Kadosh: vivir en la Tierra de la Discordia
Philipp Meuser Cale Garrido 14/05/2015
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Desde 1967 una gran parte de Cisjordania se encuentra bajo el control militar israelí. Cerca de 380.000 israelíes viven a día de hoy en 137 comunidades repartidas a lo largo y ancho de Cisjordania. Unos 180.000 viven en los barrios ocupados de Jerusalén Este. ¿Por qué se asientan los colonos en estos territorios y cómo es la vida en esta tierra de la discordia?
Largos procesos de paz han marcado la historia reciente de Israel y Palestina. Desde los Acuerdos de Oslo en 1995, el 60 por ciento de Cisjordania se encuentra bajo la administración civil y militar israelí. El Estado de Israel, desafiando el derecho internacional, estimula a sus ciudadanos a mudarse a los territorios palestinos. Estos colonos, llegados a lo largo de cuarenta y ocho años desde distintos rincones del mundo son, para muchos, el mayor obstáculo para la realización de la paz en Oriente Próximo. ¿Existe en sus conciencias algún pensamiento que les lleve a reflexionar sobre su papel en el conflicto?
Además del control por parte del Ejército Israelí sobre los territorios ocupados de Cisjordania, existen otros mecanismos que fortalecen la existencia de los asentamientos israelíes. En primer lugar, la construcción de una gran infraestructura, que hace la vida en los asentamientos totalmente conformatable. Israel se ha adueñado de los recursos hidráulicos de los territorios y del suministro eléctrico, dos recursos básicos a los que todas las comunidades tienen acceso; existen carreteras y túneles que comunican las colonias desde las principales ciudades de Israel, sin necesidad de tener que cruzar las aldeas o ciudades palestinas; cada asentamiento está rodeado por un perímetro de seguridad y en cada uno de los accesos varias cámaras y vigilantes controlan la entrada y salida de personas a la comunidad. Otra de los instrumentos de ocupación es el sistema de instituciones civiles, presentes en los grandes asentamientos y que se encargan de organizar las prestaciones que reciben aquellos israelíes que viven en los territorios ocupados, como son la educación, la sanidad y el transporte público. Los asentamientos cuentan con colegios, tiendas de alimentación y pequeños negocios que estimulan la economía de Israel y la supervivencia de la ocupación. Además, el Estado premia con beneficios económicos a los ciudadanos israelíes que decidan vivir en las colonias. Por último, el gobierno israelí concede apoyo ideológico a aquellos ciudadanos judíos que reclaman Judea y Samaria – nombres bíblicos para Cisjordania – como su Tierra Prometida y, por tanto, defiende su derecho a asentarse en cualquier lugar de los territorios. “Es importante tener en cuenta que el pueblo judío tiene el derecho moral y religioso de permanecer en la Tierra donde están sus raíces”, dice Dani Dayan. Este líder político y hombre secular de origen argentino sirvió hasta 2013 como director en el Yesha Council – la organización más grande de asentamientos en Cisjordania.
Un tercio de los colonos viven en los asentamientos por razones ideológicas: estos creen que la región es el corazón del pueblo judío, su Tierra Santa. Otro tercio está constituido por judíos ortodoxos, quienes eligen vivir en estas colonias porque, además de ofrecer una vida asequible, estas pequeñas comunidades les aportan una vida religiosa de intensa vida comunal. El tercer grupo está formado por colonos seculares, quienes viven allí por razones esencialmente económicas. No están necesariamente interesados en la política y preferirían vivir dentro de las fronteras legales de Israel si pudieran permitírselo.
Nokdim es uno de estos asentamientos: un oasis de casas de piedra caliza, tejados rojos y pequeños jardines privados a las puertas del desierto de Judea. Al Oeste de la colonia, veinte familias disfrutan de una vida especialmente asequible dentro de la comunidad. Yosef Frenkel, estudiante de medicina china y camarero en Jerusalén, vive en un tráiler. Junto con Gilat, su mujer, están esperando su primera hija. El padre de Yosef, Baruch Frenkel, conoce la historia desde el principio: él es uno de los 290.000 judíos que escaparon del antisemitismo de la Unión Soviética en los años setenta. Frenkel llegó a Jerusalén con su mujer y su hija en 1974. Cuatro años después, un guarda israelí fue asesinado a manos de adolescentes palestinos cerca de Herodion, una atracción arqueológica situada a doce kilómetros al sur de Jerusalén. Frenkel decidió colaborar en la acampada organizada por varios judíos para manifestar su condena en el lugar donde se cometió el homicidio: “Fue un golpe duro en un momento tenso tras la guerra de Yom Kippur, así que me sumé a los hombres que comenzaron la protesta“, dice. La expedición no duró mucho, pero Frenkel siguió yendo a la zona y comenzó a trabajar como vigilante de seguridad. “Yo siempre quise construir una pequeña comunidad, un pueblo, un hogar en Israel“, explica. “Fundar un pueblo era lo más importante para mi. Primero pensé que el lugar no era importante, pero finalmente lo entendí. Mi hogar debía estar en Judea y Samaria“. Al principio no tenían agua, ni transporte público, ni carreteras. Durante años recibieron los recursos de la red de abastecimiento de los militares, e incluso compartían la red telefónica con los soldados de la zona. Después de levantar varias tiendas de campaña, cinco familias llegaron desde Israel. Así comenzó a desarrollarse esta zona, donde a día de hoy existen tres grandes asentamientos y otras muchas comunidades judías. Como Frenkel, muchos colonos pioneros creen que construir sus hogares en Cisjordania impedirá una solución de dos estados con los palestinos. “Si algún día este lugar se convierte en un Estado árabe, juro que me subiré a mi tejado y protegeré esta tierra con un Kalashnikov“, declara Frenkel, ocultando una sonrisa. Hoy la familia Frenkel une a tres generaciones de colonos, dos de las cuales no conocen la realidad previa a la ocupación. Cisjordania es su hogar.
El asentamiento de Nokdim sirve de centro a los outposts de los alrededores como Maale Rehavam. Aquí, la familia Bergara Reyes se reparte varias caravanas y tráilers. Hicieron Aliyah, conocida como la inmigración de judíos de la diáspora a la Tierra de Israel. Bezalel Bergara fue el primero de su familia en llegar desde Perú. Nada más aterrizar en Tel Aviv, recibió la Sal Klita, una ayuda económica establecida por el Gobierno para ayudar a los inmigrantes judíos a establecerse y a empezar una vida nueva en Israel. Incluso así no pudo permitirse vivir dentro del país, así que se mudó a los territorios ocupados de Cisjordania atraído por los bajos costes de vida de los asentamientos. Divorciado y sin conocimientos de hebreo, Bergara fue rechazado en varias comunidades tras realizarle entrevistas para conocer sus detalles más personales: “Juzgaron mi estilo de vida porque estaba solo. Maale Rehavam fue la primera comunidad que me aceptó”. El outpost, de aspecto desordenado y fantasmal, fue fundado hace catorce años, durante la segunda Intifada. Desde entonces muchos vecinos han sido desalojados de sus casas y muchas caravanas han sido demolidas, ya que de acuerdo con la legislación israelí los outposts son ilegales. Las demoliciones y los desahucios forman parte de un juego por parte de las autoridades israelíes, que pretenden así mostrar cierto respeto por la Ley Internacional. Sin embargo, la comunidad de Maale Rehavam tiene agua y electricidad, y disfruta de una protección permanente del Ejército Israelí. “Acabamos de tener una reunión con el alcalde de Nokdim, y este lugar está a punto de ser legalizado. Estamos muy contentos”, anuncia Bergara.
Nachman Gutman, de veintiocho años, es otro joven colono de la comunidad de Sde Bar, un pequeño asentamiento cerca de Nokdim. Hace cuatro años se alejó de Jerusalén para renunciar a la tradición judía ultra-ortodoxa con la que ha crecido. En 2012 abrió su negocio en Sde Bar: una granja orgánica de ovejas y cabras. Con su restaurante, desde el que se pueden disfrutar de unas sobrecogedoras vistas sobre el desierto de Judea, Gutman intenta hacerse un hueco en la industria turística de las colonias. Cinco de sus empleados son palestinos de la aldea vecina, quienes le ayudan a construir su nueva casa, una caseta de construcción sobre pilares de hormigón. “Ellos vienen de vez en cuando y me ayudan. Disfrutamos del tiempo juntos. Esa es una de las razones por las que aquí me siento libre y a salvo”. Las autoridades israelíes permiten a los palestinos trabajar dentro de los asentamientos, siempre y cuando cuenten con el permiso de trabajo, la llamada “tarjeta verde”. Ladrillo a ladrillo, son los palestinos quienes construyen los hogares de los colonos. Algunas normas de seguridad fijadas por el Ejército manifiestan sin embargo un sistema de segregación que muchos colonos ayudan a consumar. Elisha, ex-militar israelí de treinta años, está construyendo su casa en el asentamiento de Tekoa. Junto a Chaj Ibrahim, su ingeniero palestino, planea además un par de proyectos en Jerusalén. Elisha lleva siempre un arma dentro de su bolsillo: “Estamos obligados a vigilar a los obreros palestinos. Yo solía llevar un M-16. Después de un tiempo comencé a confiar en Ibrahim, así que empezó a ser algo incómodo y ahora llevo una pequeña pistola”, dice Elisha. “Estoy obligado”, añade.
Desde el área residencial de Tekoa, donde vive Elisha, una carretera conecta el asentamiento con los outposts de las colinas más próximas: Tekoa B, C y D, tres comunidades que esperan ser conectadas pronto con la colonia madre. Cada martes Yonatan transporta verduras frescas desde el mercado de Mahane Yehuda en Jerusalén. Al final del trayecto, en Tekoa C, se encuentra su negocio. En la cocina, abierta desde hace dos años, Yonatan prepara comida especial para el Shabat, el día de descanso para los judíos, y recibe pedidos de toda la región. En Tekoa C trabaja y vive con su mujer y sus tres hijos. Yonatan cree que Tekoa es una comunidad especial entre los asentamientos. “Este lugar es un ejemplo precioso de convivencia entre judíos y palestinos. Vivimos en el mismo territorio, vivimos los unos de los otros. Ellos venden cosas que nosotros compramos. Todos trabajamos aquí, hacemos cosas juntos”, explica Yonatan. La harmonía que describe, casi creíble al oírle hablar, parece estar fuera de lugar a dos kilómetros de las barreras que restringen el acceso a palestinos a su colonia.
Dejando atrás Tekoa C, un estrecho camino conduce hasta Tekoa Dalet, el último enclave judío a las puertas del desierto de Judea. Las dunas representan la frontera natural de este outpost, donde desde 2011 veintiún familias viven en lo que consideran un lugar pacífico y seguro, donde conviven familias de religión judía con hombres y mujeres seculares. Muchos han elegido este lugar para vivir en un rincón remoto donde poder disfrutar de las vistas. Viven en casas que han construido ellos mismos: cabañas, caravanas, tráilers, autobuses y tipis. Allí siembran vegetales y cultivan limoneros y olivos. Los colonos de Tekoa Dalet se han inventado un mundo idílico en sus mentes en medio de un paisaje político de tensión. Sin repararse en las puertas de seguridad, los checkpoints y las vallas de espino, perciben estos elementos como particularidades de la vida en libertad.
Israel se ha apropiado de las colinas entre el río Jordán y las fronteras legítimas del Estado Judío. Los colonos israelíes, una multitud ordinaria y heterogénea, motivada por su religión, su ideología o por razones económicas, permanece omisa y cómplice en la tediosa ocupación de estas tierras despedazadas de Cisjordania.
Desde 1967 una gran parte de Cisjordania se encuentra bajo el control militar israelí. Cerca de 380.000 israelíes viven a día de hoy en 137 comunidades repartidas a lo largo y ancho de Cisjordania. Unos 180.000 viven en los barrios ocupados de Jerusalén Este. ¿Por qué se asientan los colonos en estos territorios...
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