sea sobre paro, audiencias, credibilidad, o presuntos resultados electorales. Y, a partir de ahí, se construye cada uno su día al antojo del sondeo en cuestión.
Las encuestas valen para llenar portadas tan grandes como las que llenan las lesiones de Ronaldo. Las encuestas sirven de munición social en los bares, las peluquerías y los centros de trabajo —esto sólo para los que aún salgan en la EPA—. Las encuestas consiguen que gobierne quien sólo sueña con el poder y que, por eso, acaben sus hipotéticos súbditos tan hasta las narices como si fuese real.
A estas alturas, en España existe la sensación de que Podemos ha ganado unas 30 elecciones pero también de que ha empezado a perderlas todas quizá por la soberbia que han lucido sus líderes al verse ganadores de unas miles de preguntas telefónicas con un margen de error de más menos el carajo. Ahora mismo, según las encuestas, a Albert Rivera le queda aún más pequeño el traje que a este lado de la realidad, de tanto que se la ha hinchado el pecho leyéndolas. Incluso, si hacemos caso a los sondeos, sabemos que el apocalipsis ha llegado para quedarse porque Esperanza Aguirre, a pesar del asco general, ya es la que manda en la ciudad de Madrid.
Lo sorprendente es que, con la de veces que han puesto Matrix en la tele, la gente siga creyendo que la pastilla azul del sondeo de opinión es la que mola y que lo otro es un coñazo que es mejor no probar. Lo raro es que a nadie se le haya ocurrido todavía que el Estado se podría ahorrar una pasta gansa eliminando campañas electorales, urnas y demás inconveniencias, privatizando la fiesta de la democracia y encargándosela a Metroscopia o Sigma Dos…
¿Qué dices, Mora? ¿Que no dé ideas? Bueno, para eso están las Distopías, para inspirar a peor. Además, si no os parece perfecto el sistema siempre podéis tirar los dados y que sea lo que la diosa Fortuna disponga. Igual así es la única manera de que salga algo que merezca la pena.
En El hombre de los dados, George Cockcrift escribía, bajo el nombre de Luke Rhinehart, una autobiografía imaginada sobre su experiencia como psiquiatra que decide empezar a tomar decisiones vitales según lo que le salga al tirar los dados. Una determinación que parece original y simpática al...
Autor >
Pedro Bravo
Pedro Bravo es periodista. Ha publicado el ensayo 'Biciosos' (Debate, 2014), sobre la ciudad y la bicicleta, y la novela 'La opción B' (Temas de Hoy, 2012). En esta sección escribe cartas a nuestro director desde un lugar distópico que a veces se parece mucho a éste.
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