SIEMPRE Manuel
Joaquín Albaicín 20/05/2015
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Le conocí en un tiempo que ya no me parece lejano ni cercano, sino ubicado fuera del alcance de carillones y cronómetros, en algún peldaño de una de esas escaleras de Jacob por las que los ángeles suben y bajan de continuo. Era Nochevieja y, a la vez que festejaba el nuevo año, bautizaba a su hijo en un chalet a pocos kilómetros de Sevilla. Aquella madrugada nos hicimos amigos, porque creo que Manuel Molina era en eso y en otras cosas un poco como yo, que no se hacía amigo de la gente con el tiempo. O en el mismo momento de ser presentados te haces amigo de una vez y para siempre, o después ya no hay tu tía.
En el último mensaje que recibí suyo escribió en mayúsculas precisamente esa palabra: SIEMPRE… Como queriendo recalcar que quizá los pensamientos y sentimientos que me remitía fueran los últimos, y que muy probablemente no volveríamos a vernos, pero que, como el trino de las aves y el ritmo de marcha del Sol, esas palabras de algún modo quedarían ahí, que no morirían. Que existía eso: un SIEMPRE que es donde, en realidad, se vive.
Su partida me ha emocionado, más allá del cariño y el afecto que le profesaba y profeso, por la aristocrática actitud asumida por él para recibir a la muerte con naturalidad, como un buen anfitrión. Sabía que, como escribió Henry Miller: “Lo peor no es la muerte, sino la ceguera ante la realidad de que todo en la vida tiene un carácter milagroso”.
Que Manuel Molina fue un carismático y genial artista que hizo de su cuerpo altar sacrificial del cante, como la enorme influencia por él ejercida sobre la música gitana, son cosas de sobra conocidas por todos. Su estrella brilló con luz intensa y perdurable. Pero para mí fue, sobre todo, un guía, un fanal SIEMPRE encendido, una presencia entrañable, un caballero leal y de corazón grande. Su vida, plena de sugerentes acordes, fue su mejor disco.
Por él vierto hoy, sobre la tierra, una botella de vino y “canto su elegancia con palabras que gimen” y “recuerdo una brisa triste por los olivos”.
Hasta SIEMPRE de verdad, querido Manuel.
Le conocí en un tiempo que ya no me parece lejano ni cercano, sino ubicado fuera del alcance de carillones y cronómetros, en algún peldaño de una de esas escaleras de Jacob por las que los ángeles suben y bajan de continuo. Era Nochevieja y, a la vez que festejaba el nuevo año, bautizaba a su hijo en un...
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Joaquín Albaicín
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