Tribuna
Aguirre cabalga de nuevo
Ángel Rupérez 16/05/2015
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Creíamos que había desaparecido de la escena pública para siempre, cansada de ser ella misma imperecedera, la más profesional de las profesionales de la política, la más satisfecha, a pesar de haber sufrido el desgaste de los años de plomo de la crisis, con toda la educación pública madrileña enfrentada a la degradación que impuso de un plumazo con sus recortes a ese delicado fundamento de la igualdad entre ciudadanos desiguales. Más adelante vino la sanidad, con la misma ideología de fondo: lo público es sospechoso por ineficiente y debe ser transferido a la empresa privada que sabe gestionar, ahorrar costes y obtener beneficios a costa de algo tan delicado como la salud de las personas.
Ese economicismo pragmatista, de raíz thacheriano –ídolo confeso de Aguirre-, le debió de pasar factura no tanto por haber dejado de creer en él –hipótesis más bien absurda– sino por haber comprobado que sus costes sociales se manifestaban en protestas inauditas e insólitas, que casi hacían pensar en los tiempos de la Transición, cuando los ánimos estaban muy caldeados y la sensibilidad ante los atropellos muy exacerbada (la Dictadura había sido un buen campo de entrenamiento). Alguien tan populista como Aguirre no debió de digerir bien que los ánimos se enconaran contra ella, por más que intentara ridiculizar aquellas protestas como emanadas del caldo de cultivo de “los de la ceja”. La simpleza, y más si es ingeniosa, no consigue dejar de serlo y –peor aún– no elimina la raíz de los problemas: la degradación de la educación pública es uno de los haberes más notables de esta notable política neoliberal o, por mejor decir, neothacheriana.
Lo público es sospechoso por ineficiente y debe ser transferido a la empresa privada que sabe gestionar, ahorrar costes y obtener beneficios
Pero ocurre que el que está acostumbrado a convivir con el poder y con los flujos egolátricos que este acarrea debe llevar muy mal la carencia de esas vitaminas adictivas. Todos conocemos el siguiente trueque, una de las causas principales del hartazgo ciudadano con la llamada clase política: llaman vocación de servicio a la pasión por el poder que engrandece y alimenta, no solo su bolsillo, sino también su Vanidad. En el caso de Aguirre, bien pertrechadas al parecer sus alforjas, su majestad el Yo – como lo llamaba Freud - reclamaba engrandecimiento después de ese retiro improvisado en el que debió de conocer la bilis de la insignificancia pública, entregada a tareas irrelevantes, sin la más mínima repercusión en ninguna parte. El síndrome de abstinencia debió de ser duro y difícil de sobrellevar. ¿Os imagináis a esta política sexagenaria –Aguirre misma dixit- carcomida por el sudor frío de la droga dura (el Poder) que más echaba en falta? Por eso yo pronostiqué en su día: volverá, sin duda volverá.
Se ha dicho muchas veces, pero conviene repetirlo porque es parte del pasmo que nos tiene a muchos ciudadanos casi inmovilizados: en ningún país de nuestro entorno democrático nadie tendría la más mínima posibilidad de volver a la política si se hubiera visto implicado en los escándalos que han rodeado la actividad, personal y pública, de Esperanza Aguirre. La democracia es una práctica exigente que se consolida con las buenas y escrupulosas conductas a lo largo del tiempo por parte de todos los que intervienen en ese contrato social que delega el poder en la ciudadanía. El sistema de controles garantiza el cumplimiento del rigor ético o la penalización en caso de fraude. La penalización puede ser judicial o política, o las dos cosas a la vez. Quien defrauda la ética democrática, paga con su cargo e incluso con su libertad. Aguirre ha sido imputada por el escándalo de su fuga ante los guardias que la multaban y deberá atender por ello las resoluciones judiciales que tengan lugar. Pero, ocurra lo que ocurra en ese ámbito, solo el hecho en sí mismo –aparcamiento prohibido, detención y fuga- la incapacitaría para cualquier nuevo cargo público al que se le ocurriera aspirar.
¿Os imagináis a esta política sexagenaria carcomida por el sudor frío de la droga dura (el Poder) que más echaba en falta?
Pero, además, a Aguirre le pesan y persiguen irregularidades y delitos que han cometido personas de mucha responsabilidad en sus gobiernos o personas allegadas a sus entornos políticos. La más reciente irregularidad, escandalosa por su fondo y su forma, fue revelada hace unos días por la prensa: hubo una empresa, Madrid Network, que suministraba fondos públicos a responsables políticos como Lamela o Ildefonso de Miguel, nombrados con distintos cargos por Ella misma. Aguirre siempre alega lo mismo: yo no sabía nada, pregúntenles a los que realmente saben… Aguirre hace oídos sordos a cualquier reclamación que la comprometa como responsable política, mira siempre para otro lado, realmente no va con ella que se le pidan cuentas. Pero, al desatender esas exigencias éticas, ensucia aún más la democracia española y contribuye a atizar el corrosivo escepticismo en el que vivimos multitud de ciudadanos, escandalizados ante tanto cinismo.
Es verdad que ha sido la maquinaria de un partido –o mejor dicho, su presidente– la que ha decidido ese nombramiento pero no es menos cierto que ha sido la elegida la que ha dado su consentimiento. Ambos son responsables del fiasco y es de suponer que, para hacer frente al enjuiciamiento público que esa medida ha desencadenado –y de la que este artículo es una muestra más-, ambos, presidente y aspirante, se habrán refugiado en el pragmatismo de los hechos consumados que dispone, además, del siguiente aval: las encuestas anuncian buenos resultados, lo cual significa que hay mucha gente dispuesta a dar la espalda a la mencionadas responsabilidades políticas deducibles de los mencionados fraudes cometidos.
¿Qué importa más: la ética política o las prometedoras encuestas? Rajoy lo ha tenido claro, y ese es parte de su caudal cínico: las encuestas, sin más
Puesto que esos son los hechos, cabe hacerse la siguiente pregunta, que también afecta a los dirigentes del PP: ¿qué importa más: la ética política o las prometedoras encuestas? Rajoy lo ha tenido claro, y ese es parte de su caudal cínico: las encuestas, sin más, y Aguirre, ávida de poder, ha asentido disciplinadamente, llena de alegría al ver que su yo vuelve a resplandecer después del tremebundo síndrome de abstinencia que tuvo que afrontar al sumergirse voluntariamente en la sombra. Sin embargo, el tribunal ético que sustenta todo el edificio democrático ha decidido lo contrario: son infinitamente más importantes los principios sagrados que dan sentido al pacto social que llamamos Democracia que las encuestas aleatorias o que el pragmatismo interesado.
Ante ese dilema, la maquinaria del partido, con Rajoy al frente, se cree todopoderosa y considera que los hechos consumados producen amnesia y que la porquería acumulada se diluye pronto en la normalidad, especialmente si Aguirre gana las elecciones y consigue gobernar de nuevo. Sin embargo, muchos ciudadanos – incluidos votantes del PP - están dispuestos a rebelarse ante semejante cinismo. Eso también lo dicen las encuestas, mal que les pese. Habrá un ajuste de cuentas, con toda seguridad, en buena medida decidido por el hartazgo que procede de atropellos como el que comento. Es verdad que Aguirre cabalga de nuevo pero el ruido de su cabalgadura rechina en los oídos de los numerosísimos indignados, que no necesariamente votarán a Podemos. De ahí que sea evidente para muchos que la clase política (o casta) chapotea en el barro como lo hace y de ahí que el sistema político español esté bajo mínimos, necesitado de una limpieza en profundidad que sin ninguna duda se producirá a pesar de la resistencia a desaparecer de quienes son los más directos responsables de su decadencia.
Creíamos que había desaparecido de la escena pública para siempre, cansada de ser ella misma imperecedera, la más profesional de las profesionales de la política, la más satisfecha, a pesar de haber sufrido el desgaste de los años de plomo de la crisis, con toda la educación pública madrileña enfrentada a la...
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Ángel Rupérez
Poeta, crítico y traductor. Es autor de Conversación en junio (El banquete, 1992), Lo que han visto mis ojos (El banquete, 1993), Una razón para vivir (Tusquets, 1998), Río eterno (Calambur, 2006) ySorprendido por la alegría (Bartleby, 2012), entre otros libros.
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