¿Condenados a la inestabilidad?
Javier Santacruz Cano 7/05/2015
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Desde el año 2010, Reino Unido es una de las pocas economías desarrolladas que mantienen un ritmo de crecimiento por encima del 1,5% en media anual. Gracias a esto, las cifras macroeconómicas han mejorado de una forma rápida, sobre todo por la tasa de paro que se sitúa en cotas históricamente bajas (un 5,6%) y un crecimiento continuo de la confianza de consumidores y empresarios.
Sin embargo, este escenario está mostrando síntomas de agotamiento ciertamente preocupantes. Según los datos publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas (ONS), el PIB ha crecido en el primer trimestre de este año un 0,3% intertrimestral, dos tercios menos que en el mismo período de 2014 (0,9%). Todos los indicadores adelantados muestran datos peores de lo esperado y la confianza de los agentes comienza a descender. Pero, si no ha habido cambios en la política fiscal ni tampoco en la política monetaria, ¿a qué se debe esta ralentización económica?
La sociedad británica está inmersa en un clima de incertidumbre, agravado por las elecciones y los programas de los distintos partidos políticos. Un indicador tangible de esta situación es el índice que elaboran los profesores Baker, Bloom y Davis, denominado Índice de Incertidumbre en la Política Económica, construido, entre otros elementos, a partir del volumen de titulares de prensa que hacen referencia a cambios en la política económica. En los últimos meses, la incertidumbre ha aumentado tras meses de relativa tranquilidad después de la convocatoria de referéndum soberanista en Escocia.
Dicha estabilidad lograda tras el referéndum escocés se ha tornado en inestabilidad creciente, gracias a la reaparición de un viejo fantasma y la creación de un nuevo peligro político del cual todavía desconocemos su alcance: el proceso soberanista de Escocia y la fragmentación en la tercera vía alternativa a los dos partidos tradicionales con el referéndum sobre la Unión Europea.
La amenaza de una Escocia independiente planea sobre la política británica desde hace décadas, especialmente tras las luchas mineras y la liquidación de las antaño poderosas Trade Unions (sindicatos obreros) en los tiempos de la Dama de Hierro Margaret Thatcher. Desde entonces, Escocia ha sido un feudo tradicional de los laboristas y un foco de oposición a la política de Londres de desmantelar un sector público industrial poco rentable en términos económicos.
En Escocia se están dando dos fenómenos paralelos: por un lado, la sustitución de la hegemonía política laborista por el independentismo y, por otro lado, la transformación de la economía del carbón por la economía del petróleo y el gas. En el primer caso, el SNP (Partido Nacionalista de Escocia) ha arrebatado la hegemonía a los laboristas sin renunciar a sus principios socialdemócratas, pero enfatizando el rechazo al Gobierno central y el apoyo a que Reino Unido siga siendo miembro de la Unión Europea.
En el segundo caso, la economía escocesa se sustenta en la actualidad en la riqueza generada por la explotación de petróleo y gas en las plataformas del Mar del Norte, abandonando poco a poco la extracción de carbón y la generación eléctrica vía centrales de ciclo combinado de carbón. La progresiva desaparición de las subvenciones a las eléctricas por quemar carbón nacional ha dado la puntilla a un sector agonizante.
La incertidumbre ha aumentado tras meses de relativa tranquilidad después de la convocatoria de referéndum soberanista en Escocia
Tensión Londres-Edimburgo
Las tensiones entre Londres y Edimburgo hacen que el sentimiento independentista, lejos de desaparecer tras su derrota en el referéndum, se haya fortalecido, y pueda convertirse en la bisagra para la gobernabilidad de Reino Unido. Los independentistas escoceses, como la candidata Nicola Sturgeon, están convencidos de que el resultado del referéndum de septiembre puede revertirse a medio plazo con una buena campaña a favor del Sí –lo que implicará convencer a los escoceses de la entrada en el euro, ya que fue la libra esterlina la que inclinó la balanza a favor del No – y una formulación adecuada de la pregunta.
El otro fenómeno crucial para el futuro político y económico de Reino Unido es la fragmentación de lo que podríamos denominar como tercera vía o vía alternativa a los tradicionales Partido Conservador y Partido Laborista. Las elecciones de 2010 fueron el momento de máximo apogeo de esta tercera vía, personificada en la figura de Nick Clegg y el Partido Liberal-Demócrata (LibDem). En aquel momento, Clegg capitalizó el descontento laborista hacia el entonces primer ministro Gordon Brown y, con él, logró formar Gobierno con los conservadores de David Cameron.
Cinco años después, el LibDem es una fuerza en descomposición, con un discurso errático y carente de unos principios básicos que unan a sus principales figuras políticas en activo. Paradójicamente, el LibDem ha sido el blanco de todas las críticas en la opinión pública, incluso de sus socios de gobierno, y el partido que más desgaste ha sufrido en estos años de coalición. ¿Por qué ha sucedido esto?
Cabe destacar dos razones entre muchas: por un lado, el sesgo europeísta de su discurso le ha costado votos en una sociedad donde el euroescepticismo crece de forma aparente. En términos generales, el británico medio percibe el coste de pertenecer a la Unión Europea, pero no el beneficio. El coste regulatorio o los rescates a países y bancos son más evidentes que el cheque británico o la riqueza generada por la inexistencia de barreras comerciales, especialmente financieras en la City de Londres.
Por otro lado, la impopularidad del ministro de Hacienda George Osborne, ha perjudicado enormemente a su partido por medidas tan polémicas como la subida de impuestos a la cerveza –revertida en el Presupuesto de 2012– o la concesión de hipotecas a particulares con escasa capacidad de repago con aval del Estado. Es popularmente conocido como Mr. Austerity y representado en la prensa (como hizo The Economist) conduciendo un típico black cab sin ruedas.
La fragmentación de los LibDem, junto con los independentistas escoceses, ha sido el catalizador de la dispersión en la tercera vía. A ello se añade otro elemento: la aparición del voto descontento de derecha en la persona de Nigel Farage y el UKIP. El resultado obtenido en las pasadas elecciones europeas fue el primer aviso a los conservadores del premier Cameron, viendo al UKIP como una fuerza que podía arrebatarle una buena parte de su electorado con un discurso radical basado en la salida de Reino Unido de la UE y el control de la inmigración.
Lo que antes era una tercera vía con un único partido, ahora se ha convertido en una lucha a tres para convertirse en la llave que abra la puerta del 10 de Downing Street al próximo primer ministro. Mientras los dos partidos mayoritarios tienen un mensaje continuista con sus principios y acción de gobierno, los partidos más pequeños poseen un discurso más errático, cambiante en el tiempo y poniendo el foco de toda su política en la permanencia o no tanto de Reino Unido en la UE como de Escocia.
Precisamente este es el caldo de cultivo de la inestabilidad a la que hacíamos referencia al principio. Con esta situación, los empresarios restringen sus inversiones, los capitales extranjeros evitan entrar en Reino Unido y las familias ralentizan su consumo. En un país cuyo motor de crecimiento es una enorme burbuja inmobiliaria, crédito barato y consumo masivo (reduciendo el ahorro tanto externo como interno), un clima de inestabilidad política frena el crecimiento. Cuanto antes se disipe esta incertidumbre, antes volverá Reino Unido al crecimiento y se fortalecerá su papel de país de oportunidades, muchas de ellas a partir de contratos de cero horas.
Desde el año 2010, Reino Unido es una de las pocas economías desarrolladas que mantienen un ritmo de crecimiento por encima del 1,5% en media anual. Gracias a esto, las cifras macroeconómicas han mejorado de una forma rápida, sobre todo por la tasa de paro que se sitúa en cotas históricamente bajas (un 5,6%) y un...
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Javier Santacruz Cano
Es economista y socio de China Capital.
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