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Durante 10 años Valerio Bispuri (Roma, 1971) viajó al infierno. Descendíó a un submundo difícil de olvidar; la realidad de las cárceles latinoamericanas. Recorrió 74 prisiones con un solo propósito, reflejar con su cámara un continente a través de sus reclusos. El resultado es este conmovedor testimonio en blanco y negro sobre la desdicha, la desesperación, la degradación y la supervivencia.
“Encerrados no es un libro sobre cárceles; es un libro sobre la libertad perdida, sobre la libertad que nunca se ha tenido. Si en un primer momento no conseguís percibir la diferencia, quizás sea porque habéis tenido una vida feliz y para vosotros cárcel y ausencia de libertad son conceptos que coinciden. Pero, sin embargo, la diferencia existe y es de todo menos sutil”. Así encabeza el periodista y escritor Roberto Saviano el prólogo de Encerrados, el libro publicado por la editorial Contrasto Books, que recoge el periplo de este fotógrafo italiano. Parte de la obra, que fue expuesta por primera vez en VISA pour l’Image en 2011, y que ha sido merecedora de varios premios internacionales, se podrá ver en Madrid, a partir del 12 de junio, en la exposición Mirada interior, organizada por el Istituto Italiano di Cultura di Madrid, como parte del programa de PHotoEspaña 2015.
“Las cárceles son un reflejo de la sociedad, un espejo de lo que ocurre en un país, desde los pequeños dramas hasta las grandes crisis económicas y sociales. La prisión es una comunidad, un no-lugar en el que, sin embargo, se vive diariamente con ritmos y espacios bien definidos en los que, para defenderse, los presos se ven obligados a intentar reconstruir sus costumbres. Y lo hacen incluso en condiciones a menudo al límite de lo humano, como cuando duermen 18 personas en celdas previstas para cuatro y el retrete es un simple agujero en un pasillo”, cuenta Bispuri.
El fotógrafo se adentró en las cárceles más peligrosas del continente latino; aquellas que están en Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Colombia y Venezuela, donde al igual que en las prisiones europeas, la droga sigue siendo el principal delito que llena las celdas. Solo, con su cámara como su única arma, Bispuri recorrió pasillos oscuros y pestilentes, celdas atestadas de reclusos, que lo han perdido todo en esta vida y que intuyen que la diferencia entre estar dentro y estar fuera puede ser mínima. En Quito, los presos le recibieron lanzándole bolsas de orina; en otra ocasión pudo sentir el frío de la hoja de un cuchillo en el cuello. Pero recuerda con dulzura el beso robado de una reclusa en la biblioteca de una cárcel de mujeres, y la sonrisa de un grupo de niños cuando le narraban su cruda realidad. Porque, quizás, lo que más impacta de este desolador y crudo documento es, tal y como sugiere Roberto Saviano,“la ausencia de desesperación final”, nadie parece dispuesto a poner fin a su calvario; los porcentajes de suicidio en estas cárceles son muy bajos en comparación con las cárceles norteamericanas y europeas.
Bispuri consigue mostrar el lado humano de los criminales, logra que el espectador entienda la humillación del desheredado y su sufrimiento, en ese ambiente de violencia y degradación del que se sabe todo y a la vez no se sabe nada. Las fotos transmiten una sensación de ambigüedad, quizás la misma que sintió el fotógrafo cuando entró por primera vez en el Pabellón 5 de la cárcel de Mendoza, donde ya ni siquiera los policías se atrevían a hacerlo. Nadie le acompañó. Antes había firmado un documento en el que asumía la plena responsabilidad de su decisión. Mientras se abría camino observado por los 90 reclusos más despiadados de Argentina, intentando controlar el temblor de su cuerpo, se encontró con una emocionada acogida por parte de los presos, haciéndole prometer que publicaría el durísimo retrato de las condiciones inhumanas de las instalaciones donde pasaban sus días. Las fotos se mostraron y el pabellón se cerró. La fuerza de la fotografía de Bispuri tuvo su efecto: “Siempre he creído que tanto la dificultad como la fuerza de la fotografía residen en la capacidad de equilibrar nuestros sentimientos con la realidad . Sólo en el momento en el que consigo tocar lo que siento, disparo”, dice el fotógrafo.
Durante 10 años Valerio Bispuri (Roma, 1971) viajó al infierno. Descendíó a un submundo difícil de olvidar; la realidad de las cárceles latinoamericanas. Recorrió 74 prisiones con un solo propósito, reflejar con su cámara un continente a través de sus...
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