Desde que comenzaron las grandes manifestaciones independentistas catalanas, cada 12 de Octubre, en la Plaza de Catalunya, en el centro de Barcelona, se vive una jornada particular. El día de la Hispanidad se junta lo más granado del no-nacionalismo barcelonés. Es una reunión grande, pero no multitudinaria. La plaza no llega a llenarse, aunque vienen autobuses de manifestantes de todo el Estado. La ciudadanía intenta evitar la concentración, pero en ocasiones es imposible, y la concentración llega hasta ellos. El año pasado, por ejemplo, algunos vecinos de las calles adyacentes se vieron obligados por algunos manifestantes no-nacionalistas a besar una bandera española.

La concentración, oficialmente, es una defensa de la Constitución y del bilingüismo, y consiste en algunos parlamentos, en castellano y catalán y, básicamente, en la exhibición del no-nacionalismo local, que durante horas pasea por la plaza, con banderas españolas gigantes, camisetas con banderas, gorras con banderas, y banderas también con la gallina y con simbología prohibida en Europa.

El no-nacionalismo, imperceptible, como dentro de un armario a lo largo del resto del año en Barcelona, permite que le fotografíen encaramado a las estatuas de la plaza, agitando banderas al viento, saludando a la romana y emitiendo vivas y arribas a España. Se trata del epicentro, del punto de reunión del nacionalismo español y/o la extrema derecha locales, objetos exóticos, sin presencia cotidiana y normalizada en la ciudad desde hace décadas.

Adolescentes de los barrios altos, con melena de pequeño o gran Nicolás, usuarios de grupos católicos radicales cargando a pulso símbolos religiosos y nacionales, caballeros con esa camisa con el cuello de otro color, exótica en Barcelona, endémica en Madrid, y señoras millonetis, que hablan ese castellano raro de por encima de Diagonal, sin fonética catalana alguna pero, aún así, inaudible en otras ciudades.

También es perceptible la presencia de clases bajas y de recién caídos de la clase media, ancianos con el tatuaje de la legión descolorido en su brazo, niñas vestidas de sevillanas, personas humildes del cinturón exindustrial de la ciudad, con camisetas falsas de la selección. Este acto de “reinvidicación de la convivencia”, que en Berlín o Viena tendría consecuencias penales, está convocado por una asociación, pagado por un empresario –la cosa, me dicen, sale por cerca de 400.000 euros- y apoyado por Falange Española, asociaciones inquietantes, como un grupo nazi con la mano muy suelta, que se llama Casal Tramontana, el PP y C’s.

Bueno. La gran pregunta –si descartamos que la gran pregunta sea por qué un nacionalismo extremista y radical, sin duda el más sangriento del siglo XX, por aquí abajo se le llama no-nacionalismo-, es por qué C’s, uno de los partidos que colaboran, cada año, en este festival, se está revelando como un partido en progresión, que adopta un discurso regenerador que se presenta como solución a este Régimen herido de muerte tras la reforma constitucional exprés de 2012, que acabó con el pacto social.

En primer lugar, cabe suponer que eso es así por lo que puede diferenciar a C’s del resto de formaciones participantes en el acto. No es Falange. No utiliza un discurso fascista. No es el Casal Tramontana / no rompe las piernas a nadie. Y, por encima de todo, no es el PP. No ha participado en la política durante décadas, no ha sido determinante en ninguna política, sólo tiene unos años de vida, no ha gobernado y, si bien varios de sus miembros están imputados en sendos casos judiciales, y su Fundación ya ha dado algún susto por su falta de transparencia, no se puede decir que sea, como el PP, una organización, por lo que se va sabiendo, intrínsecamente corrupta. Es, por tanto, una estructura relativamente sana. Desde luego, más que su inmediato competidor a su derecha –el PP-, y a su izquierda –el PSOE-.

¿Qué ofrece C’s?

No ofrece, al parecer, enfrentamientos con el IBEX. Sus programas no parecen ser una amenaza para la empresa regulada, cuya preeminencia en la política -29 de las 35 empresas IBEX son empresas reguladas- empieza a percibirse como una de las originalidades españolas y la mayor seña de identidad del Régimen. Si bien, curiosamente, C’s ha sido uno de los pocos partidos que ha chuleado a una empresa regulada. En el Parlament de Catalunya de la anterior legislatura, se produjo un hecho que sólo puede producirse en la democracia española: una empresa regulada –Abertis, concesionaria de autopistas, empresa vinculada a La Caixa- convocó una comisión parlamentaria. El objetivo era finalizar con una campaña ciudadana para no pagar peajes, animada por ERC, que hasta ese momento evolucionaba con cierto éxito. La campaña, por cierto, finalizó tras esa comisión, convocada en un Parlamento por una empresa privada. C’s, y el independentista Solidaritat per la Independència, fueron los únicos partidos que comunicaron al mundo exterior aquel hecho anómalo. De lo que se deduce que C’s tiene una capacidad escenográfica mayor que otros partidos significados con el IBEX, como CiU, PP o PSOE, quizás debido a su juventud.

En todo caso, la originalidad de esta nueva derecha es el momento de su incorporación a la política. C’s nace cuando la derecha española ha hecho su particular transición democrática, realizada dentro de AP y PP. Antes del nacimiento de C’s, el PP, así, ya ha superado sus diferencias con la democracia y ha aglutinado, también en los 90, a toda la derecha –es decir, también a la extrema derecha-, condición fundamental para conseguir una holgada mayoría.

Para ello ha renovado el léxico de manera revolucionaria. Ha hecho de la Constitución –y de una lectura restrictiva de ella- su gran bandera, y gracias a conceptos como no-nacionalismo, puede desactivar puntos de vista emitidos por extraños, y establecer una comunicación clara, efectiva y sin ambigüedades con los seguidores. C’s nace con ese trabajo hecho. Lo aprovecha e, incluso, aporta algún fruto original. Su mayor aportación es asumir el marcaje del único nacionalismo que el PP nunca había podido controlar. El catalán –en Catalunya, en fin, el PP, que nunca fue una gran organización, ha ido adoptando la forma de partido residual-.

De hecho, C’s nace como respuesta de una nueva derecha a las propuestas estructurales del nuevo Estatut de Catalunya, promovido por el Tripartit de Maragall, un intento de establecer la plurinacionalidad y el federalismo, desde la periferia y sin tocar la Constitución. Las aportaciones de C’s en este campo han sido la defensa de la Constitución, tal y como dejó el PP la disciplina –es decir, confundiendo en esa defensa valores absolutamente preconstitucionales-, y la defensa del bilingüismo, que en una sociedad absolutamente bilingüe como la catalana –tal vez, la única en Europa- se traduce, efectivamente, en la explotación política del castellano. Esa politización de la lengua la realiza, of course, a través de un vocabulario democrático, de manera que la reivindicación del castellano es la reivindicación del único derecho individual por el que se interesa C’s. La cosa no está exenta de arte si pensamos que el anticatalanismo –o, mejor, lo anticatalán, algo aún más inconcreto-, suple en la derecha española el rol del antisemitismo en otras derechas europeas.

A pesar de esas originalidades, C’s no deja de tener los problemas y los límites de cualquier otra derecha española posterior al 78. Si bien se declara aconfesional y laica, C’s, en tanto que derecha española, se retrotrae al catolicismo, tal y como lo formuló Menéndez Pelayo en el siglo XIX. Si quiere votos, ser reconocido por un número grande de usuarios de la derecha, no podrá renunciar a ello. De hecho, su posicionamiento ante la educación laica y el derecho al aborto son extraordinariamente variables y ambiguos.

En tanto que derecha nacionalista, su límite intelectual, su límite mítico, su límite de lo posible y discutible, sigue siendo, en esencia, el marco nacional establecido en 1939. Quizás eso explique que no vean especial problema en acudir a la Plaza de Catalunya, cada año. Se lo pueden permitir. Siguen siendo, incluso en ese marco tan tronado, lo más moderno, una plataforma limpia, sobre la que refundar la derecha española, y un grupo humano disciplinado y con una capacidad de emitir léxico sorprendente. En los últimos meses, por ejemplo, ha adoptado el léxico de Podemos, una vez que éste ha dejado de ser un tanto rupturista para pasar a ser un tanto regeneracionista.

No hace mucho, el presidente del grupo Banco de Sabadell, empresa del sector regulado, se quejaba de que en España era necesario un Podemos de derechas. C’s, partido no-nacionalista, ni de izquierdas ni de derechas, regenerador, indignado ante la corrupción es, en un país que no investiga las autodefiniciones de los partidos, lo más parecido a ese deseo.