Minorías / Análisis
¿Y si tu alcalde fuese gitano?
Solo el 0,08% de los candidatos que se presentan el 24 de mayo son calés. Pero los nuevos partidos impulsan más que los viejos su participación
Mónica Santos Amanda Andrades 14/05/2015
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Partamos de un hecho: no existen datos. Ninguna estadística ni organismo estatal o institución que recopile cuántos gitanos y gitanas se presentan a las elecciones municipales que se celebran el próximo 24 de mayo[1]. Así pues las cifras que aquí se dan son ciertas, pero no exhaustivas[2]. Son todos los que están, pero no están todos los que son. Tómense pues con cautela los números que aquí aparecen.
Concurrirán como candidatos a concejales 61 personas gitanas, de las cuales seis aparecen como número uno de sus listas: una mujer y cinco hombres dispuestos a ocupar el sillón de máxima autoridad municipal. No son muchos. Más bien, nada. Solo representan un 0,08% del total de concejales y alcaldes a elegir. Podrá alegarse que no aparecen todos. Es cierto, pero ¿alguien cree que, si así fuera, la cifra sería mucho mayor?
¿Han aumentado con respecto a otros comicios? ¿Cómo ha evolucionado la participación gitana en la política institucional? Estas y otras se convierten en preguntas sin respuesta, al ser imposible obtener una serie histórica con la que comparar. Sí existen, sin embargo, algunas señales o indicios con los que construir genealogía.
En los inicios de la Transición, Juan de Dios Ramírez Heredia llegaba en 1977 al Parlamento como independiente dentro de las listas de la Unión Centro Democrático. A sus 35 años tenía el honor de ser el primer gitano en las Cortes españolas.
Seguían en vigor en aquellos años los artículos cuarto y quinto del Reglamento de la Guardia Civil que apuntaban directamente a la represión del pueblo gitano. Con un vibrante discurso defendió Ramírez Heredia la desaparición de esta infamia. Y la consiguió. Sometida a votación, la proposición no de ley fue aprobada por 285 votos a favor, ninguno en contra y una abstención.
Entre sus palabras destacan las siguientes, recogidas por el diario El País el 8 de junio de 1978, “Aquí la indiscriminación que existe es la de la indiferencia”. Se refería al hecho de que se aplaudía al artista gitano, pero se marginaba a miles de ciudadanos por ser de esta condición.
Cuando se le pregunta si esta afirmación sigue teniendo sentido, Ramírez Heredia solo matiza. “Lamentablemente, sigue estando a la orden del día, pero creo que sería mejor cambiar el verbo marginar por el verbo ignorar. También habría que sustituir indiscriminación por discriminación”.
De recelo histórico hacia las instituciones por el trato recibido habla Miguel Ángel Vargas Rubio, candidato a alcalde por Ganemos Lebrija Ahora, para justificar el porqué de la escasa presencia de gitanos en la política. De eso y del valor que aún necesitan para atreverse a romper el miedo y la vergüenza de ser elegible.
Un temor y una modestia que debe sufrirse algo menos en esta localidad sevillana. Van gitanos en todas las listas que compiten por los sillones municipales. Excepto en el Partido Popular. Y concurren en buenos puestos, con posibilidades de alcanzar la meta. Una excepción esta, la de no ser incluidos solo para cumplir un cuota de corrección política, que no es habitual. Solo nueve mujeres y 13 hombres compiten en las cinco primeras posiciones de sus listas entre los 61 candidatos registrados para este análisis.
Para muchos, Lebrija es un paradigma de integración étnica, de igualdad real entre gitanos y gachés, la cual podría deberse, según Vargas, a una historia compartida de vidas y fatigas en los campos y las gañanías de los cortijos que dominaban el latifundio del Bajo Guadalquivir a finales del siglo XIX y gran parte del siglo XX. “Esa convivencia en el sufrimiento es la que hace despertar una suerte de solidaridad horizontal”, defiende este historiador del arte y director escénico, nacido en 1978.
La número cinco por el PSOE, Támara Carrasco Torres (Lebrija, 1982), no se remonta tan lejos en la historia. Parte del éxito se lo otorga a las políticas públicas desarrolladas. “En Lebrija no hay guetos. No se han creado barrios para gitanos como ocurre a 52 kilómetros de aquí, en Sevilla”, defiende Carrasco, licenciada en Pedagogía y delegada en Andalucía de la ONG Acción contra el Hambre.
Vargas y Carrasco forman parte de una generación de jóvenes que ha logrado a acceder a la educación formal, a estudios secundarios e, incluso, a una carrera universitaria. A ella también pertenece Ana Palmira Soto Soto, número 1 de Costa del Sol Sí puede para el Ayuntamiento de Fuengirola (Málaga). Con 26 años, esta alumna del primer año de un ciclo de Administración y Finanzas, ha decidido dar el paso de presentarse “por vocación”, para “transformar la realidad social y defender los derechos de los ciudadanos”.
Y lo ha hecho por una candidatura ligada a Podemos, porque este partido cuenta entre sus principios con valores que se están perdiendo y con los que los gitanos se sienten identificados. Soto menciona la fidelidad a la palabra dada, el compromiso y la reivindicación de un trabajo digno por un salario digno. “Siempre hemos sido de buscarnos la vida. Nunca nos ha importado trabajar en lo que sea, en las profesiones más humildes. Tal vez por eso le damos tanta importancia a esto último”, reflexiona.
Si hay algo que llama la atención al analizar los datos recogidos, es el peso que tienen los partidos de nuevo cuño en la participación gitana. Veintiséis candidatos van en listas de agrupaciones que no han formado parte del juego político de los últimos 38 años de democracia. Con respecto a los seis alcaldables, tres de ellos se integran en formaciones cercanas a la que lidera Pablo Iglesias y dos en iniciativas independientes. El sexto va en la escisión por la derecha del PP, VOX.
Sinaí Giménez encabeza Iniciativa Independiente de Vigo. Es el primer gitano que se presenta para ocupar el sillón principal de un pleno municipal en Galicia. Se hace llamar el Obama gallego. Una estrategia llamativa, que ha sido motivo de chanzas en algunos medios de comunicación, pero de la que él se siente orgulloso. “No me molesta el cachondeo. Cada día hay más gente que nos apoya”, subraya este empresario del comercio ambulante, de 33 años, para quien la opción de no militar en partidos tradicionales está ligada a los prejuicios hacia la comunidad gitana existentes en estos. “Cree el ladrón que todos son de su condición. Piensan que vamos a ensuciar la política. Que somos trapaceros, como nos define el Diccionario de la RAE”.
Es el primer gitano que se presenta para ocupar el sillón principal de un pleno municipal en Galicia. Se hace llamar el Obama gallego.
De derechas y a mucha honra, se define Rafael Maya, número uno de VOX en Vera (Almería). Empresario del sector inmobiliario, este nieto e hijo de carniceros, de 50 años, defiende a ultranza que su agrupación no es racista. “En nuestra lista hay siete gitanos, hay payos y ecuatorianos mientras que los otros nunca nos han llevado y menos en puestos con posibilidades de salir”, afirma para añadir que lo importante es aprender uno de otros y convivir. “Que no existan guetos”, insiste.
Uno de los estereotipos más persistentes sobre la comunidad gitana es el de un machismo tenaz y arcaico. ¿Quién discutiendo sobre igualdad o feminismo no ha oído alguna vez aquello de para machistas los gitanos, que hacen la prueba del pañuelo? Imaginario social que se refuerzan con programas de televisión como Mi gran boda gitana y otros similares.
María del Carmen Carillo Losada fue una de las pioneras en luchar contra esa imagen de sumisión que los gachés proyectan sobre las gitanas. Ocupó un sillón en el pleno municipal de Jaén. Se convertía así en la primera mujer gitana concejal en una capital de provincia. No fue fácil. Madre de tres hijos, cuando en 1999 se decidió a ser la número seis de la candidatura socialista, se lo pensó mucho. “Una y mil veces”, recuerda. Sabía que a se exponía. Dejaría de poder pasar desapercibida. En lo bueno y en lo malo. Ocho años antes se habían producido los trágicos sucesos de Mancha Real, en los que se obligó al destierro a las familias gitanas de esta localidad jienense.
Su decisión -siente Carrillo- fue un aldabonazo para que otras gitanas se atrevieran a cruzar el umbral de los partidos políticos. Y lo han hecho. Las mujeres representan el 39% de las candidaturas gitanas en estos comicios. Una cifra que no está nada mal si tenemos en cuenta que en las últimas elecciones, las de 2011, solo se logró alcanzar un 35% de concejalas, gitanas o gachés.
En los comicios del 24 de mayo hay muchos elementos en juego. Está por ver cuál será la elección de la sociedad española. ¿Será la antesala del cambio o la sala de espera de la continuidad? Independientemente de los resultados que deparen las urnas, hay una apuesta que ya se sabe que hay que seguir jugando fuerte, la del camino que recorren los gitanos y las gitanas que se arriesgan a participar en política.
[1] Afortunadamente no existe un censo étnico en España, con los riesgos que un elemento así podría conllevar, pero tampoco herramientas estadísticas o políticas que ayuden a conocer la realidad. Difícil disyuntiva a la que se enfrentan las minorías étnicas, culturales o religiosas.
[2] Se han revisado las listas electorales de todos las localidades españolas para determinar quiénes podían ser gitanos en base a sus apellidos y luego se ha procedido a verificar y confirmar esta pertenencia bien con las personas concernidas o bien con activistas y organizaciones sociales gitanas.
Partamos de un hecho: no existen datos. Ninguna estadística ni organismo estatal o institución que recopile cuántos gitanos y gitanas se presentan a las elecciones municipales que se celebran el próximo 24 de mayo[1]. Así pues las cifras que aquí se dan son ciertas, pero no...
Autora >
Mónica Santos
Es activista gitana.
Autora >
Amanda Andrades
De Lebrija. Estudió periodismo, pero trabajó durante 10 años en cooperación internacional. En 2013 retomó su vocación inicial. Ha publicado el libro de relatos 'La mujer que quiso saltar una valla de seis metros' (Cear Euskadi, 2020), basado en las vidas de cinco mujeres que vencieron fronteras.
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